Entrega por capítulos.
Viene del capítulo: Oraciones antes del folleteo
En otro
punto de la ciudad Rosalía se había encargado de enredar con su seducción al responsable de la ley General de Higiene y Seguridad del
Trabajo del propio país, inscrito dentro Ministerio
del Interior del Gobierno.
Don
Rodolfo Navales del Prado era un hombre
fanfarrón, muy artificial y jactancioso, del que él mismo, presumía vanidoso de
sus dotes de “rasga calzas”, y enamorado de su figura de “don Juan barato” Lo
que se conoce como un chulo engreído.
Sin
perder tiempo le hizo llegar una nota con uno de sus adláteres a Rosalía; la
cual aceptó de forma inmediata, a la proposición que en ella se leía.
La Dinamista
tenía mucho oficio y supo dejarlo tocado en el Gallo más Gallo, con sus
miradas, su caída de ojos y sus dotes no verbales situándolo con una temperatura
más que ardiente, haciéndole nacer una pasión desatada para que ella también
fuera suya, aquella noche.
Ardor
que, ayudado por los meneos y sutilezas de los actores en el escenario, le
despertaron sus efluvios de follador triunfante, durante la presentación del
Schissen quedando cautivado ante el cuerpo y el desparpajo de semejante mujer.
Rodolfo
mordió el anzuelo que le habían dispuesto y muy salido por todo lo visto creyó
poder embaucar a la mamita preciosa a su conveniencia para joderla de manera
brutal, sin pensar lo que le costaría aquella empresa.
Un
nuevo ligue momentáneo_, creyó el vice ministro_ del resultado de su poder de
seducción, de su irresistible belleza, que le ofrecía una vez tras otra, bocado
de lujo.
Esperó
a Rosalía, una vez finalizó el acontecimiento para proponerle ir a cenar y
llevarla a la cama. Consiguiendo su propósito sin demasiada oposición, el gran
leader de la seducción, sin imaginar que todo estaba preparado.
Trabajo
encarecido y programado que tenía ella y quedaba facilitado por el propio
adonis, al saberse tan especialmente poderoso y bello.
La
guapa Rosalía, hacía horas que representaba, estaba ya en el negocio, era la
encargada de emocionar a Rodolfo con nuevas distracciones y cachondeos para
ponerlo catatónico, después de que hubiera dejado la firma en los documentos
que ella portaba en su dosier personal.
Más
caliente que el mango de un cucharón. Salido de madre andaba el funcionario, a
pijo sacado para que, una vez lo tuviera a tiro, ponerle frente a él una serie
de compromisos, que eran totalmente viables y adaptables a las necesidades
presentes y futuras de un departamento que él dirigía con tanto aplomo y éxito.
Lo
dispuso todo para cuando llegara el momento y como una serpiente paciente,
llegado el instante morderle su pene endurecido, dejándole todo el veneno que
portaba en sus fauces.
Un
lujoso “Mercedes” de la escala máxima, la recogió a la puerta del
establecimiento donde se hizo la exposición, en aquella rotonda de Bello
Horizonte.
Los
ayudantes del responsable del Departamento de Higiene fueron tan amables como
reptiles amaestrados. Sus sonrisas falsas se reflejaban en el nacarado de sus
dentaduras sobre iluminadas.
Del
cochazo bajaron dos centinelas para acomodar suficientemente a Rosalía y que no
ocurriera ningún imprevisto en su acomodo. _ ¿Usted es doña Rosalía? _ preguntó
el más rudimentario y fornido. Sin esperar respuesta alguna, siguió con su
tarea
Un
tipo que daba miedo por el simple hecho de acercarse demasiado. Repugnante, más
bien feo, enjuto y con mirada de violador.
Rosalía
asentó con la cabeza, mientras se fijaba en el otro compañero, que al mismo
tiempo que mantenía el corto diálogo con el malcarado, comprendió que se
trataba de llevarla sana y salva.
Al
mismo tiempo que el hombretón seguía sin hacerle el menor caso, siguió este
observando con avidez todo lo que les rodeaba en aquella rotonda.
_ ¡Sí
me llamo Rosalía_ esperaba a Don Rodolfo y no precisamente a ustedes! No les
conozco de nada.
Se
resistió fláccidamente antes de ser empujada dentro del auto blindado.
Sin
la más mínima piedad, la situaron como los que acomodan a un psicópata en una
camilla de urgencias.
Una
seguridad harto estudiada la del gabinete del sofisticado Director General de
Higiene que, la rescató vorazmente y sin mandangas del sitio donde esperaba ser
recogida como una dama, en lugar de acceder a su cuerpo, como si se tratase de
un bulto sospechoso.
Creyendo
merecía ser respetada por aquellos guardaespaldas, se molestó al desarrollarse
todo con tanta urgencia, secreto y escrupulosidad.
_ No
se preocupe usted mamita, que no es un secuestro, somos sicarios, los
encargados de la seguridad del señor Navarro del Prado, el que nos ha rogado la
recogiésemos desde este punto exacto. No padezca_ significó el menos aparatoso
y algo mejor educado
_ La
llevaremos con todo el sigilo del mundo y sin percances al punto de encuentro
donde nuestro jefe acostumbra a relacionarse con sus aventuras, o sea, no me
mal interprete, recibe sus visitas femeninas.
_ Me
parece que estamos todos dentro de un error_ dijo Rosalía descarada, mirando a
los tipos duros a sus propios ojos y demostrando que no les tenía pizca de
miedo ni respeto.
_ Yo
había recibido una nota de su jefe, o sea del señor Navarro del Prado tras la
demostración del equipo higiénico. El que se ha presentado en ese centro
comercial tan grande, llamado el Gallo más Gallo. Únicamente para cenar y al
tiempo platicar sobre el producto y sus ventajas.
_
¡Pues eso, que usted dice es! _ confirmó con una sonrisa sarcástica y muy de
desprecio el más grandullón_ pero además llevaremos la seguridad que nos indica
nuestro protocolo, del que no podemos salir. Luego si usted cena o coge, ya es
cosa suya y de mi jefecito y _siguió anunciándole_ si tan usurpada se halla; le
hace la queja correspondiente a Don Rudi, y a nosotros nos deja hacer nuestro
trabajo con garantía ¡De acuerdo doñita!; perdón ¡doña Rosalía!
Notó
que estaba resbalando con aquella conversación, con dos tipos, que eran unos
matones sin ningún tipo de calibrado cerebral y corrigió de inmediato
_
Simplemente preguntaba_ se bajó del pedestal la mujer disimuladamente_, sin
aportar queja alguna.
No
conocía sus formas tan indudables de recepción a las visitas_ Asintió Rosalía
un tanto asustada.
El
cristal protegido del auto blindado, subió repentinamente sin recibir respuesta
a su claudicación, quedando ella en los asientos de atrás, acompañada del recio
y simpático esbirro, que olía a perfume barato y a sudoración personal del día.
Sin
mediar palabra y mirando cualquier cosa que se meneara, el grandullón siguió en
lo suyo, observando incluida la raja de la falda que ella, la guapa mujer
intentaba bajarse como podía para que el vestido tapara tanto trozo como
pudiera y no mostrar demasiada pernera. A pesar de estarle viendo las bragas a Rosalía,
el vigilante no cejaba en su cometido, detectando si las hubiere, cualquier
anomalía en el tráfico y dentro de aquel transporte.
Veinte
minutos de trayecto hasta llegar al lugar de la cita, estacionando aquel lujoso
carro, en las inmediaciones de un solapado aparcadero en los sótanos de un
hotel, tan disimulado que nadie hubiese creído que allí había hospedaje de
calidad.
Desde
el control abrieron la contrapuerta, solicitando a Rosalía descendiera de los
asientos.
_
¿Será tan amable de apearse, y acompañarme hasta la sala de recepción? _ le
sugirió un empleado vestido de azul pastel que le hizo sendas reverencias y la
custodió al hall.
Con
reverencias la condujo al intercambiador y la dejó en manos del servicio de
restaurante, en espera del tal Rodolfo, que aparecería cuando menos lo
esperara.
Comodísima,
en un ambiente relajado, digna de la alta sociedad, con una atención esmerada,
estaba Rosalía, hasta que de pronto se percibieron voces a la vez que se
entreabría una puerta por donde venía el gran Señor: Don Rodolfo, escoltado por
dos empleadas del servicio que prácticamente le besaban los pies.
El
caballero, se miró con agrado a la dinamista, y con una sonrisa de deseo,
repasó la figura de la mujer, desde abajo arriba y se quedó a la altura del
pecho, observando una medalla de la virgen de la Macarena, que hacía lucir Rosalía
entre la canal de sus tetas.
No
pronunció palabra, siguió deleitándose de aquella imagen que se le presentaba
de frente, imaginando quizá a la mujer desnuda, descalza y, sin ropajes, o
disfrutando desde ya, de lo que se le antojara.
_
Hola señora, muy agradables tardes_ dijo Rodolfo_ continuando su revisión
visual alrededor de la imagen de la Tacneña morena, que se dejaba comer con los
ojos.
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