Era media mañana y sin retrasos —pensaba Manuel— en aclarar su plan de actividades y dejar claras sus
fechas de permisos y festivos pendientes.
Manuel Delgado está empleado en la empresa puntera, de
motores de competición para autos de carreras. Torneos mundiales de la Fórmula
Uno.
Lo primero que quiero tener en mis manos— cavilaba
para sus adentros Manuel.
Es el permiso de la festividad de octubre. Rubricado
y firmado por Robert de Fernán, mi actual jefe. No quiero que después tengamos overbooking entre compañeros.
Esta autorización del puente del Pilar, la espero desde
hace un año.
El resto de fechas de vacaciones, me da igual disfrutarlas
antes o después, pero esta celebración quiero disfrutarla con mi gente.
Tenemos tal galimatías en el departamento, que nunca
se sabe si llegaremos a fin de mes en plantilla. — y seguía
elucubrando a la vez que reactivaba el servidor del correo, que se había vuelto
de nuevo a quedar frito.
Como vengo refiriendo constantemente, el trabajo me
resbala cada día más.
Es una pena, pero no puedo hacer nada, porque no
está en mi mano.
Todo lo que propongo, o no les gusta, o se quedan
con la idea, para presentarla como proyecto suyo.
Presumiendo con los intendentes, y sacar a relucir
un valor que no tienen.
Hay demasiados jefecillos ineptos, colocados por
otros que aún son más incapaces, y llevan todo lo mal que pueden la marcha del
oficio. — Se detuvo en su fantasía, por atender una llamada
de teléfono—y después sin más, siguió pensando en el tema que le
ocupaba.
No debería ponerme nervioso ni preocuparme por nada.
—Se
meció su calvicie, y prosiguió con su matraca de especulaciones.
Mira que me
esfuerzo y a fe de creer en mi trabajo de tantos años, no lo
consigo. Aunque he de reconocer que cuesta mucho estar conforme con lo que
hacemos. Me lo han puesto difícil y lo han hecho adrede. Están esperando el
mínimo error, para ponerme de patitas en la calle.
Acostumbrado a una norma tan rígida y tan sin
vibraciones, noto extrañeza.
Logrando la cifra de resultados que me imponen en cada
ejercicio y consiguiendo los objetivos marcados.
De buenas a primeras todo cambia. Por supuesto llego
a entenderlo, sin embargo, ahora con estos “mandamases” tan desmañados, novatos
de poca usanza, quieran sacar adelante aquellos beneficios que se conseguían.
Nadie se rasga las vestiduras y así, de estas guisas
es meramente imposible.
Todos hemos sido jóvenes y presumidos, cuando
empezamos y sobre todo los que han ocupado mando. Pretendiendo demostrar las
habilidades que llevan intrínsecas dentro de su sentido común. De todos modos,
tropiezas con algunos que desestiman el compromiso personal de cada cual, como esfuerzo
obsoleto o quizás no válido.
Consiguiendo su efluvio vanidoso, pretendiendo
demostrar que son catedráticos, sin llegar a ser conscientes de las
repercusiones que se juegan en los negocios.
De poco les sirve, ya que cuando han de defender su
tesis, y enfrentarse a su director, sus piernas se vuelven ñoñas. Pifiándola
por sus dudas, sus miedos y sus calamidades.
Es el tiempo de resultados, de beneficios y de
atropellos.
Creen que manifestando una idea impensada solucionan
el atasco y antes de analizarla, a los treinta segundos, ya la han cambiado.
Volvió a su
realidad y se dijo para sí.
— ¡Bueno…bien! ¡Vale...!, a lo que íbamos.
Marcó el teléfono. El número de su responsable, y lo
llamó, con la excusa de si sabía la noticia del cese de Vicente Cuadrado, un camarada
suyo y un colega de todos.
Un jefazo de los buenos. De los que saben mandar y
sobresalen por sus cualidades y por sus dotes personales. Un auténtico leader.
—Sabes algo del
cese de Vicente— preguntó Manuel Delgado, esperando recibir una respuesta
coherente, por parte de alguien que en su día había sido protegido por el ahora
despedido. El mismo que lo propuso para el cargo que ahora ostentaba.
Le costó comenzar a hablar. Aunque conociéndole, después
se acelera y saca el hígado por la boca, con improcedencias, no propias
de una persona justa y de un jefe de su altura.
Su contestación fue inoportuna, temerosa y muy a la
fuerza,
— No lo comentes demasiado. — respondió el
jefe Robert de Fernand. — Creo que ha pedido la cuenta. Hace
dos o tres días sin dar demasiadas explicaciones.
—Anda y ves a contarle ese cuento a otro. Además, por
qué no quieres que se comente. ¿Es posible que no sea el último? Te pregunto
para que respondas. —Insistió Manuel.
—No hombre. No es
eso. Lo digo…— titubeante Robert. — Se calló sin decir ni media palabra. Aunque
se le escuchaba su respiración al otro lado del auricular.
Al cabo de una
pausa demasiado prolongada alcanzó. Prosiguiendo su alocución con esa voz de traicionero. Ese timbre vago de hipócrita,
que no brota de la garganta con nitidez.
Ese tono característico de “Judas barato e
insensible”, sin aclarar nada de lo sucedido, porque no es prudente o no sabe.
Hasta que al poco se envalentonó y de nuevo emitió vocablos
sin sentido, queriendo llevar la conversación donde a él le interesaba. Evitando
seguir por esa senda, y no ser golpeado con una nueva pregunta inadecuada.
Viendo que no respondía Robert, al suceso ocurrido
con el despido de su protector Vicente Cuadrado, derivó su padecer en relación
con la conformidad de su trabajo diario y la poca seriedad de los jefes de la
nueva hornada, y esperó el punto de vista del jefe.
— Es muy difícil, con tanta distancia, tener todo el
negocio y a todos los currantes controlados.
— Estoy muy de acuerdo.
— respondió el empleado Manuel—. Lo que no se puede tolerar, es a estas alturas de la profesión, “quieran comulgarte
con ruedas de molino”. Abandonando lo que realmente es de importancia y
quitándole mérito a lo que toda la vida ha sido negocio real. Para convencerte
con esas aplicaciones que no digo sean pertinentes, pero sí; quitan el pan a
bastantes empleados de esta oficina.
—Te veo como si
quisieras salvar el mundo, y a lo peor.… — Calló su comentario Robert y de repente quiso volver
por otros derroteros.
— Quizás te
refieras — interrumpió Manuel Delgado. — A que me están preparando el homenaje de
excedente ejemplar, y me ponen de patitas en la calle. ¡Sin más!
No respondió
Robert de Fernand. Todo aquel silencio era la respuesta a la vacilación.
Aprovechó para presentarle
el documento para festivos, vía correo electrónico, que los concedió sin más
dilación ni desacuerdo. Sabiendo que el puesto de trabajo, no queda
desasistido.
Alguno de los
tantos especialistas que nos rodean, hará las funciones superando con creces
las mías, y con menos sueldo. — acabó pensando el solicitante,
—No te apures
Manolo. Habló con una falsa amistad Don Robert de Fernand, y le digo a Conchita
la secretaria, te mande firmados los permisos para ese puente del Pilar.
Toda aquella conversación
despejó las ecuaciones. Las más sencillas y le dejó un pasillo bastante oscuro y largo hasta la hora de su jubilación.
La única perplejidad radica, en cómo estos “peces
espada”. Estos llamados ejecutivos, subsisten tan poco tiempo en su puesto
de trabajo, que no sabes nunca, si estarán presentes para verlo.
Lo mismo los largan a la calle, antes que empleados
como Manuel, Pepe, o Miguel lleguen a la jubilación.
Confirmando dos cosas, referentes a su jefe, que jamás
había valorado.
Durante todos los años que trabajó bajo sus órdenes,
nunca le dio la espalda, sin fiarse jamás de él, ni de sus promesas. Falsas como
el mismo Iscariote.
Aquel fin de semana de octubre, el de la celebración
de la “Pilarica”, pudo disfrutarla con su familia, sin imaginar a la
vuelta, le esperara una grata sorpresa.
Su jefe le había invitado a café para agradecerle
todo el esfuerzo realizado durante tantos años y ofrecerle una salida digna de
la empresa.
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