lunes, 28 de octubre de 2024

La hija del curandero

 



Aquella mujer bajó de la Rioja huyendo de su padre y de sus hermanas. sin mencionar las voces que se oían en su pueblo por la pertinaz actuación de su predecesor. El curandero, pinchaculos y barbero de Embid de la Rivera, al que se le relacionaba con unas prácticas extra matrimoniales y causante de la muerte de su esposa. Aprovechando la confusión con unas fiebres muy altas que le originaron su deceso, en la época de la llamada y denominada Pandemia Española del año 1918.

Carmen huyó de aquel pueblo donde aquel personaje que les tocó en suerte a la familia, hacía y deshacía de las suyas.

Aquel hombre que además del oficio de barbero, era el practicante médico del pueblo. Un hombre listo y calculador, que llegó a ser dueño de grandes negocios que a la postre lo llevaron a la decadencia. tras haber sido protagonista él mismo de la ruina de muchos de los que coincidieron en sus días.

Cuando se marchó Carmen dejó tras de sí a dos hermanas menores que ella, que no la respetaban, ni valoraban jamás. Ni tan siquiera cuando intentó tomar las riendas de la casa, al faltar la madre.  Por lo que decidió huir de aquel pequeño pueblecito muy cercano a Calatayud y venirse a buscar su fortuna, a una ciudad donde nadie la conociera, ni la pudiera relacionar con su pretérito.

Llegó a la capital y tras buscar una pensión en la zona de Pueblo Seco, radicó su estancia momentánea. Una mañana que iba en busca de trabajo a la dirección de una señora de postín, y esperando el transporte público en una de las paradas del llamado tranvía de circunvalación, tropezó por casualidad con aquella señorita. Allí coincidió con Rosario, una joven andaluza muy dicharachera y simpática y a la vez, lianta y mezquina que nada más conocerla entablaron una amistad que al poco tiempo se transformó en familiar.

Ellas dos se vieron en un par de ocasiones para explicarse sus penas y en nada de tiempo, Rosario la llevó a su casa, a presentarle a su familia. Estimulada por un cariño expedito y compadeciéndose de la pena que Carmen le contó en aquella charla que había comenzado aquel día en aquella parada del veintinueve. En el paralelo de Barcelona.

Carmen ya no salió de aquella casa. La madre de Rosarillo, le cedió una habitación en su propio domicilio y así es como conoció y se relacionó con Antonio. hermano de Rosario, un muchacho rudo, poco social y muy sensual, que la llevó en tres meses al altar. 

Noventa días le faltó a aquella pareja y se unieron durante toda la vida. Quizás el amor no lo tuvieron jamás, pero entre ellos engendraron cinco partos y acabaron juntos al final de sus días. Con todas las dificultades que tuvieron y con todas las repercusiones que padece una familia pobre, sin futuro que ha de criar a varios hijos.

Corría entonces el año de 1923 y en España la política y la sociedad estaba desquiciada y transfundida por los acontecimientos, que al cabo de pocos años la llevaron a una guerra fratricida entre hermanos.

Vivieron en un alquiler de la barriada de Pueblo Nuevo, hasta que les concedieron una vivienda en la nueva zona creada para dar cobijo a los emigrantes que venían a trabajar en Barcelona, con motivo de la Exposición del año 1929.

Ocuparon el barrio llamado entonces de las Casas Baratas de Horta, o barriada de Ramón Albó, donde transcurrieron todas y cada una de sus consecuencias. Cuando ocuparon su vivienda, ya tenían dos hijos y otra venía en camino. No parando ahí la creación de vida, ya que entre el periodo de la contienda y el fin del conflicto, Carmen alumbró a dos hijas más.

Ahí comenzó la historia de la hija del curandero. Carmen una mujer bastante cultivada por derivación de la familia de donde procedía. Un padre con estudios y una madre que nacida en la Comunidad Valenciana, no se quedaba atrás en la disposición y hegemonía con su marido. En cuanto a conocimientos, habilidades, e instrucción académica. Su familia había poseído negocios de telas y de enseres.

Carmen siempre fue una atrevida por su carácter y arranques, que tendería al desarrollo de su vida, sabiendo gobernar a su esposo Antonio y los cinco hijos que engendraron a lo largo de su matrimonio.

Cada uno de los hijos vivió sus días con el bagaje y las consecuencias heredadas. Viviendo bajo el ordenamiento de su madre, que les hacía de guía espiritual. Detalle que les perjudicó siempre, ya que en su momento, ninguno de ellos supo tomar las decisiones que quizás, más les convenía. Quedando todos solteros, excepto la primera hembra, la segunda de sus hijos, que fue la que contrajo desposorio en contra de la voluntad y el deseo de su madre y hermanas. 

Diábolo el primogénito, en el comienzo de su iniciación a la pubertad, tuvo según atestiguaba su madre, una afección de poliomielitis que lo dejó semi afectado en su raciocinio durante toda su vida. la que no fue corta, ya que vivió por más de ochenta años. Soltero, raro, desquiciado y maleado por sus hermanas menores. Hablaba y gestionaba con normalidad, aunque en su persona, y en el modo de comportarse y de gestionar sus decisiones. Notabas que le faltaba un hervor. 

Cártama su hija mayor, la segunda nacida de aquel matrimonio. Fue una persona falta de seguridad, la que siempre se mantuvo en segundo plano y no quiso entrar en protagonismos ni tomar decisiones que a la larga la hubieran beneficiado. Contrajo matrimonio. Siendo la única que lo hizo, de todas las hijas. Se casó con Patxi, otro joven que provenía de familia descorsetada, con muchísimos secretos inexplicables. La pareja convivía sin escándalos de puertas para afuera. Aunque la esposa no encontró la felicidad y mantuvo silencio siempre sin hacer ruidos en la delicada trayectoria que le tocó vivir. Tuvo dos hijos, que no le llenaron de dicha.

Cuca, nacida en tercer lugar, siguió su destino, sin poder complementarlo por escuchar a quien no debía y hacer caso de lo que le perjudicó. En primer lugar a su propia madre, la que se hizo venir de un regimiento de hijos, que usó en su vejez, consiguiendo un sustento hasta que murió. Ya que usó siempre a su descendencia, del mismo modo como la obligaron a ella. Como esclavos, sin que ellos pudieran llegar a notarlo. La tercera hija de la saga, no quiso compromiso con ningún hombre. Aunque ella se entendía con un casado. Amigo de una familia relacionada con ellos, que la montaba varias veces durante el mes. Creyendo la tal Cuca, que era un secreto entre ambos, cuando realmente, familia, y amigos conocían sus relaciones sexuales, que finalizaron a la muerte del maduro, que la poseía.

 Priscila, nacida durante la guerra, adoptó la beligerancia de la época. Era un ser despreciable por su maldad, con la gente que le rodeaba incluida sus hermanas, a las que sometió de manera flagrante y decidida. por su envidia y criminalidad aparente. Estigmatizada por su rencor, que no le permitía aclimatar tanta paranoia. Consiguiendo que aquellos que la rodeaban no tuvieran ni paz ni seguridad. Era catalogada por los que después pudieron analizarla, como una vulgar pécora. Fue a sabiendas de la madre, una instigadora y desgraciada persona. Imbuida por su defecto maléfico. Una hembra, que mantuvo en el anonimato su estado sexual, sin aclarar jamás si era heterosexual, o lo quería parecer.
 Magdala, la última hija nacida cuando finalizó la contienda, fue la menor y la pieza del disloque de Priscila, que le tenía una envidia visceral y unos celos enfermizos. Hasta conseguir desterrarla de la casa familiar. Siendo la única que rompió con la familia, huyendo de la casa, cuando era tarde. Para poder vivir en paz, con su sexualidad y sus gustos. En un tiempo que aun estaba en vida Carmen, la madre de todas ellas. La que no pudo impedir, que su hija menor desapareciera de su entorno sin su consentimiento. Haciendo de ella y de su infelicidad, marchamo de costumbre en toda su descendencia. 
Magdala se mantuvo fuera del concurso del resto de los allegados y fue una persona gris y poco comunicativa. Acabó sus días muriendo sola en su apartamento y encontrada al cabo del mes de estar difunta.  
Llevándose a la tumba todos los secretos que algún día serán revelados.




viernes, 25 de octubre de 2024

Muchas mujeres cosmopolitas

 



Aquel hombre se quedó solo de buenas a primeras, sin esperarlo. Una muerte súbita de su esposa lo dejó libre. No imaginaba lo poco desdichado que se quedaría al faltar Rouse. Ferrando se había dedicado toda la vida a la música, sin pensar en el futuro. Así que de pronto, sin Rouse, comenzó a vivir momentos inesperados. Bastante aceptables fuera de la supuesta pena que tendría y del lamento por su pérdida, con lo que aceptaba su situación dentro de lo que se registra en la actualidad como desgracia.

 Ferrando Blake era un musico que se había quedado viudo hacía unos meses sin echar mucho de menos a su esposa. Se había pasado la vida viajando por esos mundos en las orquestas, componiendo canciones y bastante alejado de la familia. Era un tipo raro y extravagante. Por no quererse. Ni se quería él mismo. Buscaba rehacer sus días, encontrar nuevas aventuras, y se le ocurrió hacer un viaje para conocer gente nueva y darle alegría a su ego. Con mucha traza encontró la distracción que le merecía su mejor atención. Escogiendo un itinerario en un crucero. El MMC. El famoso viaje denominado Muchas Mujeres Cosmopolitas.

Embarcando sin más en aquel fenomenal invento.

En el crucero encontró parte de lo que él creía le hacía falta. Entre el pasaje y la gente que le rodeaba, tropezó casualmente con una cantante árabe que tenía un cuerpo tan venenoso, como el de una serpiente. Fino y atractivo por sus escamas plásticas que en cuanto supo de las consecuencias que tenía aquel pasajero iluso, y del posible patrimonio que le había dejado su viuda, quiso acercársele con mayor esmero. Dado lo conocida y famosa que era Rouse, en el mundo de la moda y de la cultura.

Se puso manos a la obra, y consiguió acosarlo con su escote y su culo.

Tratando de seducirlo, al enterarse de buena tinta, que le habían quedado unos buenos dólares, una dote con paga incluida. Además del patrimonio testamentario.

 Se dejó llevar y disfrutó de todo lo que ella le ofrecía y ambos se pudieron lucrar según les venían las ganas y los deseos.

Por parte de Ferrando el gozo de un cuerpo celestial y ambiguo al que no podía sacar partido. Aunque ella quería representar, frente a sus ojos, que quedaba satisfecha y complacida, después de los ripios actos sexuales que mantenían. Dentro del posible enredo que le estaba tejiendo para cazarlo como a un pajarillo, y dejar la prostitución. Ocupación de meretriz, a la que obligaban a llevar, en los diferentes cruceros a los que su chulo la empleaba. Como dama de compañía y, cantante de la orquesta del MMC, en alta mar…

Avelina Vinicius, era una trovadora de 20 años más joven que Ferrando, del que parecía se dejaba engañar. Aunque tan solo lo parecía. 

En el magnífico crucero atlántico con el nombre de “Muchas mujeres Cosmopolitas”, se encontró cada día más a gusto, con las tantas diversiones habidas. Iba dirigido por vacaciones al Caribe y en la isla del encanto tendría una de sus paradas. Venía con rumbo de las Canarias y hacía la primera escala en la Isla de Cuba, donde tuvo sus más y sus menos con esa música preciosa como el Son y el Guaguancó. Los menos eran para la cantante que perseguía su beneficio. Que eran los sueños que llevaban al cielo ayudado por las caricias de Avelina.

En una de esas noches semi románticas la joven seductora, se le acercó a Ferrando y quiso declararse en una conversación de las mas románticas, a la vez que le mostraba parte de sus pechos, para conseguir seducirlo completamente desde aquel momento. Pasaron unos días en la Habana y en Santurce de Puerto Rico, difíciles de olvidar. Mientras a todo ese disfrute, Ferrando iba haciéndose una idea de lo que haría con Avelina y con su vida al regreso en el puerto de origen de aquella travesía. 

Cuando terminaron las vacaciones en el famoso crucero de las famosas Mujeres Muchas Cosmopolitas. Ella quiso desenredar el final de aquella historia sexual que habían tenido Ferrando y Avelina en el barco, y de una forma torticera quiso atar su futuro en la cubierta del buque. Con el sonido de los dos violines que había predispuesto ella, para mejorar el entorno. Cuando le preguntó de forma directa.

— Donde vamos a vivir cuando lleguemos a puerto. Has madurado en quedarnos a vivir los dos en Puerto Rico. Comunicó Avelina convencida, a su compañero.

—No he podido pensar en nada, puesto que lo que hemos tenido los dos en este viaje, creo ha sido una aventura. Sin más. Por lo menos así lo he imaginado.

—Eres un hijo de madre mala y un sinvergüenza. Me sales con esas conclusiones, ahora, pedazo de cabrón, después de embaucarme. Sabiendo que soy tuya y desde el principio y por mi parte, dedicarte todas las actuaciones hacia tu persona. Ahora que me tienes enamorada, me quieres dar la patada.

—Tú enamorada? Es que sabes hacer esas cosas. No te has entrenado demasiado bien. No has llegado a convencerme y sabes que pienso. Que eres una aventurera. Lo que he de respetar y comprender, sin que ello me ate a ti para nada. 

Ferrando había desarrollado su vida engañando a todo el mundo, tocando y cantando en orquestas de prestigio y otras de medio pelo, por los pueblos ibéricos. Canciones de todos los artistas y vocalistas del momento. Teniendo mil y una aventura, con quien se le ponía a tiro. Por lo que no lo iban a encarrilar ahora, que tenía resuelta su vejez. Se había quedado solo y con la dote que procedía del patrimonio de su viuda, podría apañárselas. 

A Rouse Marichalar, la que fue su esposa. La conoció en Marbella una noche de verano, cuando pertenecía a la orquesta de Nueva Celeste. Era una joven muy guapa, distinguida y efervescente. Se le acercó cuando cantaba una melodía de José Feliciano y se brindó a que la poseyera. La llevara a los trasteros de los carromatos de la orquesta y allí le diera un revolcón. Teniendo la primera sesión de lo que después sería el comienzo de su relación. Una vida poco licenciosa y adecuada. No quisieron tener hijos. No querían cargas familiares, con la vida que llevaban, era meramente imposible.

Ferrando, no aceptaba ese enfoque, y no lo hubiese admitido. Sabía de buen grado que no podía llevar a cabo todas las ingratitudes que le tenía preparadas a Rouse, Eran impensables, hasta para él mismo por las cuantiosas relaciones con las muchas y guapas mujeres a las que conocía. Aguantando la relación con su cónyuge, hasta que ella pudiera soportarlo y se cansara. 

La defunción por sorpresa de Rouse, fue de una forma rara. Se habló de violencia machista, de abusos y de malos tratos pero ella no dio motivos negativos sobre su marido, que tenía faltas, pero ella lo amaba. Nunca lo denunció.

Por parte de la familia de su esposa, en ningún tiempo lo tuvieron en buena estima, catalogándolo con todos los defectos del peor de los truhanes, pero llevaban casados más de dos lustros. Se habían unido en matrimonio en su día como mandan los santos oficios. Al final no pudieron achacarle ninguna de las acusaciones que se vertían sobre Ferrando y heredó. 

Cuando llegaron al puerto de la ciudad condal…Despidió a la señorita Avelina y quedó con la música que había interpretado siempre, hasta que la enfermedad del Alzheimer, lo dejó sin padecimientos con la misma sonrisa que presentaba por costumbre. 

 

miércoles, 16 de octubre de 2024

El desenfreno de Amanda Dániels

 













Había una cierta confianza entre Robin Wells, y Amanda Dániels, una joven amiga, que conoció en la primavera de los ochenta y cinco. Por relacionarse y pertenecer a la peña de toda la vida, y a la colla, de edades comprendida entre los dieciséis y los casi veinte añitos, que todos los veranos agregaba algún joven más al núcleo del grupeto.  

Dentro de todas las jóvenes de la panda, llegó una nueva muchacha, que todos aceptaron de buen grado. Quizás, era algo diferente, porque sobresalía. No por su inteligencia, ni belleza. Todo lo contrario. Llamaba la atención por el timbre de voz que imponía en cada una de sus disonancias. Además de ser y demostrarlo enseguida, suspicaz, escamada y muy celosa. Por lo cual sus compañeros sabían de buena tinta, que debían ir con el ojo avizor, y poner un poco de distancia para no verse comprometidos en ninguno de los enredos que podía establecer.

Una adolescente no habituada a la amabilidad, al respeto ajeno y sobre todo a la ausencia de instrucción y medidas. Cualidades que tampoco le impedía relación con aquella peña en la que de todo abundaba. Y tan solo se reunían en verano, dadas las fechas vacacionales de la familia, y el reencuentro anual característico.

Aquel agosto transcurría muy divertido, con todo lo que trae de sí, el tiempo estable, las tardes largas y las noches de estrellas, mientras, aquella cuadrilla disfrutaba de la música de Ricky Mártin, que tuvo como no, una velada de marcha y encanto en aquella localidad.

Las fiestas patronales prometían de lo lindo, dejando a la libertad al buen rollo y la confianza que hicieran lo propio. Las niñas de la peña, se acicalaban para gustar y ellos pues no les tenían que apretar, para descorchar su alegría y sensualidad. Bailaban entre ellos y se gastaban bromas comprensibles y banales a veces. Otras, las manos iban a parar donde las mozas lo permitían, que no era óbice para que se quedaran mancos, y por no faltar a lo recíproco, ellas no eran tullidas al apretar muy arriba o más abajo. Todos conocían que aquello se acababa a final de mes, y quizás con suerte, salud y talante se reemprendía al año siguiente. Habían pasado una semana de fiestas completamente perfecta, y todos aquellos mozos y mozas se encontraban en su cenit de alegría, como para seguir algunos días más. Aunque aquello llegó a su fin irremediable.

Cada cual volvió a su lugar de origen y comenzaron las clases en los institutos, para algunos pocos, y la ocupación laboral, para los menos afortunados, que debían ganarse desde ya; el pan, acabadas las preceptivas holganzas laborales.

Habían pasado cinco semanas de todo aquello y una mañana de viernes, la señorita Dániels apareció por casa de Robin, sin aviso previo. Pulsando el timbre de la casa y presentándose como la que llega y a la que esperan. Saludando en la mismísima puerta a los padres de Robin, que ya la conocían por haber departido durante aquel verano, algún momento con ella.

 —Hola, ya me conocéis soy Amanda, ¿Está vuestro hijo en casa?. Preguntó Amanda, mirando hacia el interior de la vivienda. La madre fue la que respondió sin menoscabo.

—Pues mira no está en casa desde hace días. Pensando al mismo tiempo que es lo que busca esta jovencita. Tras de aquella sensación rara. Recordó en qué fecha se fue, y sin precisar respondió.

— No lo sé ahora muy bien, pero igual hace cinco o seis días. Salió de viaje por cuenta de la empresa y volverá el martes. Con lo que tendrás que volver y verle en otra ocasión.

—¡No!  …nada de eso. — comunicó Amanda, con mucha jeta.

— Fue Robin vuestro hijo, él que me dijo que si pasaba por aquí, que me acercara a verle y eso he hecho. No he pasado por casualidad, pero me apetecía. He venido de exprofeso y ahora no voy a volver a Madrid sin más. Que pensarían mis padres verme retornar tan pronto. Anunció, como si aquel viaje lo hacía con anuencia de sus papás.

— He venido por verle y a pasar con vosotros unos días, para conoceros mejor y que vosotros tengáis contacto conmigo.

La madre de Robin se quedó de piedra, al oír aquella revelación y quiso preguntarle para certificar lo escuchado.

— Tus padres saben que te has presentado sin anunciarte aquí, sin más. Porque no me lo puedo creer. Adujo la mamá del muchacho, mientras el padre salía al encuentro y comenzaba a enterarse de la visita de la nena.

— Es que me pones por embustera. Solo he dicho, lo que pensarían ellos. Cuando se enteraran del tema. Al comentárselo yo en su momento. Ahora mismo no saben que he venido a veros, pero os doy permiso para que los llaméis y le digáis que he llegado en el AVE, muy requetebién.  Después de la disertación pidió con un gesto que se apartaran del acceso para entrar. — Me dejáis pasar por favor.

Se hicieron a un lado y dejaron entrar a la fantástica señorita Dániels, mientras Dorothy llamaba a la casa de la monina. No tardó en marcar el teléfono y conoció a Martha que se ponía al aparato. — Dígame, quien es.

—Hola buenos días, Martha soy Dorothy Wells, la mamá de Robin. Que tal estáis, 

— Pues ya lo ves, chica, currando como podemos sin mucho que contar, y vosotros que explicáis. A qué se debe la llamada. ¿Hay alguna urgencia?

— Urgencia no, pero ha sucedido algo incomprensible. Decirte que Amanda, se ha presentado en casa, con una maleta para pasar unos días aquí, sin previo aviso, y con el agravante que Robin está de viaje de trabajo y hasta el martes no vendrá. Tú sabias alguna cosa de esta ¿repentina aparición?

 — No sabía nada, pero ya conoces como es Amanda, es un terremoto. Lo aconsejado es que le deis cobijo hasta que llegue tu hijo y después la volvéis a mandar aquí.

No podemos con la nena. Es muy tozuda y es arduo luchar con ella. Nosotros la dejamos por imposible. Se le mete algo en la cabeza y para convencerla, es una odisea.

—Dime Martha, sabes algo sobre la relación de ellos. Es que tienen vislumbre entre los dos, o se gustan. interrogó Dorothy a Martha.

—Creo que no, pero no me hagas caso. No lo sé. Adujo Martha sin conocimiento del hecho.

— Te lo pregunto porque no me ha dicho nada mi Robin, y he quedado de piedra, al verla en la puerta, exigiendo pasar.

— Que yo sepa— dijo Martha—, ella no me ha dicho ni por ahí te pudras, pero lo mismo le ha dado un ramalazo y quiere camelarlo. No lo sé, es mi hija, pero no la conozco nada.

 

Le ofrecieron amparo y la mamá de Robin, lo localizó por teléfono y le explicó lo que sucedía. El hijo no se hacía el cargo, que hubiese tenido tanta cara la moza, porque a él no le gustaba en lo más mínimo.

Ni tan siquiera se acercó a ella, durante las fiestas, dándole esquinazo y demostrándole fehaciente, que a él le molaba y mucho, Georgina. La jovencita rumana y rubia de la trenza larga. La que le devolvía los gustos, con sus arrumacos y sus intimidades.

Detalles que Amanda, observó y quiso romper por sus celos viscerales. Intentando abortar de plano esa relación, con sus estratagemas.

 

Robin no adelantó el viaje de retorno hasta el día en que tenía previsto. Dejando a sus padres se comieran el plato de un arroz crudo, pasado y desaborido.

Amanda se acomodó en la suite de invitados y comía con los padres de Robin y les hacía unas gracias que ninguno de los dos admitía. Aquel fin de semana, fue el más largo de sus días, sin el hijo y aguantando a una fresca, que pretendía hacérselas pasar por graciosa y entendida, y era de lo peor que unos padres desean para un hijo.

Mientras llegaba Robin de viaje desde la otra punta del país a casa, el padre fue a la estación de tren, a sabienda y en acuerdo con Robin para sacar los billetes de retorno a Madrid, para el miércoles, el de aquella semana que debía entrar.

De ese modo y aprovechando las sinergias, el nene se marchaba en el mismo tren que Amanda. A ella la dejaba en la capital y él continuaba su viaje hacia su destino laboral.

Con los nervios y las prisas el papá de Robin expidió aquellos billetes con tan mala suerte, que en lugar de dar la fecha del miércoles acordado, dio la de otro miércoles... pero fue el del mes próximo, y se vino para su domicilio sin precisar en que, la fecha de partida era incorrecta.

Llegado el instante de la marcha, subieron al tren los dos jóvenes y de pronto Robin; se apeó del vagón y le dijo a su padre, que una señora quería sentarse en sus lugares. 

Después de mucho querer entender lo que pasaba miraron los boletos y se percataron que aquellos pasajes estaban fechados un mes más tarde.





Autor: Emilio Moreno
fecha: 16 de octubre 2024
antes de entrar en quirófano.
 

martes, 15 de octubre de 2024

Oscuro héroe, tras del tapiz

 









 




En el confesionario estaba el presbítero esperando a los arrepentidos. Había comenzado su turno en la tarde, justo después de las seis y leía el misal, sin prisa, para recibir al primer suplicante que tuviera a bien descargarse de los pecados. Al pronto se escuchó el rechinar del peso de una persona, cuando crujieron las tablas del poyete del reclinatorio.

—Ave María, buenas tardes. Se escuchó la voz dulce y femenina de una feligresa. El clérigo contestó, con una voz tenue y ensayada.

— Bienvenida hermana, que Dios te bendiga.

Franchesca le conoció sin dudarlo, para sus adentros y supo que a pesar de estar las cortinas del confesionario echadas, era el vicario Rafael Mangáis el que había conocido en Guinea, hacia tres años y con el que tuvo muy buena relación pastoral y personal.

—¿En que puedo ayudarte hermana? Siguió aportando aquel tono delicado de voz que noqueaba la reflexión.

—Rafael. Es que no me conoces por la voz.

—No puedo hacerlo ni sé quién es usted. Ni de quien se trata. Es imposible verle la cara y así ha de ser. Por lo que si usted me conoce, dígame de quien se trata.

— Que raro que no recuerdes mi voz. Igual si tocas mi piel te resuena más. ¡Me quedo de piedra contigo! Soy la señora Chalamang, la esposa del embajador de Guinea en Malabo. Te he refrescado la memoria, o he de seguir dando pistas. ¿No me recuerdas; o no quieres recordar?

No tardó en hablar, aquel cura después de aquella indirecta tan al centro de la inteligencia

—No me digas que eres Doña Francisca Sepúlveda, la esposa de Chalamang. Que tal estás y como tú por aquí, que de tiempo sin saber de ustedes. Como os va la vida.

Inventó un receso para ordenar sus ideas y preparar una estrategia, que sin duda necesitaba y anidó queriendo hacer una especie de gracia.

 — Contéstame a todo eso, y después ya tendrás tiempo para redimirte de los pecados que sin duda tienes. No paraba de hablar el vicario. Estaba fuera de sí, queriendo que lo tragara la tierra. La sorpresa fue de órdago.

Se precipitaba con las palabras inconexas como si fuera un novato, y de buenas a primeras se hubiese puesto nervioso. Haciendo una pausa forzada, para respirar y continuó.

—Sabrás que me destinaron a otra diócesis fuera de Guinea —dijo seguro —, y tuve que salir sin poder despedirme de nadie. El señor obispo, hizo los preparativos, sin que yo lo supiera. Estaba fuera del émbolo, no sabia que aducir. Inventó una salida, improvisando el perdonador de pecados, un nuevo jeribeque facial, con un titubeo obligado. Dando las culpas al pontífice, de su alejamiento.

—Que alegría me das. No sabes lo feliz que me haces. Y dime como te va.

Aquella dama, sin contemplaciones y sin alharacas fue muy dura en su respuesta, y no contestó a la media docena de dudas que proponía el párroco.

—Eso digo yo. Señor cura. Expresó con mucho retintín Paca y prosiguió ante la mudez del capellán Mangáis.

—Aún estoy esperando una llamada, una carta, una nota, o un recado. Sobre tu desaparición y ausencia en los últimos tres años. Ni tampoco sabía que estabas en Guadalajara. Eso lo he tenido que averiguar yo, gracias a un contacto que tengo en la embajada. El que me ha puesto al corriente de casi todo lo referente a tu comportamiento y figura. Sin llegar a entender la prisa y el engaño del obispo. Al que pregunté, en cuanto desapareciste y me informó ampliamente, diciéndome lo contrario a lo que tu aduces. Que habías sido tú, el que pediste con mucha urgencia, traslado a Roma, y en vista de tu impaciencia, te dieron otro de menor relevancia.

Igual se enteró de lo nuestro y de lo que también llevabas con Leidy Romina, la esposa del agregado de Nicaragua, y tuvo que precipitar tu marcha. Dado según me dijo la propia esposa del agregado, que la dejaste muy preñada.

Aunque supongo que bien lo sabes, y fue esa valentía que has demostrado la urgencia en poner tierra de por medio. Se detuvo para tragar saliva y dejar que el presbítero como mínimo se precaviera. No teniendo respuesta por parte del religioso siguió.

—Pero si tú dices que fue por designio de la curia romana, tendré que creerte.

De nuevo opinando que alegaría excusa, hizo una breve pausa y sin tener respuestas le lanzó el peor dardo que recibía en los últimos años y sin que pudiera replicar, ahondó.

— Te has olvidado de tu promesa, aquella que creí. Que llegado el momento, vendrías a por mí, y nos iríamos juntos a la capital de Paraguay, donde me decías, que tienes apoyos que nos podrían acoger y los dos iniciaríamos una vida nueva. Jurándome que aquello no era pecar, que era parte de la vida humana. Según me decías cuando me confesabas y perdonabas los pecados, en aquellas confidencias personales, que me ofrecías en Malabo. Cuando me lavabas los pechos con champán, a escondidas de mi esposo, saboreando el zumo que regabinaba por mis senos.

—Paquita no seas descocada, que estás en la casa del señor, y has venido supongo a tener una contrición y que te perdone los pecados.

—Pues mira, pecados tengo, pero no vengo a eso. He venido a descararme contigo, sin querer saber más nada de tus promesas, ni tampoco necesito explicación. Sobre todo lo que quiero, y estoy dispuesta a recuperarlo. Es que me retornes los cinco mil euros, capital que te entregué ahora hace tres años, para preparar viajes, desplazamientos y buscar lo que sería nuestro nido de amor, en La Asunción, capital del Paraguay en la América del sur. Ya no lo recuerdas, ¿verdad?... tus obligaciones con tus feligresas guapas te deben secar la memoria y la vergüenza.

Los cinco segundos de silencio profundo, se hicieron eternos, en La Concatedral de Santa María de la Fuente, principal enclave eclesiástico de la ciudad de Guadalajara.

Dando paso a la respuesta del cura, que le dijo con mucha preocupación.

— Este no es el lugar apropiado para que pueda darte mis excusas, y además pedirte el perdón que estoy, seguro me concederás. Ven mañana a la sacristía a partir de las cuatro de la tarde, que podré atenderte como mereces en el despacho de la rectoría.

Reapareció el mutismo. Ahora el de Franchesca, que rumiaba el desconsuelo que le tenía preparado. Retornando Rafael a dar más conjeturas creíbles a la confesante, que de rodillas y reclinada hacía antesala.

— Estoy dispuesto a responder a tus preguntas y verás como lo comprendes. Estoy pasando un tiempo muy malo y debes de saberlo la primera puesto que eres la única persona que tengo confianza.

— No, perdona. No te confundas. — le espetó muy acalorada. De confianzas contigo pocas. Ya no quiero de ti nada. Tan solo necesito que me devuelvas los cinco mil del “ala“ que no son tuyos y de no hacerlo, sé muy bien donde tengo que personarme.

No has sido capaz de descorrer las cortinas mientras hablamos y mostrar la jeta tan dura que posees, pero yo; como te conozco pajarito...

Me he permitido el caprichin de grabar toda la conversación, con mi nuevo teléfono Smartphone. Mas que nada, por si te desdices o niegas todos aquellos arrumacos que me dabas y los besitos robados que decías bajaban del cielo.

— Paca. No me puedes hacer esto. Con todo lo que yo te he dado. — Atestiguó el padre Mangáis. Volvió a tomar de nuevo la palabra Francisca de Chalamang para darle otra alegría, que tampoco esperaba.

— Ha venido conmigo, por supuesto. Claro que, no ha podido sentarse en este reservado de madera, junto a mí, para debatir contigo, porque de momento las confesiones dicen que se hacen a dúo. Pecador y sanador. Así que te dejo con Romina, que nos conocimos buscándote por todo Malabo, y coincidimos en contarnos lo que nos había sucedido. Incidió en su tesitura, la buena de Paca.

— Te la paso. Tan solo te pido que recuperes mi dinero y me des la penitencia de todos mis deslices. Rafael de Mangáis, no le administró ningún purgatorio a la esposa del embajador. Le dijo con crudeza.

— Reza un poco y piensa lo que vas a provocarme. Después la bendijo en el nombre del Padre, y escuchó en la distancia que le decía. — Hasta mañana Rafa, trae el dinero.

Por el perfume ardiente y acusado que Leydi Romina, la Nicaragüense dimanaba, notó que ya estaba arrodillada, detrás de aquel negro tapiz, y con una reverencia coloquial le saludaba.

—Padre Mangáis, o prefieres que te llame Raffaele, como cuando me situabas en la postura del misionero.

—Baja la voz, mujer, que esto es un lugar de culto. Le dijo el párroco

—No me vas a recibir ¿con el boato y una bendición?, Ni me regalas aquel párrafo ¿precioso de la Virgen? Quizás no estás de humor para darme confesión a mis pecados.

— Claro que si hija mía—, dijo el cura sin perder los papeles.

— ¡Como no! Ave María Purísima. Tu me dirás hermana. Se santiguó y esperó a escuchar a Romina.

Tomó la palabra la morena y esbelta señora de Valcárcel, esposa del ex agregado de Nicaragua y comenzó a declarar.

 

— Padre, me confieso por haber sido una mujer ingrata con mi esposo. Al haberlo engañado con otro hombre. —Gimió para darle artífice y sin detenerse prosiguió con su perorata.

— Otro hombre muy poco valeroso, por cierto. El que me prometió amor completo, llevarme en volandas a vivir una mejor vida, que la que poseía. Residir en un país precioso como era el suyo. Al oeste, cerca de Extremadura, donde allí viviríamos amándonos para siempre, y yo le creí. Hizo un gesto y dejó de dialogar, secándose las cuencas de los ojos, y prosiguió muy entera.

— Fueron varias las veces que coincidimos, chocando nuestro deseo por completo, hasta que se dio definitivamente el adulterio, y manifiesto y deploro por haber quedado sin ropa frente a él. Desnuda, queriéndolo seducir de inmediato. Sin embargo mi amante, fingía, simulando que le costaba ponerme la mano encima. Aunque a mí me apetecía.

Aquel hombre actuaba, porque tenía otro propósito conmigo. Burlarme para obtener un dinero. Que consiguió.

Siempre me dijo que era pecado mortal, el cohabitar de un cura con la esposa del prójimo.

Al final, rompió sus votos y se portó como un titán. Las diez o doce veces que nos amancebamos. Haciéndome ver el cielo en la tierra, sin oraciones ni rezos.

Una vez me tuvo seducida, manteniendo sexo frecuente, y deseado, accedí a darle el capital que usaría para establecer los medios y gastos de nuestro idilio. Desapareció del mapa, y se llevó cinco mil euros que tenía ahorrados.

Tal fue el capricho del seductor, que me dejó en estado y a los nueve meses parí un hermoso niño, que le puse el mismo nombre del sinvergüenza, que me fecundó. Con los apellidos de mi esposo, por salvar mi situación degradante. Para que cada vez que nombre a mi niño, recuerde mi pecado.

Le pusimos Rafael. Ahora tiene casi tres años y está seguro que su papá es mi cónyuge. Ambos vivirán engañados de por vida, como lo haré yo misma maldiciéndote.

Crees que podrás reponer y perdonarme el grueso pecado que tuve contigo. Revirtiendo tan pronto como puedas los cinco mil euros, que son míos y que no usaste, para el destino que fijamos.  

 

 


 
 Autor: Emilio Moreno
Octubre 15 de 2024.

domingo, 13 de octubre de 2024

No quiso evitar la desgracia.

 




 

Andaba jugando con ella, o quizás la que jugaba era Babel, porque había tejido su plan y quería enredarlo en su madeja, hasta que fuera el momento oportuno. Dejándose acariciar y llevándolo al desconcierto crepuscular. Callaba y otorgaba cada vez que le arrimaba sus labios a su boca, sin desdeñar ni representar desprecio.

Sabía cómo sacarlo de sus quicios, y volverlo frenético por efusión. Ya había esperado mucho y era el momento de presionar el interruptor del futuro, del que Fidel, no pudiera colocar la marcha atrás, de arrimar el miembro y comprometerse.

Aquella morena lo tenía analizado y todo se desarrollaba con milimétrica precisión...  Babel renunciaba a poner freno a los ardores de Fidel y le daba carta blanca. Era la última oportunidad que tenía de seducirlo, porque se le escapaba. Lo perdía definitivamente.

Sabía a ciencia cierta, que era un perfecto sinvergüenza, y a menudo se desdecía de las promesas que en su día le regaló, para que ella, creyera en sus palabras y se dejara menear encima del colchón. Sin embargo lo cazó.

 

La primera vez que notó Babel el retraso en su periodo, Fidel se llevó un sobre salto y le asomaron sus propósitos de no querer compromisos ni responsabilidades.

 

— Creo Fidel, que estoy en estado. Le dijo casi convencida. No tengo la regla hace días y es muy raro... Soy como un reloj de precisión. Veremos, como va el asunto en los próximos días.

 

— Estás segura, mira que ahora no es buen momento. Has de llevar mucho más cuidado, si no queremos tener problemas. Ya sabes que tengo planes y eso precisamente no entra en ellos. Reprochó Fidel a la joven, que se daba cuenta de cuando un hombre, quiere evadirse de lo real y tan solo vivir de los placeres de la carne.

Ella no se asustó para nada. Se lamentó no haber acertado. No tuvo miedo, y fracasó por las prisas. Se estremeció tan solo por la falta de acierto, y la rabia en tener que alargar el brete intentándolo de nuevo. Al haber fallado en el ataque que le tenía urdido. Pensando que no podía errar más. Fidel se le escapaba.

Analizó las causas del porqué no estar fecundada y llegó a la conclusión que fue un yerro en el nexo del método Ogino. No siendo una fórmula fiable, que no produjo el embarazo deseado por parte de ella.

Volvió a seducirlo por enésima vez, y no tuvo acierto en preparar el guion. Ideando aquel plan, para que no pudiera retroceder más.

Plan, que con el tiempo se arrepintió y de qué manera. Provocándole la desdicha y la infelicidad vital.

Dejó pasar tres semanas más, aquella preciosa mujer siguiendo con sus agasajos y siendo especialmente sexi y cariñosa. Al que consiguió hacerle olvidar del riesgo de ser papá sin desearlo.

Dándole una paz en el momento de satisfacer sus apetencias sexuales, de las que participaba Babel, de forma subrepticia y sutil.

Provocando siempre el instante propicio. El siguiente arrumaco sólido y consistente, para que la desnudara y montara apasionado.

No faltaban por parte de Babel, la mucha conjunción, efusión y erotismo. Dándole a menudo aquel elixir corporal, del <tócame así que verás.>, que guardaba para sus escenas sexuales. Seduciéndole constantemente con los meneos gatunos de la bella morena, que le bailaba el agua desnuda con su jugo abundante, para conservarlo indefinido, caliente y cachondo mientras ella daba rienda suelta y se dejaba penetrar.

El plan de Babel dio resultado y aún y sabiendo la consecuencia. Esperó a decírselo hasta estar del todo segura. Tras haber pasado las pruebas farmacéuticas, resultaba estar en cinta y ahora con seguridad. Preñada.

Fidel se llevó de nuevo otro susto. Creyendo que volvería a ser un desliz infundado, y sin llegar a quedar satisfecho, por el cariz que iba tomando aquella relación, y los pocos medios que disponían, para evitar aquellos miedos, le dijo a Babel.

 

— ¿No estarás jugando con fuego? Anunció más preocupado de lo normal.

 

— No tengas tanto recelo, que no pasa nada. Se que ahora no es el momento—dijo Babel cariñosa—, pero tú tampoco pones de tu parte, con lo que nos tendremos que ajustar a las consecuencias, llegado el caso.

Babel, quería llevarlo al altar, como mandaban las Sagradas Escrituras de aquel tiempo roñoso y gris. Sin importarle el peaje, los modos, las formas y las consecuencias que no tardarían en llegarle y las tendría que sufrir durante toda su vida.

Se sucedieron dos meses sin que hubiera freno sensual, ni lujuria. Fidel solícito dejó de pensar en compromisos, y haciéndolo venir con maestría, la seductora Babel después de un orgasmo brutal y de una relación apasionada, confesó muy artística sabiendo de antemano, lo que iba a suceder.

 

— Fidel, estoy preñada y esta vez es cierto. Completamente cierto. Vamos a ser padres.

 

— Oye Babel por Dios, no me hagas pensar, ahora precisamente que acabamos de pasar este momentazo feliz. Será otro de tus retrasos. No te preocupes y sigamos disfrutando.

Babel, sin cortapisas lo invitó a que la acompañara, para certificarlo. Tomando de su bolso resolutiva que posaba muy cerca de ellos, junto al cabezal de la cama. Un predictor de garantías para hacerse allí mismo la prueba. Frente al autor de la paternidad, que se aproximaba.

Los dos procedieron a seguir las indicaciones del prospecto y en pocos minutos, lució el color de positivo.

Ella aunque lo sabía, representó la buena nueva con una gran alegría, que disimuló muy artística, pensando que había conseguido lo que necesitaba. Demostrarle a Fidel, que era hora de tomar decisiones.

Él tuvo un bajonazo en la sangre de sus arterias, que provocó un degradado fulminante en el tamaño de su pene. Perdiendo toda motricidad en su capacidad amatoria.

Contrito, y nada decidido Fidel, presentó a sus padres a la guapa Babel, que entendieron el porqué de aquella boda inminente. Augurando en silencio que les venía encima la preocupación añadida de un nieto.

Todo fue manga por hombro.

Babel se equivocó de hombre y de compañero de vida. A lo largo de los años que estuvieron juntos, tuvieron cuatro hijos.

Después de cada adulterio por parte de Fidel, perdonado en último instante por la esposa, se quedaba en cinta. Provocado por ella misma, aumentando si cabe más la angustia de aquel chulito de barrio. Que aún y con esas, seguía engañándola cuánto quería.

Detalle que no le venía mal a Babel, para representar la pena entre la familia, y de esa forma vivir de ellos. Educando a las criaturas de forma penosa.

Vivieron unos años de infelicidad manifiesta. La indecisión de no poner fin a la desgracia,  trajo en el futuro desavenencia en el seno de la familia. 

No fueron felices en ningún tiempo.












autor: Emilio Moreno
12 de Octubre 2024
Festividad del Pilar


viernes, 11 de octubre de 2024

Turbio descenso del río.

 


Pablo Bronce, después de transcurrir veinte años, sacó un billete del bus en la compañía ALSA, para viajar a Gijón y desde allí a Arriondas, población que le vio nacer y volver a disfrutar del descenso de aquel año 2010, el que ya hacía dos decenas, no disfrutaba. Además de abrazar a sus hermanos y a la familia. La que no veía desde que migró sin apenas despedirse de ellos.

Tenía ganas de volver a husmear temporalmente su tierra, tomarse unos tragos de sidra, pasear por la plaza de la Llera, y rememorar. Sobre todo recordar, sin rencor lo sucedido. Sus padres ya faltaban, hacía un tiempo y quizás era buen momento, para aclarar si podía algunos aspectos y secretos, que con seguridad, no habían visto la luz.
No tenia noticias de ninguno de ellos, con lo cual, se enfrentaba a lo desconocido. A no ser debidamente atendido, por la forma en que se marchó y por la falta de interés en los que dejaba atrás. Aquel hombre recordaba la de sin sabores que había tenido que sufrir en su infancia y principio de su juventud, y sin dudarlo le daba miedo, volver a los orígenes, por si se volvían a reproducir aquellas vivencias irresolubles.
Recordaba muy bien a la que en principio querían hacer pasar por hermana suya, cuando en realidad era sobrina. La hija de Amadora su hermana mayor. Con la que únicamente tenía trato.
Después de encontrarse con ella, habiendo migrado ambos, en tiempos diferentes. Por esas casualidades que parece que el destino pone en el camino, coincidieron sin esperarlo. Al tropezar en un bazar de Hospitalet, el que regentaba desde hacia muchos años. Habiendo rehecho su vida y reencontrándose con casi la dicha, y la felicidad, que halló, al huir de su zona de confort, con su hija Deseada. Muy parecido a lo que Pablo experimentó. En cuanto salieron del influjo de aquella familia.
 
Pablo, saciado de aquella vida desapareció. Empachado de aguantar en aquella estirpe los celos que existían inculcados por sus padres. Al no infundir la confianza, y el amor entre ninguno de sus hijos. De hecho migró del pueblo, cuando todos sus hermanos estaban en una edad de apañarse con garantías. No quiso dejarlos a la aventura, ni solos, ni tan siquiera al amparo de los viejos. Desde siempre notó rarezas en sus padres, que con el tiempo se transformaron en desconfianzas.
Cuando todos sus hermanos eran mayorcitos, y asegurándose, que a partir de ahí, pocas cosas les podían faltar. Desapareció el día de los Reyes Magos de 1970, para iniciar su camino y ahora si la Providencia lo permitía los volvería a ver, en el descenso del Sella de 1990.
No tardó en reiniciar sus pensamientos al inicio del viaje en el bus de ALSA. El que lo iba acercando a su pueblo y volvió a entrar en los recuerdos y en aquellos sucesos que ocurrieron. Se alejó sin remordimientos, de Leonor y Pío, personas que los engendraron a todos ellos, sin el menor cuidado, con poco amor y menos rigor a la hora de alimentarlos.
Lo iba pensando en voz alta, mientras llevaba más de dos horas en el bus camino de Asturias.
 —Vengan hijos como mercancía, que como padres con poco esfuerzo, encontraremos el beneficio al cabo de la inversión, y en cuanto podamos sacarles provecho, habremos concluido el sacrificio. Palabras que un día le escuchó decir a Pío, su padre.
Tras esa premonición en voz alta, volvía a la realidad. Dudando a veces de aquellas palabras, por ser duras y muy hirientes, pero en su caso, había sufrido desilusiones enormes, que no podía olvidar.


Siempre con aquella máxima, que el respeto a los padres no hay que perderlo. Volviéndose a precipitar en su intelecto, dolorosos recuerdos que le desconcertaban y frases que había escuchado de jovencito.
 — Así que a cumplir y a callar, porque estáis aquí gracias a nosotros. Recuerdos escuchados, bajo el tono de la amenaza, que ejercieron sus educadores con profundo convencimiento.
Cumplida aquella meta, Pablo, anduvo buscando trabajo que no tuviera nada que ver con esfuerzos en yacimientos de carbón, ni con vacas, queso, ni con el pastoreo. Labores de su zona a las que había dedicado la mayor parte de su tiempo laboral
Buscaba una vida diferente. Ser persona facultada. Con pretensiones dignas y equilibradas, escudriñando el fin que desde chiquitín ansiaba y no encontró.
Todo aquello, sabía que cerca de sus padres no lo conseguiría de buen grado, y aún menos estando junto a sus hermanos. Que tampoco ponían apenas de su parte.
La sensibilidad de Pablo, no tenía parangón con la de su gente. Necesitaba notarse vivo, que lo quisieran, y el poder granjear la inmensidad de su fortuna, que era la dedicación a los demás. Imaginando hallaría en algún momento, y en algún lugar.
Tanto los padres como lo fueron los abuelos, eran personas distantes, muy poco cariñosas y despegadas. Sin ambición por quererse ellos mismos. Los que jamás hicieron el intento de gastar esfuerzos ni ganas en dar preparación a sus hijos.
Semejantes a los ancestros, nuestros primates, criando estirpe después de fornicar por las noches ebrios y enloquecidos. Atendiéndoles en su crianza, al margen del cariño, del apego y de la complicidad.
Su transcendencia formativa, y la de sus hermanos, tan solo recibió la justa educación escolar al ser gratuita, sin que ellos generaran facilidades para que supieran defenderse.
 

Recordaba, que en aquel tiempo, antes de partir sin despedirse, le escribió una nota a cada uno de los allegados, comenzando por Ramón, Servando, Maruja, Silvana, y Amalita. Cinco de los seis hermanos. De Amadora, no pudo despedirse, porque un día, dentro de su razón y juicio desapareció sin dejar huellas.
La nota servía para el adiós, con todo su cariño. Explicando los motivos por los cuales dejaba Arriondas y se disponía a buscar fortuna. De momento a un lugar desconocido. Les deseaba lo mejor, y pensó sin expresarlo, que podría ser la última relación que tuviera con ellos. Después salió escopeteado con lo justo para el bus hasta Madrid.
Todas las cartas llevaban el mismo contenido excepto la nota de Amalia, que todos creían era la hermana pequeña, por designación paterna.
Aquella niña desinformada que en silencio, siempre había querido, y cuidado, por ser la menor de todos ellos y por el modo en que llegó a la familia.
Detalles que tan solo conocía él.  Y que cuando sucedió, nadie le dio explicaciones, como si fuera un animal que no fuera capaz de concebirlo. No supo entenderlo, por tener en aquella época tan solo diez años, pero que en el transcurso del tiempo fue atando cabos y llegó a dar con la autenticidad, de aquella verdad.
Cuando se interesaba por Amadora su hermana mayor, madre, le decía que no tenían noticias de ella, y que había dejado de ser de la familia.
 
El bus se detuvo para hacer un alto programado en el trayecto, y en la reanudación del viaje, volvió a tomar el hilo que llevaba antes de la pausa en el itinerario. Recordando ya sin acritud, lo amargo de lo acaecido, y volvió al pasado…
Hacía un año entonces, justo entonces, que Amadora, se vio obligada a abandonar Arriondas, por decisión paterna.
Mientras gestaba lo que llevaba en sus entrañas, hasta que pariera. Para volver de nuevo a casa y ya verían cual era la excusa que pondrían a vecinos y demás. Las dos estuvieron nueve meses viviendo en Cistierna. Una población leonesa, apartadas del ruido, sin hacer llegar noticias al pueblo, ni ponerse en contacto con los suyos. Todo estaba bajo un manto de secreto. Y cuando los hermanos preguntábamos por mamá, nos decían que estaba en un lugar donde el aire era confortable y así se curaría.
Cuando regresaron simularon que Leonor, nuestra madre había parido a otra niña. Que su papá era el de todos nosotros, y le pusieron por nombre Amalita, y por apellidos los nuestros. Dejando al margen a la verdadera madre. La joven Amadora, nuestra hermana, que la había preñado su novio Daniel. El mozalbete que iba con ella desde niños. Quedando oculto para el pueblo y gran parte de la propia familia.
Desdeñando aquellos padres a su hija mayor, y quitándole a la hija que acababa de dar a luz. Por el miedo de enfrentarse a la verdad, poner las cosas claras y dejar que la vida se desarrolle como les llegaba. Evitando así los comentarios maliciosos de la familia, y el qué dirán en el pueblo. Estrechando y confiscando la libertad de su hija mayor, para que no tuviera contacto con su novio, y saltara la noticia al mundo.
Se hicieron cargo de su primera nieta, como si fuera hija de ellos. Dejando a la madre verdadera al margen, pudriéndose en sus lágrimas y deseos.
Amadora dejó pasar los meses, engañando como lo sabía hacer, posiblemente lo habría aprendido en Cistierna, al ver los tanteos y manejos que hacía nuestra madre, para engañar a los bienaventurados.
 
La noche del viernes 3 de agosto de 1990, día antes del descenso del Sella, imperaba el buen tiempo en Asturias, y la apertura del asueto, con la llegada del calor. Se presentaban momentos dolientes para aquella gente. Imponderables que nadie esperaba, hasta que la bomba explotó.
Sobre la mesa de la gran cocina una mujer jovencísima y descarada, aparcó de mala manera, un capazo de esparto. Del cual salían los lloros de una desconocida infeliz que gemía. Víctima del hambre y de los sudores de la desesperación. Exigiendo con gestos de recién nacida, que la alimentaran y la cambiaran. Con sus escasos tres días de vida. Que parió Amadora sola, con la ayuda de su novio en el río Sella. Fruto del deseo y la práctica del sexo con su Daniel, liberándose de la esclavitud a la que la obligaban sus padres que la tenían retenida como si se tratase de una delincuente.
Señalando al cesto y retrayendo a sus padres con desprecio y vulgaridad. Clavándoles una puya para ofenderlos.
—Esta es mi segunda hija, se llamará Deseada, es mía y de Daniel, la que hemos engendrado con todo nuestro deseo. A espaldas vuestras, para que no podáis robármela, como hicisteis hace dos años con mi primera niña. Mi Amalita.
Pío y Leonor, quedaron presos del disgusto y de la rabia. Sacudiéndole un severo bofetón a Amadora, a la vez que le espetaban.
—Que has hecho insensata. ¡Desgraciada…! Nos vas a traer la condena a esta casa. Dijo con desprecio Leonor.
—Me prohibisteis salir, encontrarme con mis amigos, mi gente, mi novio. Creíais que vivimos en la edad media. Y yo me he encargado de hacer mi propia vida, acostándome con Daniel, todas las veces que me ha venido en gana. Y con él he mantenido sexo en mi propia cama, todas las noches sin que vosotros lo sepáis.
—Estás loca. Nos has traído la desgracia total. ¡Que vamos a decirle a la gente!, con lo joven que eres y nos traes una hija. Lloró Leonor enrabiada.
—No es verdad. — dijo Amadora. — Os he traído dos. Una me la habéis robado.
 
 


 
Volvió a la realidad, cuando el bus de ALSA entraba por la Avenida y se detenía frente a la cafetería de Campoamor.
El sábado 7 de agosto del año 2010, hacia un sol expectante, y desde la ladera del río Sella se daba la salida al descenso.
Tras la prueba y todo el festival de alegrías, de sidra y demás, se encontraron Amalita y Pablo, en el Rincón del Castañu, tomando unos pulpos y unos culines de sidra.
Amalia era ya una mujer casada con dos hijos adultos, y se presentó en el rincón con su esposo, para conocer al hermano del que tanto hablaba, cuando venía a cuento.
 
— Que ilusión verte hermano querido, después de más de veinte años. — dijo Amalita, apretando las manos de Pablo, el que se figuró que no sabía aún su verdadera historia.
Pablo le preguntó a Amalita, con mucho respeto después de escucharla y que le brotaran dos lágrimas en los ojos.
— No leíste la carta que te dejé a tu nombre, cuando me despedí de vosotros.
 
— No pude. Fue imposible. Papá me la quitó y la rompió con mucha rabia. Me dijo que eras un payaso, que te marchabas y nos dejabas a todos sin más. Después como no supe donde escribirte, fue pasando el tiempo y ya casi os tenemos olvidados a ti y a Amadora, que jamás dio señales de vida.



autor: Emilio Moreno
fecha: once del diez
 de dos mil veinticuatro