Aquella señora, doña Escolástica, adivinaba el pensamiento, sin que nadie conociera esa merced. Además, sin esfuerzos, preveía lo que pensabas con el pronóstico de un acierto del cien por ciento.
Si procedía y se lo
proponía, podía saber que clase de vivencias había tenido cualquiera en el
pasado, y aún más peliagudo si cabe. Saber cuál podría ser tu futuro exacto.
Incluso tirando de un
poco de esfuerzo, sin demasiadas zarandajas ni teatros. Tan solo con un gesto
incomprendido podía entrar en el mundo pretérito de quien se proponía.
De donde procedías, y
como y de qué modo eran tus antepasados. Que clase de virtudes y deméritos te
rodeaban.
Nunca había presumido, y
menos aireado de esas disposiciones, que más que aptitudes, eran un don del
cielo, que llevaba en sus genes.
Aunque de sus padres, era
difícil pensar que lo había heredado. Sin tampoco tener certeza, porque eran
personas muy cerradas y nunca habían abandonado su villa natal.
Tampoco habían destacado
por nada, ni cursaron estudios.
De hecho, no eran gente
cultivada, por no haber podido asistir a la escuela. Fueron almas sencillas y
reservadas, en su deambular. No habían destacado por ser nada especiales.
Eran labriegos sencillos y
no había sospechas, que hubiesen llegado desde una galaxia desconocida.
Contestaban por el nombre
de Emeterio y Salustiana y ahí quedaba todo. Desconociendo ella, que fue
escogida de entre todas.
Labradores en un pueblo
del norte de Teruel, y todos sus ascendentes eran de la misma población.
Salustiana había sido en
su juventud, una moza muy guapa, pretendida por todos los quintos y jóvenes del
pueblo, pero siempre se mantuvo seria y comprometida, haciendo un caso
extraordinario a sus padres. Que la habían prometido nada más nacer, con el que
llegado el momento sería su esposo, y no era otro que Emeterio.
Ambos habían jugado de
chiquitines, fueron juntos a la escuela, y en su mocedad, cada cual ayudaba en
las faenas del campo y de los corrales. Aportando mano de obra, muy valiosa a
sus padres. Hasta que una vez licenciado el joven, dispusieron que ambos se casarían,
por estar enamorados.
Escogiendo un lugar
cercano. Una ermita que llevaba cerrada cientos de años. Según dijo el
presbítero que los uniría en matrimonio.
La ermita de los Poderes
Sagrados, cerrada al culto desde tiempos inmemoriales.
Mantenía intactas sus
bóvedas y rincones.
Faltos de limpieza
ordinaria, pero completamente inmaculado en el tiempo.
Labores que emprendió la
joven casadera, meses antes de celebrarse su matrimonio. Usando cada dos o tres
días un tiempo, después de las faenas habituales de su casa, de la atención del
sembrado en el huerto y el esmero con los animales de la cuadra, para ir
limpiando y adecentando aquel lugar tan sagrado.
No tardó Salustiana después
de su boda en quedar en estado.
A los cinco meses de
casados, dio a luz la recién casada, a su primogénita Escolástica, con la solidez
de una niña de año y medio. Además de una forma incomprendida, jamás lloró ni
dio el trabajo que suele dar una recién nacida.
Aquella niña, era
especial. A los seis meses hablaba como una adulta y caminaba y se desenvolvía
como una fémina desarrollada.
Nadie sospechaba como se
habían dado aquellas circunstancias tan anormales. Aunque Salustiana, mantuvo
en secreto. En puro silencio, sin abrir la boca ni contarlo a nadie, sobre las
rarezas que notaba cada vez que entraba en la ermita de los Poderes Sagrados.
Un bamboleo con viento
profundo le arremangaba las vestiduras, hasta que cerraba tras de si el portón
de la ermita. Notando rarezas en su bienestar, y erupciones en su cuerpo, con
unos finales dichosos que le agradaban profundamente. Perdiendo el periodo,
antes de su propia boda.
Emeterio y su esposa,
fueron personas felices, criando a su hija como a las niñas del poblado, sin
remilgos, y sin mimos. Creciendo feliz entre sus semejantes. Yendo al colegio
sin destacar, a pesar que una fuerza imponderable la frenaba. No había
explicación que obtener, ni que dar, porque ella no la necesitaba. Conocía los
motivos.
Así se acostumbró a vivir,
aunque la niña predecía los sucesos en el pueblo en silencio.
Conociendo la fecha
exacta de la defunción de sus padres, fue preparando su marcha y despedida de
la villa, para trasladarse a la ciudad. Intentando dirigir su vida, desde una
amplitud más generosa.
Escolástica, jamás se
propuso aprovechar aquellos dones para ganarse la vida, porque no lo
necesitaba, aunque si, verdaderamente hubiera podido usarlos.
Predecía con antelación,
cuando iban a suceder los acontecimientos menos pensados. Los graves y funestos
y los agradables y simpáticos.
Colaborando con la
justicia en muchos casos, y con la medicina en otros, en pro de la ayuda a los
semejantes. Sin dejar huellas en las coincidencias o hallazgos, que otros
encontraban, a veces sin explicación.
Esos entes o personas que
después del descubrimiento impensado, se lo apuntan como si hubiese sido
revelación por su preparación y méritos.
Es muy fácil, que nos la
encontremos, o quizás tropecemos con ella. Al salir de paseo, o en la fila de
un comercio esperando turno.
No se da a conocer y
jamás presume de nada.
Ahora es ya una abuelita
adorable, y sin notarlo nos mira con agrado.
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