El teléfono de Mónica sonaba aquella tarde de
viernes, enfurecido por la rara sensación que había protagonizado en el hotel
Amazonas de la ciudad de Puerto Rico, donde ella presentaba su plato estrella.
Mónica no levantaba el teléfono. Sabía que la estaba llamando su amiga y socia
Matilde que no se cortaba ni una pizca cuando le tenía que poner las “peras a
cuartos”. Al expresarle que se había pasado por su engreído carácter. El que le
iba a llevar donde nadie esperaba.
Al llegar a los cinco tonos, Mónica, presionó la
tecla de escucha, y sin preguntar dijo—. Se que eres Matilde y que me vas a
repasar con tanta insistencia como siempre, pero no me arrepiento de lo que ha
ocurrido.
Matilde le contestó sin nervios pero concisa.
—No digas tonterías. No sabes de lo que hablas. —
le reprochó Mónica, muy gastada—. Fue ella la que inició la batalla y a mí, no
me gana nadie y menos esa, que se cree una princesa. — matizó la ofendida Mónica,
sin creerse lo que decía.
—La mierda que habéis montado, aún se hará más lodo
por las mentiras tan increíbles y poco palpables que le añades. ¿Es que te
creías te ibas a quedar sin gente en tu nuevo restaurante? O es que veías
peligrar tu liderazgo en la Cooperativa de Cocineros.
Lleva cuidado, que la gente no es tonta y se da
cuenta de los movimientos raros que hacemos todos. De los generosos y de los
impopulares. Acosó Matilde, ajustando la postura a Mónica.
—A estas alturas nos conocemos bien, y poco se
puede disimular, entre la gente que sabe de buena tinta como pensamos. Te
conocen y con eso te lo digo claro.
—Que quieres decir, con “Te lo digo todo”. —preguntó
Mónica muy ofendida.
Queriendo que se lo aclarara, sin dejar pasar
minuto a su amiga. Voceando desde el auricular del teléfono, al expresar sin
esperarlo su interlocutora. Por la tangente, y con pocos modos. Y aún añadió un
par de quejas que refrendó.
—Es que
tienes alguna cosa que decirme. ¡Ándele doña Matilde, sea valiente! Es que no
sabes cómo hacerlo, o quieres sacarme de quicio para que te envíe donde pican
los pollos. Y después tenerte que pedir perdón, como una arrepentida.
Matilde quiso desacelerar el canto de sirena de la
afectada Mónica, que a pesar de su genio. Sabía que había fallado en su
proceder. No lo había hecho con elegancia, y aquellos flecos trajeron sendas
repercusiones, que enturbiaron al grupo de las mujeres dentro de la última
sesión de cocineros. Asestándole un recadito, que tuvo que soportar la enfadada
Mónica.
—Siempre me has dicho, que soy tu amiga, y que lo
que deba decirte lo haga. Sin miramientos, y con más confianza si cabe, que a
tu propia madre. Si con todo perjudica a tu persona…, pues mira que chasco.
Ahora que me decido y quiero alertarte de lo mal
que quedaste frente al Máster de los cocineros el profesor Coreano Lyei Changaseis.
Te ofendes como una colegiala, y encima crees que estás en posesión de toda la
razón.
—Mujer no te salgas de madre y perdona—añadió
Mónica—, que los abrazos y alaridos
AyyyyyyyyyyCariño. Que daba a diestro y siniestro. No eran
sinceros, ni mucho menos.
Lo hacía de forma exagerada, para repetir la imagen
que da la Madám para convencer a todos los amigos falsos que la rodean.
Dios nos libre caer en sus redes, porque saldremos indefectiblemente
con los sobacos afeitados, y los pies en polvorosa. Y después, tendrá los
santos gladiolos, en decir que ella, no ha sido la responsable. Echándole como
siempre, las culpas a los demás.
Situación irreal, cuento
para incrédulos.
Autor: Emilio Moreno
13 de septiembre 2024
0 comentarios:
Publicar un comentario