viernes, 19 de julio de 2024

Sin dejar pistas.

 










El escarmiento dado por aquella mujer maltratada. Fue sonoro.

Violada y arrinconada por un esposo, que no merece ni el desprecio de una venganza truncada y por un padre, que la vendió como una mercancía tarada.

Alondra Sauquillo, se había hartado de las barbaridades soportadas, que su marido le infringía y lo asesinó.

 

No conseguía entender, al castigo que la sometió su padre.

Obligándola a casarse con un tipejo, tan solo por heredar, cien acres de labrantío yerto, unos míseros olivos y dos centenas de terneros.

Exigiendo, que olvidara al amor de su infancia. Porque no tenía donde caerse muerto.

 

Desorientada, por su corta edad y la inexperiencia de la imposición paternal. Soportó.

No supo reaccionar y nadie le ayudó. Permitiendo que la enredaran a sabiendas del fracaso, contrayendo aquella boda. Que en definitiva era la suya.

Cediendo a las disposiciones y deseos de sus padres, que ya habían medrado con otras hermanas, en beneficio de ellos.

Teniendo que dejar a un lado, al amor de toda la vida. Sin poder darle su cariño por la falta de comprensión de una gente, que tan solo tenía hijas para venderlas al primer postor, que les viniera con un patrimonio miserable.

Con ello, incluir en el seno de la estirpe. A un tipejo vicioso, puerco y sanguinario, como yerno. Aceptando incluso a sabiendas, el trato que le iba a dar a su propia hija, tan solo por conseguir la hacienda.

Aquella joven, se había desposado a la fuerza y la anatomía del esposo, le daba una repugnancia espeluznante. 

Fue como todo en aquel tiempo.  <porque lo digo yo Y no hay nada más que hablar>.

 

Si le gustaba bien, y si no. ¡Pues a callar!, y obedecer como tantas mocitas del entonces retrasado país.

Sometidas a unos patriarcas, que sin cariño alguno, y menos cultura se creían redentores. Llevando a sus niñas en muchos casos. A soportar las mismas desgracias, que habían tolerado ellos.  

Lo reglado, era esclavizarse por las ansias de sus mayores, y más cuando se trataba de conseguir aquel botín consensuado. Que llevaría su hija como premio, si se casaba con aquel truhan. Para disfrutarlo junto con las palizas y malos tratos que a bien seguro recibiría.

Estaba todo decidido. Así lo pactaron entre familias. Con mucha prisa, no fuera que alguno de ellos, perdiera interés y se quedara Alondra, “para vestir santos”.

Muy poco convencida y deprimida. Aceptó. Y aún y así, obligada, se unieron en matrimonio.

A Félix le daba igual, que lo amara o lo detestara. También se la habían adjudicado, sin poder escoger. La encontraba guapa y lo calentaba en las noches de invierno, dejándolo satisfecho. Le llevaba la casa, y atendía en el granero. Lo que necesitaba sin más.

Tampoco iba a cambiar sus aficiones con las rameras, el vino, el juego y la francachela. Cuando le parecía la montaba y a buen seguro le serviría para engendrar los hijos que necesitaba, para continuación del trabajo en el campo.

Jamás lo amó, y cuando trajinaba en su cuerpo. Le concedía lo que necesitaba, sin pasión. Cerraba los ojos y su lujuria excesiva, la llevaba a creer que la estaba amando Lucho.

Pensando en las preciosas escenas vividas juntos, en su adolescencia. Con el joven de la familia humilde que besaba sus labios, como los ángeles, y que no podía ser para Alondra por no tener un real que aportar a cambio.

Aquel niño esbelto que en un principio, le “bebía los vientos” y rompía las vergüenzas mal llevadas, para hacerla disfrutar. La esperaría hasta que retornara, para emprender una vida fuera de aquel pueblo.

Desde que contrajeron matrimonio Félix y Alondra tuvieron diferencias soportables.

Ella procuraba no atraerlo, ni apasionarlo para que no se le acercara. Aprovechando cualquier instante, para dejar pasar a Lucho y la acoplara, a espaldas de Félix, la familia y la gente.

Mostrándose con su marido con frecuencia—siendo mentira—enferma y descuidada para evitar despertar la gana de meneo, de aquel ordinario personaje. Al que le iban las brutalidades en la cama, el desprecio por lo romántico y la copulación desmedida.

Félix, además de llevar su hacienda, estaba empleado en el Ayuntamiento de Yecla, como recaudador y listero del cobro de impuestos, de esa población de la Región Murciana. En el último tiempo, se juntaba con gente poco ordenada, y el juego, lo sacaba de quicio. Habiendo contraído unas deudas importantes que le reclamaban los prestamistas.

El marido fuera de toda imaginación y sospecha, no daba señales de estar presionado por la mafia de la zona. y añadido a su chulería petulante preparaba un golpe de gracia. Que le permitiera sacar la cabeza de aquellos que le exigían el pago.

 

Alondra tras ver un nerviosismo poco acostumbrado en Félix, comenzó a seguirle cuando podía y ver qué clase de movimientos tenía. Ese deseo de espiarle, le llevó a conocer que preparaba un acto vandálico, con ayuda de alguno de sus allegados. Desconocía que Alondra lo perseguía desde hacía un tiempo y así, descubrió que Félix guardaba una copia de las llaves de la puerta del Consistorio, dentro de la alacena, en una de las rendijas de la despensa de la cocina.

Que atando cabos, pudo llegar a imaginarse que el enredo, tendría relación con algo que querría sustraer de la Municipalidad.

Con lo que llegó a una conclusión y ésta era, que sería para dar el golpe a la recaudación de impuestos, que debía sumarse a los haberes llegados desde Madrid, para los pagos y devengos a empleados. Montante de divisas en metálico muy importante en la cuantía.

Alondra observó que el atraco no lo preparó solo. Tenía ayudas externas conocidas, llevadas muy en silencio y en secreto. Hasta que llegara la hora cero.

Exigencias que por lo visto las partes requerían por si todo acababa en nada.

Deduciendo, en cuanto echó los cálculos de los plazos, que la fecha del robo sería en menos de una semana, por los términos y pagos a empleados y obreros de la alcaldía.

Por lo que mantuvo observado día y noche a su marido, para atropellarlo en su propia indecencia.

Aquella noche Félix Mondoño, iba a asaltar la caja de los efectos de valor del Cabildo.

Una vez que los guardias, habían depositado y resguar-dado debidamente, las sacas de efectivo. Llegadas desde la capital, con el fin de abonar el pago de salarios del personal, las ayudas de inválidos y pensiones, para los retirados jornaleros de la alcaldía.

Le pareció raro a Alondra, que aquella noche, saliera tan tarde su marido. Sin haber pasado por la taberna como lo solía hacer.

Algo le decía, que era la noche de la rapiña y disimulando, ni tan siquiera preguntó, al ver que no se despedía.

Ella no conocía, la cantidad de valijas que habían llegado, a las arcas del Concejo de Yecla, pero asimilaba en qué lugar las iba a depositar. Caso que las hurtara todas, y con picardía, la propia Alondra, lo siguió en su camino, para saber a qué atenerse.

Subiendo a la terraza del Cabildo para ver el itinerario que tomaba y observar el espectáculo. Desde donde divisaba los ventanales de la lonja. Y al no poder llevar a cabo, su magnicidio desde la distancia. Volvió a su casa, y se cambió de ropa. Disfrazándose de hombre. 

Sin olvidar recoger el trabuco, que guardaba el propio Félix en sus dominios, que usaba cuando iba de caza con su padre y un amigo tan andrajoso como él.

Cargó aquel arcabuz con postas nuevas, de las usadas para la caza del oso pardo. Saliendo a la calle y acercándose entre las sombras, tapada con su capa, y tocada con un sombrero de flanco extenso.

Llegó hasta la esquina del edificio del Ayuntamiento. Donde el asaltante, creía y confiaba, que sería aquella operación del robo, una transacción limpia y muy rápida.

Contando con la ayuda de la copia ilícita de llaves, conseguida de forma poco legítima, que guardaba en la alacena de la cocina.

Evitando la necesidad de forzar puertas y ventanas. Conocer el camino a seguir, sin necesitar el alumbrado, ya que al tratarse de su propio puesto de trabajo, sobradamente intuiría el trayecto.

Se lanzaron a consumarlo. Sus adláteres no descubiertos hasta ese momento, eran su hermano Lucas y su padre, Don Ezequiel. Hombres considerados regios y muy influyentes en Yecla.

Por piadosos y honrados caballeros, se les tenía. Cuando en realidad eran una pandilla de rufianes.

Entró Félix al caer la noche, abriendo los portones del lugar, y pronto, consiguiendo alcanzar y desvalijar las arcas.

Todo marchaba fino como la seda, y una vez consiguieron rescatar las valijas, y sacas, disimularon el lugar poniendo pruebas falsas, para confundir a los Civiles. Que pasadas las horas y consumado el acto, no sabrían por dónde comenzar con las pesquisas.

Félix estaba por comenzar el regreso a su casa, con una saca mediana de billetes de curso legal, sobre sus espaldas. Tan confiado como seguro, dejando el resto para sus ayudantes disimulados, en el zaguán de acceso al consistorio.

De buenas a primeras se escuchó una deflagración brutal, con disparo doble, procedente de aquel fusil de dos cañones, dejando a Félix, sobre la escalinata del acceso al edificio. Más muerto que su alegría.

Alondra Sauquillo, desdibujada bajo aquella capa, y tapada con aquel sombrero negro, recogió una de las dos bolsas. La menos manchada de sangre, pero de más peso y mejor nutrida de billetes. Y con las mismas, emprendió la escapatoria. Ella muy disfrazada y disimulada, llegó a su casa sin que nadie la viera, ni relacionara. Acostándose felizmente.

Antes que sus compinches recogieran las sacas del vestíbulo de entrada y emprendieran la huida. Escucharon el estruendo tremendo del trabuco al ser detonado. Los dos compañeros se asustaron y salieron pitando del lugar, pensando que algo salió mal.

 

Fue un escándalo, conocer que Félix, y sus parientes eran los ladrones de la Alcaldía. El revelo fue morrocotudo y la pobre Alondra, quedó muy sola y según todo el pueblo, desasistida.

Tan solo con las visitas furtivas que le hacía su bien amado Lucho, que desconocía todo el argumento de lo sucedido.

Del botín se recuperó casi la totalidad de las valijas, excepto una parte del dinero contenido en una de ellas, que fue ilocalizable, sin dejar pistas. Que en ningún tiempo se recuperó.

Jamás se supo quien disparó a boca de jarro contra el pobre Félix.

Pensaron que fue ajusticiado por algún arreglo de cuentas, de algún avieso desconocido. Posiblemente el que hizo desaparecer los billetes de curso legal, no encontrados.

 

Alondra quedó viuda muy joven, con gran desconsuelo y desamparo y con los comentarios que la gente le regalaba. Buscó un destino lejos de su Yecla natal y con el tiempo se supo que residía en Río de Janeiro con Lucho, su amor de toda la vida, que la esperó el tiempo que hubo menester.






 


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