Desde
el momento en que ganó aquella partida de naipes, en el aquel
Casino,
donde
tanto representaba Don Saturio, comprendió que todo aquel contrito
comenzaba a tocar fondo. El desatino del último tiempo le acarreaba
serios problemas personales, que iniciaban rompiendo a su propia
familia y por supuesto a otras, que diezmadas por la sinrazón
acabaron en tragedia. Segismundo muerto, a manos de Saturio por un
desliz, un juego necio que lleva a según que hombres a perder, desde
la cabeza a la vida. Yacía
en el suelo.
Angustiosa
despedida
de Segismundo a manos del boticario,
dejándolo
más muerto de una estocada, que a un becerro el
puñal de un matarife en
el pasillo
del
matadero.
Fuera
de acción y reacción, por
enfrentarse Segismundo, cuando
estaba fuera
de sí; con
un experto espadachín.
Solo
quedaba una salida honrosa para aquel hombre, una
vez que
lo
tenia todo perdido. La
muerte.
Su
opositor, le
dio muerte y
lo dejó en aquel lugar, el propio
despacho
de la gerencia del Casino, sin
aliento, sin
recursos y sin vida.
Don
Saturio desde
aquel instante, fue
el dueño y señor de toda posesión que hubiera pertenecido al
fallecido señor Lacalle, más
conocido por el “Broncas”, don Segismundo.
Gran
valedor de Castilla en las Antillas y adelantado de Logroño en
Santiago de Cuba. Valiente
hacendado y hacedor de logros para la Corona del Reino. Finalizó su
insatisfecha
vida, del modo más trasnochado que supo.
Perdiendo,
por tener aquel orgullo infectado de inconsciencia
toda su riqueza, todas sus posesiones. Entre
otras fortunas
a
la propia Dolores Zurita, esposa del finado, que
pasó
a engrosar de todo derecho a
la lista de protegidos del insigne "matasanos".
Fondos
y enseres, animales de carga y de corral, criados y empleados,
poderes bancarios, patrimonio y personas que estuvieren al cargo del
occiso.
Por
lo que tomó la decisión de dar
fe de todo aquello, incluyendo aquella muerte de forma oficial. Para
mitigar las consecuencias, derivadas de aquel enfrentamiento con
armas, que estaba obligado a denunciar.
Don
Saturio mandó
a
llamar a los miembros
de la gendarmería,
encabezados por el sargento del
destacamento Don
Práxedes Hidalgo Recio, para que se personaran en su despacho y
hacer el atestado de muerte por reto y desafío.
Un
personaje nada parecido a los comprometidos caballeros del cuerpo. Un
garbanzo oscuro dentro de la gran familia de uniformados defensores
de leyes y normas.
Un gerifalte de cuento de terror, mujeriego, jugador y vicioso
bebedor de brebajes especiales, facineroso abusador de quien le venía
a cuento, hampón redomado y maleante experto en chantajes.
Al
juez instructor, Don Rigoberto Allepuz que adeudaba a Don Saturio
Ruwi, la nada despreciable cantidad de efectivo, que ascendía y
sumaba los cien mil reales, que era gran parte de la deuda contraída
por juego, alcohol, estupefacientes y mujeres. Caballero, soltero
nacido en Orense y destinado en la zona por la carrera de la
jurisprudencia.
Al
capellán de la parroquia el beato Martín Morcillo Galán, natural
de Calatayud y que prestaba servicios sacerdotales en aquella zona.
Hombre justo y recto, contrario a las barbaridades habidas en el
perímetro y confesor de todos ellos.
No
podía faltar el enterrador de Arnedillo Don Melquiades Larrazábal
de Monroy, empresario de las pompas fúnebres y de los descansos
terrenales a largo plazo. Creyente de todo lo misterioso y portador
de todas las noticias dadas en aquella comunidad.
Hijo
de madre soltera, denostado por ese albur y el brujo oficial del
Balneario. El adivinador de los deseos de los que viven en el terreno
de los callados, el portador de avisos de ultratumba, el mensajero
entre los infiernos la orbe y la gloria.
Mucho
antes el boticario, había dado aviso a dos de sus empleadas, las más
allegadas, aquellas que siempre estaban para zurcir un roto,
mangonear un disgusto y hacerle una barragana, que lo adecentaran al
pobre del señor de lacalle, que le lavaran aquellos feos cortes y le
cambiaran de camisa limpia y corbata, para que a la hora del
levantamiento de su propio cadáver, por parte de las autoridades
religiosas, sociales y jurídicas pudiera presentar un aspecto de
menos muerto, de menos asesinado.
Xarme
no quiso saber nada y quitó a sus dos hermanas Xon y Marina del
medio de aquel fregado, para evitar padecieran por una aberración de
su padre.
Aquellas
dos sirvientas y la esposa del difunto, muy acostumbradas a codearse
con situaciones como aquella e incluso peores, lo dejaron al bueno
del “Broncas” como si se hubiera bronceado para recibir su
primera comunión en la ermita del embarcadero. El caladero de los
barquichuelos del río Cidacos en su caminar por Arnedillo cuando
resuelto y con aguas claras busca desembocar en el Ebro, muy cerca de
Calahorra.
Los
destacados de Arnedillo se presentaron a la voz de llamada de Don
Saturio, creyendo que sería una nueva diversión del farmacéutico,
un nuevo negocio del practicante, una nueva vía de diversión y de
asueto para sus orondos corpachones. Los reunió en el despacho,
donde sobre una peana, estaba yerto el cuerpo del apurado Segismundo.
Vigilado por dos palmatorias con dos velas gruesas, que manaban la
cera muy lentamente en su desmayo hacia el recogedor de la base.
Señores
les he hecho venir de forma apremiante, por que mi conciencia de buen
ciudadano no me permite dejar a este pobre hombre sin atención
cristiana. Además de formalizar con el señor comandante del puesto,
todas las declaraciones que convengan y, tome debida nota de la
afrenta provocada hacia mi persona, del que ahora preside esta sala,
como fallecido. Encontrando, al amenazarme de muerte en mi propia
casa, su final. Abuso por su parte al hacerlo sin respeto y sin
contemplación. Olvidando las sagradas leyes del juego y de las
apuestas, por negarse a cumplir en buena lid, aquello que se había
apostado y perdido en presencia de cuantos caballeros envidamos en
aquella desgraciada partida.
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