miércoles, 22 de octubre de 2025

Carne picada.

 



Es conocido que los empleados de los mataderos a menudo han de empujar a los vertebrados y acarrearlos hacia el tiro en la cabeza, la descarga eléctrica o la extirpación de las carótidas.

Sin embargo investigaciones profundas han desenmascarado que alguno de los trabajadores ineficaces, van mucho más allá de estas conductas de apresurar el momento para conducirlos hasta la muerte.

Otros, bastantes de los que se dedican a este empleo, tienen dificultades por sus depresiones profundas, que padecen por llevar a cabo este tipo de ocupación. 

El padre de Marcela, es un jerarca de varias empresas del sector de la alimentación. Para dar ejemplo a su descarriada hija y pudiera distraer sus excesos diabólicos. Con amigachos y gente vinculada en el mundo caótico del consumo, del vicio y de su prostitución practicada.

Trató de colocarla en una de sus empresas más extenuantes en pro de debilitarla, y agotarla al enfrentarse a diario con la muerte. Poniendo a prueba su compromiso, en quitar la salud a vertebrados que a la postre sirven para el consumo humano. Con el fin de corregir sus desviaciones 

—La verdad es que no sé qué voy a hacer con ella. Dijo Manuel tocándose el flequillo. Dirigiéndose a Facundo, su jefe y gestor del departamento de montaje, que le escuchaba y estaban entre los dos, para decidir si la corregían y encauzaban con más determinación. Cosa peliaguda para el responsable de la línea de montaje porque a Marcela se la estaba tirando a deshoras, cuando hacían la pausa en los vestuarios y a la hora del cambio de turno en los congeladores del frío.

—Es un caso perdido. —dijo Manuel. —No sé cómo actuar, ni donde debo ir a rezar para que el cielo me ayude. He de salir de este atolladero cuanto antes de lo contrario acabará con mi paciencia. Le comentó Manuel el operario principal del equipo de matarifes de aquel cadalso.

En aquella empresa rural que sacrifican y procesan ganados de cortijos y granja. Empaquetando el despiece de productos de origen animal, en bolsas que después irán destinadas al consumo.

—Has de tener paciencia. Le decía Facundo a Manuel.

—Es nuestra mejor muchacha, la hija más guapa del director y la que en un futuro no lejano, con su descaro y arrogancia, permitirá la gran difusión de la empresa.

Hemos de enseñarle y comprometerla. Creo que con su apariencia, su estampa y su desvergüenza nos hará ser conocidos en medio mundo.

—Mira no sé, dónde le ves tanta valía. Deberías estar más con ella y te darías cuenta que es una pervertida y una indecente.

—Crees que no lo sé —le comentó Facundo. — pero eres el más indicado en ponerla a tono en aplicarse en el trabajo. En cuanto sepa defenderse desnucando a las vacas más grandes y degollando a los cerdos más gordos, aprovecharemos un poco más de sus meneos y la experiencia que adquiera y sumado a su egoísmo la trasladamos a la sección de Publicidad.

Donde el pájaro de Damián, la acabará de poner a tono con ese don que tiene para seducir a las mujeres indómitas.

Ya que la niña Marcela, entre su descaro, su cuerpo y su ansia de mostrar belleza, igual se reconduce y podemos quitárnosla de encima y nos hace un favor a todos.

—Pero no lo entiendo. Porque he de ser yo, el que le enseñe todo ese proceso tan complicado y peligroso. Aseguró Manuel censurando la apatía de su jefe y aseverando.

—Oye Facundo, que esos animales no son salvajes, pero te empitona una vaca y te hace un siete en el pecho, o te muerde un gorrino y perdemos una mano cuando menos. Me juego la vida estando con ella. No está por el curro. Tan solo piensa en divertirse y enseñar el culo. 

—Pues que hacemos. Es hija del delegado de la empresa, y hemos de tener paciencia con ella. De momento no podemos despedirla ni colocarla en otro espacio. Hemos de acabar con el cometido que le prometimos a su padre, en que sabríamos encaminarla y quitarla de los vicios que la desquician.

—Debemos, debemos…, debes tú. Yo no me comprometí con Don Alfonso del Carbón en nada. Si no te hubieras metido en ese berenjenal, todo nos iría mejor. Acabó diciendo Manuel y Añadiendo.

—Frénala, porque va explicando que se acuesta contigo y creo que lo dice para provocar, a ver si me da celos y le propongo lo mismo.

No me importa vuestra relación, sin embargo, creo que te costará caro. Es una mujer de armas tomar y no se va a conformar con lo poco que tú le puedes dar.

—No me digas que tiene la desfachatez de ir pregonando que nos acostamos. Inquirió Facundo.

—Ah… pero… no lo sabías. Pues chico, imagino que si lo va difundiendo será verdad. Dice que ¡Contigo se acuesta desde hace meses!

Tranquilízala porque ya vas en boca del personal de fabricación y si llega a oídos del señor del Carbón, ¡Pues ya me dirás! 

En aquella industria de despiece para el consumo. A los vacunos se les quitaba la vida mediante un disparo al cráneo con una pistola de aire comprimido de bala cautiva. Que atontaba al carnero y desde ahí comenzaba el largo proceso de preparación.

En el desacople de la carne de cerdo, se utilizaba el método de degüello, que era dar muerte al gorrino cortándole las carótidas. Que están debajo de la capa grasienta de la papada.

Extirpando aquellas arterias profundas y dejando que el cuerpo se desangre.

Estos procedimientos hechos de forma industrial terminaban con la vida de aquel ganado que alimentan al mundo. 

Un buen día, siendo fin de mes de febrero. El del pago de nóminas a los obreros de aquella industria, no encontraban a Facundo, el jefe del departamento de montaje.

El gestor de todo lo que se cocía en aquel patíbulo, y el que tomaba medidas de los tinglados de aquella cadena de chacinería futura.

No se le localizaba por ningún sitio.

Se tenía conocimiento que había tenido unas palabras muy duras con una de las empleadas a la que Facundo más estimaba.

Con la que tenía trato especial durante la jornada de trabajo y la que al ser hija de uno de los gerifaltes del tinglado creía la dama, que podía hacer lo que le venía en gana.

El compañero de Marcela, el operario Manuel, fue en su busca.

Aquel que más o menos le había vaticinado malos momentos a su jefe y amigo Facundo, fue a indagar a la señorita que estaba en aquellos instantes acabando tarea en la cadena de remate y despiece.

Dando finito al proceso del fin de vía, en las cincuenta vacas de aquella partida.

Disparándole en la cabeza, con el perno cautivo. La varilla de hierro que penetra el cráneo del animal para que se desangre de forma paulatina. 

Al llegar a su altura Manuel preguntó con energía a Marcela.

Donde está Facundo, que nadie sabe donde para. ¿Puedes informarme? Aquella pervertida, mostraba signos del consumo de sicotrópicos o de alguna sustancia prohibida, además de oler a ginebra barata.

Le costó responder. Su lengua torpe estaba trabada por el alcohol que corría por sus venas y su descaro al informar fue de lo más impetuoso.

—Ahí lo tienes. ¡Ya calladito!  Le he empotrado un perno de las vacas en su cabeza. Ya no molestará más.

El cuerpo de Facundo, estaba en el suelo desnudo, preparado para procesarlo como carne picada.





Autor: Emilio Moreno


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