miércoles, 16 de octubre de 2024

El desenfreno de Amanda Dániels

 













Había una cierta confianza entre Robin Wells, su hijo, y Amanda Dániels, una joven amiga, que conoció en la primavera de los ochenta y cinco. Por relacionarse y pertenecer a la peña de toda la vida, y a la colla, de edades comprendida entre los dieciséis y los casi veinte añitos, que todos los veranos agregaba algún joven más al núcleo del grupeto.  

Dentro de todas las jóvenes de la panda, llegó una nueva muchacha, que todos aceptaron de buen grado. Quizás, era algo diferente, porque sobresalía, no por su inteligencia, ni belleza. Todo lo contrario, llamaba la atención por el timbre de voz que imponía en cada una de sus disonancias. Además de ser y demostrarlo enseguida, suspicaz, escamada y muy celosa. Por lo cual sus compañeros sabían de buena tinta, que debían ir con ojo avizor y poner un poco de distancia para no verse comprometidos en ninguno de los enredos que podía establecer.

Una adolescente no habituada a la amabilidad, al respeto ajeno y sobre todo a la ausencia de instrucción y medidas. Cualidades que tampoco le impedía relación con aquella peña en la que de todo abundaba. Y tan solo se reunían en verano, dadas las fechas vacacionales de la familia, y el reencuentro anual característico.

Aquel agosto transcurría muy divertido, con todo lo que trae de sí, el tiempo estable, las tardes largas y las noches de estrellas, mientras, aquella cuadrilla disfrutaba de la música de Ricky Mártin, que tuvo como no, una velada de marcha y encanto en aquella localidad.

Las fiestas patronales prometían de lo lindo, dejando a la libertad al buen rollo y la confianza que hicieran lo propio. Las niñas de la peña, se acicalaban para gustar y ellos pues no les tenían que apretar, para descorchar su alegría y sensualidad. Bailaban entre ellos y se gastaban bromas comprensibles y banales a veces. Otras, las manos iban a parar donde las mozas lo permitían, que no era óbice para que se quedaran mancos, y por no faltar a lo recíproco, ellas no eran tullidas al apretar muy arriba o más abajo. Todos conocían que aquello se acababa a final de mes, y quizás con suerte, salud y talante se reemprendía al año siguiente. Habían pasado una semana de fiestas completamente perfecta, y todos aquellos mozos y mozas se encontraban en perfecto estado de alegría, como para seguir algunos días más. Aunque aquello llegó a su fin irremediable.

Cada cual volvió a su lugar de origen y comenzaron las clases en los institutos, para algunos pocos, y la ocupación laboral, para los menos afortunados, que debían ganarse desde ya; el pan, acabadas las preceptivas holganzas laborales.

Habían pasado cinco semanas de todo aquello y una mañana de viernes, la señorita Dániels apareció por casa de Robin, sin aviso previo. Pulsando el timbre de la casa y presentándose como la que llega y a la que esperan. Saludando en la mismísima puerta a los padres de Robin, que ya la conocían por haber departido durante aquel verano, algún momento con ella.

 —Hola, ya me conocéis soy Amanda, ¿Está vuestro hijo en casa? — preguntó mirando hacia el interior de la vivienda. La madre fue la que respondió sin menoscabo.

—Pues mira no está en casa desde hace días, y pensó en qué fecha se fue, y sin precisar respondió.

— No lo sé ahora muy bien, pero igual hace cinco o seis días. Salió de viaje por cuenta de la empresa y volverá el martes. Con lo que tendrás que volver y verle en otra ocasión.

—¡No!  …nada de eso. — comunicó Amanda, con mucha jeta.

— Fue Robin vuestro hijo, él que me dijo que si pasaba por aquí, que me acercara a verle y eso he hecho. No he pasado por casualidad, pero me apetecía. He venido de exprofeso y ahora no voy a volver a Madrid sin más. Que pensarían mis padres verme retornar tan pronto. Anunció, como si aquel viaje lo hacía con anuencia de sus papás.

— He venido por verle y a pasar con vosotros unos días, para conoceros mejor y que vosotros tengáis contacto conmigo.

La madre de Robin se quedó de piedra, al oír aquella revelación y quiso preguntarle para certificar lo escuchado.

— Tus padres saben que te has presentado sin anunciarte aquí, sin más. Porque no me lo puedo creer. Adujo la mamá del muchacho, mientras el padre salía al encuentro y comenzaba a enterarse de la visita de la nena.

— Es que me pones por embustera. Solo he dicho, lo que pensarían ellos. Cuando se enteraran del tema. Al comentárselo yo en su momento. Ahora mismo no saben que he venido a veros, pero os doy permiso para que los llaméis y le digáis que he llegado en el AVE, muy requetebién.  Después de la disertación pidió con un gesto que se apartaran del acceso para entrar. — Me dejáis pasar por favor.

Se hicieron a un lado y dejaron entrar a la fantástica señorita Dániels, mientras Dorothy llamaba a la casa de la monina. No tardó en marcar el teléfono y conoció a Martha que se ponía al aparato. — Dígame, quien es.

—Hola buenos días, Martha soy Dorothy Wells, la mamá de Robin. Que tal estáis.

— Pues ya lo ves, chica, currando como podemos sin mucho que contar, y vosotros que explicáis.

— Decirte que Amanda, se ha presentado en casa, con una maleta para pasar unos días aquí, sin previo aviso, y con el agravante que Robin está de viaje de trabajo y hasta el martes no vendrá. Tú sabias alguna cosa de esta ¿repentina aparición?

 — No sabía nada, pero ya conoces como es Amanda, es un terremoto. Lo aconsejado es que le deis cobijo hasta que llegue tu hijo y después la volvéis a mandar aquí.

No podemos con ella, es una tozuda y es imposible luchar con ella. Se le mete algo en la cabeza y para convencerla, es una odisea.

—Dime Martha, sabes algo sobre la relación de ellos. Es que tienen vislumbre entre los dos, o se gustan. interrogó Dorothy a Martha.

—Creo que no, pero no me hagas caso. No lo sé. Adujo Martha sin conocimiento del hecho.

— Te lo pregunto porque no me ha dicho nada mi Robin, y he quedado de piedra, al verla en la puerta, exigiendo pasar.

— Que yo sepa— dijo Martha—, ella no me ha dicho ni por ahí te pudras, pero lo mismo le ha dado un ramalazo y quiere camelarlo. No lo sé, es mi hija, pero no la conozco nada.

 

Le ofrecieron amparo y la mamá del muchacho, lo localizó por teléfono y le explicó lo que sucedía. Robin, no se hacía el cargo, que hubiese tenido tanta cara la muchacha, porque a él no le gustaba en lo más mínimo.

Ni tan siquiera se acercó a ella, durante las fiestas, dándole esquinazo y demostrándole fehaciente, que a él le gustaba y mucho, Georgina. La muchacha rumana rubia de la trenza larga. La que le devolvía los gustos, con sus arrumacos y sus intimidades.

Detalles que Amanda, observó y quiso romper por sus celos viscerales. Intentando abortar de plano esa relación, con sus estratagemas.

 

Robin no adelantó el viaje de retorno hasta el martes que tenía previsto. Dejando a sus padres se comieran el plato de un arroz crudo, pasado y desaborido.

Amanda se acomodó en la suite de invitados y comía con los padres de Robin y les hacía unas gracias que ninguno de los dos admitía. Aquel fin de semana, fue el más largo de sus días, sin el hijo y aguantando a una fresca, que pretendía hacérselas pasar por graciosa y entendida, y era de lo peor que unos padres desean para un hijo.

Mientras llegaba Robin de viaje, desde la otra punta del país, a casa el padre fue a la estación de tren, a sabienda y en acuerdo con Robin para sacar los billetes de retorno a Madrid, para el miércoles de aquella semana que debía entrar.

De ese modo y aprovechando las sinergias, el nene se marchaba en el mismo tren que Amanda, a ella la dejaba en la capital y él continuaba su viaje hacia su destino laboral.

Con los nervios y las prisas el papá de Robin expidió aquellos billetes con tan mala suerte, que en lugar de dar la fecha del miércoles acordado, dio la de otro miércoles pero fue el del mes próximo, y se vino para su domicilio sin precisar en que la fecha de partida era incorrecta.

Llegado el instante de la marcha, su vieron al tren los dos jóvenes y de pronto Robin se apeó del vagón y le dijo a su padre, que una señora quería sentarse en sus lugares. Después de mucho querer entender lo que pasaba miraron los boletos y se percataron que aquellos pasajes estaban fechados un mes más tarde.





Autor: Emilio Moreno
fecha: 16 de octubre 2024
antes de entrar en quirófano.
 

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