jueves, 18 de agosto de 2016

El w.c. Cósmico _ Luciendo la cruz entre las tetas


Entrega por capítulos.
Viene del capítulo: Oraciones antes del folleteo




En otro punto de la ciudad Rosalía se había encargado de enredar con su seducción al responsable de la ley General de Higiene y Seguridad del Trabajo del propio país, inscrito dentro Ministerio del Interior del Gobierno.
Don Rodolfo Navales del Prado era un hombre fanfarrón, muy artificial y jactancioso, del que él mismo, presumía vanidoso de sus dotes de “rasga calzas”, y enamorado de su figura de “don Juan barato” Lo que se conoce como un chulo engreído.
Sin perder tiempo le hizo llegar una nota con uno de sus adláteres a Rosalía; la cual aceptó de forma inmediata, a la proposición que en ella se leía.
La Dinamista tenía mucho oficio y supo dejarlo tocado en el Gallo más Gallo, con sus miradas, su caída de ojos y sus dotes no verbales situándolo con una temperatura más que ardiente, haciéndole nacer una pasión desatada para que ella también fuera suya, aquella noche.
Ardor que, ayudado por los meneos y sutilezas de los actores en el escenario, le despertaron sus efluvios de follador triunfante, durante la presentación del Schissen quedando cautivado ante el cuerpo y el desparpajo de semejante mujer.
Rodolfo mordió el anzuelo que le habían dispuesto y muy salido por todo lo visto creyó poder embaucar a la mamita preciosa a su conveniencia para joderla de manera brutal, sin pensar lo que le costaría aquella empresa.
Un nuevo ligue momentáneo_, creyó el vice ministro_ del resultado de su poder de seducción, de su irresistible belleza, que le ofrecía una vez tras otra, bocado de lujo.
Esperó a Rosalía, una vez finalizó el acontecimiento para proponerle ir a cenar y llevarla a la cama. Consiguiendo su propósito sin demasiada oposición, el gran leader de la seducción, sin imaginar que todo estaba preparado.
Trabajo encarecido y programado que tenía ella y quedaba facilitado por el propio adonis, al saberse tan especialmente poderoso y bello.
La guapa Rosalía, hacía horas que representaba, estaba ya en el negocio, era la encargada de emocionar a Rodolfo con nuevas distracciones y cachondeos para ponerlo catatónico, después de que hubiera dejado la firma en los documentos que ella portaba en su dosier personal.
Más caliente que el mango de un cucharón. Salido de madre andaba el funcionario, a pijo sacado para que, una vez lo tuviera a tiro, ponerle frente a él una serie de compromisos, que eran totalmente viables y adaptables a las necesidades presentes y futuras de un departamento que él dirigía con tanto aplomo y éxito.
Lo dispuso todo para cuando llegara el momento y como una serpiente paciente, llegado el instante morderle su pene endurecido, dejándole todo el veneno que portaba en sus fauces.
Un lujoso “Mercedes” de la escala máxima, la recogió a la puerta del establecimiento donde se hizo la exposición, en aquella rotonda de Bello Horizonte.
Los ayudantes del responsable del Departamento de Higiene fueron tan amables como reptiles amaestrados. Sus sonrisas falsas se reflejaban en el nacarado de sus dentaduras sobre iluminadas.
Del cochazo bajaron dos centinelas para acomodar suficientemente a Rosalía y que no ocurriera ningún imprevisto en su acomodo. _ ¿Usted es doña Rosalía? _ preguntó el más rudimentario y fornido. Sin esperar respuesta alguna, siguió con su tarea
Un tipo que daba miedo por el simple hecho de acercarse demasiado. Repugnante, más bien feo, enjuto y con mirada de violador.
Rosalía asentó con la cabeza, mientras se fijaba en el otro compañero, que al mismo tiempo que mantenía el corto diálogo con el malcarado, comprendió que se trataba de llevarla sana y salva.
Al mismo tiempo que el hombretón seguía sin hacerle el menor caso, siguió este observando con avidez todo lo que les rodeaba en aquella rotonda.
_ ¡Sí me llamo Rosalía_ esperaba a Don Rodolfo y no precisamente a ustedes! No les conozco de nada.
Se resistió fláccidamente antes de ser empujada dentro del auto blindado.
Sin la más mínima piedad, la situaron como los que acomodan a un psicópata en una camilla de urgencias.
Una seguridad harto estudiada la del gabinete del sofisticado Director General de Higiene que, la rescató vorazmente y sin mandangas del sitio donde esperaba ser recogida como una dama, en lugar de acceder a su cuerpo, como si se tratase de un bulto sospechoso.
Creyendo merecía ser respetada por aquellos guardaespaldas, se molestó al desarrollarse todo con tanta urgencia, secreto y escrupulosidad.
_ No se preocupe usted mamita, que no es un secuestro, somos sicarios, los encargados de la seguridad del señor Navarro del Prado, el que nos ha rogado la recogiésemos desde este punto exacto. No padezca_ significó el menos aparatoso y algo mejor educado
_ La llevaremos con todo el sigilo del mundo y sin percances al punto de encuentro donde nuestro jefe acostumbra a relacionarse con sus aventuras, o sea, no me mal interprete, recibe sus visitas femeninas.
_ Me parece que estamos todos dentro de un error_ dijo Rosalía descarada, mirando a los tipos duros a sus propios ojos y demostrando que no les tenía pizca de miedo ni respeto.
_ Yo había recibido una nota de su jefe, o sea del señor Navarro del Prado tras la demostración del equipo higiénico. El que se ha presentado en ese centro comercial tan grande, llamado el Gallo más Gallo. Únicamente para cenar y al tiempo platicar sobre el producto y sus ventajas.
_ ¡Pues eso, que usted dice es! _ confirmó con una sonrisa sarcástica y muy de desprecio el más grandullón_ pero además llevaremos la seguridad que nos indica nuestro protocolo, del que no podemos salir. Luego si usted cena o coge, ya es cosa suya y de mi jefecito y _siguió anunciándole_ si tan usurpada se halla; le hace la queja correspondiente a Don Rudi, y a nosotros nos deja hacer nuestro trabajo con garantía ¡De acuerdo doñita!; perdón ¡doña Rosalía!
Notó que estaba resbalando con aquella conversación, con dos tipos, que eran unos matones sin ningún tipo de calibrado cerebral y corrigió de inmediato
_ Simplemente preguntaba_ se bajó del pedestal la mujer disimuladamente_, sin aportar queja alguna.
No conocía sus formas tan indudables de recepción a las visitas_ Asintió Rosalía un tanto asustada.
El cristal protegido del auto blindado, subió repentinamente sin recibir respuesta a su claudicación, quedando ella en los asientos de atrás, acompañada del recio y simpático esbirro, que olía a perfume barato y a sudoración personal del día.
Sin mediar palabra y mirando cualquier cosa que se meneara, el grandullón siguió en lo suyo, observando incluida la raja de la falda que ella, la guapa mujer intentaba bajarse como podía para que el vestido tapara tanto trozo como pudiera y no mostrar demasiada pernera. A pesar de estarle viendo las bragas a Rosalía, el vigilante no cejaba en su cometido, detectando si las hubiere, cualquier anomalía en el tráfico y dentro de aquel transporte.
Veinte minutos de trayecto hasta llegar al lugar de la cita, estacionando aquel lujoso carro, en las inmediaciones de un solapado aparcadero en los sótanos de un hotel, tan disimulado que nadie hubiese creído que allí había hospedaje de calidad.
Desde el control abrieron la contrapuerta, solicitando a Rosalía descendiera de los asientos.
_ ¿Será tan amable de apearse, y acompañarme hasta la sala de recepción? _ le sugirió un empleado vestido de azul pastel que le hizo sendas reverencias y la custodió al hall.
Con reverencias la condujo al intercambiador y la dejó en manos del servicio de restaurante, en espera del tal Rodolfo, que aparecería cuando menos lo esperara.
Comodísima, en un ambiente relajado, digna de la alta sociedad, con una atención esmerada, estaba Rosalía, hasta que de pronto se percibieron voces a la vez que se entreabría una puerta por donde venía el gran Señor: Don Rodolfo, escoltado por dos empleadas del servicio que prácticamente le besaban los pies.
El caballero, se miró con agrado a la dinamista, y con una sonrisa de deseo, repasó la figura de la mujer, desde abajo arriba y se quedó a la altura del pecho, observando una medalla de la virgen de la Macarena, que hacía lucir Rosalía entre la canal de sus tetas.
No pronunció palabra, siguió deleitándose de aquella imagen que se le presentaba de frente, imaginando quizá a la mujer desnuda, descalza y, sin ropajes, o disfrutando desde ya, de lo que se le antojara.
_ Hola señora, muy agradables tardes_ dijo Rodolfo_ continuando su revisión visual alrededor de la imagen de la Tacneña morena, que se dejaba comer con los ojos.


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