lunes, 29 de julio de 2024

Invisible para los comunes.

 




Aquella señora, doña Escolástica, adivinaba el pensamiento, sin que nadie conociera esa merced. Además, sin esfuerzos, preveía lo que pensabas con el pronóstico de un acierto del cien por ciento.

Si procedía y se lo proponía, podía saber que clase de vivencias había tenido cualquiera en el pasado, y aún más peliagudo si cabe. Saber cuál podría ser tu futuro exacto.

Incluso tirando de un poco de esfuerzo, sin demasiadas zarandajas ni teatros. Tan solo con un gesto incomprendido podía entrar en el mundo pretérito de quien se proponía.

De donde procedías, y como y de qué modo eran tus antepasados. Que clase de virtudes y deméritos te rodeaban.

Nunca había presumido, y menos aireado de esas disposiciones, que más que aptitudes, eran un don del cielo, que llevaba en sus genes.

Aunque de sus padres, era difícil pensar que lo había heredado. Sin tampoco tener certeza, porque eran personas muy cerradas y nunca habían abandonado su villa natal.

Tampoco habían destacado por nada, ni cursaron estudios.

De hecho, no eran gente cultivada, por no haber podido asistir a la escuela. Fueron almas sencillas y reservadas, en su deambular. No habían destacado por ser nada especiales.

Eran labriegos sencillos y no había sospechas, que hubiesen llegado desde una galaxia desconocida.

Contestaban por el nombre de Emeterio y Salustiana y ahí quedaba todo. Desconociendo ella, que fue escogida de entre todas.

Labradores en un pueblo del norte de Teruel, y todos sus ascendentes eran de la misma población.

Salustiana había sido en su juventud, una moza muy guapa, pretendida por todos los quintos y jóvenes del pueblo, pero siempre se mantuvo seria y comprometida, haciendo un caso extraordinario a sus padres. Que la habían prometido nada más nacer, con el que llegado el momento sería su esposo, y no era otro que Emeterio.

Ambos habían jugado de chiquitines, fueron juntos a la escuela, y en su mocedad, cada cual ayudaba en las faenas del campo y de los corrales. Aportando mano de obra, muy valiosa a sus padres. Hasta que una vez licenciado el joven, dispusieron que ambos se casarían, por estar enamorados.

Escogiendo un lugar cercano. Una ermita que llevaba cerrada cientos de años. Según dijo el presbítero que los uniría en matrimonio.

La ermita de los Poderes Sagrados, cerrada al culto desde tiempos inmemoriales.

Mantenía intactas sus bóvedas y rincones.

Faltos de limpieza ordinaria, pero completamente inmaculado en el tiempo.

Labores que emprendió la joven casadera, meses antes de celebrarse su matrimonio. Usando cada dos o tres días un tiempo, después de las faenas habituales de su casa, de la atención del sembrado en el huerto y el esmero con los animales de la cuadra, para ir limpiando y adecentando aquel lugar tan sagrado.

 

No tardó Salustiana después de su boda en quedar en estado.

A los cinco meses de casados, dio a luz la recién casada, a su primogénita Escolástica, con la solidez de una niña de año y medio. Además de una forma incomprendida, jamás lloró ni dio el trabajo que suele dar una recién nacida.

Aquella niña, era especial. A los seis meses hablaba como una adulta y caminaba y se desenvolvía como una fémina desarrollada.

Nadie sospechaba como se habían dado aquellas circunstancias tan anormales. Aunque Salustiana, mantuvo en secreto. En puro silencio, sin abrir la boca ni contarlo a nadie, sobre las rarezas que notaba cada vez que entraba en la ermita de los Poderes Sagrados.

 

Un bamboleo con viento profundo le arremangaba las vestiduras, hasta que cerraba tras de si el portón de la ermita. Notando rarezas en su bienestar, y erupciones en su cuerpo, con unos finales dichosos que le agradaban profundamente. Perdiendo el periodo, antes de su propia boda.

Emeterio y su esposa, fueron personas felices, criando a su hija como a las niñas del poblado, sin remilgos, y sin mimos. Creciendo feliz entre sus semejantes. Yendo al colegio sin destacar, a pesar que una fuerza imponderable la frenaba. No había explicación que obtener, ni que dar, porque ella no la necesitaba. Conocía los motivos.

Así se acostumbró a vivir, aunque la niña predecía los sucesos en el pueblo en silencio.

Conociendo la fecha exacta de la defunción de sus padres, fue preparando su marcha y despedida de la villa, para trasladarse a la ciudad. Intentando dirigir su vida, desde una amplitud más generosa.  

Escolástica, jamás se propuso aprovechar aquellos dones para ganarse la vida, porque no lo necesitaba, aunque si, verdaderamente hubiera podido usarlos.

Predecía con antelación, cuando iban a suceder los acontecimientos menos pensados. Los graves y funestos y los agradables y simpáticos.

Colaborando con la justicia en muchos casos, y con la medicina en otros, en pro de la ayuda a los semejantes. Sin dejar huellas en las coincidencias o hallazgos, que otros encontraban, a veces sin explicación.

Esos entes o personas que después del descubrimiento impensado, se lo apuntan como si hubiese sido revelación por su preparación y méritos.

 

Es muy fácil, que nos la encontremos, o quizás tropecemos con ella. Al salir de paseo, o en la fila de un comercio esperando turno.

No se da a conocer y jamás presume de nada.

Ahora es ya una abuelita adorable, y sin notarlo nos mira con agrado.




0 comentarios:

Publicar un comentario