viernes, 6 de septiembre de 2024

Todo tiene final, nada perdura.

 



Se encontraron en el tanatorio de la villa. Había muerto una prima muy allegada de Marilia y como no podía ser de otra forma, se reunieron alrededor de la finada, casi todos los familiares y amigos.
Los hijos de Catalyn presentes. No parecía estuviesen demasiado afligidos. Igual hacía demasiado tiempo que vivían distanciados y entre ellos había dejado de existir aquel amparo de proximidad.
Catalyn, no era una mujer presumida, ni demasiado cariñosa. Con ademanes grotescos masculinizados que bordeaban el desaire. Tampoco dedicaba demasiado tiempo a su persona, ni a su puesta a punto. Se había abandonado bastante desde su divorcio y el diagnóstico de una enfermedad ósea que no le permitía moverse con facilidad.
Una mujer extraña y sin pretensiones que iba a la suya, sin preocupaciones de amigos, ni futuro. Que solía entretenerse con la lectura y el visionado de las series de televisión que programaban las cadenas nacionales.
Vivía sola en una gran casa del centro de una villa semi olvidada. Sin que nadie supiera los motivos por los que había decidido apartarse del mucho trajín que tenía en sus años mozos. Bastante antes de que nacieran sus tres hijos. Dejando una vida ajetreada y diversa, con una ocupación profesional, bastante apetecible.
De la noche a la mañana, a todos sorprendió con su divorcio, y dejando la ciudad, se alejó de lo que para ella era primordial y arrastrando a todos sus hijos a una zona desprovista de comodidades.
A tenor de lo observado, llevaba una vida ordenada y selecta, sin demasiados atavíos, con un control de su gasto exacto. Facilidad que le ofrecía ese modo vivendi, ya que no se le conocían empleos desde que traspasó la boutique que abrió para intentar acomodarse algo mejor de lo que le permitía la pensión que le pasaba su exmarido, por el gasto y manutención de los tres hijos habidos en su matrimonio y que todavía eran menores de edad.
Ahora vivía a caballo entre la paciente ruralidad y el desenfreno del gentío en la gran urbe.
Perkins se había enterado de la muerte de Catalyn, por medio de un conocido común, que a la vez era el director del centro de recuperación y masaje al que asistía en su ciudad de origen, y este por mediación de una empleada del dispensario, que a la vez era amiga de la finada, supo de la inesperada noticia.
Un suceso imprevisible, una pérdida vital, bastante acelerada y de sopetón.
Ya que ambas la noche anterior habían cenado en el restaurante de Paco Bestias y una vez comenzó la digestión, Catalyn comenzó a tener molestias, por lo que su amiga la llevó a urgencias y de ahí jamás salió caminando.
La difusión del suceso, recorrió vía teléfono a su familia y allegados. Dejando una profunda decepción por la pérdida de una persona que como aquel que dice, comenzaba a disfrutar de sus nietos y de su vejez, rodeada de conocidos y allegados.
Los que dispusieron darle la despedida en aquella mañana de domingo destemplado y falto de luz, debido a la Dana que se aproximaba desde el Atlántico, se reunieron con dolor alrededor del pasillo donde están ubicadas las celdas de espera de los difuntos.
Perkins se encargó como lo manda la coherencia y la amistad, en dar la noticia a todos los amigos que tenían en común.
Recordando aquel viaje que hicieron hacía ya mas de cincuenta años, en una furgoneta Ford-Ebro del año sesenta. Al pueblo donde precisamente Catalyn residía, sin empadronarse, por aquello de la desconfianza en las instituciones. Las visitas médicas y el hospital, carentes en el pueblo de residencia. Distancias exageradas con la modernidad, y sobre todo la falta de cordialidad en gentes desconfiadas que la rodeaban. Detalles importantes que no son desapercibidos por el recién llegado, y que sufren algunos de los que se afincan en la zona procedentes de otros lares.
Pormenores que no dejan de ser “pormayores”. Plenos de importancia para los ofendidos.
Circunstancias éstas, como otras que no estaban solucionados por estar dentro de lo que se llama la España vaciada.
 
Aquel recordado viaje de su juventud, le sobrevino fulminante, porque casi el cincuenta por ciento de los acompañantes ya no estaban en este mundo.
Fue donde conoció a Catalyn, entonces una niña. Viajaban nueve personas de las cuales contando una a una. Tan solo quedaban con vida cinco de ellas.
El matrimonio de Josef y Mara Clair con el tercero de sus hijos Stephan, ya eran difuntos, y ahora se sumaba la desorientada Catalyn.
Por tanto, mantenían la apariencia y el jadeo, Louis Silveti, el conductor de aquella aventura y allegado de aquella saga. Marco, Marilia y Elia, hermanos y también hijos del matrimonio anunciado.
Las dos personas ajenas a la familia eran Perkins y Louis, los que cerraban aquella travesía y daba pie a evocar aquel recuerdo. 
Louis, bebía los aires por Marilia, y estaba en el compás del tonteo feliz. Ese que los seducidos usan para evidenciar que sueñas y deseas. Ese meneo dudoso e impropio de te lo digo, o me lo callo, “pero me gustas”.
Aunque Marilia, no podía darle lo que pretendía ni a lo que aspiraba. La espigada joven Cartwright, saboreaba las brisas de Helena, persona con la que compartía deseos, gustos, risas y sexo y que a su vez el ingenuo de Louis desconocía.
De los cinco supervivientes, tres eran hermanos y solían verse con frecuencia, por tener una relación cercana, pero tanto Louis como Perkins, habían montado sus vidas muy lejos de donde ellos residían, por lo cual, tan solo se veían en sepelios y a veces ni eso.
Había pasado demasiado tiempo, para que la relación distanciada mantuviera aquel cariño que en un día se profesaron.
Aquella mañana de sepelio en domingo cuando Louis y Perkins, se encontraron con los hermanos Cartwright, quedaron perplejos por como devana el tiempo a las personas.
Ya no eran los mismos de hacía sesenta años. No se conocían. Aunque es cierto, que duraba aquel calor, aquel recuerdo de la infancia, de los buenos ratos pasados por cierto inolvidables que perduraran hasta el final de sus vidas.
Se saludaban por el calor que tuvieron en otro tiempo, pero ya nada les era común.
Ni tan siquiera lo que en su día compartieron.
 
 
 



 
 
 


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