lunes, 20 de octubre de 2025

Un voto en contra.

 

Servando fue seleccionado sin imaginar que aquello le ocurriría jamás.

A veces el destino pone a las personas, en tesituras complicadas, que se han de acometer a pecho descubierto.

—¡Menuda suerte la mía! Dijo aquel que no se iba a librar de la selección.

Para escoger a los componentes del equipo que compondrán el llamado Jurado Popular, usan un sorteo desde las listas del empadronamiento y desde ahí con unas fórmulas que ellos programan, surgen los nombres de los futuros integrantes del mencionado elenco.

Se trata de un derecho subjetivo que se regula en la Constitución.

Un deber de cumplimiento, cuando no están en situación de incompatibilidad o tengan posibilidades legales de excusación.

La reglamentación actual establece la creación de una corporación que trabaje según el signo y los métodos penales determinado por Ley.

 

Aquella mañana le llegó el correo, donde comprendió que había sido elegido al azar. En el comunicado recibido era informado de la función que debería desempeñar caso de ser escogido. Debiendo rellenar un formulario adjunto que debía enviar en los cinco días siguientes a su recepción.

En la persona de Servando, no existían causas para poder impedir, y siguiera el trámite adelante, con lo que después de quejarse todo lo que pudo, envió el documento para que alcanzara su trámite.

El ciudadano burgalés Fernández Pageo Servando, inscrito en las listas del Padrón de Miranda de Ebro, fue escogido como jurado y participar en un próximo juicio, entre los nueve componentes y los dos suplentes, que los cánones revelan.

Después de pasar por la criba de necesario cumplimiento y dar la talla necesaria, fue propuesto. Servando era mayor de edad. Su ciudadanía concernía con el país dónde moraba, y residía en la misma colectividad a la que iba a prestar el arbitrio. Estaba dentro de sus facultades y del ejercicio de sus derechos políticos y contaba con la suficiente aptitud como para tender semejante función.

Tampoco estaba detenido ni cumplía condena alguna, ni era familia de abogado, perito o personal que tuviera relación con semejantes menesteres.

Era el candidato ideal según la ley.

Nadie podía eximir que cumpliera con esa exigencia que el destino obligaba, y no estaba dentro de las causas requeridas para librarse. No había excusa a la que pudiera agarrarse para estar exento. Debiendo formar parte de aquel tribunal.

La vista estaba presta para dar comienzo antes de los siguientes diez días y los miembros de aquel jurado, estaban escogidos por el juez y los abogados, con lo que todos ellos habían hecho su juramento y estaban listos para comenzar cuando se iniciara la causa.

Aquel día de autos, la expectativa en la Sala de Enjuiciamientos, era demasiado pesada, y el aire se hacía denso al entrar dentro de los pulmones. Dejando una sensación de inquietud no agradable.

El público ocupaba sus localidades y el cuerpo de letrados y fiscales esperaban la entrada del Magistrado que había sido designado para imponer justicia. Ninguno de los miembros de aquel grupo popular, que esperaba dentro de los espacios anejos al aula principal, sabía a qué se iba a enfrentar, ni con quien. Todo parecía estar dentro de la legalidad más absoluta.

 
Un homicidio simple y contrastado, que en principio se juzgaba a una mujer de unos cuarenta años, natural de Bribiesca, a la que se le imputaba asesinato con premeditación, hacia su esposo. No había más reseñas.

Los nueve componentes del jurado, compuesto por seis mujeres y tres hombres, en edades entre los treinta y cinco años y los sesenta. No se conocían entre ellos y tampoco conocían hasta qué punto se iban a ver dentro de la complicación de aquel quebrantamiento.

Una vez el presidente de la sala estaba acomodado en su sillón, con aquellos golpes de maza singulares, dio la orden para que entrara en la sala el conjunto de aquellos interventores que la justicia disponía por Ley.

En un momento dado, el alguacil se levantó y antes que accediera a su poltrona el Juez Presidente de aquella vista. Anunció con su vocecilla de chirigota.

—¡En pie! Preside la causa Don Teodoro Redonda.

Al momento apareció el Magistrado, muy serio con su toga oscura y con un gesto saludó, anunciando a la vez en un tono sereno y con voz de trueno.

—Pueden sentarse, y seguidamente anunció sin preámbulos. Mirando a derechas e izquierdas, y comprobando que estaba todo preparado, para el inicio del juicio.

—Estamos en este foro reunidos para enjuiciar la causa que expondrá el Ministerio Fiscal, interviniendo en primer lugar para después lo finalice el abogado defensor con el alegato de intercesiones.

Desde el salón adyacente, el conjunto de los nueve juzgadores, ya caminaba hacia la sala principal divisando con claridad mientras accedían a su tribuna, a la acusada. Sentada y resignada, sin ningún rigor de sufrimiento.

Matilde Villareñas Mañades, una mujer de buena presencia. La que se podía divisar de cintura hacia arriba, ubicada entre los servicios de seguridad con sus muñecas esposadas. Cabellera rubia natural, recogida en la nuca, y con facciones perfiladas.

Servando no pudo reconocer a simple vista, después de tantos años a Matilde. Aquella señorita, con la que vivió una prolongada y anónima aventura, para el grueso de sus conocidos, familiares y amistades. Pasando completamente por alto su presencia.

El Magistrado Presidente de la sala dio la venia al Fiscal y ordenó comenzara con su alegato de inmediato. Desde el borde del entarimado el letrado, pidió la venia y accedió con pasos firmes, frente a la peana del Jurado Popular, tomando la palabra.

Una vez cerca de aquella tribuna comenzó a describir la trama de lo ocurrido, con suposiciones y realidades.

—Señoras y señores del jurado, estamos reunidos por un crimen muy trillado que ya lo ha juzgado la prensa. Sin tener connotaciones, detalles y hechos al que le han puesto incluso nombre novelado. Hizo una pausa y continuó.

—Citándolo de forma jocosa y despectiva como si fuera gracioso, y no es otro que el suceso de Matilde, una mujer que exterminó a su esposo.

Tenemos frente a nosotros, a una sanguinaria y criminal, que quitó la vida a un desgraciado, una noche mientras dormía. Hizo un inciso breve y siguió.

—Según la acusada tras recibir una paliza brutal. De la cual no se aprecian moratones en su cuerpo. Sesgándole la vida, al descerrajarle el cuello, con unas tijeras de modista. Quedando tan fresca y acomodada, que esperó toda una noche para dar parte a los servicios de urgencia y a los policiales.

Aquel fiscal, cerró su privilegio sin recabar en más detalles descubriendo la acción de la acusada, intentando demostrar que no actuó en defensa propia.

—Poco alegato voy a añadir a lo expuesto, ya que es un crimen en toda regla, que iremos desglosando a medida que avancemos en este declarado y cruel homicidio. Se giró hacia el Presidente de Sala y le adelantó.

—Señoría, con la venia, aquí dejo la palabra, y mi invocación que suplica justicia.

Mientras el fiscal declaraba toda la casuística del hecho y las malas prácticas de Matilde, Servando no sabía ni ataba cabos con aquella mujer que conoció en su paso por la provincia de Burgos, al llevar la representación de material de ferretería, y que conoció perfectamente al parar una temporada en el hostal que regentaba su padre Don Jacinto, de la pensión Villareñas.

El juez, dio paso al valedor de la acusada para que iniciara su perorata en pro de la defensa de su representada.

—Proceda el letrado de la defensa, dijo el magistrado. Dando la opción de declamar su tesis para la aclaración de los hechos. De la mesa junto a su defendida se levantó un hombre corpulento y espigado que se miró con descaro primero al Jurado y después se giró hacia el Presidente de la sala diciendo.

—Con la venia, señor magistrado. El juez con un ademán hizo que prosiguiera sin dilación.

—Buenos días señores del jurado, en el transcurso de los acontecimientos, les iré desglosando motivos, y acciones que suman a la inocencia completa de mi representada, ya que los hechos ocurrieron en una disputa entre el matrimonio tras una reyerta provocada por el ya difunto cónyuge de mi custodiada, al protegerse de un acto de violación sucesivo en cada uno de los días de aquella semana.

Por lo que en cuanto nos de el permiso el señor juez haré subir a la acusada a que corrobore lo que les estoy exponiendo.

El abogado se giró y mirando al Juez se retiró sin exponer ninguna disculpa más, tomando asiento justo a la derecha de la acusada. En aquel instante el Juez mandó llamar a los letrados cerca de su presencia y les advirtió, que no hicieran de aquella vista una película de terror, que fueran al grano y acabaran con sus conclusiones lo más rápido posible. Volviendo cada uno de ellos a su lugar de origen y solicitando el abogado defensor una súplica.

—Señoría ruego a usted con la venia de la sala, haga subir al estrado a mi defendida Matilde Villareñas. Petición que el señor juez admitió. Escuchando la voz del alguacil reclamando la aparición de la acusada.  

—Se llama al estrado a declarar a Matilde Villareñas. Una vez había tomado posesión el alguacil se acercó a la acusada y haciéndola poner en pie, le puso la biblia bajo la mano derecha. Preguntando.

—Jura usted, decir la verdad, toda la verdad, y nada más que la verdad.

—Lo juro.

En cuanto Servando escuchó aquella voz tan asonante, distinta y dispar, que se le había quedado grabada en su memoria, tras una cuchillada superficial recibida aquella noche mientras trataba de cumplir en la cama seducido por una dama cruel. Se quedó desconcertado. Queriendo que se lo tragara la tierra.

Supo que Matilde era la culpable de cuanto la pudieran acusar.

Viviendo en aquel instante aquel pasaje ocurrido, y como por suerte pudo conservar la vida, gracias a una ardid que hizo en el instante de la puñalada.

Detalle grosero, que tras la cuchillada la tal Mati, desnuda completamente y viendo que había fallado en el intento de incrustar aquel puñal, entre la ingle y el muslo de la pierna izquierda de Servando, quiso hacer creer y mostrar que aquella amenaza fallida, era un ardid y una sensación de amor de apasionados amantes.

Reconoció a la hija de Jacinto, aquella mujer despiadada que sin haberla descubierto, se había llevado por delante como mínimo la vida de tres hombres, que tras la seducción liquidaba. Todos clientes alojados en la pensión Villareñas y que jamás se había descubierto delito alguno, ya que a cada uno lo liquidaba de forma dispar.

El miedo, lo dejó petrificado y después de respirar profundamente, se resignó a esperar por si había oportunidad de declarar lo que en él había sucedido con la guapa Mati.

El juicio acabó y el abogado defensor, mejor profesional que el acusador, puso las cosas a favor de la esquizofrénica Matilde, declarándola inocente con el concurso del jurado popular, por ocho votos a favor y uno en contra.

 

autor Emilio Moreno

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