Nadie decía nada, todo lo llevaban en secreto, era como algo que no se
comentaba para que quedara en el más absoluto de los enigmas. Ellos dos, amigos
de toda la cuadrilla, tan confiados como siempre, con sus distracciones y sus
paseos. Sus llamadas frecuentes, sus
risas y venturas y siempre esa buena amistad que se nota y se percibe en las
primeras de cambio. La única variación habida en lo rutinario, es que ambos
habían entrado por derecho propio del paso del tiempo en la veteranía del
hombre maduro, del espíritu veterano, del cabalgante sesentón, de entrar en el
inicial sexagésimo. La diferencia en el día de nacimiento era justo de un solo día.
Signo de Leo los dos, abiertos, trasnochados, alegres, sentidos y confiados.
Los demás amigos del embudo, buscando una excusa, intentando disimular la
verdad, a espaldas de los dos veteranos, decidieron reunirse una vez más y hacer
un puchero comida, con la coartada asumida. Con el delito de ocultación y de sorpresa
a ambos sesentones. Así que aquella cofradía de amigos, tras haber regresado de
las vacaciones, volvía por sus fueros. ¡Nada del otro barrio! ¡Detalles de cariño a granel! Aprovechando la coyuntura, dijeron de montar
un encuentro para sorprenderles gratamente.
¡Cómo iban a sospechar! Para nada, ni pasárseles por la imaginación. ¡Una
leche! ¡Oigan que no son adivinos! Que cuando las cosas se quieren disimular, ya
lo creo que se consigue. ¡Además! Estos son unos especialistas el silbar y
mirar hacia la izquierda, como si fuesen músicos y se acostasen en la escala
ocho del pentagrama.
Un buen día aparece Sebastián y dice por teléfono a todos los del grupo, que
se ha montado una comida, que está mirando fechas para buscar restaurante. ¡No pudo ser!
Alguien tenía compromiso para esa fecha. ¡Desechado! ¡No se hable más! O, todos o ninguno. ¡Hasta ahí podríamos
llegar!
¡No pasa nada! se traslada al 8 de
octubre, que no hay excusas, todos a un mismo grito ¡Viva la vida! ¡El plato
espera! Han de saber ustedes, que todos son de buena boca, con lo que quiero
referir, que no le hacen ascos a la comida. “¡Que
too está güenoooo!”
El ambiente entre ellos, es estupendo. No son los Mosqueteros de Dumas,
porque son demasiados y además no usan espadas afiladas. Esta gente solo usa la
lengua para debatir, hablar, discutir, agradecer, piropear y porqué no, para
dejarse de tanto en vez alguna indirecta, que si la abuela fuma, o el perrito
se mea en la alfombra del pasillo. Entre esta tropa, se cuece la buena armonía,
las buenas maneras, los buenos deseos y vibraciones. Estar con ellos, es reír a
mandíbula batiente, se cachondean hasta de su sombra, se meten con el alcalde,
con el artista, con el tendero, con su suegra, con su yerno, con el consorte de
la Duquesa. ¡Eso sí! Cuando hay que
ponerse serio, son más graves que un plato de arroz hervido blanco y sin sal.
Dos de los allegados del grupo, fueron los encargados de buscar el
restaurante para esa comida fraternal. Sin problema, salieron en busca de la
sala y tras andar, caminar, deambular por la población. Llegaron a la
conclusión y decidieron que el restaurante era la “Trocha”. Tiene guasa el nombrecito ¡Eh! …Había que pasar esa decisión por el tamiz de
los demás, para ver si era del gusto de todos los Patriarcas, o de la mayoría de ellos. A los pocos días, la
decisión estaba tomada y se formalizó la reserva del local. El Restaurante la
Trocha, ya era conocido por ellos, lugar donde se come a placer, puedes
expresarte sin cortapisas y hay licencia para disfrutar sin parámetros
inducidos.
No quedaba más que esperar al día de autos para que se abrazaran y
disfrutar de la reunión. Entre ellos, se
llamaban por teléfono y la verdad, algo suspendido en el ambiente hacía
sospechar que ocurría algo raro, que todo no se había comentado, que
posiblemente habían capillitas y que alguien de todos ellos, no se estaba
enterando de lo que ocurría entre bastidores.
El día de la celebración llegó, como está mandado y estas buenas gentes se
abrazaron con el mismo gusto, que si hiciera mil años, que no se veían. La
distribución en la mesa, es según llegaban, iban ocupando plaza. Como en las
películas de Western. Mesa para catorce. Los mandamientos de la Santa Madre
Iglesia son doce, pero estos amigos son algo más que un simple mandato. Así que
tomaron asiento y el disloque de conversación fue por derroteros conocidos. Las
fotos de niñez de Eduardo, que muy solícito fue sitio por sitio explicando, que
y como. Los nietos de Paco, que ha sido abuelo por segunda vez, ya merece más
que un respeto, ya son dos los acatamientos, es desde ya, el abuelo más cariñoso
del bajo Llobregat. Además el próximo que llega a la pornográfica edad de 60
añitos. Las risas entrecortadas de Sebastián, que ha estado mucho tiempo
apretando los labios sin respirar ni soltar aire contenido, para no descubrir
nada de lo que se cocía y ya; era el momento del hervor. Se le notaba en su expresión
y en su risa apasionada que alguna cosilla ¡Sí! Se le escapó y dejó filtrar sin luces ni
taquígrafos.
Juan; fue el primero que los cumplió. Con su bondad indescriptible, quería
matizar el porqué de las secuencias de la progresión matemática en los
desplazamientos urbanos. José aterrizado a poco y sentado para que no se
escapase en el centro de la Santa Comida, como si alguien le fuese a pedir de
un momento a otro, bendijera aquel encuentro de colegas que no paraban de hacer
ruido. Soledad, nombre de canción popular, pululaba con ese nervio como ya es
habitual en ella, sin parar de hablar de cosas interesantes de la cocina
tradicional de su ciudad textil. Antonia, Ana y Carmen, charlaban de los
remiendos caseros para la cocción de las carnes de aves silvestres. María José,
escuchaba y ponía mucho interés en el desarrollo de toda aquella magna reunión.
Isabel y Encarna, pensaban en el color de un pijama que habían comprado para un
obsequio que debían hacer al acabar la temporada veraniega. Juan José, con sus
explicaciones decimonónicas, atraía para de si, el concentro de aquella mesa,
mientras el camarero, esperaba saber que le apetecía de segundo plato. Todos
ellos en un sinfín y susurro de la llamada diversidad de emociones.
Fue cuando llegó el pastel del postre, cuando se desvelaron todas las incógnitas
a todo ese movimiento de palabras cruzadas, de miradas de conspiración y de
gestos irreverentes, que se venían sucediendo desde hacia unas semanas. Sendos
pasteles iban coronados por dos velas encendidas con las cifras. En el lugar de
los decimales el seis y en el de unidades el cero. Lo cual estaba significando
esos aniversarios que se habían sucedido en el periodo vacacional. Cuando todos
estaban separados por mucha distancia física, porque la otra distancia, la
emotiva, es imposible desapartarla, es indivisible. No podían faltar esos
relojes “Viceroy”, que todos los amigos de esa “Peña” al llegar a la indecente
edad del sexagenario han de poseer, todos iguales, con la dedicatoria grabada
en su reverso, con el esfuerzo de todos ellos, con el cariño de todas ellas,
con una gratitud que se queda a vivir y a residir en el alma:
“Feliz 60 cumple. Tus amigos”
1 comentarios:
Sí, todo lo que cuentas es cierto y todavía hay más. Sé que te has quedado corto para no aburrir o tal vez no despertar ese gusanillo de sana envidia que pueda ocasionar a los no asistentes pero que también son tus amigos y seguidores (que son muchos), entre los que yo me encuentro un sexagenario que ya los cumplió hace un tiempo y sabe la alegría que proporciona las sorpresas cuando te recuerdan el día que abriste los ojos por primera vez sin tener idea de lo que la vida nos depararía.Un fuerte abrazo virtual, el físico, más cálido, lo recibirás también.
José Añez
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