—Le decía Dolorcitas a Matilde, mientras iban caminando calle abajo, a visitarles y conocer la nueva vivienda.
—Dice que se han comprado un super apartamento en esta zona. Anunció Matilde mirándose con cara de dudas a Dolorcitas, que sonreía con disimulo.
Se mostraban como gente poco comunicativa, con amigos y conocidos. Ellos querían entender y enterarse de las miserias de los demás. Sin embargo, abrir la boca para contar sus penalidades, ni en broma. De ahí que los amigos les comenzaran a tener en cuenta y analizar.
Contaban con un par o tres de aspectos que invalidaban lo que pretendían demostrar. Libraban una guerra, por exponerles a los amigos, que ellos estaban estupendos de la vida. Aunque todos conocían que si mirabas dentro de su nevera, tenían siempre medio limón y una botella de agua fresca del grifo.
Pretendiendo demostrar que ellos, ¡Sí! Sabían comprar. Amoldándose a cierta iliquidez y jamás tirar nada a la basura.
A obtener tan solo aquello que iban a consumir en el día, sin tener previsión de acopiar por si acaso venía una huelga, o una falta de suministro de viandas. ¡Dios proveería!
Sin embargo, reparaban esa escasez, de forma efectiva. En cuanto tenían oportunidad, como cualquier tragaldabas. Remediándolo en cuanto eran invitados a la casa de familia, de amigos o conocidos. Comer como si no hubiera un mañana, igual que los hambrientos de la guerra del arroz.
Cuando visitaban a los colegas o amigos del grupo. Al emprender cualquier excursión y almorzar todos juntos en restaurantes, o hacían un viaje con opción de bufete libre, verdaderamente se ponían las botas. Era algo exagerado verlos merendar, o cenar.
La de viajes que daban a los pasillos de los refectorios, llenándose las bandejas, sobre todo de aquello que ellos degustaban o saboreaban menos. Gambas, embutidos, carnes y pescados, y sin olvidar empanadas, hojaldres o pasteles de bollería fina.
Su medio limón y el botellín de agua sin gas del grifo.
¡Absolutamente nada más!
Fue Esperanza la mamá de todos ellos, finalizando casi el recorrido de todas las estancias, y al llegar al baño, pudieron observar, que seguían manteniendo las mismas costumbres de antaño. Sin intención de obsequiar a las amigas, con un café, o un refresco, adujo con toda su indelicadeza.
— No os invito, porque ya es muy tarde y no os quiero entretener. Llegando al final de la estancia y justo se detuvieron en los servicios, que sería el final de aquel paseo.
En el lavabo, amplio y lujoso, todo en su tono pastel, incluso muy bien colocadas las toallas, sobre todo una mullida de una fibra apasionante. Con el mejor bordado y calidad. —Mira que preciosa prenda. Comentó Dolorcitas al tocar la toalla. Sabiendo de buena tinta que ellos a la hora de secarse las manos. Las escurrían con trozos de viejas fundas o pañitos de algodón rancio y muy zurcidos.
— ¡Oye…!, no lo vamos a tener todo al retortero, y vengan extraños y se enjuguen las manos y nos dejen arrugadas y manchadas la toalla, con lo caras que me han costado.
La vista y los ojos críticos de aquellas mujeres, fueron a ponerse sobre la taza del wáter, y el amplio lavabo de manos, que lucían inertes. Aguantando sendos jarrones de alabastro, situados para recibir relieve de grandeza en el sitio. Donde normalmente los humanos, usan para hacer sus necesidades, sin precisar más. Tan solo para aliviarse el cuerpo.
— ¿Entonces cuando vais a evacuar o a lavaros las manos, retiráis el jarrón? Preguntó Dolorcitas.
— No… para nada. Procuramos entrar lo menos posible a este baño, si somos de casa. Suelo hacerles ir al patio y que se alivien allí. Les paso una toalla usada. Esta que ya está desdibujada y zurcida, para que puedan secarse, y así jamás estropeamos o ensuciamos las que penden del toallero. Respondió Esperanza.
Llegaron al punto final de la presentación y en aquel instante la dueña del palacio, recordó que faltaba por mostrar el garaje, en los sótanos de la vivienda. Donde esperaba un cochazo de último modelo aparcado.
— Como lo oyes, tenía ilusión de hacerle un buen regalo a su papá y se animó.
Dolorcitas preguntó como si no lo supiera.
— Es la tercera nena, ¿verdad?; porque vosotros tenéis cinco niños ¿No es así? Insistió Dolorcitas.
— Así es, es nuestra hada madrina. Esperanza, orgullosa, asintió con la cabeza y afirmó.
— Nos lo ha regalado Clarita nuestra hija.
Aquellas amigas con dos besillos se despidieron deseándoles mucha felicidad y suerte para disfrutar de la nueva casa y del cochazo.
— Os deseamos mucha suerte Esperanza, reparte besos en la familia y ya nos veremos.
Cuando retorcieron la esquina, fue Matilde la que comentó a su compañera Dolorcitas.
Autor: Emilio Moreno
Octubre, día nueve de 2024.
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