lunes, 30 de septiembre de 2024

Sinceridad a destiempo.











No se llevaban mal aquellos camaradas, pero tampoco se tenían una especial admiración entre ambos. Jamás habían discutido abiertamente por temas trascendentes, ni tan siquiera de los considerados leves. En muchas ocasiones, les faltó el canto de un duro para perder los papeles. Sin embargo, ese caso no se dio. El presumido Juan Frank y el ególatra Higinio, sabían que no coincidían, ni lo conseguirían en ningún tiempo. A no ser que uno de ellos, o quizás los dos, perdieran el norte y se quedaran a vivir en el limbo. Sin poder discernir de modo natural en opiniones, gustos y pareceres. Causados por enajenación, enfermedad, y fuerza mayor al no poder comprender puntos de vista comunes.
Solían verse casualmente, junto con sus familias en expediciones, en tertulias del distrito y en aquellas celebraciones que festejaba el círculo del club del barrio. Incluso en la iglesia de vez en cuando. Por lo que no se consideraban extraños, ni desconocidos. Tan solo les distanciaba aquella intuición desconsiderada aparente. Tolerándose sin penetrar en confianzas. Por aquel agravio percibido que se tenían, cuando se miraban, que no llegaba a ser despreciativo, pero se le acercaba. Eran individuos antagonistas, con sus conceptos inusuales muy dispares. Sin llegar a que fuera rechazo por no existir motivo, y que les distanciaba sin duda.
Saltaron los años y Juan Frank, entonces profesor de danza, llegó a negarle a Higinio, poder integrarse en el cuerpo de representación artística. Aduciendo, la saturación de virtuosos en el cuadro de escena. Con lo que deberían esperar si persistía su paciencia, a que hubiera plazas libres, para tomar lecciones en aquel círculo de actores aficionados, que les encantaba menearse encima de los escenarios. No fue motivo de enfado entre ellos, aunque seguían sin coincidir en lo cotidiano, ya que estaban destinados a la poca conversación y al desinterés mutuo entre ellos.
 
 
Las alternativas del destino se presentan de repente. En ocasiones hacen que las gentes, sin más dejen de verse y de frecuentar en aquellos lugares, que antes eran puntos de encuentro obligados. Con lo que habían pasado mas de cinco años, que no se veían.
Aquella tarde, tomando el sol y un helado en la terraza de la agrupación, tropezaron aquellas familias, sentados cada cual en una mesa. Las mujeres de ambos, Cristiana, esposa de Juan Frank y Miguela de Higinio, se saludaron en la distancia, levantando el brazo y sonriendo, como diciéndose por gestos y sin palabras, un hola sorpresivo. ¡Qué tal! Cuanto tiempo.
Ellos se miraron, y aquella contemplación instantánea por parte de Juan Frank, había mutado. No fue como lo era antaño. No era perniciosa y había perdido la pretensión de ser esencial. Estaba carente de jactancias acumuladas. Era como muy agradable, natural y reconfortante. Carente de antipatías, y de las distancias insalvables que en otro tiempo revelaban. Siendo educado le regresó un saludo, al reconocer su persona. La precisa sonrisa de Juan Frank, fue tan expresiva, que daba a entender, que le sorprendía, después de tanto tiempo de no verse, y declaraba de forma enmudecida, que recibía una especie de alegría contenida. Higinio se quedó perplejo por el detalle inesperado y el agrado de Juan Frank, y supo al instante, que había algo que se le escapaba.
Que no entendía. Habría sucedido algún detalle de peso, que modificaba la competencia y la aptitud de aquel que se congratulaba con tanto agrado y afecto. Sabiendo la acritud que siempre le había mostrado. Llegando a perturbarle aquella metamorfosis por inesperada. La algarabía no quedó ahí. De repente alborotado llegó a levantarse de su acomodo, yendo a la mesa donde estaba Miguela y su esposo a saludarlos.
Fue recíproca la cortesía de Higinio y Miguela, que recogieron congratulados, y compartieron aquella satisfacción de un modo educado. Agradeciendo el gesto, que hicieron extensivo hacia Cristiana. La esposa de Juan Frank, que con un atisbo afligido y un arrumaco penoso retornaba el agasajo.
 
Juan Frank, preguntó a Higinio, como si hiciera dos días que no lo veía y con la cercanía de haber compartido ilusiones y secretos entre ellos, hacía menos de media hora.
 
— Que haces aquí bandolero. Interrogó Juan Frank, y siguió argumentando.
 
— Es que te escondes de nosotros. ¿quizás temeroso por tu cobardía innata? Pues que sepas que no te librarás.
Ejerciendo acto seguido la intención de abrazar al sorprendido Higinio, que no daba crédito a lo que vivía en aquel instante y evitando como pudo bordearlo en sus brazos.
Se sentó junto al estupefacto conocido, y Cristiana, su esposa, viendo a lo lejos, que su marido se acomodaba con ellos, se levantó para acarrear a Juan Frank, a su lugar.
Al llegar a su altura, Miguela que se imaginó algo de lo que podía suceder, invitó a sentarse con ellos a la compungida Cristiana, que después de ver el panorama accedió.
Dejando que los dos conocidos siguieran departiendo. El camarero de la heladería, desde la puerta y conociendo a los clientes, les acercó la consumición a la mesa donde se reubicaron. Entonces fue cuando Cristiana le comentó disimulada a Miguela, lo ocurrido en los últimos tres años.
 
—Fue galopante, de la forma que lo invadió. No nos lo podíamos imaginar. Aun cuando lo pienso, no lo creo. El Alzheimer se apoderó de él en dos años, hasta dejarlo como le ves. Estoy rota, porque no me hago a la idea, y si me lo juran lo niego, porque no lo esperaba. Arguyó aquella mujer, que ahora, también era la esclava de Juan Frank.
Se secó los párpados y prosiguió con su perorata.
 
— Ahora ya casi no puedo con él; y fíjate lo que es esta enfermedad. Conoce más a los enemigos, vecinos, colegas y compañeros que tuvo menos trato, y que no aguantaba por su carácter agrio, que a la familia y a los que normalmente compartía su día a día.
Frenó sus palabras y su comentario, viendo que su marido, la miraba con agresividad.
 
—Que te pasa a ti. —le espetó a Cristiana. — Has de decir alguna cosa, o vas a callar. ¿Es que no conoces a este cabronazo?
— ¿No me digas, que no le conoces…? — le repitió a su mujer, mientas quedaban atónitos los presentes.
 
—Es el banquero de la Rural, el que me niega el pan y el agua. De pronto, a los pocos segundos aflojó su inquina, sonrió con desprecio a su esposa y volvió a la carga con Higinio, olvidando de buenas a primeras aquella bravura colérica.
Cristiana reanudó su conversación con Miguela y farfulló.
 
—No te cuento más. Son padecimientos. Perdona pero me sirve de desahogo y puedes creerme, porque no exagero en lo que digo. Sollozó fugaz Cristiana y respetó un silencio breve para proseguir.
 
— El cambio no fue repentino. Sin embargo sin darnos cuenta las crisis le iban ganando. Y llegó que de la noche a la mañana, se transformó en una persona sin pasado, sin memoria, sin recuerdos, y sin conciencia. Es brutal. Muy misterioso y con mucho dolor, por el olvido que ha manifestado conmigo y sus hijos. Apenas nos conoce y en momentos, los ímpetus le pueden y pasa de normal a frenético, en segundos.
La esposa de Higinio apesadumbrada, mostraba su disgusto y escuchaba las confesiones de Cristiana con atención, hasta que ambas se concentraron en la charla que mantenían los enfrascados caballeros. Expresando Juan Frank a su interlocutor. El que sin fiarse de él, estaba en guardia soportando, todos los insultos que tuviera en gana brindarle.
 
— Sé que no quieres darme el préstamo, que te pedí el lunes pasado, pero que sepas, que de negarlo fracasarás porque iré al director de la Rural, y contrataré la póliza de mi hipoteca con ellos, para que te quedes con dos palmos de narices y noten lo sinvergüenza que puedes llegar a ser.
Higinio no sabía que decirle, ni cómo salir de aquel trance, pero le siguió el coloquio, violento y de forma cálida para no alterar al quejumbroso Juan Frank, y conseguir aflojar la tensión.
 
— Mira no padezcas. —le dijo Higinio sin ser convincente. — Pasa mañana por las oficinas y entra directamente a mi despacho y sin más, prepararemos los documentos, para que te den la hipoteca y te compras lo que quieras. Quedó Higinio a la espera de respuesta, la que no tardó ni dos segundos.
 
— Lo que quieras no. Reprochó atacado. Quiero comprar el piso donde vives tú, y quedarme con tus cosas.
 
— Bueno, pues lo que tu digas. ¡Sin más! …No sufras, que te solucionaré la papeleta.
Quiso convencer al excitado, subrayando todas sus exigencias, e intentando convencerle y serenarle. Juan Frank de buenas a primeras, le abordó con mucha rabia a Higinio, apostillando un pensamiento, como si de pronto hubiera recordado aquella aversión que le tenía en tiempos pretéritos, y que jamás le confesó. Fue un ramalazo feroz de su retentiva que le abordó súbitamente.
 
—Mira, hace un tiempo conocía a un tipo que se parecía mucho a ti. Un prepotente, desgraciado que presumía de ser guapo, agradable e inteligente.
Se detuvo recordando fielmente, para matizar y concretar, extendiéndose y confesando una verdad que entonces no tuvo valor para decirle.
—No quiero mentir y no me quiero descentrar del tema, para que no pienses que estoy medio loco. —matizó cerrando los ojos y revelando.
— Pero es que el tipo, se parecía un montón a ti. Jamás le dije la rabia que le tenía, ni el desprecio que sentía por sus cosas. Lo veía chulo, fanfarrón y en ocasiones repugnante. Dándose pisto de sus cosas. Fíjate como sería, que yo por prudente, lo engañé sin que se diera cuenta.
Respiró profundamente y arrancó diciendo.
 
— Antes era empresario y profesor de baile, y me encargaba de todas las listas de los danzarines. Coordinador del cotarro, y el jefe de los que se meneaban a mi antojo.
Entonces todos me respetaban.
Fue apagándose a medida que se arrugaba en la silla y ya sin bramido finalizando con su fuelle dictó.
 
—Pues este tipejo que te decía, tuvo los santos gladiolos de venir a rogarme el ingreso para colarlo en el orden y brincar a los de la lista. Saltándome las normas, y dejando olvidados a los que esperaban turno, habiéndolo solicitado mucho antes que él.
Finalizó su argumento, sin olvidar aquel sentimiento que llevaba en su mente imborrable y concluyó con mucha educación.
 
—Lo mandé donde los pollos rebuscan los gusanos y los despojos. ¡A la mierda!
Era un imbécil redomado, y fíjate que se parecía a ti un montón. 




autor Emilio Moreno
30 de septiembre 2024.

  

0 comentarios:

Publicar un comentario