Viene del capítulo anterior: Padre ¿nos abandonas?
Las
pastas, los bollos, y las golosinas, estaban perfectamente colocadas encima de
la mesa que tocada con un mantel azul celeste, aguardaba las bocas de la casa,
se acercaran y comenzaran a saborear del gusto de la confitería fina que
atesora San José.
En un
florero central, colocadas ya con agua clara y una aspirina, el ramo de flores, que Javier había traído y
que Blinda se había encargado de quitarle de las manos en el mismo momento que
entró.
_
Traigo el chocolate y el café_, dijo Fredesbinda_, en cuanto estéis sentados, y
os sirva el desayuno me marcho que me esperan. A lo que Javier, contestó de
inmediato_ Por favor, señora; quisiera que usted estuviera presente, así como
su esposo si se encuentra en la casa.
Lo que
debo decir, ... lo que vengo a proponer, no es cosa únicamente de dos. Es
determinación de cuantos estamos bajo este techo_ esperó respuesta y distinguió
que Blinda, agradecía con un gesto espontáneo,
asentando con la mirada y otorgando lo que Javier proponía.
Tampoco
tuvo que mirar a Cecilia, porque sabía de cierto qué sensaciones, qué
sentimientos tenía su hija por Javier y lo enamorada que estaba del llamado
español. ¡Sí observó! a sus tres nietas y comenzó a prever que todo aquello
sería una alegría para ellas.
_ Bien
pues, dada la invitación, avisaré Amancio, y de paso traeré servicio para
nosotros que gustosamente os acompañaremos_ Blinda voló dejándoles solos, que
entre miradas tiernas y arrumacos quedaron con risas mientras volvían.
_
¿Estás bien Cecilia? _ preguntó Javier, sonriendo y tocándole una mano que
tenía dispuesta sobre la servilleta del servicio.
Las
niñas sonriendo, mientras veían a mamá, como se limpiaba las lágrimas con un
pañuelito de papel, que arrugaba entre sus manos.
_
Decidme alguna cosa, mientras llegan los abuelos_ rogó Javier, a la espera que
Cecilia, se recuperara de las sensaciones vitales tan exigentes_ ¿os parece? _
se dirigió hacia las tres niñas que aún estaban atónitas.
Se
originó una alegre conversación, con cambio de pareceres y otras alegrías,
hasta que de pronto aparecieron Fredesbinda y Amancio.
Padre
de Cecilia y abuelo de Caterina, Natalia y Soraya. Los saludos fueron educados
y ocuparon el lugar que les correspondió.
Amancio
quiso, llevar la conversación por los derroteros más acostumbrados, el tiempo,
la calor y las lluvias, que no siempre son del gusto de todos; pero pronto Caterina,
con mucho cariño derivó aquella charla inoportuna y con su gracia participó a
su a su yayo interrumpiéndole de forma progresiva.
_ Yayo,
que ilusión poder estar como personas mayores, en la mesa junto a vosotros,
para participar de pleno en la familia, tú lo habías comentado en alguna
ocasión_ enfatizó con su memoria, la jovencita_. Dijiste que ocurriría lo que
Dios tuviera previsto ¿Recuerdas abuelito?_ sin dejar que Amancio respondiera,
prosiguió Caterina_ Abuelito, tú conoces
a Javier, ¿lo habías visto alguna vez?
_ ¡No!
Cariño, solo sabía de él por referencias de tu mamá_ y ahora ya, le dejo que
nos explique de su visita_ dirigiéndose a Javier le dijo_: adelante caballero,
estás en tu casa, cuenta lo que te plazca, que sabremos entenderte.
Tomó la
palabra Javier, habiendo dado un sorbo a la taza de café humeante que tenía
frente a él y tras una absorción de aire, que le llenó el pectoral de oxigeno
comenzó a explicar sin cobardía, sin excusas y sin recelos todo lo que su
corazón le exponía.
_ No
voy a vender pena, ni voy a distribuir culpa, ustedes_: dirigiéndose a Amancio,
Fredesbinda y Cecilia, además de a las niñas_ ya saben que es lo que ocurrió en
Barcelona, de lo que puedo jurar; siempre me he arrepentido.
Sé muy
bien, que no supe actuar ante la decisión de su hija al decirme que se volvía
para Costa Rica.
Ese
error lo he pagado y les prometo que todavía lo sigo sufriendo. Las cosas no me
han ido nada bien, por mi mala cabeza. Sin embargo, ya no puedo recuperar aquel
tiempo precioso, y podría seguir aduciendo excusas que no nos llevarían a
ningún sitio.
Les
juro por lo más bendito, que desconocía que Cecilia, estaba en cinta de pocas
semanas, que llevaba en su seno a nuestra hija Caterina.
De
haberlo sabido; primero; no hubiera vuelto de esa forma, ni de ninguna otra, a
Costa Rica. Tampoco quiero quitarme de encima mi responsabilidad, que renuncié
a ella, por mi poco compromiso con asuntos tan sumamente poco importantes, que
no me perdonaré mientras sea hombre_ resaltó y se llenó los pechos de nuevo,
para continuar.
_ Segundo
y solo el cielo lo sabe. De no haber aceptado, quedarse su hija conmigo en
España, en buena Liz. Les puedo certificar, hubiera venido a América a establecerme
con ella, y con lo que traía.
No soy
tan desleal como lo ha parecido en tantas ocasiones y ella les he de decir a
todos ustedes, me confundió y no supe ver el claro horizonte, ni detectar que
le faltaban los periodos, ni me fijé en sus momentos de malestar, cuando
arrojaba por las mañanas al despertar, y me decía que las cenas no le sentaban
bien.
Así de
este modo tan pueril, mezquino y cómodo acaso, dejé y permití sin oposición que
Cecilia retornara a ésta, su casa.
Dios no
se queda con nada de nadie, ni hace que las montañas que están lejos, puedan tropezar.
¡Sí de verdad les digo! El cielo ha puesto de nuevo en mi avenida, aquello que
dejé pendiente y no supe gestionar, ¡cambiando mi vida!
Ese
cielo, que nombro agradecido ha forjado sin yo imaginarlo, mi nuevo destino; ¡Un
prodigio!, ha hecho, por lo menos conmigo, ¡Un milagro!
Volviendo
por segunda vez a poner, en mi camino lo que deseaba tanto y no era capaz de
entender: a Cecilia.
A la que necesito, ¡más de lo que ella pueda
necesitarme a mí!, y con la que estoy dispuesto a casarme si ella me acepta, a hacerla
feliz, a querer a mis hijas, a todas ellas, ¡Las cuatro que tengo!
Mis
hijitas aquí presentes: Caterina, Natalia y Soraya, y la que aún está en
Barcelona, hermana vuestra: Estela_ acabó su argumento, mirándolas con cariño,
a las niñas, mientras ellas lloraban de alegría_. A darles educación y estudios
y quedarnos todos juntos donde se decida.
_ En
España, también tenéis una hermana, abuelos y tíos, y familia que cuando se
enteren de la buena nueva, se alegraran mucho_ refirió con una sonrisa y una lágrima.
_ A la
par que me regañaran y me acusaran con razón, por haber sido tan ciego, tan
necio y tan egoísta. Familia _ siguió hablando entrecortado_ que con mucha
seguridad, las van a querer como ustedes_ miró a los abuelos y a las niñas_ y
que están esperando conocerlas, para comenzar a disfrutar de ellas_ hizo una
pausa, para sorber de nuevo de aquel café que ya frío quedaba en la taza y
continuó_: Por mi parte, como saben me gano bien la vida y el único problema
que tendremos es querernos cada día más y ser personas normales y corrientes,
que disfrutan de lo que tienen_ Repitió con una nueva pausa para mirar
alrededor y ver que las sonrisas se generalizaban, prosiguiendo con el uso de
la palabra.
_ La decisión es tuya Cecilia, sé que más o
menos, imaginabas mis deseos; por lo que hablamos la última vez. Recordarás que
dejé caer algunas suposiciones, cuando nos encontramos ya en la última ocasión
y que no te quise presionar, por ser para ti una sorpresa.
No lo
sé_ prosiguió hablando con claridad aquel hombre, mientras el silencio de los
demás respetaba del uso de su expresión_, desconozco, de tu vida actual en San
José, han pasado muchas cosas y detalles que me he perdido por estúpido, sin
embargo desde nuestra última conversación creo pudiste imaginar que te iba a
proponer lo que acabo de hacer.
Ahora
eres tú la que debes decidir y debes hacerlo sin presión y sin el más mínimo
obstáculo. Seguramente necesitarás unos días para pensarlo, pero no quiero que
te demores.
El
primer pensamiento es el que vale, dice el refrán, y es muy cierto.
Yo te
sigo queriendo, ¡creo que nunca deje de hacerlo! Rehíce mi vida después de ti, y
ya sabes del modo que me ha pagado la suerte. Desafectos, infidelidades, desgarros
personales y una hija, a la que quiero como puedes suponer muchísimo_. Javier,
miró con desgarro a Cecilia para dirigirle su ultimo alegato_. Aunque si te
pido una cosa, decide tú y sé franca contigo misma, ¡no lo hagas por pena!, ni
te compadezcas. Me merezco todo lo que tu concluyas. Si ha de ser ¡será!
Fredesbinda
lloraba, como si aquella declaración hubiera ido dirigida a ella, Amancio
indispuesto, la tomaba de la mano y su
emoción también se dejaba notar, por los mohínos que ofrecía y los apretones de
dientes que forzaba.
Las
niñas no pudieron aguantar en sus sillas y todas fueron a abrazar a Javier, y a
Cecilia, por la felicidad que todas acaparaban.
La
única que no decía nada, la que solo ofrecía excites, era la guapa
farmacéutica, que seguía gimiendo, sin abrir la boca.
Amancio
y Fredesbinda, pretendieron llevarse del salón a las niñas, una vez tenia
Cecilia que decidir; decirle a Javier todo aquello que ella creyese oportuno y
necesario a solas, sin testigos y sin consejos ajenos que pudieran sacarla a
ella de su privacidad.
Javier,
no lo permitió, cuando se percató de lo que pretendían los abuelos, hizo una
pausa y dijo_: ¡No, se vayan ustedes!, ni
tampoco mis hijas, quédense por favor, seamos claros y que jamás hayan
secretos entre nosotros.
Cecilia,
se repuso sin ambages y sin calamidades falsas, dejó de llorar, y con tanta
claridad como pudo, a pesar de su voz bronca por la conmoción se dirigió al suplicante:
_ Mira
Javi, yo sé que igual no me entiendes, pero me da un poco de miedo enredarme
contigo, sabiendo cómo eres y como vives. ¡Como sufre una mujer formal contigo!
Ahora
yo estoy totalmente estabilizada y nadie puede toserme, mi trabajo, mi sueldo,
mis hijas, mis amistades y un pretendiente que tengo desde hace unos meses en
la propia farmacia.
Tanto
me he llegado a equivocar desde que me vine de Barcelona, que un poco me ha
pasado como a ti.
He ido
de relación en relación, y cada una de ellas era peor que la anterior.
No debí
venirme de España y dejar aquel futuro prometedor que se me presentaba, tendría
que haber luchado por ti, tampoco actué con generosidad contigo. Derroché mi
suerte sin sentido.
Te
engañé, cuando anduvimos juntos en Barcelona para ver si podía retenerte con mi
embarazo, que al final no te confesé porque me di cuenta de la torpeza de
querer atar al viento con un alambre.
Si no
hubiera sido por ti, que me forzaste a confesarlo, jamás hubieras sabido que
tenías una hija del fruto de nuestro amor por tierras de Barcelona.
Si Dios
nos ha puesto de nuevo a los dos en el barbecho, después de tantos años y la ilusión
perdida, que digo perdida. ¡Te había olvidado! y tras tu recorrido de tantos
miles de kilómetros buscándome, sin saber nada de mí, y precisamente venir a mi
puerta a indagar, sin exigirme nada, ni acusarme de algo que pudieras retraerme.
¡Se me antoja milagroso! ¡Existe algo allí arriba que me guía! Por eso y por
todo mi recuerdo, y nada más en ver la alegría y la necesidad que tienen
nuestras hijas de que estemos juntos hace, que si es preciso deje todas mis
dudas y miedos y volvamos a querernos como entonces. Si te dejo partir ¡Me arrepentiré!
porque yo:
¡Sí sé que te quiero!
¡Sí sé que te quiero!
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