domingo, 18 de junio de 2017

Faltaban deseos de llegar.




Amiga de Mirella, hija de Silverio, con la que mantenía una avenencia estupenda y además íntima. Ambas trabajaban en Carreras Lladó, una empresa, dedicada a los manufacturados textiles y elaboraciones en paños y lienzos de ropa, donde eran tejedoras laborales y pertenecían a sus talleres desde niñas.

Carácter dominante el de Piluca, que cuando algo era suyo, lo era para siempre y lo resguardaba sin parangón. Defendiendo sus postulados a capa y espada, sin prever que los demás se cansaban de sus exigencias, las cuales y a menudo le hacía destacar como una persona exagerada.

Mirella y Pilar, se atraían desde que se conocieron en el taller donde ambas trabajaban. Viajaban juntas, solas y acompañadas, unas veces por las amigas y otras por diferentes compañeras. El último destino personal que hicieron fue a Benidorm, donde se escaparon ambas un fin de semana, sin decir nada a nadie y disfrutaron lo que no estaba escrito. Allí entraron en una inmensa intimidad que les dio pie para seguir adelante con sus confesiones, sus debilidades y sus codicias.

Donde conocieron a Merche, que les asistía como guía y organizadora de la excursión y de las salidas nocturnas. Tres hermosas mujeres, con tres vidas plenas para el amor, que comenzaban a disfrutar de su naturaleza a dosis exiguas pero que, en sus ansias pretendían fueran alargadas en el tiempo y en el gozo.



Narciso consiguió enchufar a Irene y hacerla de plantilla, en Boiyar, colocándola como empleada mediante contactos que le debían favores.
No por sus méritos ni cualidades, pero logró acoplarla en una de las empresas punteras de la nación.
En sus instalaciones administrativas y comerciales de la calle Córcega, cercana incluso al apartamento que ahora disfrutaba compartido con su amiga de la infancia.

Contratada en las condiciones más aceptables, sueldo fijo y con un porvenir fantástico de haber tenido, esa ilusión que denotan las personas hacendosas y emprendedoras, trabajadoras con ganas y deseos de triunfar.
Comenzando su trayectoria, en la centralita de teléfonos, aneja a la sección de las comunicaciones. En la atención de llamadas al público externo e interno.

Atendiendo llamadas tan solo nacionales, ya que Irene la única lengua que dominaba era la de los arrumacos y mimos. Por lo que poca esencia podía desprender hacia el extranjero, al carecer de preparación y de idiomas.
No teniendo más requisitos que los relativos a diálogos y acceso dentro del territorio nacional. Extensiva a los países de la América latina.
Pronto halló el modo de no ser feliz entre sus compañeras y no participar en casi nada de lo que normalmente se establece entre las diferentes empleadas de la misma sección.

Evitó amistades y confianzas, cosechando diferencias entre las telefonistas del mismo lugar. No participaba en ninguno de los eventos que se pudieran suceder. Poniendo en practica esos chismes dañinos entre figurantes de un mismo departamento.
Chivatazos infundados, relaciones toxicas, y un sin fin de innumerables insatisfacciones.

Trabajo que no defendió demasiados años, por su escasa valía y vagancia, sin esmero y sin voluntad por llegar a ser una oficinista normal, ponderada y eficaz.
Harto de recibir lamentos y razones, el propio enamorado, la desquitó de sus obligaciones profesionales, por quejas continuas de aquellos que en un principio la enchufaron, ayudaron y brindaron a la hora de contratarla.
Faltas de absentismo, enfermedades fingidas, bastante vagancia y descrédito entre sus compañeros, la mantuvieron a caballo entre la baja laboral sin justificar por enfermedad y la depresión fingida que también entraba dentro de no ir a cumplir con su empleo.

En breve tiempo, causaba la baja definitiva, tras haber conseguido su finiquito correspondiente, que la puso en labores domiciliarias, sin tener la obligación de madrugar ni fichar cada mañana.
No era mal comienzo romántico, si aquello duraba y, si aquel amor no durara y se acabara de facto, alguna solución habría.
Por el momento su amante, el hombre que le atraía, y complacía su capricho sexual, le agasajaba con su natural y sencillo magnetismo y sobre todo con su cartera, que a la postre era la que sufragaba todas las necesidades y caprichos de Irene. Como en el popular cuento de hadas; solo faltaba aquel brillante zapato de cristal.

Narciso, le puso un apartamento en el centro de la ciudad y la retiraba de la centralita de teléfonos en la empresa donde estuvo en plantilla y con el tiempo podía haberse retirado, con su paga reglamentaria.
A golpe de cartera la desquitó de sus escasas obligaciones, incluso de la buhardilla que compartía con su amiga desde que se había ido de su casa materna. Le evitaba el tener que madrugar para cumplir con su turno de trabajo y poder ponerse guapa para el arquitecto, con toda clase de atenciones.

Ser propietaria de sus deseos y del pisito donde vivía y, no seguir relacionándose con aquellas hermanas sacadas del popular cuento de la Cenicienta; del francés Charles Perrault, tan poco resilientes, que a todo le encontraban pecado, por el simple hecho de unos celos enfermizos.

La madre de Irene, Xarme veía que las historias se repiten y que ninguna de sus hijas al cabo de sus vidas, llegarían como ella, a ser muy felices. Comparando en el tiempo y con sus diferencias la relación con sus dos hermanas y su padre, que finalizaron tan mal como Irene y todos sus allegados. Sabiendo desde un principio, se marchaba con Narciso, sin boda, sin historias y sin remisión.














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