Había una
cierta confianza entre Robin Wells, su hijo, y Amanda Dániels, una joven amiga,
que conoció en la primavera de los ochenta y cinco. Por relacionarse y
pertenecer a la peña de toda la vida, y a la colla, de edades comprendida entre
los dieciséis y los casi veinte añitos, que todos los veranos agregaba algún
joven más al núcleo del grupeto.
Dentro de
todas las jóvenes de la panda, llegó una nueva muchacha, que todos aceptaron de
buen grado. Quizás, era algo diferente, porque sobresalía, no por su
inteligencia, ni belleza. Todo lo contrario, llamaba la atención por el timbre
de voz que imponía en cada una de sus disonancias. Además de ser y demostrarlo
enseguida, suspicaz, escamada y muy celosa. Por lo cual sus compañeros sabían
de buena tinta, que debían ir con ojo avizor y poner un poco de distancia para
no verse comprometidos en ninguno de los enredos que podía establecer.
Una
adolescente no habituada a la amabilidad, al respeto ajeno y sobre todo a la
ausencia de instrucción y medidas. Cualidades que tampoco le impedía relación
con aquella peña en la que de todo abundaba. Y tan solo se reunían en verano,
dadas las fechas vacacionales de la familia, y el reencuentro anual
característico.
Aquel agosto
transcurría muy divertido, con todo lo que trae de sí, el tiempo estable, las
tardes largas y las noches de estrellas, mientras, aquella cuadrilla disfrutaba
de la música de Ricky Mártin, que tuvo como no, una velada de marcha y encanto
en aquella localidad.
Las fiestas
patronales prometían de lo lindo, dejando a la libertad al buen rollo y la
confianza que hicieran lo propio. Las niñas de la peña, se acicalaban para
gustar y ellos pues no les tenían que apretar, para descorchar su alegría y
sensualidad. Bailaban entre ellos y se gastaban bromas comprensibles y banales
a veces. Otras, las manos iban a parar donde las mozas lo permitían, que no era
óbice para que se quedaran mancos, y por no faltar a lo recíproco, ellas no eran
tullidas al apretar muy arriba o más abajo. Todos conocían que aquello se
acababa a final de mes, y quizás con suerte, salud y talante se reemprendía al
año siguiente. Habían pasado una semana de fiestas completamente perfecta, y
todos aquellos mozos y mozas se encontraban en perfecto estado de alegría, como
para seguir algunos días más. Aunque aquello llegó a su fin irremediable.
Cada cual
volvió a su lugar de origen y comenzaron las clases en los institutos, para
algunos pocos, y la ocupación laboral, para los menos afortunados, que debían
ganarse desde ya; el pan, acabadas las preceptivas holganzas laborales.
Habían
pasado cinco semanas de todo aquello y una mañana de viernes, la señorita
Dániels apareció por casa de Robin, sin aviso previo. Pulsando el timbre de la
casa y presentándose como la que llega y a la que esperan. Saludando en la
mismísima puerta a los padres de Robin, que ya la conocían por haber departido
durante aquel verano, algún momento con ella.
—Hola, ya me conocéis soy Amanda, ¿Está
vuestro hijo en casa? — preguntó mirando hacia el interior de la vivienda. La
madre fue la que respondió sin menoscabo.
—Pues mira
no está en casa desde hace días, y pensó en qué fecha se fue, y sin precisar
respondió.
— No lo sé
ahora muy bien, pero igual hace cinco o seis días. Salió de viaje por cuenta de
la empresa y volverá el martes. Con lo que tendrás que volver y verle en otra
ocasión.
—¡No! …nada de eso. — comunicó Amanda, con mucha
jeta.
— Fue Robin
vuestro hijo, él que me dijo que si pasaba por aquí, que me acercara a verle y
eso he hecho. No he pasado por casualidad, pero me apetecía. He venido de
exprofeso y ahora no voy a volver a Madrid sin más. Que pensarían mis padres
verme retornar tan pronto. Anunció, como si aquel viaje lo hacía con anuencia
de sus papás.
— He venido
por verle y a pasar con vosotros unos días, para conoceros mejor y que vosotros
tengáis contacto conmigo.
La madre de
Robin se quedó de piedra, al oír aquella revelación y quiso preguntarle para
certificar lo escuchado.
— Tus
padres saben que te has presentado sin anunciarte aquí, sin más. Porque no me
lo puedo creer. Adujo la mamá del muchacho, mientras el padre salía al
encuentro y comenzaba a enterarse de la visita de la nena.
— Es que me
pones por embustera. Solo he dicho, lo que pensarían ellos. Cuando se enteraran
del tema. Al comentárselo yo en su momento. Ahora mismo no saben que he venido
a veros, pero os doy permiso para que los llaméis y le digáis que he llegado en
el AVE, muy requetebién. Después de la
disertación pidió con un gesto que se apartaran del acceso para entrar. — Me
dejáis pasar por favor.
Se hicieron
a un lado y dejaron entrar a la fantástica señorita Dániels, mientras Dorothy
llamaba a la casa de la monina. No tardó en marcar el teléfono y conoció a
Martha que se ponía al aparato. — Dígame, quien es.
—Hola
buenos días, Martha soy Dorothy Wells, la mamá de Robin. Que tal estáis.
— Pues ya
lo ves, chica, currando como podemos sin mucho que contar, y vosotros que
explicáis.
— Decirte
que Amanda, se ha presentado en casa, con una maleta para pasar unos días aquí,
sin previo aviso, y con el agravante que Robin está de viaje de trabajo y hasta
el martes no vendrá. Tú sabias alguna cosa de esta ¿repentina aparición?
— No sabía nada, pero ya conoces como es
Amanda, es un terremoto. Lo aconsejado es que le deis cobijo hasta que llegue
tu hijo y después la volvéis a mandar aquí.
No podemos
con ella, es una tozuda y es imposible luchar con ella. Se le mete algo en la
cabeza y para convencerla, es una odisea.
—Dime
Martha, sabes algo sobre la relación de ellos. Es que tienen vislumbre entre
los dos, o se gustan. interrogó Dorothy a Martha.
—Creo que
no, pero no me hagas caso. No lo sé. Adujo Martha sin conocimiento del hecho.
— Te lo
pregunto porque no me ha dicho nada mi Robin, y he quedado de piedra, al verla
en la puerta, exigiendo pasar.
— Que yo
sepa— dijo Martha—, ella no me ha dicho ni por ahí te pudras, pero lo mismo le
ha dado un ramalazo y quiere camelarlo. No lo sé, es mi hija, pero no la
conozco nada.
Le
ofrecieron amparo y la mamá del muchacho, lo localizó por teléfono y le explicó
lo que sucedía. Robin, no se hacía el cargo, que hubiese tenido tanta cara la
muchacha, porque a él no le gustaba en lo más mínimo.
Ni tan
siquiera se acercó a ella, durante las fiestas, dándole esquinazo y
demostrándole fehaciente, que a él le gustaba y mucho, Georgina. La muchacha
rumana rubia de la trenza larga. La que le devolvía los gustos, con sus
arrumacos y sus intimidades.
Detalles
que Amanda, observó y quiso romper por sus celos viscerales. Intentando abortar
de plano esa relación, con sus estratagemas.
Robin no
adelantó el viaje de retorno hasta el martes que tenía previsto. Dejando a sus
padres se comieran el plato de un arroz crudo, pasado y desaborido.
Amanda se
acomodó en la suite de invitados y comía con los padres de Robin y les hacía
unas gracias que ninguno de los dos admitía. Aquel fin de semana, fue el más
largo de sus días, sin el hijo y aguantando a una fresca, que pretendía
hacérselas pasar por graciosa y entendida, y era de lo peor que unos padres
desean para un hijo.
Mientras llegaba
Robin de viaje, desde la otra punta del país, a casa el padre fue a la estación
de tren, a sabienda y en acuerdo con Robin para sacar los billetes de retorno a
Madrid, para el miércoles de aquella semana que debía entrar.
De ese modo
y aprovechando las sinergias, el nene se marchaba en el mismo tren que Amanda,
a ella la dejaba en la capital y él continuaba su viaje hacia su destino
laboral.
Con los
nervios y las prisas el papá de Robin expidió aquellos billetes con tan mala suerte,
que en lugar de dar la fecha del miércoles acordado, dio la de otro miércoles pero
fue el del mes próximo, y se vino para su domicilio sin precisar en que la
fecha de partida era incorrecta.
Llegado el
instante de la marcha, su vieron al tren los dos jóvenes y de pronto Robin se
apeó del vagón y le dijo a su padre, que una señora quería sentarse en sus lugares.
Después de mucho querer entender lo que pasaba miraron los boletos y se
percataron que aquellos pasajes estaban fechados un mes más tarde.
Autor: Emilio Moreno
fecha: 16 de octubre 2024
antes de entrar en quirófano.
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