Viene
de la entrega anterior:
Vuelve
a quererme como ayer
Glenda Romero se las había arreglado con el clérigo
Alejandro Pérez que ayudado por los dos eclesiásticos que habían escoltado a su
mentor; esperaba departir de forma romántica con aquel presbítero de la
Congregación, que estaba totalmente roto por la sesión de sexo que había
presenciado en su butaca. Ella, la precisa Glenda estaba dispuesta a rematar su
quehacer, haciéndole disfrutar al capellán de un rato privado y conyugal con su
cuerpazo.
Tras la presentación en el Gallo, de aquellos equipos
sorprendentes, que dejaron al amigo Alejandro mas tibio que una fiebre
incipiente, lo buscó y pudo enredarle con sus triquiñuelas. Ya no por la
tecnología presentada, si no, más bien por los meneos y estampas de los
actores, que se habían despelotado y enseñado sus explosivas vergüenzas al gran
público, recogiendo ellos, los capellanes parte de ese divertimento
disfrutándolo desde lejos.
De aquel modo, y por la mano mágica de Clara, que nunca se
dejaba ver, pero siempre estaba detrás de las acciones, fue más o menos seducido
el ungido que por costumbre, no tenía aquellos desfiles pornográficos. Estando
a punto de caramelo para sufrir una proposición como la que la gata de Tacna,
le proporcionaba.
El lugar para la actuación estuvo abarrotado por los
invitados y por las personalidades y una vez concluyó la demostración, el
personal comenzó a abandonar el espacio, sin demasiado orden, y a pesar de la
experiencia de los guardaespaldas o ayudantes de las personalidades presentes,
hubo algo de precipitación y de lío, para poder abandonar las dependencias
dentro de un precepto establecido.
Aquellos sacerdotes, ayudados por la vigilancia supieron
sortear a la gente y autoridades que le acompañaban y darles excusa bondadosa
de retornar con urgencia a su convento y quedar con el mismísimo dios en
oración de penitencia.
Con la autoridad de un sumiso confesor, supo escabullirse
del lugar del ensayo disimuladamente motorizado y en los suburbios de la
ciudad, el propio séquito del clérigo dar el cambiazo de coche.
El sagaz Alejandro, descendió del vehículo, y despidió a
su séquito, para ir dando un pequeño rodeo por aquella amplia acera del
Boulevard hasta encontrar el Mercedes Benz de la persona que lo esperaba, en el
lugar que previamente habían acordado.
Solo sin ayudantes, sin alzacuellos, con unas lentes de
sol opacas y muy vigoroso dio un paseo hasta llegar a la altura de Glenda
Romero, que le esperaba acompañada de la persona que bahía planificado aquel
encuentro, y que ciertamente iba a encargarse de que aquella cita fuese totalmente
privada sin luces ni taquígrafos en un restaurante muy escondido que ya estaba
preparado por el contacto seguro de Fulgencio en Managua. Clara Delgarro.
Otra dinamista dedicada a labores externas ahora
temporalmente a las órdenes de Glenda en un discreto hotel en los aledaños de
la capital, muy a las afueras del perímetro ciudadano managüense, para evitar
que nadie pudiera detectarlos ni molestarles.
La señorita Delgarro, siempre en tareas de servicios
básicos; ahora en Nicaragua, asesoraba y pertrechaba a la señora Romero,
esperando siempre cumplir con los deseos de la esposa de su jefe. Clara, era un
contacto de los esposos Fulgencio y Glenda, definida desde hacía unos meses,
para la preparación del nuevo negocio que se les presentaba con forma de wáter
closet y todo fuera un éxito.
Proveniente de la Asociación de las Madres Pías, en
Managua, por aquello del disimulo y el recato, que previamente había preparado
toda la estrategia para que Glenda se encontrarse privadamente con el ungido y
además proveer y reservar, viajes, encuentros, silencios y por supuesto el
lugar donde iban a follar la esposa y el presbítero.
Encuentro, donde Alejandro satisfaría su necesidad
funcional y sus fetiches más escondidos, dándole caza a Glenda encima de la
cama, o debajo a cambio de unas firmas para la distribución de todos los
equipos cósmicos, en seminarios, escuelas mayores, conventos, colegios y demás
necesidades de la orden.
El Mercedes no iba conducido por precisamente Sócrates,
aquel chofer que en Tacna les había llevado discretamente hasta la suite de los
Caudillos, ni tampoco contaba con el amparo de Meche, el fiel camarero
servidor. Aquí tenía que organizarse con Clara para poder atar sus negocios a
costa de lo que fuere.
Fulgencio confiaba en su esposa, y en Clara, para que
entre las dos mujeres camelaran al capellán y quedaran firmados y rubricados
ciertos documentos y precontratos en aquel hotelito distinguido y reservado de
los suburbios de la capital Centro Americana.
Pronto subía el vehículo por una alameda, repleta de
bejucos preciosos, las llamadas Araucarias autóctonas, parecidas a los
enhiestos piñoneros de Europa, pero con los brazos batientes, de hojas perennes
hacia el suelo.
Pocas personas sabían que al final de aquella vereda se
encontraba el albergue Monte Perdido, exclusivo para clientes de cartera
potente, políticos y empresarios de grandes y significadas empresas con
tarjetas de crédito sin límites.
Al llegar la comitiva les esperaba en recepción un
reducido número de sirvientes que, a las instrucciones de la mismísima Clara,
que lo tenía todo súper prevenido, y sin tener que pasar siquiera por la
recepción subieron al reservado preferencial del reservado de élite, en el
Monte Perdido, desde un montacargas que los recibió a pie de coche.
Un departamento muy moderno y funcional, provisto de sala
de estar, hall amplísimo y living, tres baños completos, una suite alcoba, un
reservado con maquinaria sensual, fucking machines y accesorios para practicar
el sexo de maneras diferentes, con violencia y fanatismo tipo masoca.
Practicas preferidas por el presbítero Alejandro Pérez
Martínez, que se disponía a llevarlo a cabo en cuanto la guapa y enérgica
Glenda Romero, que pronto comenzaría la sesión de despelote, para liarse en
prendas de cuero atendiera al despiadado confesor.
Clara y Glenda en las dependencias ya habían pertrechado
lo necesario, incluyendo cámaras de video, por si en el futuro fuere necesario
usar aquellas filmaciones y Glenda con sus chicas Bombón, muy desnudas, ya se
preparaba a despojarse de la ropa, para colocarse los atuendos de cuero, con
los que se tocan las damas que practican el llamado _ (“Bdsm”), _ abreviaturas
y símbolos que describen las prácticas de sexualidad no convencionales.
La subcultura específica que está
estrechamente asociada con el mundo Leather. O sea, un arte subterráneo
placentero en las diversiones enseñadas por los cánones del Marques de Sade,
ciencia del cosmos sadomasoquista.
Aquel tipo, el abate que se dedicaba a confesar y a dar
sermones a sus feligreses, desde el púlpito de la catedral, tenía vicios
ardientes y vehementes, que disimulaba de forma discreta e inconfesable a sus
colegas de la curia romana. Siendo entre colegas y devotos, a todas luces un
estandarte a seguir, un acólito estupendo del obispo y un claro protagonista a
llegar con un cargo indeterminado al Vaticano en poco tiempo.
Glenda ya se había disfrazado de gata arisca, y trataba de
poner en cintura a Alejandro, que no podía lucir tras el azote de ninguna
lesión ni siquiera moratón, por lo que le indicó que tendría que atizarle con
mucho cariño y sin dañarlo en sus escondidas ordinarieces.
Un rufián de cuidado que tenía incluso problemas para
empalmarse de forma natural, por la gran cantidad de medicamentos toscos que
tragaba, para mal llevar aquel cuerpo sandunguero.
La guapa peruana, empachada de tanta mierda y harta de
esperar a que acabase sus oraciones antes de comenzar la sesión de folleteo, le
incitó a quitarse la ropa y con mucha paciencia y la luz tenue consiguió dejar
en pelotas al viscoso predicador.
Dejando al curita en bolas, totalmente al amparo de aquel
mujerío preparado para hacerle ver las estrellas del paraíso terrenal. Al
mismísimo Judas Iscariote y a la desahuciada María la Magdalena que aún sigue
tostándose al calor de las hogueras Luciféricas.
El cobarde y vicioso abate, ya estaba con el rabito al
aire, muy distinguido con un chaleco y unos taparrabos que solo permitían ver
el diminuto tamaño del penoso pene del confesor. Un rábano de hortaliza roja,
una polla de juguete, que daba risa y más que órgano reproductor, parecía un
pito de cacharrería.
El párroco disfrutaba y gozaba entre aquellos apretujones,
aquellas barbaries hechas con el látigo de cuero, hasta que paró en seco la
tragedia Glenda, para sentarlo en una silla de madera, fuerte y robusta frente
a una mesa iluminada por una lámpara cenital que pendía desde el techo,
iluminando un escaso perímetro, donde yacían unos pliegues de documentos que el
servidor del cielo firmó, tras dos guantazos recibidos de manos de la gatuna
Glenda, a penas sin darse cuenta y con el encanto de un perro faldero.
A partir de ese instante, la Madame del látigo, conseguido
lo que pretendía se retiró disimuladamente dando órdenes a sus señoritas
acompañantes para que atendieran a Alejandro en sus necesidades de sexo.
Especialistas del meneo, artistas que dominan el _ Bondage
Disciplina Dominación Sumisión Masoquismo_, conocido por _BDSM_ y su
particular servicio auxiliar de beneficio, estaban allí para satisfacer a
Alejandro, todos ellos contratados y preparados por la señorita Delgarro.
Eran masajistas especializados en meneos morbosos,
entrenadores sensuales a contrata y conocedores de todo el sub mundo de
prostitución establecido, que serían los que ciegos y mudos, por
confidencialidad, servirían al presbítero a llegar al éxtasis integral y a
correrse como un pajarillo.
Aquellas mujeres abanderadas, con unas argollas plateadas
y circulares en la punta de sus pezones incrustadas en unos pechos robustos y
unos brazos excesivamente trabajados y poco femeninos, con tipo de auténticas
protagonistas del vicio en una película del espacio, siguieron a trastearlo
según criterios dados por la Madame Glenda.
El espectáculo era primoroso y se ejecutaba, según lo
acordado. Lo sabían de antemano, poner al confesor de la inquisición moderna,
mirando al cielo. Intentando se derritiera cuanto antes, con la garantía de
dejarlo como un cerdo antes del degüello.
No era un hombre con poderío físico, ni de costumbres
mundanas, duró menos tiempo tieso y empalmado que un helado fuera del frigo.
No dio lugar a azotarlo demasiado al meapilas, eyaculó en
cuanto quisieron las cortesanas del cachondeo, pero lo adularon para hacerle
creer que era un recio y potente machote hasta que cayó sobre la gran colcha
dorada, en un sueño profundo.
No sin antes, haber conseguido retirar de aquel cubil,
multitud de contratos signados para establecer la distribución del wáter
cósmico, a la totalidad de la curia del país, incluyendo todo el beneficio
acostumbrado que Fulgencio, sacaba de aquellos encuentros.
TO BE CONTINUED
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