viernes, 5 de mayo de 2017

En defensa propia




Doña Concha, no mejoraba de ninguna forma ni con ninguna de las infusiones bebidas que le preparaba su esposo Don Saturio. Los presagios de la población en cuanto al microbio maligno de fiebres daba un balance muy poco alentador, en la zona norte parecía que la cepa de bacilos, h1n1 hacia estragos especialmente en las mujeres que encontraba falta de vitamina “B” y las descabalgaba con dolores en las cuencas de los ojos, en el plexo solar y los vómitos hacían que fueran el desenlace de las defunciones. Por la deshidratación tan grandiosa como desbarataba los cuerpos. Fiebres altísimas de más de cuarenta grados centígrados, sin posibilidad de descenso gradual, los dejaba primero exhaustos para matarles, sin remisión.

Nadie sabía entonces como se había propagado la pandemia, pero se creía había llegado desde Francia, y que en España se sabía que era una enfermedad devastadora, ya que al no haber entrado en la Primera Guerra Mundial, esos datos de muerte a nivel nacional, no se establecían como secreto militar y las informaciones de salubridad españolas podían informar sin ese requisito que tenían los países en contienda.

Así que en bastantes de las regiones españolas, hizo estragos. Llegando a matar en algunos sitios al treinta y cinco por ciento de los lugareños.
La gravedad en la salud de la esposa de Saturio, era de pronóstico, por lo que todos andaban un poco nerviosos, por saber como iba a ser el desenlace y cuando se daría lo que fatalmente se veía venir.

En el despacho de Saturio el director del Balneario de Arnedillo, estaban los restos mortales de Segismundo, que en una feroz discrepancia, había recibido la muerte por mediación de un sable militar que prendía colgado en una de las repisas del amigo Saturio Ruwi

Xarme no quería saber nada de los avatares de su padre, pero como hija estaba comprometida a hacer todo aquello, que sus mayores le obligaran y junto a sus hermanas, menores tuvieron que acceder a lo que padre les requería. Por lo que las reunió a las tres y les hizo aprenderse una serie de respuestas, por si llegara el caso que la gendarmería llegaba a visitarles. Supieran lo que debían responder sin titubear. Al ser las tres menores de edad, la justicia tampoco les podía echar sobre ellas el castigo que había entonces por perjurio.

Ya estaban reunidas en la sala grande de la casa, y ninguna excepto Xarme, sabía por el que las reunía padre. En ellas siempre había una especie de respeto grandioso por su papá y les costaba trabajo poder mirar a su progenitor a los ojos, por aquella distancia habida en aquel tiempo entre hijos y padres.

En un principio Xon, como Marina creyeron que padre las reunía para hablarles de la enfermedad de la mamá, y en ello estaban cuando don Saturio entró en la gran sala y mandó a los aposentos de Dona Concha, a un par de asistentas del servicio doméstico, mientras ellos quedaban reunidos y cerrados desde dentro.

__ Os he mandado llamar, porque quiero que sepáis que anoche en esta casa pasó una desgracia, muy doliente para mi__ dijo Saturio dirigiéndose a la muchachada y siguió argumentando.

__ Mi amigo Segismundo, murió en circunstancias extremas, al perder la cabeza por estar fuera de normalidad, muy bebido y bajo los efluvios de quien sabe que mezcolanza casera.

Tanta fue la afrenta y con tanta acritud, que me faltó el respeto gravemente después de perder en una partida de cartas toda su hacienda, terrenos y fincas incluidos, ademas del servicio doméstico, animales de corral, de transporte, vehículos y los empleados más afines.
Así como a su esposa, Doña Dolores Zurita que también se la jugaba en esa partida. Quedándose completamente en la más pura ruina, ya que todo iba implícito en el juego.

Como fue el perdedor de la mano y al verse desprovisto y arruinado, sin herencia ni familia, quiso vengarse contra el que le arrebató su destino, intentando de buenas a primeras y sin conseguirlo dejarme sin vida, con un mosquete que no supo usar.
Tuve que hacer uso de la fuerza, y ser yo quien le diera las de Villa Diego y mandarlo, al hospital con heridas, sin pretender que se me fuera la mano.
No pudo ser, lo maté de una estocada al abalanzarse sobre mi, que con un puntazo en el corazón y no pudiendo salvarle, ha fallecido en la alfombra de mi despacho.
Las muchachas no abrieron boca, sabiendo como era Don Saturio, y lo que les podía costar una opinión desajustada y realizada en la forma no correcta, ni siquiera Xarme, habló aunque ella comprendió que su padre no había dicho toda la verdad.
Sabéis todas, que matar es un pecado muy grave, del cual no se sale si no es en defensa propia, con lo que si hubiere el caso de que la gendarmería llegara a preguntaros, deberéis decir que vosotras escuchasteis como Don Segismundo me faltaba al honor y era el que empuñó de inicio las armas, para darme muerte súbita. Vuestra hermana Xarme, os dará cumplida información de lo que tenéis que hacer y decir y espero de vosotras cumpláis con la verdad y con la decencia que os hemos enseñado en el seno de esta familia.

Además de esta información quiero que sepáis que madre, está muy grave y no se si podré salvarle la vida. Las medicinas que disponemos, no alcanzan a erradicar todo el daño que tiene mamá por dentro, con lo cual es posible en breve tengamos que llorar su falta.

Me gustaría que no os lo descubriera, que no tuviera esta información y cuando le llegue el momento que Dios disponga, con felicidad y con las bendiciones del señor cura pudiera descansar desde los cielos, y que en los cuidados que le estáis dando, vea en vosotras todo el cariño, el amor que le profesáis y que todas estáis muy contentas con su lenta pero segura curación.


En cuanto al desalojo del cadáver de Segismundo de mi despacho, vendrán unos hombres y harán todo el trabajo rudo, que se precisa. Vosotras, en ayuda del servicio doméstico, quiero que repaséis todos los rincones para que no quede ni una brizna, ni una huella de sangre, ni un pelo del plumón que llevaba, y que las almohadas de los sofás, se les pase el cepillo durante las horas que sean necesarias para erradicar cualquier vestigio de mi querido amigo Segismundo Lacalle






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