No
había ocupación real en mi mente
más
que pensar en ti cada minuto
sembrando
casi todo mi tributo
despertando
en tu cuerpo transparente.
No
existía más en mi el sugerente
placer
de repetir con tu absoluto
cuerpo
que se mostraba disoluto,
por
toda despedida consecuente.
Te
ibas cada septiembre esperanzada
que
al llegar el verano me tendrías
solícito
tan digno en tu enramada.
Solo
cartas y atrasos y más días
ponían
en un riesgo la cruzada,
pero
ganó el amor. ¡Cómo decías!
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