jueves, 4 de agosto de 2016

El wáter cósmico _ Vuelve a quererme como ayer

Viene del capítulo anterior: Padre ¿nos abandonas?


Las pastas, los bollos, y las golosinas, estaban perfectamente colocadas encima de la mesa que tocada con un mantel azul celeste, aguardaba las bocas de la casa, se acercaran y comenzaran a saborear del gusto de la confitería fina que atesora San José.

En un florero central, colocadas ya con agua clara y una aspirina,  el ramo de flores, que Javier había traído y que Blinda se había encargado de quitarle de las manos en el mismo momento que entró.

_ Traigo el chocolate y el café_, dijo Fredesbinda_, en cuanto estéis sentados, y os sirva el desayuno me marcho que me esperan. A lo que Javier, contestó de inmediato_ Por favor, señora; quisiera que usted estuviera presente, así como su esposo si se encuentra en la casa.
Lo que debo decir, ... lo que vengo a proponer, no es cosa únicamente de dos. Es determinación de cuantos estamos bajo este techo_ esperó respuesta y distinguió que Blinda, agradecía con un gesto espontáneo,  asentando con la mirada y otorgando lo que Javier proponía.

Tampoco tuvo que mirar a Cecilia, porque sabía de cierto qué sensaciones, qué sentimientos tenía su hija por Javier y lo enamorada que estaba del llamado español. ¡Sí observó! a sus tres nietas y comenzó a prever que todo aquello sería una alegría para ellas.

_ Bien pues, dada la invitación, avisaré Amancio, y de paso traeré servicio para nosotros que gustosamente os acompañaremos_ Blinda voló dejándoles solos, que entre miradas tiernas y arrumacos quedaron con risas mientras volvían.

_ ¿Estás bien Cecilia? _ preguntó Javier, sonriendo y tocándole una mano que tenía dispuesta sobre la servilleta del servicio.
Las niñas sonriendo, mientras veían a mamá, como se limpiaba las lágrimas con un pañuelito de papel, que arrugaba entre sus manos.

_ Decidme alguna cosa, mientras llegan los abuelos_ rogó Javier, a la espera que Cecilia, se recuperara de las sensaciones vitales tan exigentes_ ¿os parece? _ se dirigió hacia las tres niñas que aún estaban atónitas.
Se originó una alegre conversación, con cambio de pareceres y otras alegrías, hasta que de pronto aparecieron Fredesbinda y Amancio.
Padre de Cecilia y abuelo de Caterina, Natalia y Soraya. Los saludos fueron educados y ocuparon el lugar que les correspondió.
Amancio quiso, llevar la conversación por los derroteros más acostumbrados, el tiempo, la calor y las lluvias, que no siempre son del gusto de todos; pero pronto Caterina, con mucho cariño derivó aquella charla inoportuna y con su gracia participó a su a su yayo interrumpiéndole de forma progresiva.

_ Yayo, que ilusión poder estar como personas mayores, en la mesa junto a vosotros, para participar de pleno en la familia, tú lo habías comentado en alguna ocasión_ enfatizó con su memoria, la jovencita_. Dijiste que ocurriría lo que Dios tuviera previsto ¿Recuerdas abuelito?_ sin dejar que Amancio respondiera, prosiguió Caterina_  Abuelito, tú conoces a Javier, ¿lo habías visto alguna vez?

_ ¡No! Cariño, solo sabía de él por referencias de tu mamá_ y ahora ya, le dejo que nos explique de su visita_ dirigiéndose a Javier le dijo_: adelante caballero, estás en tu casa, cuenta lo que te plazca, que sabremos entenderte.
Tomó la palabra Javier, habiendo dado un sorbo a la taza de café humeante que tenía frente a él y tras una absorción de aire, que le llenó el pectoral de oxigeno comenzó a explicar sin cobardía, sin excusas y sin recelos todo lo que su corazón le exponía.

_ No voy a vender pena, ni voy a distribuir culpa, ustedes_: dirigiéndose a Amancio, Fredesbinda y Cecilia, además de a las niñas_ ya saben que es lo que ocurrió en Barcelona, de lo que puedo jurar; siempre me he arrepentido.
Sé muy bien, que no supe actuar ante la decisión de su hija al decirme que se volvía para Costa Rica.
Ese error lo he pagado y les prometo que todavía lo sigo sufriendo. Las cosas no me han ido nada bien, por mi mala cabeza. Sin embargo, ya no puedo recuperar aquel tiempo precioso, y podría seguir aduciendo excusas que no nos llevarían a ningún sitio.
Les juro por lo más bendito, que desconocía que Cecilia, estaba en cinta de pocas semanas, que llevaba en su seno a nuestra hija Caterina.
De haberlo sabido; primero; no hubiera vuelto de esa forma, ni de ninguna otra, a Costa Rica. Tampoco quiero quitarme de encima mi responsabilidad, que renuncié a ella, por mi poco compromiso con asuntos tan sumamente poco importantes, que no me perdonaré mientras sea hombre_ resaltó y se llenó los pechos de nuevo, para continuar.

_ Segundo y solo el cielo lo sabe. De no haber aceptado, quedarse su hija conmigo en España, en buena Liz. Les puedo certificar, hubiera venido a América a establecerme con ella, y con lo que traía.
No soy tan desleal como lo ha parecido en tantas ocasiones y ella les he de decir a todos ustedes, me confundió y no supe ver el claro horizonte, ni detectar que le faltaban los periodos, ni me fijé en sus momentos de malestar, cuando arrojaba por las mañanas al despertar, y me decía que las cenas no le sentaban bien.

Así de este modo tan pueril, mezquino y cómodo acaso, dejé y permití sin oposición que Cecilia retornara a ésta, su casa.
Dios no se queda con nada de nadie, ni hace que las montañas que están lejos, puedan tropezar. ¡Sí de verdad les digo! El cielo ha puesto de nuevo en mi avenida, aquello que dejé pendiente y no supe gestionar, ¡cambiando mi vida!
Ese cielo, que nombro agradecido ha forjado sin yo imaginarlo, mi nuevo destino; ¡Un prodigio!, ha hecho, por lo menos conmigo, ¡Un milagro!
Volviendo por segunda vez a poner, en mi camino lo que deseaba tanto y no era capaz de entender:  a Cecilia.

A  la que necesito, ¡más de lo que ella pueda necesitarme a mí!, y con la que estoy dispuesto a casarme si ella me acepta, a hacerla feliz, a querer a mis hijas, a todas ellas, ¡Las cuatro que tengo!
Mis hijitas aquí presentes: Caterina, Natalia y Soraya, y la que aún está en Barcelona, hermana vuestra: Estela_ acabó su argumento, mirándolas con cariño, a las niñas, mientras ellas lloraban de alegría_. A darles educación y estudios y quedarnos todos juntos donde se decida.
_ En España, también tenéis una hermana, abuelos y tíos, y familia que cuando se enteren de la buena nueva, se alegraran mucho_ refirió con una sonrisa y una lágrima.

_ A la par que me regañaran y me acusaran con razón, por haber sido tan ciego, tan necio y tan egoísta. Familia _ siguió hablando entrecortado_ que con mucha seguridad, las van a querer como ustedes_ miró a los abuelos y a las niñas_ y que están esperando conocerlas, para comenzar a disfrutar de ellas_ hizo una pausa, para sorber de nuevo de aquel café que ya frío quedaba en la taza y continuó_: Por mi parte, como saben me gano bien la vida y el único problema que tendremos es querernos cada día más y ser personas normales y corrientes, que disfrutan de lo que tienen_ Repitió con una nueva pausa para mirar alrededor y ver que las sonrisas se generalizaban, prosiguiendo con el uso de la palabra.

_  La decisión es tuya Cecilia, sé que más o menos, imaginabas mis deseos; por lo que hablamos la última vez. Recordarás que dejé caer algunas suposiciones, cuando nos encontramos ya en la última ocasión y que no te quise presionar, por ser para ti una sorpresa.
No lo sé_ prosiguió hablando con claridad aquel hombre, mientras el silencio de los demás respetaba del uso de su expresión_, desconozco, de tu vida actual en San José, han pasado muchas cosas y detalles que me he perdido por estúpido, sin embargo desde nuestra última conversación creo pudiste imaginar que te iba a proponer lo que acabo de hacer.

Ahora eres tú la que debes decidir y debes hacerlo sin presión y sin el más mínimo obstáculo. Seguramente necesitarás unos días para pensarlo, pero no quiero que te demores.
El primer pensamiento es el que vale, dice el refrán, y es muy cierto.

Yo te sigo queriendo, ¡creo que nunca deje de hacerlo! Rehíce mi vida después de ti, y ya sabes del modo que me ha pagado la suerte. Desafectos, infidelidades, desgarros personales y una hija, a la que quiero como puedes suponer muchísimo_. Javier, miró con desgarro a Cecilia para dirigirle su ultimo alegato_. Aunque si te pido una cosa, decide tú y sé franca contigo misma, ¡no lo hagas por pena!, ni te compadezcas. Me merezco todo lo que tu concluyas. Si ha de ser ¡será!

Fredesbinda lloraba, como si aquella declaración hubiera ido dirigida a ella, Amancio indispuesto,  la tomaba de la mano y su emoción también se dejaba notar, por los mohínos que ofrecía y los apretones de dientes que forzaba.

Las niñas no pudieron aguantar en sus sillas y todas fueron a abrazar a Javier, y a Cecilia, por la felicidad que todas acaparaban.
La única que no decía nada, la que solo ofrecía excites, era la guapa farmacéutica, que seguía gimiendo, sin abrir la boca.

Amancio y Fredesbinda, pretendieron llevarse del salón a las niñas, una vez tenia Cecilia que decidir; decirle a Javier todo aquello que ella creyese oportuno y necesario a solas, sin testigos y sin consejos ajenos que pudieran sacarla a ella de su privacidad.
Javier, no lo permitió, cuando se percató de lo que pretendían los abuelos, hizo una pausa y dijo_: ¡No, se vayan ustedes!, ni  tampoco mis hijas, quédense por favor, seamos claros y que jamás hayan secretos entre nosotros.

Cecilia, se repuso sin ambages y sin calamidades falsas, dejó de llorar, y con tanta claridad como pudo, a pesar de su voz bronca por la conmoción se dirigió al suplicante:

_ Mira Javi, yo sé que igual no me entiendes, pero me da un poco de miedo enredarme contigo, sabiendo cómo eres y como vives. ¡Como sufre una mujer formal contigo!
Ahora yo estoy totalmente estabilizada y nadie puede toserme, mi trabajo, mi sueldo, mis hijas, mis amistades y un pretendiente que tengo desde hace unos meses en la propia farmacia.
Tanto me he llegado a equivocar desde que me vine de Barcelona, que un poco me ha pasado como a ti.
He ido de relación en relación, y cada una de ellas era peor que la anterior.

No debí venirme de España y dejar aquel futuro prometedor que se me presentaba, tendría que haber luchado por ti, tampoco actué con generosidad contigo. Derroché mi suerte sin sentido.
Te engañé, cuando anduvimos juntos en Barcelona para ver si podía retenerte con mi embarazo, que al final no te confesé porque me di cuenta de la torpeza de querer atar al viento con un alambre.

Si no hubiera sido por ti, que me forzaste a confesarlo, jamás hubieras sabido que tenías una hija del fruto de nuestro amor por tierras de Barcelona.

Si Dios nos ha puesto de nuevo a los dos en el barbecho, después de tantos años y la ilusión perdida, que digo perdida. ¡Te había olvidado! y tras tu recorrido de tantos miles de kilómetros buscándome, sin saber nada de mí, y precisamente venir a mi puerta a indagar, sin exigirme nada, ni acusarme de algo que pudieras retraerme. ¡Se me antoja milagroso! ¡Existe algo allí arriba que me guía! Por eso y por todo mi recuerdo, y nada más en ver la alegría y la necesidad que tienen nuestras hijas de que estemos juntos hace, que si es preciso deje todas mis dudas y miedos y volvamos a querernos como entonces. Si te dejo partir ¡Me arrepentiré! porque yo:

 ¡Sí sé que te quiero!


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