martes, 21 de diciembre de 2021

El deseo y el sexo de la señora Kinterbwole

 



Aquella tarde salió de la consulta de su psicoanalista pretendiendo recorrer tiendas y comprar, sin precisar que es lo que necesitaba. Sin saber que encontraría algo que no se adquiría en los comercios, ni en los grandes almacenes de la ciudad. 
El destino volvía a jugar sus cartas, de forma inexplicable, y totalmente impensable, mientras bajaba al portal con el segundo elevador de la planta. Jamás soñó tropezarse en la propia puerta del suntuoso edificio a Tucson, al que ni miró y trató de esquivar, aunque en sus días fuera la persona que estuvo la manteniendo a pan y cuchillo, por más de dos años, y con la que no pocas veces convinieron a gusto. 
Consumiendo todo lo que se podía inspirar, e inocular por sus venas. Acciones que remataban, bailando desnudos, antes de llegar a las respectivas habitaciones, tras las suculentas cenas en los impensables restaurantes de los grandes hoteles. Sin importarles el mundo que les rodeaba y las posibles repercusiones que no a tardar demasiado les pasaría factura. 
Unos costes parecidos o de la misma índole que aquellas que gastaban cuando finalizaban sus orgías en las inmensas y superlativas salas de vicio. Bacanales morrocotudas, plenas de sexo pegajoso, que sobrellevaban delante de quien fuese, totalmente desprovistos de ropa. En pelotas al borde de la locura más contundente jamás ideada.

Le abrieron como de costumbre la puerta del ascensor y al iniciar la salida del elevador tropezó con Tucson. Así le llamaban al hombre, que frente a ella se detuvo conociéndola de inmediato. Intentando, pasar desapercibida o haciendo quizás la pose de no reconocerle, situación inesperada que frenó por unos instantes el segundero del reloj. El ascensorista, pudo ver que la situación se tornó rara, al despedirse de la mujer, y ésta comenzar a tartamudear súbitamente, mirando al suelo e intentando escapar. El mozo la sujetó y llamó al orden antes de rasgarse el abrigo al intentar pasar por el límite del cubículo, sorteando al caballero que impertérrito aguantaba su posición.

__ Doña Nadia __ Espetó el empleado, y siguió perdone señora Kinterbwole, permítame que haga paso para que pueda usted pasar tranquilamente y haciendo cuerpo frontal, se encaró con el caballero que no permitía el paso, obligándola a que abriera la boca. Fueron segundos los transcurridos los que se normalizaron sin más, para la salida de aquella nerviosa señora del montacargas, rogándole el botones al hombre, dejara el paso libre para despachar a los usuarios. 

Aquel cuerpo se echó hacia la izquierda, sin quitarle la vista de encima a la guapa mujer que abandonaba el lugar por el pasillo, en el recorrido hasta la calle. Quedando Tucson, perplejo y sin palabras, y permaneciendo mudo brevemente a la vez que emprendía el ascenso, en aquel cubículo modernísimo en dirección a las plantas superiores, con el mismo empleado que instantes antes le solicitó se apartara de la puerta de acceso y, pudieran salir sin riesgos.

__ A que piso le llevo señor, preguntó el subalterno, con mucha educación y con un acento muy parecido al pasajero que conducía.

__ Al noveno, por favor__ le respondió el hombre, que de repente se echó mano a la cartera y sacó doscientos dólares, mostrándoselos al empleado descaradamente, y con un gesto de ofrenda para que los guardara, le preguntaba, sin miramientos ni cortapisas, en que planta residía la señora, a la que había facilitado el paso con tanta gentileza. 

__ La señora Kinterbwole, es la paciente de la Psiquiatra García__ siguió informando y dudando en recoger los billetes, hasta que prosiguió y ejerció.

__ La doctora tiene su consulta en la planta catorce en el departamento catorce setenta y tres al catorce setenta y ocho, y tan solo pasa consultas a personas como Nadia, que son de muy alto standing y con cita previa. Le contestó el empleado sin haber perdido tiempo en alargar la mano que recogía los dos billetes de cien pavos que aquel caballero le dispensaba.

__  ¿No se llama Thaison? __ la guapa señora, insistió el caballero. No teniendo respuesta por parte del asistente, insistiendo con otra pregunta

__ Entonces dónde puedo recabar información de esa belleza, sin levantar sospechas y sin que ella pudiera enterarse para evitar molestias.

__ Pues bien, seguro no lo se__ asentó el ascensorista__ porque según tengo entendido la dama en cuestión está del todo, y la recogen en la puerta y la traen desde el Manicomio de la ciudad.




CONTINUARÁ....

 

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