sábado, 29 de agosto de 2020

¡No! De momento, no.

 



Aquel ruido del motor le llevó a la noche de los hechos.

Volvieron a nacer los cinco que iban en el 850 especial. Regresaba de un: «Ya nos veremos»

Se ausentaría durante un tiempo, ingresaba a filas en el Ejército.

Cumplía con la norma. Lo exigido en aquella época. «A la fuerza, ahorcan»

Era una ley solo para varones, desde el nacimiento.

No podía evadirse, ni del ingreso a filas, ni del ¡adiós!, a su irradiada familia. Estaba escrito en su destino, que aquella noche fuera trágica.

Aquel joven, no poseía nada, ni siquiera experiencia para afrontar lo que se le venía encima. Se vivían tiempos de verdades a medias y de incertidumbres todas.

Pasados los años—aún lo recuerda—, que la muerte, se paseó dentro de aquel utilitario, y no quiso llevarse a ninguno de los ocupantes.

Después con el tiempo tomaron sus derroteros y todos, siguieron con sus vidas.

Ahora el joven, en la tercera edad. Sigue sufriendo por aquellas vivencias.

Jamás enterrará los chorros de luz chillones, hasta cegarlo y el extravío del conocimiento, al volcar el vehículo.

Oscuridad, después del mundo de luces del vehículo, tras la colisión.

Últimas luces, que alojándose dentro de su mente, le permitía ver su posible defunción, pasándole un resumen de su trayectoria, en secuencias. De lo que fue su paso, por este santiamén, llamado «vida»

Vestigio, que repasó a vuela pluma, poco antes del impacto. Instantes antes de los gritos y las heridas en el cuerpo, de la sangre que producía toda su hemorragia, que a pesar de lesionarle profundamente, no quiso llevárselo de momento.

Cuando abrió los ojos, habían pasado cuarenta y ocho años y su nieta le preguntaba, yayo ¿Me has traído los cinco regalos, prometidos?





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