lunes, 30 de septiembre de 2024

Sinceridad a destiempo.











No se llevaban mal aquellos camaradas, pero tampoco se tenían una especial admiración entre ambos. Jamás habían discutido abiertamente por temas trascendentes, ni tan siquiera de los considerados leves. En muchas ocasiones, les faltó el canto de un duro para perder los papeles. Sin embargo, ese caso no se dio. El presumido Juan Frank y el ególatra Higinio, sabían que no coincidían, ni lo conseguirían en ningún tiempo. A no ser que uno de ellos, o quizás los dos, perdieran el norte y se quedaran a vivir en el limbo. Sin poder discernir de modo natural en opiniones, gustos y pareceres. Causados por enajenación, enfermedad, y fuerza mayor al no poder comprender puntos de vista comunes.
Solían verse casualmente, junto con sus familias en expediciones, en tertulias del distrito y en aquellas celebraciones que festejaba el círculo del club del barrio. Incluso en la iglesia de vez en cuando. Por lo que no se consideraban extraños, ni desconocidos. Tan solo les distanciaba aquella intuición desconsiderada aparente. Tolerándose sin penetrar en confianzas. Por aquel agravio percibido que se tenían, cuando se miraban, que no llegaba a ser despreciativo, pero se le acercaba. Eran individuos antagonistas, con sus conceptos inusuales muy dispares. Sin llegar a que fuera rechazo por no existir motivo, y que les distanciaba sin duda.
Saltaron los años y Juan Frank, entonces profesor de danza, llegó a negarle a Higinio, poder integrarse en el cuerpo de representación artística. Aduciendo, la saturación de virtuosos en el cuadro de escena. Con lo que deberían esperar si persistía su paciencia, a que hubiera plazas libres, para tomar lecciones en aquel círculo de actores aficionados, que les encantaba menearse encima de los escenarios. No fue motivo de enfado entre ellos, aunque seguían sin coincidir en lo cotidiano, ya que estaban destinados a la poca conversación y al desinterés mutuo entre ellos.
 
 
Las alternativas del destino se presentan de repente. En ocasiones hacen que las gentes, sin más dejen de verse y de frecuentar en aquellos lugares, que antes eran puntos de encuentro obligados. Con lo que habían pasado mas de cinco años, que no se veían.
Aquella tarde, tomando el sol y un helado en la terraza de la agrupación, tropezaron aquellas familias, sentados cada cual en una mesa. Las mujeres de ambos, Cristiana, esposa de Juan Frank y Miguela de Higinio, se saludaron en la distancia, levantando el brazo y sonriendo, como diciéndose por gestos y sin palabras, un hola sorpresivo. ¡Qué tal! Cuanto tiempo.
Ellos se miraron, y aquella contemplación instantánea por parte de Juan Frank, había mutado. No fue como lo era antaño. No era perniciosa y había perdido la pretensión de ser esencial. Estaba carente de jactancias acumuladas. Era como muy agradable, natural y reconfortante. Carente de antipatías, y de las distancias insalvables que en otro tiempo revelaban. Siendo educado le regresó un saludo, al reconocer su persona. La precisa sonrisa de Juan Frank, fue tan expresiva, que daba a entender, que le sorprendía, después de tanto tiempo de no verse, y declaraba de forma enmudecida, que recibía una especie de alegría contenida. Higinio se quedó perplejo por el detalle inesperado y el agrado de Juan Frank, y supo al instante, que había algo que se le escapaba.
Que no entendía. Habría sucedido algún detalle de peso, que modificaba la competencia y la aptitud de aquel que se congratulaba con tanto agrado y afecto. Sabiendo la acritud que siempre le había mostrado. Llegando a perturbarle aquella metamorfosis por inesperada. La algarabía no quedó ahí. De repente alborotado llegó a levantarse de su acomodo, yendo a la mesa donde estaba Miguela y su esposo a saludarlos.
Fue recíproca la cortesía de Higinio y Miguela, que recogieron congratulados, y compartieron aquella satisfacción de un modo educado. Agradeciendo el gesto, que hicieron extensivo hacia Cristiana. La esposa de Juan Frank, que con un atisbo afligido y un arrumaco penoso retornaba el agasajo.
 
Juan Frank, preguntó a Higinio, como si hiciera dos días que no lo veía y con la cercanía de haber compartido ilusiones y secretos entre ellos, hacía menos de media hora.
 
— Que haces aquí bandolero. Interrogó Juan Frank, y siguió argumentando.
 
— Es que te escondes de nosotros. ¿quizás temeroso por tu cobardía innata? Pues que sepas que no te librarás.
Ejerciendo acto seguido la intención de abrazar al sorprendido Higinio, que no daba crédito a lo que vivía en aquel instante y evitando como pudo bordearlo en sus brazos.
Se sentó junto al estupefacto conocido, y Cristiana, su esposa, viendo a lo lejos, que su marido se acomodaba con ellos, se levantó para acarrear a Juan Frank, a su lugar.
Al llegar a su altura, Miguela que se imaginó algo de lo que podía suceder, invitó a sentarse con ellos a la compungida Cristiana, que después de ver el panorama accedió.
Dejando que los dos conocidos siguieran departiendo. El camarero de la heladería, desde la puerta y conociendo a los clientes, les acercó la consumición a la mesa donde se reubicaron. Entonces fue cuando Cristiana le comentó disimulada a Miguela, lo ocurrido en los últimos tres años.
 
—Fue galopante, de la forma que lo invadió. No nos lo podíamos imaginar. Aun cuando lo pienso, no lo creo. El Alzheimer se apoderó de él en dos años, hasta dejarlo como le ves. Estoy rota, porque no me hago a la idea, y si me lo juran lo niego, porque no lo esperaba. Arguyó aquella mujer, que ahora, también era la esclava de Juan Frank.
Se secó los párpados y prosiguió con su perorata.
 
— Ahora ya casi no puedo con él; y fíjate lo que es esta enfermedad. Conoce más a los enemigos, vecinos, colegas y compañeros que tuvo menos trato, y que no aguantaba por su carácter agrio, que a la familia y a los que normalmente compartía su día a día.
Frenó sus palabras y su comentario, viendo que su marido, la miraba con agresividad.
 
—Que te pasa a ti. —le espetó a Cristiana. — Has de decir alguna cosa, o vas a callar. ¿Es que no conoces a este cabronazo?
— ¿No me digas, que no le conoces…? — le repitió a su mujer, mientas quedaban atónitos los presentes.
 
—Es el banquero de la Rural, el que me niega el pan y el agua. De pronto, a los pocos segundos aflojó su inquina, sonrió con desprecio a su esposa y volvió a la carga con Higinio, olvidando de buenas a primeras aquella bravura colérica.
Cristiana reanudó su conversación con Miguela y farfulló.
 
—No te cuento más. Son padecimientos. Perdona pero me sirve de desahogo y puedes creerme, porque no exagero en lo que digo. Sollozó fugaz Cristiana y respetó un silencio breve para proseguir.
 
— El cambio no fue repentino. Sin embargo sin darnos cuenta las crisis le iban ganando. Y llegó que de la noche a la mañana, se transformó en una persona sin pasado, sin memoria, sin recuerdos, y sin conciencia. Es brutal. Muy misterioso y con mucho dolor, por el olvido que ha manifestado conmigo y sus hijos. Apenas nos conoce y en momentos, los ímpetus le pueden y pasa de normal a frenético, en segundos.
La esposa de Higinio apesadumbrada, mostraba su disgusto y escuchaba las confesiones de Cristiana con atención, hasta que ambas se concentraron en la charla que mantenían los enfrascados caballeros. Expresando Juan Frank a su interlocutor. El que sin fiarse de él, estaba en guardia soportando, todos los insultos que tuviera en gana brindarle.
 
— Sé que no quieres darme el préstamo, que te pedí el lunes pasado, pero que sepas, que de negarlo fracasarás porque iré al director de la Rural, y contrataré la póliza de mi hipoteca con ellos, para que te quedes con dos palmos de narices y noten lo sinvergüenza que puedes llegar a ser.
Higinio no sabía que decirle, ni cómo salir de aquel trance, pero le siguió el coloquio, violento y de forma cálida para no alterar al quejumbroso Juan Frank, y conseguir aflojar la tensión.
 
— Mira no padezcas. —le dijo Higinio sin ser convincente. — Pasa mañana por las oficinas y entra directamente a mi despacho y sin más, prepararemos los documentos, para que te den la hipoteca y te compras lo que quieras. Quedó Higinio a la espera de respuesta, la que no tardó ni dos segundos.
 
— Lo que quieras no. Reprochó atacado. Quiero comprar el piso donde vives tú, y quedarme con tus cosas.
 
— Bueno, pues lo que tu digas. ¡Sin más! …No sufras, que te solucionaré la papeleta.
Quiso convencer al excitado, subrayando todas sus exigencias, e intentando convencerle y serenarle. Juan Frank de buenas a primeras, le abordó con mucha rabia a Higinio, apostillando un pensamiento, como si de pronto hubiera recordado aquella aversión que le tenía en tiempos pretéritos, y que jamás le confesó. Fue un ramalazo feroz de su retentiva que le abordó súbitamente.
 
—Mira, hace un tiempo conocía a un tipo que se parecía mucho a ti. Un prepotente, desgraciado que presumía de ser guapo, agradable e inteligente.
Se detuvo recordando fielmente, para matizar y concretar, extendiéndose y confesando una verdad que entonces no tuvo valor para decirle.
—No quiero mentir y no me quiero descentrar del tema, para que no pienses que estoy medio loco. —matizó cerrando los ojos y revelando.
— Pero es que el tipo, se parecía un montón a ti. Jamás le dije la rabia que le tenía, ni el desprecio que sentía por sus cosas. Lo veía chulo, fanfarrón y en ocasiones repugnante. Dándose pisto de sus cosas. Fíjate como sería, que yo por prudente, lo engañé sin que se diera cuenta.
Respiró profundamente y arrancó diciendo.
 
— Antes era empresario y profesor de baile, y me encargaba de todas las listas de los danzarines. Coordinador del cotarro, y el jefe de los que se meneaban a mi antojo.
Entonces todos me respetaban.
Fue apagándose a medida que se arrugaba en la silla y ya sin bramido finalizando con su fuelle dictó.
 
—Pues este tipejo que te decía, tuvo los santos gladiolos de venir a rogarme el ingreso para colarlo en el orden y brincar a los de la lista. Saltándome las normas, y dejando olvidados a los que esperaban turno, habiéndolo solicitado mucho antes que él.
Finalizó su argumento, sin olvidar aquel sentimiento que llevaba en su mente imborrable y concluyó con mucha educación.
 
—Lo mandé donde los pollos rebuscan los gusanos y los despojos. ¡A la mierda!
Era un imbécil redomado, y fíjate que se parecía a ti un montón. 




autor Emilio Moreno
30 de septiembre 2024.

  

sábado, 28 de septiembre de 2024

Música de trompeta.

 





La valía de aquella niña, que en la escuela arrancaba una risa bondadosa por el apellido que le tocó y acarició, tan armonioso y musical siempre la persiguió. Concedido, en su partida de nacimiento, por herencia paternal.
Sería sin duda, y en el futuro. La suerte de muchos inocentes que estarían defendidos, por su concurso. Era pura premonición y así sucedería.
En el momento que algunos inocentes, estuvieran con el agua al cuello, sin defensión y sin amparo por nadie. Ni tan siquiera auxiliados, por los favores celestiales del que dicen está en los cielos junto al Padre. ¡Allí estaría!
Por eso dicen muchos eruditos y filósofos, que “La suerte no existe”. La has de incitar y a veces ni así; te contesta, ni tropieza con el que la busca. Sabemos que ahí pulula, pero sin más.
Soledad, quiso llegar a ser de verdad lo que fue. Estaba dotada para ello, y con trabajo, estudio, dedicación y apoyo de los suyos pudo conseguir aquello que muchas mujeres, han logrado con los mismos esfuerzos, con que puso aquella mocita.
Tuvo una infancia como todas las demás. Disfrutando de las alegrías que le llegaron por su destino, aunque siempre estuvo orientada en querer ser una mujer de provecho. De las que nadie les regala nada, ni tienen esa estrella que dicen brilla día y noche y tropieza por casualidad en su camino.
Los profesores de Sole, alertaron a sus padres, para que no dejaran evaporar la valía de su hija, y estos viendo, que no era solo ilusión lo que oían de labios de sus maestros. Se pusieron en la guía educativa de la niña. Fue un relámpago en los estudios y pronto ingresó en culturas superiores que le llevaron a estas consecuencias. Pasaron los años, y la premonición comenzaba.
 
Así comenzó, con desenvoltura, Sole. A lucirse al poco tiempo de ingresar en el despacho de la Asamblea Comarcal del Ciudadano. María Soledad Trompeta Verdugo, segunda oficiala del negociado y nueva letrada suplente, en los conflictos pendientes de causas penales. Asistente de don Tarsicio Luján, en litigios, pleitos y apelaciones civiles. Derivados por condenas especiales, que todavía se consideraban trance. A la espera de resolución. Sin poder ir a los tribunales porque no se podían resolver sin la ayuda de un tercero neutral. Sole se ganó el aprecio del señor Luján, que era el principal abogado, notario y administrador del bufete.
El que con mesura iba confiando en manos de Soledad, temas de mucha trascendencia. Gracias a su ingenio y aptitud profesional. Dotes innatas en la materia y sin dudarlo en su intuición al mostrar su talento íntimo. Que los ostentaba y exhibía con descoco. Atributos suyos, inherentes que destacaban de sus compañeras, que a la vez, también estaban empleadas en la misma firma. Porque ella; quería que eso sucediera, y así lo disponía para que las miradas de clientes, empleados y jefes, la observaran con el rabillo del ojo en sus caminatas por los amplios corredores, pasillos, callejones y recovecos de aquellas dependencias administrativas. Intentando llamar la atención siempre.
Se inició aportando a las causas, practicidad y eficacia en el desempeño de la resolución efectiva. Colocando coherencia entre posibles diferencias que se daban entre los pica pleitos, agentes judiciales y procuradores. Dejando teorías obsoletas, para pasar directamente a soluciones inmediatas. Dando un dinamismo que parecía haberse extraviado en aquella correduría de licenciados, desde que el último decano del Congreso, había sido ascendido a ministro.
Pronto las envidias aparecieron en el seno de su entorno. Abogadas y licenciados, leguleyos que pertenecían a aquellas dependencias, comenzaron a ver y a no compartir en la forma que la abogada Trompeta, llevaba a cabo los plazos y decisiones que por supuesto, todas partían con el visto bueno de don Tarsicio. El que estaba encantado, con la forma de proceder de la última adquisición a la plantilla y que se había transformado en los pocos meses que laboraba con él, en su agenda, sus ojos y sus gustos.
Procurando celos aberrantes en otras compañeras que teniendo el mismo roce con el jefe, no compartían las mismas atenciones que le dispensaba a Clarín; que era el seudónimo que le habían otorgado, sus acólitos admiradores y compañeros. Confundiendo estos, lo que se ha de tratar como profesión y lo que se ha de separar, como vida privativa.
La abogada Trompeta, conocía que causaba aquella música, por haber tenido que soportar, sin partitura la misma canción. Cuando cursaba su último grado en la Complutense. A lo que imponía la ley de la relatividad. Dando importancia únicamente a su profesión y a la consecución de los éxitos que ella pretendía para escalar peldaños dentro del oficio de la Adjudicatura. Siendo aquel empleo dentro de la Asamblea del Ciudadano y con la ayuda de su jefe Tarsicio, lo que le permitirá situarse y cumplir uno de los deseos que ansiaba.
Chivatazos, vilipendios, bravuconadas y mentiras llegaban a diario dentro del buró del jefe de división, para dejar en mal lugar a la abogada. La que daba desde hacía un tiempo, impulso en aquel negocio tan delicado, como es el de la justicia y el orden. Soledad jamás se revelaba contra las incoherencias de los bravos y descastados compañeros. Aquellos que normalmente no cumplen con su labor específica y se dedican a la crítica del que vale, para ocultar su incompetencia.
Ella iba recolocando casos y soluciones dentro del negocio. Con la anuencia de don Tarsicio.
Pronto fue conocida en los juzgados, por sus intervenciones en defensa de acusados que ella defendía, con tal grado de éxito, que muchos fiscales varones no llegaban a comprender, como una licenciada tan guapa, inteligente y comprometida con la justicia, tenía tal grado de éxito y garantía en la defensa de sus clientes. Pudiendo ser más inteligente, efectiva y sagaz que muchos de aquellos, que disfrutaban de sus puestos, sus cargos, y sus reconocimientos gracias a enchufes, padrinos, y milagros.


autor: Emilio Moreno
Septiembre 2024, día 28

 




viernes, 27 de septiembre de 2024

Innecesario ambientador

 



Presumía Ernesto con su nueva novia y con su pisito en el ensanche. Ocultando la bárbara cuantía de la hipoteca en que se había metido, y a la vez complicando a su gente, por aquello del aval. Sin conocer que el futuro que se avecinaba no le iba a ser fructífero, con lo que arruinó a sus padres y algún que otro hermano.

Parecía haber nacido en el palacio de la marquesa de Bermejal. Por sus grandezas imperiales postizas y falsas, poco coherentes. Sin recordar que venía del arroyo. Que había nacido en el seno de una familia honrada, pero tristemente pobre. Con serias dificultades todos ellos, para llevarse un trozo de pan duro a la boca. No por vagancia, ni tampoco por ser gente perezosa. Todo lo contrario. Por la escasez del trabajo y los pocos medios de supervivencia, que se daba en la zona donde habían nacido. De donde tuvieron que emigrar, buscando precisamente esa ocupación que yéndoles bien, los llevaría al alimento diario. Pudiendo disfrutar por fin de aquella dentellada alimenticia, que tanta falta les hacía. Todos ellos, el tropel al completo, junto con vecinos y amigos de la misma zona. Migraron al norte, viendo que en su lugar de origen, no había ni habría jamás la posibilidad de levantar anclas.
Vivian en una caseta de los peones camineros. Sin luz ni agua corriente, que para defecar debían salir al campo y tras unos matojos aliviarse. Lo de bañarse en condiciones, no se acostumbraba. Una vez por semana iban los más audaces, a la acequia y se mojaban con las aguas mansas, sin darse jabón ni mucho menos. Los barbudos a falta de medios, se dejaban el pelambre en la cara y cuando podían pasaban por casa del esquilador y se apañaban las quijadas.
Habitaban hacinados en un reducto de cuatro metros cuadrados. Abuelos, padres e hijos. Garita levantada con la buena voluntad y unas docenas de mahones terreros. Situada en una de las calzadas secundarias, que enlazaban las dos regiones más meridionales de la topografía nacional. Rozando sin más, el sur de la olvidada tierra.
En la fiebre del sobre existir, montaron un éxodo sin vuelta atrás. Decidiendo migrar y llegar a empadronarse en una de las más importantes ciudades del mundo. Recalando en la metrópoli, como el que se compra unos zapatos nuevos y los va pagando a mesura que va pudiendo. Con los miedos normales de los que dejan lo conocido, para entrar en un mundo raro al principio, e inexplorado. Eran una caterva los que llegaron a la urbe y todos se emplearon en lo que pudieron. Sumando y dejando a su vez, cada sueldo, cada jornada, cada ingreso, cada ahorro. En las faldas de la abuela que era la que controlaba el caudal monetario, para cuando fuere menester y poseyeran en la faltriquera un acopio de billetes. Mirar de conseguir alquilar, una vivienda digna y confortable, y dejar las dos habitaciones que les había prestado su tía Lola, para que pudieran comenzar a desquitarse del hambre.
Tras mucho batallar, trabajar con denuedo, rogar sin medida hasta el punto de rebajarse a lo indecible, Ernesto el primogénito de los Medina, pudo colocarse en una empresa de automoción, en la que fabricaban radiadores de camiones de medio tonelaje. Accediendo al empleo, gracias al enchufe y amparo de don Paco Buendía. El señorito que tenía contratada a su tía Lola, con unos horarios extensos y pocas fiestas, y que además, era un digno hijo de su madre, por el trato que le daba a la buena de Dolores. El poco sueldo que le pagaba tarde y mal, y ser el mandamás de los delegados, en la firma de los calefactores de vehículos.
Aquella familia, incluido el presumido de Ernesto pronto se adecuaron a la “Dolche Vita”, sin tan siquiera prever ningún tipo de futuro.


Cambió de forma de pensar y actuar. Olvidando aquellos sacrificios que pasaban en familia para comer. Cada cual se buscó la vida como pudo y fueron sacando el cuello hasta quedar aquellos padecimientos olvidados en el pasado.
Nadie se acordaba de su pueblo, nadie recordaba el hambre, ninguno echaba en menos aquella garita a los pies de la carretera y menos del excusado que tenían al aire libre, donde no hacía falta el ambientador.
 
Discutía Ernesto, con frecuencia por inconveniencias, con su novia de toda la vida. Familia la de Mari Cruz, que también habían recalado con otra media docena más de estirpes y vecinos en la ciudad. Venidos todos del mismo lugar y radicando a su vez, en la localidad norteña.
Aquellas gentes, se emparentaban en cuanto nacían sus hijas, haciendo pactos entre vecinos o amigos y esas alianzas, quedaban en pie hasta que los convenidos contraían matrimonio. Se gustasen o no se pudieran soportar. Con lo que la niña Mari Cruz y el sabelotodo de Ernesto, estaban desde la cuna destinados a entenderse.
Mari Cruz, se había colocado en una fabriquilla de zapatillas de salto de cama, y ahorraba para cuando ella y su futuro decidieran que se casaban. Aunque ella le veía al novio una especie de cambio muy brusco, que le preocupaba. El canje se lo notaba desde que trabajaba en los talleres metalúrgicos.
 
Ella apostaba porque su vivienda, estuviera cerca de donde estaban ubicados la familia al completo, y a Ernesto, casi le parecía poco quedarse en aquella zona. Como dándose de más categoría, creyéndose fueran descendientes de los Bermejal.
Ese tema los llevó a bastantes complicaciones y llegaron incluso a discutir amargamente sobre la vivienda y el modo en como debían asociarse.  
Mari Cruz, después de la decepción que se llevó con el novio, por dilemas habidos incluyendo el anunciado desamor. Comenzó a repensarse si su pareja la quería o tenía otra chica donde refugiarse. Valorando la niñez y juventud pasada con su prometido y por esperarlo siempre.
Una tarde aquel Dandi, fue a buscar a su novia y le dejó caer, que ya no sentía por ella lo mismo de antes. Que había conocido a una muchacha en los talleres y estaban comenzando una historia de amor.
No tardó Mari Cruz en dejar la relación con aquel que le había hecho perder toda su adolescencia, esperándolo y pensando en él, para que ahora de buenas a primeras le saltara con semejante tesitura.
La engañada jovencita, comprendió que fue lo mejor que le podía pasar con semejante falsario, que la dejaba de la noche a la mañana, sin darle opción a luchar por su amor, el que creía sería para toda la vida. Pocas explicaciones y menos excusas. El “cojonazo” que se formó entre la familia fue de película de suspense. Sin embargo, el tiempo siguió su curso y todos creyeron que era lo mejor que les podía suceder, cuando el amor sucumbe.
Marí Cruz, se relacionó con Fernando Manrique, un compañero íntimo de Ernesto. Un muchacho que había bebido los vientos desde niños en secreto por ella, que no hizo nada por entorpecer su relación por ser la novia de una persona allegada a ellos.
Jamás se atrevió a decirle nada a Mari Cruz, pero ahora que notó que se distanciaron, el pretendiente enervado y al acecho, se acercó a la muchacha, y esta aceptó de buenas maneras el comenzar una historia y comprobar que les nacía aquella simiente que los llevara al matrimonio,
 
Después de los muchos comentarios en privado, de vecinos, conocidos y de la propia familia, nadie quiso inventar nada en relación con Mari Cruz y Ernesto y quedaron acalladas las voces. A las preguntas formuladas, ella respondía con la crudeza de la verdad.  
— Me abandonó con todo el ajuar preparado.
Decía la buena de Marí Cruz. Por un capricho suyo, el que me abrió los ojos y me hizo tropezar con Fernando.
A su vez y desde la bancarrota, el divorcio, las deudas y la enemistad con su familia. Ernesto, decía con ínfulas de rico.
—Cómo iba yo a vivir en un pisito de cuarenta y cinco metros cuadrados, en la barriada de la Prenda Bruna. Al bueno de Ernesto, la memoria le fallaba.
No recordaba cuando tenía que limpiar su trasero, con los cardos borriqueros del bosque.



Autor: Emilio Moreno
Sant Boi, 27 septiembre 2024


lunes, 23 de septiembre de 2024

La soplona de los Mendoza.

 



Leía el ciudadano Mendoza, desde la butaca de su salón una noticia que publicaba el lunes pasado el rotativo liberal, del Sol Guaraní, referente a una desquiciada de su zona, que al seguir averiguando pudo comprobar que se trataba de su cuñada Nicoleta. Aquella desquiciada y delirante embustera, hermana de su esposa, que los traía con los efervescentes al pairo a todos los componentes de la familia. Además con los santos bemoles, de ponerlos a todos a los pies de los caballos, por haber pedido su puñetera vergüenza y el carajo sacado desde hacía unos años.
Pronto don Luis, llamó a su esposa, la dama Mariluz Boquín, hermana por parte de madre de Nicoleta.  Mostrándole la reseña surgida en la prensa de la ciudad. Quedándose de nuevo patidifusos el matrimonio, por la de veces, que les sacaba los colores ante sus amistades y conocidos.
— Otra vez tenemos que dar la cara frente a las autoridades por la embustera de tu hermana.  Adujo don Luis a su esposa, que se compadecía por tener en la familia semejante carga. Aterrorizada por las consecuencias que le sobre vendrían a partir de aquella nueva patraña, y preguntándole a su esposo con resignación.
—Qué es lo que vamos a hacer con está jayuela. Se secó la humedad fría que le abordaba en su frente, bajo su pelambre esperando la réplica ácida de Luis.
—No lo sé, pero ya comienzo a estar hasta los gladiolos, ¡Que digo yo!, ¡Hasta el tallo cilíndrico de la cebollana! Y ni siquiera te digo que hables de nuevo con ella, porque es zorritonta, y no se entera.  Siguió argumentando, muy resentido, dirigiéndose a su consorte.
— Tú te enfadas cuando te lo digo—argumentó Luis—, pero creo que le falta una ebullición de ciento veinte grados. No crees lo que muchas veces comento y lo repito esperando no te enfades. Mariluz, reprochó ese comentario aduciendo.
—Aunque lo sabemos, que en no todas, pero en muchas familias existen contrariedades. A nosotros nos ha tocado el guijarro con la prendita de Nicoleta. Tendremos que aguantar, es mi hermana. Aunque demuestre que no quiere a nadie.
 
Los Mendoza, son una familia dentro de lo que hoy se considera como “normal”. Tirando a modernos. Van bastante a lo suyo, aunque la verdad, les duelen los líos y los enredos que se provocan desde el propio linaje.
La esposa de Luis, Mariluz, en detrimento y como queriendo quitar algo de hierro al asunto le comentó con disgusto a su marido.
—La pega que tienes querido Luis. Es que a Nicoleta, no la puedes soportar. Ya sabemos como es, pero a mi me da pena.
El esposo aguantando a sus caballos salvajes dentro de un decoro le significó, no sin razón.
— Nos lleva siempre de boca en boca, con todos los que conocemos, provocándonos desencantos. Que jamás se resuelven del todo. — y añadió don Luis, con sorna.
— Creo que viene dado, por la peor enfermedad. La que sin duda padece. Su adicción a las aguas fogosas y con misterio, y sin quererte ofender. Ni hacer leña de su lacra. Súmales a los defectos, sus celos, envidias, los embustes, y los líos que se dedica a expandir. Haciendo daño a sus cercanos. Teniendo que soportar las secuelas, padres, hermanos cuñados, y demás parentela.
— Qué familia carece de un soplón. — dijo Mariluz y matizó aún más. — Un desconfiado, un impostor, o un perjuro. Hay pocas que se libren. Aunque la verdad, algunas se salvan. Mariluz, finalizó su argumento, dejando el matiz y la palabra en boca de su esposo.
—Albricias; a todos los que tienen esa suerte. — dijo Luis. — Por deleitarse con ese placer y librarse de esta compunción. ¡Benditos sean, los que soportan a los irritantes de lejos!
 
Luis siguió leyendo la plana del Sol Guaraní a Mariluz, para dar fin a la reseña, y concluir con la conversación. Además de tomar cartas en el asunto y personarse en la Comisaría para dar la cara por ella.
 
Noticias de última hora:
Nicoleta ha sido detenida por la guardia federal de la república, para ser interrogada al levantar sin pruebas, ni evidencias, un bulo a Nerea del Consuelo.
Una conocida y amiga, que vive en el mismo edificio que ella. Justo en la puerta de la izquierda de su apartamento. Acusando a la vecina, cómo lo hacen las cobardes, por la espalda, sin escrúpulos y con nocturnidad. Sin que ella estuviera al corriente de sus acotaciones, ni tan siquiera sospechara la denuncia efectuada en la Delegación del Amparo Nacional.
Acusación patibularia, sin evidencias ni certezas. Tan solo basada en comentarios malignos derivados de una discusión de celos, por un conocido que por lo visto prefirió a Nerea y dejó sin atención a la ínclita Nicoleta.
El rotativo daba amplia información sobre el tema, que caló de lleno en la ciudad, al ser muy conocidos el apellido mencionado.  Luis, continuó releyendo la amplia información que daba el diario matinal.
 
La denunciante pertenece a la familia de los Mendoza. Nicoleta, es hermana de la mamá de todos ellos, y tiene una falta que sobresale de las muchas que atesora. Informaba el rotativo, gracias a las declaraciones de Marinela, testigo que presentó el abogado de la acusada Nerea del Consuelo, y seguía informando el prestigioso Sol.
La buena mujer disfruta sembrando mierda, entre algunos de los componentes de la saga. Los afectados incluso han comentado, que le falta un hervor, otros significan que padece de una enfermedad grave, que la lleva sin que lo note, a disparar balas engañosas entre sus propios hermanos. El resto significa que le sobreviene desde el origen, al carecer de alguna encima necesaria para vivir entre las gentes coherentes. Perjudicándolas por acrecentar hechos inexistentes.
La mayor vileza que posee es la falsedad intrigante. Nicoleta escucha y observa fijamente, quedándose y guardando detalles, que igual son insignificantes, y que ella en su psiquis utiliza para formar relatos impensables.
La familia la conoce, y se lleva sumo cuidado en hablar delante de ella, asuntos delicados que puedan traspasar las paredes, y que lleguen a terceros modificados a su albedrío.
 
Se dedica a llevar los trapos sucios, los dimes y diretes que pueden hacer temblar los cimientos familiares. Cambia sus informes médicos, escondiendo lo que cree su familia padece. Embustes convulsivos. Cambiando verdades por errores o mentiras, vertiéndolas entre los componentes y cuando se ve descubierta, se excusa falta de toda culpa.
Remodela opiniones verdaderas por falacias agregando sus críticas. Noticias falsas desde una parte de la familia a otra. Atacando siempre a los que no están presentes y montando unas historias, que tan solo caben en su loca cabeza.
Es una persona toxica, balbuciente e impostora. Creando unos pilfostios que son de cuidado.
Así nos ha explicado—reseña el corresponsal del Guaraní— Marianela Domitos, la asistenta de la familia, que la viene soportando desde hace treinta años.



Autor Emilio Moreno
septiembre 2024, 

 
 
 
 
 
 


domingo, 22 de septiembre de 2024

La ruta del "irás y no regresarás"

 






En un trayecto en aquel vagón de tren, fue cuando Manuela, pasó de esta vida a la otra. Esa que así la llaman algunos que creen, en que no morimos. Que tan solo pasamos a otro estado latente y que allí nos encontramos con todos aquellos que perdimos. Resurgiendo de nuevo si cabe, las mismas historias. Benefactoras o no tanto, pero las que mantuvimos con ellos. Sin poder restituir escenarios, ni disputas. Ni tan siquiera modificar lo sucedido. Allegados a los que nos quieren, y lejanos a los que escogen tenernos lejos.

Un espacio en ese “Limbo”, exento de falacias, enredos y falsedades. Donde todo se sabe. Se descubre, y se averigua sin retrasos. Revelándose todos los malos entendidos que nos hicieron, a veces perder la cordura y nos llevaron a no estar donde debíamos. Momentos que sucedieron a nuestro alrededor y no los entendimos como realmente se produjeron, ni tan siquiera nos enteramos. Porque cualquiera, o algunos, los mantuvieron en secreto, por conveniencias, intereses, o negocios clandestinos.

Sin salir a la luz, sin decir la verdad porque no interesa, y que ellos los protagonistas de esos hechos escondidos, se llevaron al otro barrio. Y en esa aureola, o lugar que algunos denominan “Paraíso”, llegamos a descubrir, lo diáfano de las cosas. Aunque tarde, nace la verdad dejando la insensatez humana en el poco valor que posee

 

Aquella experiencia de Manuela, fue tan rápida como la llegada del convoy, de una estación la de partida, a la de destino. Fin de su trayecto.

No padeció, ni hizo padecer. Fue como la despedida de tantos que ni siquiera conocemos.

Mas corto si cabe, que una de esas celebradas siestas que frecuentamos, cuando nos quedamos traspuestos en la butaca. Con la diferencia que al recuperar el ahora, volvemos a la vida.

Sentada en el tren, se notó rara. Se sintió desplazada de su existencia. Percatando que algo había pasado. No tenía fuerza, no le pesaban las piernas, no podía abrir los ojos y sin embargo lo veía todo, lo escuchaba todo y como nunca le había sucedido, lo comprendía todo. Se veía a sí misma, desde otro ángulo. Tanto es así, que murió en el viaje del “No volverás”.

 

 

Aquella mañana preparó su alejamiento para viajar en el AVLO, igual que el AVE, pero algo más barato. Con dirección al paraíso que soñó conocer, desde el inicio de su juventud.

Ya en el comienzo de la jornada, percibió alguna diferencia en la conducta de sus reacciones habituales. El cavilar le llevaba a parajes poco agradecidos, donde los vivió con zozobra, y notaba como si las articulaciones de su cuerpo, no fueran tan exactas ni precisas como antes de acostarse la noche anterior. Tropezaba con los marcos de las puertas, derramó un poco el café al verterlo de la cafetera a la taza, las rebanadas de pan no quedaron tan bien segadas como en otras ocasiones y necesitó engullir más agua de lo normal, para tragar las pastillas de la tensión que tomaba en la hora del desayuno.

 

Ya estaba en la puerta esperando el taxi que le llevaría a la estación a tomar aquel tren, cuando de pronto se detuvo frente a ella, el transporte solicitado. Una dama, que se bajó de inmediato a recoger sus dos maletas y depositarlas en el porta bultos. Era una mujer entre joven y madura. Con cabellera cana, trenzada y de tez cobriza, alta y bien parecida. La que le dio los buenos días con un acento no acostumbrado, como si resonase dentro de una caja de sonido profundo, y una vez, descargó el bagaje en la cajuela trasera, invitó a Manuela a acomodarse en el vehículo. Con una voz seductora preguntó.

— ¿Estás bien Manuela?

Siguió informando sin detenerse. —Buenos días. Me llaman Ángela, y estoy a su servicio. No te asustes. Ya no vale la pena. Usted me dirá dónde quiere que la lleve.

Manuela indicó la dirección a la estación de Chamartín, que según ella, debía tomar un tren en breve que la acercaría a las costas del Mediterráneo. La conductora sin abrir la boca, se dirigió hacia la estación de Atocha, intuyendo que el AVLO, partía desde las cercanías de la plaza del Emperador Carlos V.… Siendo un error que cometía al dar la dirección, producto del miedo. Ángela arrancó sin dar explicaciones y sin que la pasajera advirtiera el sentido de la marcha. Iniciando ambas una conversación amigable referente a la diferencia de pensamiento actual, con el de hacía unos años.

Manuela comentaba que ahora no es preciso pedir permiso como antes para hacer según qué cosas, y Ángela con pena la miraba por el espejo retrovisor y asentaba con la cabeza a lo que aducía la clienta.

Hasta que de pronto la taxista preguntó queriendo disimular y por sacarle más conversación a la dama, y dejara de presentir su futuro inmediato.

—Y dígame. Hace el viaje por placer o por necesidad. La pasajera distraída mirando el tráfico, como despidiéndose de los atascos de la capital, objetó muy amable, con todo lujo de detalles.

— De momento voy a tomar un tren que me llevará a la playa, donde pretendo disfrutar todo lo que pueda y darme los caprichos, que durante tanto tiempo he evitado, por aquello del mal llamado “Día de mañana”.

Ángela comprensiva y muy atenta, sonreía mostrando una dentición artificial, y muy cuidada, mirando al frente, y con sus manos aferradas al volante del super Mercedes que conducía. Volviéndole a preguntar.

— Viaja sola, o la esperan en el apeadero amigos o familiares. La respuesta tardó en llegar. Manuela, quedó pensativa y de pronto con un gesto de ingratitud respondió.

— Viajo sola. Pero se, que en este trayecto me encontraré con una presencia no deseada. Y posiblemente tú ya lo sepas. — continuó afirmando la señora Manuela sin preámbulos.

 — Voy a tutearte, y puedes pensar lo que desees, pero es una premonición que tengo desde hace horas.

La conductora, aminoró la marcha, por el semáforo de la esquina y se detuvo en la intersección de las calles. Aprovechando la espera, para decirle con brevedad y sin menoscabos.

— Me has descubierto… ¿No es Verdad…? — Asintió Ángela, concisa y descarada.

Manuela sin reproches y sin ningún tipo de ambigüedades le dijo tras un suspiro.

— En cuanto te he visto, sabía quién eras. Esperaba te manifestaras, porque sé que no sueles ser cobarde y te enfrentas a diario con estos trances.  —siguió apostillando la viajera.

— Puedes aparecer disfrazada de mil atavíos, pero a fin de cuentas, creo que todos te conocemos, y en ocasiones prevemos que nos visitarás. Volvió a inspirar aire dejándose reclinar en el asiento, para proseguir.

— Cómo me ha ocurrido, desde que he despertado esta madrugada. En mí no es normal, chocar con las puertas de mi casa, ni derramar el café de la taza. Detuvo la charla nuevamente para preguntarle.

— Me quedo en el taxi, o vas a permitirme que acceda en el vagón del AVLO, y morir adormilada en el asiento AV73B.

 

La chóferesa con mucha pausa respondió. — El ceremonial está escrito, para qué voy a engañarle. Usted es intuitiva y lo sabe a ciencia cierta. Según me ha confirmado usted misma al inicio de este viaje. Lo presentía, y más tarde o temprano, esperaba la recepción del suceso. Afirmó Ángela, ya con voz profunda de tragedia. Mirándola desde el reflejo del espejo retrovisor y aparcando en el acceso a la estación de Atocha.

Manuela preguntó con sorna y no sin demostrar que todo lo que sobreviniera, ya lo conocía. —¿Qué te debo querida Ángela? O es el trayecto de gratis, yendo a cuenta del jefe del paraíso.

—Como dices bien, es de gratis tu último trayecto—. Siguió indicándole muy simpática y amable.

— Sal del coche, y acércate a la ventanilla tres, que te espera Se Fi. Es el mote de Serafina Finisterre, una asistente de la fundación, “Irás pero no volverás”.

Antes de la reacción de la pasajera, Ángela desmontó del automóvil, y le abrió el portón a Manuela, con mucha cautela, para despedirla. Dejando sus bártulos a uno de los braceros de turno, que sería el que acomodara los bagajes, en el vagón donde viajaría la señora. 

En la escotilla oportuna, la atendió una lozanísima doncella atusándose su cabello albo, que la saludó como si tuviera referencias suyas.

— Hola Manuela. Espero que estés serena, ya sabes, que a estas alturas debe ser así. No queda más salida. No te preocupes. Esto no es tan trágico como se ve desde el otro punto. El de los que aún están vivos. Es mucho más sereno y sosegado. Ya no se padece, aunque verás que te quedas con toda la película. Se frenó en sus comentarios y le preguntó a Manuela.

— Tienes alguna duda ¿Sobre el viaje? o quieres comentar algo. Manuela con la cabeza hizo una contorsión gestual y pronunció.

— ¿Cómo les llegará la noticia a mis amigos?, ¿A mis conocidos, incluso a la poca familia que me queda?

La amable Se Fi, le indicó sin expresión alguna.

— No te preocupes, que los interesados se acercarán, a recoger la herencia, si es que tienes alguna propiedad. Sin embargo, no voy a decirte más, porque tú misma lo estarás viendo.

Se despidió con una sonrisa tétrica y unos vocablos.

— Buen viaje Manuela. Nos veremos en la travesía.

 

La ayudante le indicó a uno de los “monosabios” que acompañara a Manuela, y estuviera pendiente de ella, hasta que el tren partiera hacia la playa.

Ingresó en la tercera línea del quinto vagón y se acomodó, en la butaca AV73B, y poco a poco fue quedándose dormida.

 

Notaron los acomodadores del AVLO, que Manuela, estaba frita al llegar a Valencia. El revisor del tren con mucha discreción dio el aviso a los servicios funerarios y a las autoridades, sin que los pasajeros del viaje apreciaran que se había dado un fallecimiento.





 


sábado, 14 de septiembre de 2024

Los hermanos de Kirk.

 




 

 

Confesaba frente a su neurólogo Kirk, el último ingresado desde el Hospital de Saint Étienne, en la ribera francesa. Tras una crisis de ansiedad que sufrió súbitamente cuando presenciaba una disputa en el paseo de las Esencias de la ciudad. Recordándole una vivencia infantil, que le marcó sin florecer durante el resto de sus días.

En una de las preguntas que le hicieron, sobre las causas de su tribulación, respondió fuera de sitio, de norma y de argumento.

 

Pues ahora que lo pienso hace más de seis años que no veo a mi hermano. Qué digo seis…, y hasta siete... Hará en el otoño. —decía Kirk Moulan, a su psicoanalista.

 —No creo que sea nada normal—Aseveraba sin pena ni contrición.

 — Aunque la verdad. Si he de serle sincero. Prefiero sea así. Jamás nos entendimos, ni de niños, ni de jóvenes. Con eso no quiero decir, que yo estuviera en la razón de todo, pero Clint tenía tendencias violentas, y si le llevabas demasiado la contra. Se revelaba contra quien le plantara cara. Mi propia madre que en gloria esté, ya lo decía cuando se sinceraba conmigo. <Tu hermano tiene tendencias perversas y reacciones patibularias>.

 

Hizo un receso para beber agua de un vaso de plástico color anaranjado, que tenía situado frente a él. Sin tardar en reanudar el hilo de la conversación que había pospuesto durante unos segundos.

 

—Aun y conociendo sus dificultades, mis padres, siempre quisieron esconderlo. Mirar hacia otro lado. Llevarlo de tapadillo, y eso de ser visitado por un especialista. 

Jamás se les pasó por la cabeza.  Hacían todo lo contrario, lo ensalzaban con su hermosura, con su nervio, y con sus disparates. Dejando que la sicopatía le fuera ganando, hasta que llegó al punto que alcanzó. Lo dejaron a su buenaventura y creo que todavía anda por ahí dando bandazos y barbaridades. Lo que es cierto es que ahora, aún somos más incompatibles que entonces. El juntarse conmigo, es comenzar a presumir de detalles que a mí, ni me importan, ni me interesan. Sin embargo debe sentirse aliviado cuando exagera. No es capaz de calcular, que todos ponemos en duda lo que proclama.

Por mi parte, yo sabía y además me imaginaba; que cuando mis padres murieran, el que dicen que es mi hermano, dejaría de acercarse. De hecho—continuó—, la última vez que lo hizo fue para recoger la parte de la herencia que le correspondía, cuando faltaron nuestros viejos. Ese bocado no lo iba a dejar pasar. Lo esperaban con ganas. Entre mi pariente y su actual mujer, deseaban ese desenlace cuanto antes. Ellos siempre han ido pillados de liquidez, y está mal que lo diga, pero van más ásperos que la mojama.

La pena fue que en el momento del óbito de mamá, que fue la última allegada en dejarnos en este valle. El muy truhan, para celebrarlo, pilló una borrachera, dando un espectáculo en la morgue, inenarrable.

Sé muy bien doctor; explicaba con grandes ademanes. que usted puede pensar, que estoy medio loco. Que me falta un hervor, y lo mismo es cierto. Por ir de un sitio a otro, de una explicación a una quimera, y en ocasiones dejo la coherencia de lado. Pero hay cosas que se palpan, y las sospechas por sucesos acaecidos con anterioridad tomarán cuerpo.

Sin dudar, y a no tardar demasiado, nos traerán otros rencores y lodos que aparecerán y al postre nos inundarán de tristeza. Por supuesto será difícil que nos cojan desprevenidos, pero sin dudar si ha de pasar. Pasará, claro que pasará. Y más cuando se trata de gente que porta tu ADN y el mismo Rh en la sangre.

 

Hablaba Kirk, más para sus adentros, que para el especialista que lo llevaba desde la celda 13 del manicomio del Hospital de Saint Étienne.

El amigo Kirk jamás tuvo hermanos, ni padres que lo quisieran. Cuando tenía días de vida, lo recogieron famélico, casi desnudo y llorando desde el pórtico de una casa de huéspedes.  








Autor: Emilio Moreno
Septiembre, dia 14 de Septiembre 2024