Viene de entrega anterior:
Luciendo la Cruz entre las tetas
Sabor entre los labios
_ Rosalía,
con educación y celo, manifestó con gesto de agrado al caballero su amabilidad
por tanto dispendio, retornándole de inmediato el saludo _: Buenas tardes tenga
usted, licenciado, es para mí un placer ser recibida por usted en sus
dependencias privadas.
Rodolfo,
acepto de buen grado aquella postura, casi sin prestar atención, indicando por
mediación de señas, hacía aquellas servidoras que le habían acompañado hasta
aquel precioso recinto; desaparecieran sin hacer el más mínimo susurro.
_
Pero por favor acomódate, como si estuvieras en tu casa.
Siguió
Navales con el uso de la palabra para señalar_ Mis ayudantes me han ilustrado
con algún detalle poco afortunado. Sucesos que no te han parecido normal
mientras te recogían, que has puesto alguna objeción en la forma en como hemos
actuado y acompañado hasta esta finca.
Silencio
pactado por parte de Rosalía, para repensarse bien, lo que debía referir, y
durante dos segundos Rudi, esperó aquellas reticencias.
_
Pues la verdad, creí que sería usted el que me recibiría sin más, ya que fuimos
los dos, los que ingeniamos el vernos.
_ De
entrada_ dijo Rodolfo_ no me trates como si fuera un viejo o un magnate,
prefiero seas cordial como lo seré yo, y que nos regalemos los oídos, con
palabras gratificantes y con deseos de bienestar, que a fin de cuentas son los
detalles que ayudan a hacernos la vida más sencilla. ¡Te parece bien! Concluyó
el educado funcionario, mirando descarado a Rosalía que sin nervios y con
soltura sonreía.
Acto
seguido y sin dejar que ella contestara, se le acercó y sutilmente la ayudó a
acomodarse en un sillón de piel majestuoso, reposando su cuerpo cándidamente
para encontrar aquellos sutiles agrados regalados por las membranas casi vivas
del diván.
Abandonando
su cuerpo y deponiéndose hendida entre los muelles o relajos del gran sitial
del descanso. Adoptando una postura más que cómoda a la vez relajada, para que
ella misma, sin darse cuenta, o acaso dándose de osada; abriera sus piernas y
dejara las vistas de su horizonte sexual traslúcido al abasto del caballero.
Rodolfo
sin perder tiempo se dispuso a derrumbarse frente a ella, para poder disfrutar
de ese resquicio que dejaba entre su falda y sus bragas. En un preámbulo que
ambos habían comenzado antes de meterse mano.
No
hubo palabras, no hubo proemio para desgastar un tanto lo; que de lascivo tenia
aquel instante.
Apetito
el suyo, sustentado por sus ojos, que conducían por la avenida cortada del
escalofrío placentero.
Triángulo
erótico mostrado por la propia Rosalía, dejando abierta la autopista entre su
corto vestido y la apertura sin peaje de su vagina. Vistas claras desde el
canal apetitoso de sus dos maravillosos muslos, poniendo a gusto al gentil y
afortunado financiero. Antes de desquiciarle el aplomo y situarlo dieléctrico
previo a proponerle gozar en el refinado dormitorio, de uno de sus
apareamientos agresivos, obscenos y vertiginosos.
_
¿Tomamos algo, antes de discutir de negocios? _ apuntó Rodolfo, respirando y
frenando su lubricidad, creyendo que Rosalía estaba a punto de una orgasmia
compulsiva sin parangón.
Ella
muy femenina, muy dulce y seductora, también trataba de que aquello no fuera un
polvo maquinal, que pasara por su momento sin dejar más que el calambrazo
temporal de la cubrición.
Un
aquí te pillo, y te jodo y luego a cascarla por ahí con un traguito de vodka.
Por lo que frenó algo su carrera y le respondió con sinceridad y sin ningún
fingimiento.
_
Bueno si lo prefieres, lo alistamos ahora. Yo los contratos y endosos, los
traigo preparados, con sus análisis correspondientes de mercado, todo será que
le des el visto bueno de un plumazo y pronto comencemos a entendernos más
flojos de ropa y de convencionalismos.
_ Vas
directa a lo que te atañe_, dijo Rudi, sin menoscabo_ eres una mujer muy
resuelta, pero yo puedo dudar de ti y hacer que lo que me traes sea verificado
por mis asesores, antes de firmarlo, ¿No crees? _ esperó la respuesta mirándola
fijamente a sus cejas, pretendiendo ver el arqueo mentiroso que suelen hacer
los embusteros.
_
Deberías hacerlo, si no lo has hecho ya_, le recriminó Rosalía sonriente y
segura _, para que una vez finalizado nuestro encuentro_ gesticuló con los
brazos, marcando el tamaño de su sexo_ no tengamos que volver por lo menos a
resolver asuntos mercantiles.
Los
caudales de otro tipo, siempre y cuando tú quieras, yo estaré dispuesta a
satisfacerlos, porque me vas y mucho y conociéndome, creo que me costará muy
poco levantarme las faldas si tú me lo pides.
_ Eso
se lo debes decir a todo amante, que esté a punto de enredarse y apretarte las
tetas, como voy yo a hacer ahora.
_ ¿Tú
crees? que hay tantos ejemplares en Nicaragua, con tanto poder y tan guaperas
como tú, que con un plumazo puedes hacer feliz a la mujer que te plazca, o con
un gesto joderle la vida para siempre. ¿Crees que soy tan boba? Si estoy aquí
contigo es porque quiero, primero: el contrato y después de eso, rebasar el
disfrute de tu cuerpo, entregarme a ti el rato que quieras y darte aquello que
tengo reservado solo para los ministros.
Poder
disfrutar de ti y de tu sexualidad que imagino a razón de lo que dicen tus
conquistas y de la cual exhibes y presumes, debes ser el auténtico
"mamífero del deseo".
Llevarme
el placer que me des y yo sea capaz de conseguir, a mi propio país y ya;
posiblemente vivir del recuerdo, cuando te compare con otro de los sementales a
los que suelo tirarme en esplendorosos tálamos_ finalizó su sexi parlamento, a
la vez que le enseñaba desde su posición en la butaca, parte del ensueño que
guardaba en el puente de sus ingles.
Rodolfo
buscó un pulsímetro que estaba situado detrás de un falso libro, de la
estantería frontal de la gran sala, presionando y restituyéndolo dentro del
mueble.
Al
pronto se presentó un meritorio con un grueso de papeles bien ordenados.
Dispuestos todos ellos dentro de un cartapacio color verde que decía en la
etiqueta: Distribución Ministerial en zonas pobladas del país.
Fijándose
con disimulo y por el rabillo del ojo, en aquella señorita que distinguida
estaba sentada en la butaca del salón grande, mostrando sus perneras sin el más
mínimo recato. A la vez que se dirigía con mucha educación a su prócer.
_
Buenas tardes Don Rodolfo, aquí le traigo lo que solicitó, todo en orden y
cotejado y además perfectamente legalizado y en escrupuloso orden. Según
informe de Mercedes Riachuelo, la señora Secretaría Oficial de Comercio.
_ ¿Lo
ha verificado el subsecretario? Le lanzó la pregunta al pasante, sin ni
siquiera molestarse en verle la cara, con una voz ronca y acanallada.
_
¡Así es Don Rodolfo! Todo está dentro de los márgenes establecidos del Comercio
Nacional, y simplemente son autorizaciones de disposición frente a otros
licitadores_ Contestó el muchacho, como si estuviera declamando una de las
tablas de multiplicar al profesor enfadado.
Esperó
que Rodolfo buscara algo que le interesaba y que ya había sido repasado por su
ayudante, y una vez comprobado procedió con diplomacia, a restituirlo de nuevo,
dejándolo dentro de un sobre refulgente tamaño standard y lo situó sobre una
mesa de la misma familia que el anaquel de caoba; firmando sus pliegos sin
mediar gestos, miradas ni palabras con el becario, mientras lo certificaba.
_
Entrégalos todos ellos, al Superintendente de Distribución Estatal, y le dejas
una copia a mi secretario el Sr. Rojas; ¿estamos? _ Con una voz tan recia como
altanera, le indicó a su pupilo sin dejes de afecto ni apego.
_
Como usted mande Licenciado Navales, así se hará ¿Manda usted alguna cosa más?
_
Puedes retirarte y di al jefe de protocolo que vuelva dentro de dos horas, para
recogerme y llevarme a mi casa_ lo que usted mande señor, dispense y a mandar.
Se
retiró el admirable ayudante, sin mirar a los ojos de nadie, sin haber visto ni
oído nada y sin saber absolutamente de nada de lo que se cocía en el entorno de
aquel reservado tan discreto.
Rosalía
entendió lo ocurrido, lo existido y lo suscrito y no abrió la boca para
suplicar nada más, unos segundos de silencio inundaron el salón, mientras
Rodolfo, se acercaba al mueble bar y lo abría de par en par, dejándose ver la
ingente cantidad de licores en el ubicados, gesticulando con la cabeza al
tiempo que le decía a Rosalía.
_ Te
sirvo un poco de agua vigorosa, para que te suba el estímulo, o no te son
necesarias las ayudas externas. ¡Claro! _ se contestó él mismo a su propia
duda_. En una mujer con tanta vocación de servicio y tanta actitud dinámica
como lo eres tú; el meterse un chute de potencia, no creo sea necesario. El
atrevimiento os sobra ¿verdad querida?
_
Sírveme_ le dijo con extraordinaria dulzura_ lo que tú hayas decidido saborear
junto a mí. Será sin duda un néctar para hurtar de tu aliento, quiero que sea
un encuentro de lo más natural posible. Que se mezclen los sabores entre
nuestros labios y lenguas, que todo sea un ensamblaje dibujado por los momentos
apasionados.
No
tengo el regodeo de yacer a menudo con un ministro_ siguió adulando_ que además
es el más galano de su saga y sin duda el hombre más atractivo del Gabinete de
Gobierno.
Rodolfo
se acercó a ella, con dos copas asidas una en cada mano y le acercó sin decirle
apenas lo que le había dispensado, detalle que ella había explorado ávida,
cuando servía los recipientes, viendo que se trataba de un exquisito caldo de
Jerez seco, una manzanilla de la cosecha del noventa y seis, procedente de
Sanlúcar de Barrameda.
Rosalía
tomó con su mano izquierda aquella ilusión y la llevó a sus labios, mojándose
ligeramente la boca, para después disponerse a besar al ministro, mientras la
estrechaba en sus brazos, y sin dejar de circular, en exagerados pasos de baile
asidos por la lengua y el deseo, entraron en una suite a su izquierda, para con
mucho placer, dibujar los meneos que se ejecutan en la práctica del amor.
1 comentarios:
Escrito con gran maestría, Emilio. Espero la continuación. ¡Saludos!
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