Se
encontraron en el tanatorio de la villa. Había muerto una prima muy allegada de
Marilia y como no podía ser de otra forma, se reunieron alrededor de la finada,
casi todos los familiares y amigos.
Los hijos de
Catalyn presentes. No parecía estuviesen demasiado afligidos. Igual hacía
demasiado tiempo que vivían distanciados y entre ellos había dejado de existir
aquel amparo de proximidad.
Catalyn, no
era una mujer presumida, ni demasiado cariñosa. Con ademanes grotescos
masculinizados que bordeaban el desaire. Tampoco dedicaba demasiado tiempo a su
persona, ni a su puesta a punto. Se había abandonado bastante desde su divorcio
y el diagnóstico de una enfermedad ósea que no le permitía moverse con
facilidad.
Una mujer
extraña y sin pretensiones que iba a la suya, sin preocupaciones de amigos, ni futuro.
Que solía entretenerse con la lectura y el visionado de las series de
televisión que programaban las cadenas nacionales.
Vivía sola
en una gran casa del centro de una villa semi olvidada. Sin que nadie supiera
los motivos por los que había decidido apartarse del mucho trajín que tenía en
sus años mozos. Bastante antes de que nacieran sus tres hijos. Dejando una vida
ajetreada y diversa, con una ocupación profesional, bastante apetecible.
De la noche
a la mañana, a todos sorprendió con su divorcio, y dejando la ciudad, se alejó
de lo que para ella era primordial y arrastrando a todos sus hijos a una zona
desprovista de comodidades.
A tenor de
lo observado, llevaba una vida ordenada y selecta, sin demasiados atavíos, con
un control de su gasto exacto. Facilidad que le ofrecía ese modo vivendi, ya que no se le conocían empleos desde que traspasó la boutique
que abrió para intentar acomodarse algo mejor de lo que le permitía la pensión
que le pasaba su exmarido, por el gasto y manutención de los tres hijos habidos
en su matrimonio y que todavía eran menores de edad.
Perkins se
había enterado de la muerte de Catalyn, por medio de un conocido común, que a
la vez era el director del centro de recuperación y masaje al que asistía en su
ciudad de origen, y este por mediación de una empleada del dispensario, que a
la vez era amiga de la finada, supo de la inesperada noticia.
Un suceso
imprevisible, una pérdida vital, bastante acelerada y de sopetón.
Ya que ambas
la noche anterior habían cenado en el restaurante de Paco Bestias y una vez
comenzó la digestión, Catalyn comenzó a tener molestias, por lo que su amiga la
llevó a urgencias y de ahí jamás salió caminando.
La difusión
del suceso, recorrió vía teléfono a su familia y allegados. Dejando una
profunda decepción por la pérdida de una persona que como aquel que dice,
comenzaba a disfrutar de sus nietos y de su vejez, rodeada de conocidos y
allegados.
Los que
dispusieron darle la despedida en aquella mañana de domingo destemplado y falto
de luz, debido a la Dana que se aproximaba desde el Atlántico, se reunieron con dolor
alrededor del pasillo donde están ubicadas las celdas de espera de los difuntos.
Recordando
aquel viaje que hicieron hacía ya mas de cincuenta años, en una furgoneta Ford-Ebro
del año sesenta. Al pueblo donde precisamente Catalyn residía, sin
empadronarse, por aquello de la desconfianza en las instituciones. Las visitas
médicas y el hospital, carentes en el pueblo de residencia. Distancias
exageradas con la modernidad, y sobre todo la falta de cordialidad en gentes
desconfiadas que la rodeaban. Detalles importantes que no son desapercibidos
por el recién llegado, y que sufren algunos de los que se afincan en la zona
procedentes de otros lares.
Pormenores que
no dejan de ser “pormayores”. Plenos de importancia para los ofendidos.
Fue donde
conoció a Catalyn, entonces una niña. Viajaban nueve personas de las cuales
contando una a una. Tan solo quedaban con vida cinco de ellas.
El
matrimonio de Josef y Mara Clair con el tercero de sus hijos Stephan, ya eran
difuntos, y ahora se sumaba la desorientada Catalyn.
Por tanto,
mantenían la apariencia y el jadeo, Louis Silveti, el conductor de aquella
aventura y allegado de aquella saga. Marco, Marilia
y Elia, hermanos y también hijos del matrimonio anunciado.
Las dos
personas ajenas a la familia eran Perkins y Louis, los que cerraban aquella travesía
y daba pie a evocar aquel recuerdo.
Louis, bebía
los aires por Marilia, y estaba en el compás del tonteo feliz. Ese que los seducidos
usan para evidenciar que sueñas y deseas. Ese meneo dudoso e impropio de te lo
digo, o me lo callo, “pero me gustas”.
Aunque Marilia,
no podía darle lo que pretendía ni a lo que aspiraba. La espigada joven Cartwright,
saboreaba las brisas de Helena, persona con la que compartía deseos, gustos,
risas y sexo y que a su vez el ingenuo de Louis desconocía.
De los cinco
supervivientes, tres eran hermanos y solían verse con frecuencia, por tener una
relación cercana, pero tanto Louis como Perkins, habían montado sus vidas muy
lejos de donde ellos residían, por lo cual, tan solo se veían en sepelios y a
veces ni eso.
Había pasado
demasiado tiempo, para que la relación distanciada mantuviera aquel cariño que
en un día se profesaron.
Aquella
mañana de sepelio en domingo cuando Louis y Perkins, se encontraron con los
hermanos Cartwright, quedaron perplejos por como devana el tiempo a las
personas.
Ya no eran
los mismos de hacía sesenta años. No se conocían. Aunque es cierto, que duraba
aquel calor, aquel recuerdo de la infancia, de los buenos ratos pasados por
cierto inolvidables que perduraran hasta el final de sus vidas.
Se saludaban
por el calor que tuvieron en otro tiempo, pero ya nada les era común.
Ni tan
siquiera lo que en su día compartieron.
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