viernes, 11 de octubre de 2024

Turbio descenso del río.

 


Pablo Bronce, después de transcurrir veinte años, sacó un billete del bus en la compañía ALSA, para viajar a Gijón y desde allí a Arriondas, población que le vio nacer y volver a disfrutar del descenso de aquel año 2010, el que ya hacía dos decenas, no disfrutaba. Además de abrazar a sus hermanos y a la familia. La que no veía desde que migró sin apenas despedirse de ellos.

Tenía ganas de volver a husmear temporalmente su tierra, tomarse unos tragos de sidra, pasear por la plaza de la Llera, y rememorar. Sobre todo recordar, sin rencor lo sucedido. Sus padres ya faltaban, hacía un tiempo y quizás era buen momento, para aclarar si podía algunos aspectos y secretos, que con seguridad, no habían visto la luz.
No tenia noticias de ninguno de ellos, con lo cual, se enfrentaba a lo desconocido. A no ser debidamente atendido, por la forma en que se marchó y por la falta de interés en los que dejaba atrás. Aquel hombre recordaba la de sin sabores que había tenido que sufrir en su infancia y principio de su juventud, y sin dudarlo le daba miedo, volver a los orígenes, por si se volvían a reproducir aquellas vivencias irresolubles.
Recordaba muy bien a la que en principio querían hacer pasar por hermana suya, cuando en realidad era sobrina. La hija de Amadora su hermana mayor. Con la que únicamente tenía trato.
Después de encontrarse con ella, habiendo migrado ambos, en tiempos diferentes. Por esas casualidades que parece que el destino pone en el camino, coincidieron sin esperarlo. Al tropezar en un bazar de Hospitalet, el que regentaba desde hacia muchos años. Habiendo rehecho su vida y reencontrándose con casi la dicha, y la felicidad, que halló, al huir de su zona de confort, con su hija Deseada. Muy parecido a lo que Pablo experimentó. En cuanto salieron del influjo de aquella familia.
 
Pablo, saciado de aquella vida desapareció. Empachado de aguantar en aquella estirpe los celos que existían inculcados por sus padres. Al no infundir la confianza, y el amor entre ninguno de sus hijos. De hecho migró del pueblo, cuando todos sus hermanos estaban en una edad de apañarse con garantías. No quiso dejarlos a la aventura, ni solos, ni tan siquiera al amparo de los viejos. Desde siempre notó rarezas en sus padres, que con el tiempo se transformaron en desconfianzas.
Cuando todos sus hermanos eran mayorcitos, y asegurándose, que a partir de ahí, pocas cosas les podían faltar. Desapareció el día de los Reyes Magos de 1970, para iniciar su camino y ahora si la Providencia lo permitía los volvería a ver, en el descenso del Sella de 1990.
No tardó en reiniciar sus pensamientos al inicio del viaje en el bus de ALSA. El que lo iba acercando a su pueblo y volvió a entrar en los recuerdos y en aquellos sucesos que ocurrieron. Se alejó sin remordimientos, de Leonor y Pío, personas que los engendraron a todos ellos, sin el menor cuidado, con poco amor y menos rigor a la hora de alimentarlos.
Lo iba pensando en voz alta, mientras llevaba más de dos horas en el bus camino de Asturias.
 —Vengan hijos como mercancía, que como padres con poco esfuerzo, encontraremos el beneficio al cabo de la inversión, y en cuanto podamos sacarles provecho, habremos concluido el sacrificio. Palabras que un día le escuchó decir a Pío, su padre.
Tras esa premonición en voz alta, volvía a la realidad. Dudando a veces de aquellas palabras, por ser duras y muy hirientes, pero en su caso, había sufrido desilusiones enormes, que no podía olvidar.


Siempre con aquella máxima, que el respeto a los padres no hay que perderlo. Volviéndose a precipitar en su intelecto, dolorosos recuerdos que le desconcertaban y frases que había escuchado de jovencito.
 — Así que a cumplir y a callar, porque estáis aquí gracias a nosotros. Recuerdos escuchados, bajo el tono de la amenaza, que ejercieron sus educadores con profundo convencimiento.
Cumplida aquella meta, Pablo, anduvo buscando trabajo que no tuviera nada que ver con esfuerzos en yacimientos de carbón, ni con vacas, queso, ni con el pastoreo. Labores de su zona a las que había dedicado la mayor parte de su tiempo laboral
Buscaba una vida diferente. Ser persona facultada. Con pretensiones dignas y equilibradas, escudriñando el fin que desde chiquitín ansiaba y no encontró.
Todo aquello, sabía que cerca de sus padres no lo conseguiría de buen grado, y aún menos estando junto a sus hermanos. Que tampoco ponían apenas de su parte.
La sensibilidad de Pablo, no tenía parangón con la de su gente. Necesitaba notarse vivo, que lo quisieran, y el poder granjear la inmensidad de su fortuna, que era la dedicación a los demás. Imaginando hallaría en algún momento, y en algún lugar.
Tanto los padres como lo fueron los abuelos, eran personas distantes, muy poco cariñosas y despegadas. Sin ambición por quererse ellos mismos. Los que jamás hicieron el intento de gastar esfuerzos ni ganas en dar preparación a sus hijos.
Semejantes a los ancestros, nuestros primates, criando estirpe después de fornicar por las noches ebrios y enloquecidos. Atendiéndoles en su crianza, al margen del cariño, del apego y de la complicidad.
Su transcendencia formativa, y la de sus hermanos, tan solo recibió la justa educación escolar al ser gratuita, sin que ellos generaran facilidades para que supieran defenderse.
 

Recordaba, que en aquel tiempo, antes de partir sin despedirse, le escribió una nota a cada uno de los allegados, comenzando por Ramón, Servando, Maruja, Silvana, y Amalita. Cinco de los seis hermanos. De Amadora, no pudo despedirse, porque un día, dentro de su razón y juicio desapareció sin dejar huellas.
La nota servía para el adiós, con todo su cariño. Explicando los motivos por los cuales dejaba Arriondas y se disponía a buscar fortuna. De momento a un lugar desconocido. Les deseaba lo mejor, y pensó sin expresarlo, que podría ser la última relación que tuviera con ellos. Después salió escopeteado con lo justo para el bus hasta Madrid.
Todas las cartas llevaban el mismo contenido excepto la nota de Amalia, que todos creían era la hermana pequeña, por designación paterna.
Aquella niña desinformada que en silencio, siempre había querido, y cuidado, por ser la menor de todos ellos y por el modo en que llegó a la familia.
Detalles que tan solo conocía él.  Y que cuando sucedió, nadie le dio explicaciones, como si fuera un animal que no fuera capaz de concebirlo. No supo entenderlo, por tener en aquella época tan solo diez años, pero que en el transcurso del tiempo fue atando cabos y llegó a dar con la autenticidad, de aquella verdad.
Cuando se interesaba por Amadora su hermana mayor, madre, le decía que no tenían noticias de ella, y que había dejado de ser de la familia.
 
El bus se detuvo para hacer un alto programado en el trayecto, y en la reanudación del viaje, volvió a tomar el hilo que llevaba antes de la pausa en el itinerario. Recordando ya sin acritud, lo amargo de lo acaecido, y volvió al pasado…
Hacía un año entonces, justo entonces, que Amadora, se vio obligada a abandonar Arriondas, por decisión paterna.
Mientras gestaba lo que llevaba en sus entrañas, hasta que pariera. Para volver de nuevo a casa y ya verían cual era la excusa que pondrían a vecinos y demás. Las dos estuvieron nueve meses viviendo en Cistierna. Una población leonesa, apartadas del ruido, sin hacer llegar noticias al pueblo, ni ponerse en contacto con los suyos. Todo estaba bajo un manto de secreto. Y cuando los hermanos preguntábamos por mamá, nos decían que estaba en un lugar donde el aire era confortable y así se curaría.
Cuando regresaron simularon que Leonor, nuestra madre había parido a otra niña. Que su papá era el de todos nosotros, y le pusieron por nombre Amalita, y por apellidos los nuestros. Dejando al margen a la verdadera madre. La joven Amadora, nuestra hermana, que la había preñado su novio Daniel. El mozalbete que iba con ella desde niños. Quedando oculto para el pueblo y gran parte de la propia familia.
Desdeñando aquellos padres a su hija mayor, y quitándole a la hija que acababa de dar a luz. Por el miedo de enfrentarse a la verdad, poner las cosas claras y dejar que la vida se desarrolle como les llegaba. Evitando así los comentarios maliciosos de la familia, y el qué dirán en el pueblo. Estrechando y confiscando la libertad de su hija mayor, para que no tuviera contacto con su novio, y saltara la noticia al mundo.
Se hicieron cargo de su primera nieta, como si fuera hija de ellos. Dejando a la madre verdadera al margen, pudriéndose en sus lágrimas y deseos.
Amadora dejó pasar los meses, engañando como lo sabía hacer, posiblemente lo habría aprendido en Cistierna, al ver los tanteos y manejos que hacía nuestra madre, para engañar a los bienaventurados.
 
La noche del viernes 3 de agosto de 1990, día antes del descenso del Sella, imperaba el buen tiempo en Asturias, y la apertura del asueto, con la llegada del calor. Se presentaban momentos dolientes para aquella gente. Imponderables que nadie esperaba, hasta que la bomba explotó.
Sobre la mesa de la gran cocina una mujer jovencísima y descarada, aparcó de mala manera, un capazo de esparto. Del cual salían los lloros de una desconocida infeliz que gemía. Víctima del hambre y de los sudores de la desesperación. Exigiendo con gestos de recién nacida, que la alimentaran y la cambiaran. Con sus escasos tres días de vida. Que parió Amadora sola, con la ayuda de su novio en el río Sella. Fruto del deseo y la práctica del sexo con su Daniel, liberándose de la esclavitud a la que la obligaban sus padres que la tenían retenida como si se tratase de una delincuente.
Señalando al cesto y retrayendo a sus padres con desprecio y vulgaridad. Clavándoles una puya para ofenderlos.
—Esta es mi segunda hija, se llamará Deseada, es mía y de Daniel, la que hemos engendrado con todo nuestro deseo. A espaldas vuestras, para que no podáis robármela, como hicisteis hace dos años con mi primera niña. Mi Amalita.
Pío y Leonor, quedaron presos del disgusto y de la rabia. Sacudiéndole un severo bofetón a Amadora, a la vez que le espetaban.
—Que has hecho insensata. ¡Desgraciada…! Nos vas a traer la condena a esta casa. Dijo con desprecio Leonor.
—Me prohibisteis salir, encontrarme con mis amigos, mi gente, mi novio. Creíais que vivimos en la edad media. Y yo me he encargado de hacer mi propia vida, acostándome con Daniel, todas las veces que me ha venido en gana. Y con él he mantenido sexo en mi propia cama, todas las noches sin que vosotros lo sepáis.
—Estás loca. Nos has traído la desgracia total. ¡Que vamos a decirle a la gente!, con lo joven que eres y nos traes una hija. Lloró Leonor enrabiada.
—No es verdad. — dijo Amadora. — Os he traído dos. Una me la habéis robado.
 
 


 
Volvió a la realidad, cuando el bus de ALSA entraba por la Avenida y se detenía frente a la cafetería de Campoamor.
El sábado 7 de agosto del año 2010, hacia un sol expectante, y desde la ladera del río Sella se daba la salida al descenso.
Tras la prueba y todo el festival de alegrías, de sidra y demás, se encontraron Amalita y Pablo, en el Rincón del Castañu, tomando unos pulpos y unos culines de sidra.
Amalia era ya una mujer casada con dos hijos adultos, y se presentó en el rincón con su esposo, para conocer al hermano del que tanto hablaba, cuando venía a cuento.
 
— Que ilusión verte hermano querido, después de más de veinte años. — dijo Amalita, apretando las manos de Pablo, el que se figuró que no sabía aún su verdadera historia.
Pablo le preguntó a Amalita, con mucho respeto después de escucharla y que le brotaran dos lágrimas en los ojos.
— No leíste la carta que te dejé a tu nombre, cuando me despedí de vosotros.
 
— No pude. Fue imposible. Papá me la quitó y la rompió con mucha rabia. Me dijo que eras un payaso, que te marchabas y nos dejabas a todos sin más. Después como no supe donde escribirte, fue pasando el tiempo y ya casi os tenemos olvidados a ti y a Amadora, que jamás dio señales de vida.



autor: Emilio Moreno
fecha: once del diez
 de dos mil veinticuatro

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