Se había
presentado para el concurso de las más hábiles de la ciudad, y optaba entre sus
mejores amigas o compañeras. Todas hechas de la misma pasta y engrase. Mujeres que
entre sí, no se soportaban.
Las envidias,
el mal rollo y las descalificaciones hacían que nadie pudiera pensar, que se
respetaran y encontraran felicidad cuando alguna conseguía el éxito.
El premio
no era cuantioso pero la resonancia que le daba a Graciana era de pronóstico, y
es lo que realmente buscaba.
Volver a
resurgir de entre sus colegas para demostrar al mundo. A su desquiciante mundo,
que ella había nacido tan solo para desestabilizar.
Era la clásica persona que nunca sabía de nada. Cuando estaba al cabo de la calle de todo lo que ocurría.
Mónica la que
trataba de explicar el suceso la citaba en la forma de pasado, del propio verbo
en sucedido, vulgarmente con el clásico “era” … por ser perteneciente a su
pasado.
Ya que por
fin pudo muy al final sacársela de encima, desterrarla, olvidándola para
siempre.
Por ello Mónica, cuando la citaba siempre superponía el imperfecto del verbo “ser”, como lejano, y al recordarla comprendía que estuvo a menudo, sembrando malicia y desdoro entre los colegas.
Recordó aquella
tarde, antes de la elección de la ganadora del concurso, un pasaje acaecido
entre dos de las actuantes, y como quiera que a Mónica la habían determinado
como una de las juezas de la deliberación, sin quererlo rememoró la maldad que
tenía Graciana.
No dejaba
títere con cabeza, y criticaba al más pintado, con una desvergüenza impresionante,
para luego, si era preciso dorarle la píldora al que hacía instantes había
masacrado con sus palabras y sus condenas.
Unas veces
para sacar información y a posteriori, usarla en contra del informador que se
la facilitaba.
Era una
persona despreciable, de las tantas que existen en su mundo. No sabía cómo organizarse
para vivir sus decepciones y pretendía ser consejera con los ajenos, tan solo
por la inquina y dolo que albergaba.
A menudo con
su falsa sonrisa en sus fauces, trataba de ser simpática y agradable, sin
entender que en su mayoría la conocían y la despreciaban por su falsedad.
Cuando la
cosa les iba bien a las compañeras mostraba una expresión risueña, de perversión
y alagaba al interesado que escogía sin medida. Lo subía a los cielos por la
mínima cuestión y casi siempre sin venir a cuento. Tan solo por medrar en su confianza.
Regalándole
frases y piropos de forma efusiva, mostrando su falsa querencia, con una hipocresía
que todos sabían de buena tinta usaba.
Lágrima fácil,
aprovechada con molicie queriendo encarnar un dolo, que no concebía, para poder
allegarse al sumiso que tenía en el punto de mira y alcanzar su propósito.
Sonsacarle
lo que intentaba, saber de aquel profundo e íntimo suceso, del malestar del
alma de su prójimo, dando una falsa comprensión que en realidad era engaño.
Además sin ton
ni son, obsequiaba con ofrendas inesperadas, para demostrar ese cariño falso y
después cobrarlo en la primera ocasión, quitándole la simbólica escalera para
que cayera de bruces.
Así disfrutaba
la conocida como la Castañeta. Con ese distintivo la llamaban sus temidos y
simulados amigos.
En realidad
a ella la bautizaron con un nombre que no le iba para nada. Graciana de las
Virtudes.
En no pocas
ocasiones concuerda la casualidad con el equilibrio, como si las cosas se
hicieran sin saberlo por motivos desconocidos, que a la larga son casi
coincidentes.
De
apellido, ¡Mira por dónde! Tampoco se ajustaba a término, porque llevaba en su legajo
suscrito el remoquete de Bueno. Como primer apellido, el que no le pegaba para
nada. No era de ningún modo una persona con bonhomía, sencillez ni candor.
Todo lo contrario. Llevaba en sus venas una especie de veneno disimulado y transparente que lo inoculaba a todo aquel que le daba dentera, que por cierto eran sujetos que se veían en la obligación de aguantarla.
Aquella
mañana tratando de sacar una información que perseguía con Rosemary la acompañante de turno, se lo hizo venir muy
bien y al punto, sin venir apenas en conversación, le puso por delante la última
confidencia del marido de una conocida de ambas, una tal Esmeralda.
Una compañera
común a la que pretendía denostar, por tener todas las de ganar en aquel
festival. Comentando secretos que los había conseguido en la forma que lo hacía
a menudo. Espiando y fingiendo.
Aquel concurso
se dio por finalizado, reconociendo a Esmeralda, como la protagonista de toda
la perfección, de su talento para la cocina y de la mano especialísima que tenía
para agradar al prójimo. Un talento que se reconocía dentro de aquella mancomunidad
tan aprensiva y arcaica.
Les
entregaron el trofeo a los ganadores y cada uno de ellos subió al estrado a pronunciar
unas palabras de gratitud, por haberlas escogido de entre tantas candidatas
presentadas.
Mónica sabiendo del pie que cojeaba la tal Graciana, se quedó a la guay de lo que ocurriría no a tardar mucho y observó desde el disimulo lo ocurrido con Graciana y Rosemary, y como esta última la ponía a caldo y la desterraba de su presencia, tal cual hizo ella no a mucho de ocurrir aquel suceso.
Graciana no
fue ni tan siquiera de las finalistas, porque además de no merecerlo, sus
propios compañeros la descalificaron en las primeras de cambio.
En aquel mismo lugar, sin poder suavizar la rabia de no haber sido la escogida, le dedicó unas frases de desprecio a la ganadora, con Rosemary, conocida de Esmeralda y muy allegada a ella, intentando descalificar a la escogida.
—Pues que
sepas que esta señorona llamada Esmeralda, la secretaria de don Matías, está
pasando por momentos negros en su vida privada. Le comentó la semana pasada a mi
cuñada, que estaba muy apenada por su marido que ha tenido frecuentes crisis de
alcoholismo. Giró la cabeza, para asegurarse que nadie la escuchaba y continuó.
—No digas
nada por favor. Nosotros nos enteramos, porque la propia Esmeralda, se lo
refería a su hermana desesperada, sin saber qué hacer, y esta, como es muy
amiga me lo dijo ayer.
Si supieras
el disgusto que tienen en su casa, porque por lo visto el marido, bebe como un
cosaco. Se reincorporó de la posición que adoptó para hablarle casi al oído y confirmó.
—¡No se te vaya a escapar con nadie! Es un secreto que te cuento a ti, porque eres de mi confianza y sé que en ti se queda.
Rosemary ya
estaba de Graciana hasta los tuétanos y sin poder retenerse y con poca
amabilidad le dijo, aquello que hacía semanas tenía ganas de expresarle.
—Oye, pero
como puedes ser tan murmuradora, chismosa y mal parida. ¡A mí que me importa,
si el marido de esta o de aquella levanta el codo!
Además de
embustera, que sepas que estás mintiendo. Esmeralda, es soltera y no tiene
ningún marido que levante el codo, ni baje las rodillas.
¡Eres
despreciable! Le propinó aguerrida un insulto sonoro y rechazó.
—Te conozco
y sé lo que pretendes. Lo haces quizás, porque quieres sonsacarme alguna intimidad,
para poder repartirla a tu antojo y con tus retoques de bruja. Apártate de mí para siempre. Arguyó y exclamó.
—¿O que
pretendes? Darme pena de tu desgraciada
existencia. ¡Eres infame! —¡Mira que te conozco y de ti no me fío un puñetero
pelo! Desaparece de mi presencia. Ultimó energizada.
—Que sepas
que en la primera de cambio le diré a Esmeralda lo que vas diciendo de ella, y
verás que gracia le hará. Por cierto te pido encarecidamente que a partir de
ahora, como si no me conocieras. Iracunda Rosemary se contuvo y dejó de
increpar. Dejándola sola como un mochuelo en la rama de su árbol.
Graciana, especialista en salir airosa de estos trances, y saber reponerse muy bien ante semejantes situaciones, volvió a fingir, con su falso gemido.
Mónica,
cerró su libreta y anotó las ultimas reacciones de Graciana, para agregarlas a
su próximo relato y dar por concluido su nueva novela.
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