La nieve caía en aquella ciudad, con tanta intensidad, que impedía ser feliz por las consecuencias que reportaba a corto plazo y el encogimiento en la vida normal entre los ciudadanos. Los copos precipitados y algodonados, cuando caen entre los árboles del campo en las montañas, lejos de la prisa de la ciudad, son preciosos. Sin embargo, dónde todo es prisa e inmediatez, llegan a ser complicados, hasta el punto de desdeñarlos.
En la campiña, a las afueras, en provincias, nadie se ve
afectado por la enjundia tan grande, que aporta, cerrar carreteras, desviar
caminos, limpiar calles continuamente, accidentes fortuitos que se suceden en
la ciudad, y en el mundo rural, ni siquiera tienen cabida. De ahí la diferencia
si los comparamos con esos paisajes idílicos, que vemos reflejados en las
noticias,
Poblaciones minúsculas que están preparadas para resolver todos
los inconvenientes de los contados habitantes que las pueblan y el modo de
vivir de sus gentes, hacen que la diferencia se note exageradamente y en un
lugar sea preciosidad, armonía y felicidad y en otros sea lo antagónico. Esas
mismas estampas en la gran urbe, se estropean, se degradan y perjudican.
La familia de los Harrison era amplia, desde los abuelos maternos, padres de Alice, casada con Douglas y papás a su vez de cinco
hijos, vivían felices.
Gozo, que aumentaba cuando llegaban las Navidades, que montaban
su árbol con guirnaldas y bolas de colores y su nacimiento, repleto de
detalles, con sus figuritas de pastores jaleando a la Virgen y a San José que
dentro de la barraquita de madera se resguardaban del frío y de las
inclemencias del tiempo, a la espera de los Magos de Oriente que llevados
por una estrella guiaba desde el confín de los mundos,
Los muchachos de la casa, todos en edades de recibir ofrendas, habían
hecho saber por la carta a los Pajes, cuales serían los regalos que deseaban, y
al ser tantos hijos, pues con un obsequio, tenían que conformarse. Jeremy el mayor con diez años, escribió en su demanda que necesitaba
una moto infantil, para cuando le tocaba ir a por el periódico del abuelo, no
tardar tanto en el camino de ida y vuelta. Dorothy, de ocho años,
solicitaba una escoba y un recogedor para ayudar a mamá y a la abuela, en la
limpieza del jardín. Aretha, en sus seis años y con lo graciosa que era, necesitaba
urgentemente un teléfono móvil para poder comunicarse con sus amigas del
colegio y que le sirviera también para hacer sus fotos y escuchar su música. Elizabeth de cuatro años y medio,
escribió que pedía una muñeca de las que andan solas, se saben llevar a la boca
el chupete y se hacen pipí sin pedirlo de antemano. Frank el más pequeño, con tan solo
dos años, ni tan siquiera supo que pedir, ya que apenas hablaba y poco se le
entendía,
Todos aquellos deseos de los hijos, tanto Alice, como Douglas, los valoraron y pronto
vieron que los venidos de Oriente, no son tan ricos. Llegaban mandados por el
cielo a una casa humilde que no tenía más que ilusiones, y además de regalar felicidad
y armonía, les pronosticó a todos tener una salud de hierro, para seguir tan
pitos un año más.
0 comentarios:
Publicar un comentario