domingo, 22 de septiembre de 2024

La ruta del "irás y no regresarás"

 






En un trayecto en aquel vagón de tren, fue cuando Manuela, pasó de esta vida a la otra. Esa que así la llaman algunos que creen, en que no morimos. Que tan solo pasamos a otro estado latente y que allí nos encontramos con todos aquellos que perdimos. Resurgiendo de nuevo si cabe, las mismas historias. Benefactoras o no tanto, pero las que mantuvimos con ellos. Sin poder restituir escenarios, ni disputas. Ni tan siquiera modificar lo sucedido. Allegados a los que nos quieren, y lejanos a los que escogen tenernos lejos.

Un espacio en ese “Limbo”, exento de falacias, enredos y falsedades. Donde todo se sabe. Se descubre, y se averigua sin retrasos. Revelándose todos los malos entendidos que nos hicieron, a veces perder la cordura y nos llevaron a no estar donde debíamos. Momentos que sucedieron a nuestro alrededor y no los entendimos como realmente se produjeron, ni tan siquiera nos enteramos. Porque cualquiera, o algunos, los mantuvieron en secreto, por conveniencias, intereses, o negocios clandestinos.

Sin salir a la luz, sin decir la verdad porque no interesa, y que ellos los protagonistas de esos hechos escondidos, se llevaron al otro barrio. Y en esa aureola, o lugar que algunos denominan “Paraíso”, llegamos a descubrir, lo diáfano de las cosas. Aunque tarde, nace la verdad dejando la insensatez humana en el poco valor que posee

 

Aquella experiencia de Manuela, fue tan rápida como la llegada del convoy, de una estación la de partida, a la de destino. Fin de su trayecto.

No padeció, ni hizo padecer. Fue como la despedida de tantos que ni siquiera conocemos.

Mas corto si cabe, que una de esas celebradas siestas que frecuentamos, cuando nos quedamos traspuestos en la butaca. Con la diferencia que al recuperar el ahora, volvemos a la vida.

Sentada en el tren, se notó rara. Se sintió desplazada de su existencia. Percatando que algo había pasado. No tenía fuerza, no le pesaban las piernas, no podía abrir los ojos y sin embargo lo veía todo, lo escuchaba todo y como nunca le había sucedido, lo comprendía todo. Se veía a sí misma, desde otro ángulo. Tanto es así, que murió en el viaje del “No volverás”.

 

 

Aquella mañana preparó su alejamiento para viajar en el AVLO, igual que el AVE, pero algo más barato. Con dirección al paraíso que soñó conocer, desde el inicio de su juventud.

Ya en el comienzo de la jornada, percibió alguna diferencia en la conducta de sus reacciones habituales. El cavilar le llevaba a parajes poco agradecidos, donde los vivió con zozobra, y notaba como si las articulaciones de su cuerpo, no fueran tan exactas ni precisas como antes de acostarse la noche anterior. Tropezaba con los marcos de las puertas, derramó un poco el café al verterlo de la cafetera a la taza, las rebanadas de pan no quedaron tan bien segadas como en otras ocasiones y necesitó engullir más agua de lo normal, para tragar las pastillas de la tensión que tomaba en la hora del desayuno.

 

Ya estaba en la puerta esperando el taxi que le llevaría a la estación a tomar aquel tren, cuando de pronto se detuvo frente a ella, el transporte solicitado. Una dama, que se bajó de inmediato a recoger sus dos maletas y depositarlas en el porta bultos. Era una mujer entre joven y madura. Con cabellera cana, trenzada y de tez cobriza, alta y bien parecida. La que le dio los buenos días con un acento no acostumbrado, como si resonase dentro de una caja de sonido profundo, y una vez, descargó el bagaje en la cajuela trasera, invitó a Manuela a acomodarse en el vehículo. Con una voz seductora preguntó.

— ¿Estás bien Manuela?

Siguió informando sin detenerse. —Buenos días. Me llaman Ángela, y estoy a su servicio. No te asustes. Ya no vale la pena. Usted me dirá dónde quiere que la lleve.

Manuela indicó la dirección a la estación de Chamartín, que según ella, debía tomar un tren en breve que la acercaría a las costas del Mediterráneo. La conductora sin abrir la boca, se dirigió hacia la estación de Atocha, intuyendo que el AVLO, partía desde las cercanías de la plaza del Emperador Carlos V.… Siendo un error que cometía al dar la dirección, producto del miedo. Ángela arrancó sin dar explicaciones y sin que la pasajera advirtiera el sentido de la marcha. Iniciando ambas una conversación amigable referente a la diferencia de pensamiento actual, con el de hacía unos años.

Manuela comentaba que ahora no es preciso pedir permiso como antes para hacer según qué cosas, y Ángela con pena la miraba por el espejo retrovisor y asentaba con la cabeza a lo que aducía la clienta.

Hasta que de pronto la taxista preguntó queriendo disimular y por sacarle más conversación a la dama, y dejara de presentir su futuro inmediato.

—Y dígame. Hace el viaje por placer o por necesidad. La pasajera distraída mirando el tráfico, como despidiéndose de los atascos de la capital, objetó muy amable, con todo lujo de detalles.

— De momento voy a tomar un tren que me llevará a la playa, donde pretendo disfrutar todo lo que pueda y darme los caprichos, que durante tanto tiempo he evitado, por aquello del mal llamado “Día de mañana”.

Ángela comprensiva y muy atenta, sonreía mostrando una dentición artificial, y muy cuidada, mirando al frente, y con sus manos aferradas al volante del super Mercedes que conducía. Volviéndole a preguntar.

— Viaja sola, o la esperan en el apeadero amigos o familiares. La respuesta tardó en llegar. Manuela, quedó pensativa y de pronto con un gesto de ingratitud respondió.

— Viajo sola. Pero se, que en este trayecto me encontraré con una presencia no deseada. Y posiblemente tú ya lo sepas. — continuó afirmando la señora Manuela sin preámbulos.

 — Voy a tutearte, y puedes pensar lo que desees, pero es una premonición que tengo desde hace horas.

La conductora, aminoró la marcha, por el semáforo de la esquina y se detuvo en la intersección de las calles. Aprovechando la espera, para decirle con brevedad y sin menoscabos.

— Me has descubierto… ¿No es Verdad…? — Asintió Ángela, concisa y descarada.

Manuela sin reproches y sin ningún tipo de ambigüedades le dijo tras un suspiro.

— En cuanto te he visto, sabía quién eras. Esperaba te manifestaras, porque sé que no sueles ser cobarde y te enfrentas a diario con estos trances.  —siguió apostillando la viajera.

— Puedes aparecer disfrazada de mil atavíos, pero a fin de cuentas, creo que todos te conocemos, y en ocasiones prevemos que nos visitarás. Volvió a inspirar aire dejándose reclinar en el asiento, para proseguir.

— Cómo me ha ocurrido, desde que he despertado esta madrugada. En mí no es normal, chocar con las puertas de mi casa, ni derramar el café de la taza. Detuvo la charla nuevamente para preguntarle.

— Me quedo en el taxi, o vas a permitirme que acceda en el vagón del AVLO, y morir adormilada en el asiento AV73B.

 

La chóferesa con mucha pausa respondió. — El ceremonial está escrito, para qué voy a engañarle. Usted es intuitiva y lo sabe a ciencia cierta. Según me ha confirmado usted misma al inicio de este viaje. Lo presentía, y más tarde o temprano, esperaba la recepción del suceso. Afirmó Ángela, ya con voz profunda de tragedia. Mirándola desde el reflejo del espejo retrovisor y aparcando en el acceso a la estación de Atocha.

Manuela preguntó con sorna y no sin demostrar que todo lo que sobreviniera, ya lo conocía. —¿Qué te debo querida Ángela? O es el trayecto de gratis, yendo a cuenta del jefe del paraíso.

—Como dices bien, es de gratis tu último trayecto—. Siguió indicándole muy simpática y amable.

— Sal del coche, y acércate a la ventanilla tres, que te espera Se Fi. Es el mote de Serafina Finisterre, una asistente de la fundación, “Irás pero no volverás”.

Antes de la reacción de la pasajera, Ángela desmontó del automóvil, y le abrió el portón a Manuela, con mucha cautela, para despedirla. Dejando sus bártulos a uno de los braceros de turno, que sería el que acomodara los bagajes, en el vagón donde viajaría la señora. 

En la escotilla oportuna, la atendió una lozanísima doncella atusándose su cabello albo, que la saludó como si tuviera referencias suyas.

— Hola Manuela. Espero que estés serena, ya sabes, que a estas alturas debe ser así. No queda más salida. No te preocupes. Esto no es tan trágico como se ve desde el otro punto. El de los que aún están vivos. Es mucho más sereno y sosegado. Ya no se padece, aunque verás que te quedas con toda la película. Se frenó en sus comentarios y le preguntó a Manuela.

— Tienes alguna duda ¿Sobre el viaje? o quieres comentar algo. Manuela con la cabeza hizo una contorsión gestual y pronunció.

— ¿Cómo les llegará la noticia a mis amigos?, ¿A mis conocidos, incluso a la poca familia que me queda?

La amable Se Fi, le indicó sin expresión alguna.

— No te preocupes, que los interesados se acercarán, a recoger la herencia, si es que tienes alguna propiedad. Sin embargo, no voy a decirte más, porque tú misma lo estarás viendo.

Se despidió con una sonrisa tétrica y unos vocablos.

— Buen viaje Manuela. Nos veremos en la travesía.

 

La ayudante le indicó a uno de los “monosabios” que acompañara a Manuela, y estuviera pendiente de ella, hasta que el tren partiera hacia la playa.

Ingresó en la tercera línea del quinto vagón y se acomodó, en la butaca AV73B, y poco a poco fue quedándose dormida.

 

Notaron los acomodadores del AVLO, que Manuela, estaba frita al llegar a Valencia. El revisor del tren con mucha discreción dio el aviso a los servicios funerarios y a las autoridades, sin que los pasajeros del viaje apreciaran que se había dado un fallecimiento.





 


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