Aquel que
habla en exceso por no callar, se condena y resbala en su batallar.
Eso le
ocurría a Benjamins, un hombre enfadado con la estirpe, sin escrúpulos y sin
principios, que no soportaba a los emigrantes que llegaban a su país, en busca
de lo que fuera.
Turismo,
trabajo, estudios o de una vida más confortable, que tras la adaptación, le
diera obligaciones y derechos siendo uno más en aquella educada sociedad. No soportaba
¡A ninguno! ¡Todos le sobraban!
Fueran educados,
honrados y venerables, o fuesen decepcionados, vagos y forajidos.
Para Benjamins
no había diferencia. Si por él hubiera sido, no habría entrado nadie en su pueblo.
Era una persona incontinente, mal educada y engreída. Un sabelotodo caducado.
Obedeciendo a unos principios que le habían inculcado sus abuelos y padres, que de hecho fueron peores que él. Los que le impregnaron de una capa de desprecio contra los foráneos, que llegaba al punto de lo incomprensible.
Prohibido relacionarse
con nadie que no fuera de su pueblo, de su círculo y de su cuerda.
Hasta que el
capricho del destino actúa como si fuese mandato extraordinario, tocándoles la
bolita del sorteo y el premio más gordo de la tómbola.
Asentándoles firmemente, a estos ciudadanos en una tesitura de difícil postura, tratando de cobrarles aquella tasa, de la que ellos, creían no tener que soportar jamás.
Unas molestias
repetitivas en su salud, lo llevaron a su doctor. Un médico que Benjamins, había
cambiado en varias ocasiones, porque el que le asignaban no era nativo de su
tierra. Este galeno lo sometió a unos análisis.
Tras una concienzuda
revisión en el hospital, le detectaron una gravedad que la llevaba sostenida
desde hacía tiempo y tan disimulada era, que a todos les pasó por alto.
Sucedidas tres
semanas, el médico le envío llamar.
Los resultados
de las pruebas obraban en su poder y precisamente no eran noticias buenas.
Estaba enfermo, acometido quizás, de gravedad en un futuro próximo. Su doctor sabiendo a que luna pertenecía le dijo.
—He de derivarte al doctor Molkrama, es el especialista que necesitas. Es el mejor conocedor de tu enfermedad, sin embargo no es Italocalabrés. La verdad que no sé de dónde es, pero forastero. Con lo que ya me dirás que decides.
—Doctor no
hay nadie mas que pueda tratarme que sea de aquí.
—Si,
¡Claro! Los hay, pero tú necesitas al mejor, y el mejor es él.
Por lo que te recomiendo te pongas en sus manos y te dejes llevar. Piénsalo y con premura, porque no puedes perder tiempo.
—Tan grave
lo ve usted, como para darme tanta prisa.
—Es que si
no te la das, no llegarás a tiempo y entonces ya será demasiado tarde.
Anduvo buscando
otra vía pero nadie le ofrecía garantías y cuando comentaba que lo enviaban a
la consulta del doctor Molkrama, coincidían en decir que era uno de los especialistas
merecedores de su gran valía.
Después de mucho buscar y no resolver semejante decisión, de si me fío de este porque es de aquí, o del otro porque es el superior.
Se decidió
en que lo viera el moreno doctor Molkrama y este después de escucharlo en
profundidad, de saber como pensaba y percatarse de que si hubiera tenido otra opción
la hubiese escogido evitando fuera su cirujano por el color de su piel, le
dijo.
—Mira
Benjamins, no tienes demasiadas opciones ni oportunidades, tu enfermedad es caprichosa
y puede ser que ni tan siquiera yo, un descendiente de un mandinga africano, pueda
trasplantarte un corazón, porque no lleguemos a tiempo.
El enfermo
escuchaba atento las palabras del cirujano sin pestañear, comprendiendo
absolutamente lo equivocado y errado que había estado viviendo, y tras un
inciso del doctor escuchó.
—Tu necesitas
sin remedio y con bastante premura una intervención del órgano más vital del
ser humano. Una intrusión en tu cuerpo de las más delicadas. Que no sabrás
además a quien le estuvo palpitando en su pecho y latiendo dándole vida.
Lo mismo
era de un chino, de un lapón, o de un delincuente. Jamás lo sabrás, aunque si Dios
te concede esa suerte de seguir respirando y vuelves a la vida notarás que tus inclinaciones
no serán las mismas.
Tus allegados te notaran cambiado, porque aunque no lo creas de ese corazón además de los pulsos recogerás toda la esencia al que perteneció antes. Hizo una pausa prolongada y Benjamins estaba esperando el final de aquel consejo que le daba Molkrama.
—Has de ser
receptivo y creer en la divinidad oculta.
Que importa
quién es el mecánico que repara tu cuerpo, el que cambiará tu corazón averiado
por otro que te permitirá soñar.
Que importa
si soy blanco, amarillo o azul.
Que importa
quien regala el corazón, hombre mujer, que importa quién te da una nueva vida.
A ellos el
agradecimiento les ha de llegar de ti, que se lo has de ofrecer sin palabras,
sin mentiras.
Ellos han
sido los propietarios del repuesto, son los generosos donantes los que tampoco investigaron
ni resolvieron a quien concedían ese complemento.
Porque aunque
es difícil de admitir, te ofrecen desinteresadamente seguir en la prórroga de
tu vida.
Acéptala
sin más y siempre, siempre agradece.
Autor: Emilio Moreno
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