miércoles, 5 de octubre de 2011

Mediumnidad, facultad espiritual.

En aquel restaurante celebraban un banquete de festejo entre colegas. Nunca habían tenido la oportunidad de concentrarse todos ellos alrededor de una mesa y disfrutar de sus cosas. Todo el mundo pretendía ser el más vistoso, agradable y mejor profesional. Era una pantomima teatral propia de gente exagerada con ganas de conjeturar por algo que en su realidad, no existía. Un sueño para ellos,  conseguir lo que sus voces anunciaban. Lejos de una verdad que aflorara de forma natural y sencilla.
Compañeros  de la misma división y la misma empresa. Los que estaban en un departamento que resurgía gracias a las nuevas tecnologías. Otorgándose de forma gratuita y sin padrinos, ínfulas de pertenecer a familias adineradas
 Apariencia desdichada si se compara con lo que hablaban y festejaban. Demostrando a medida que la charla tomaba cariz y por ciertas indicaciones de su lenguaje corporal que cada cual quería ser el más privilegiado, estar en la pomada y dadas sus exposiciones, en un peldaño más alto que sus acólitos. A menudo, este tipo de personas se destacan precisamente, por no corresponder, su talante personal con sus alegatos sin sentido.  
No había ni uno de ellos que no presumiera de dinero, de coche estupendo, de mujer hacendosa, guapa, limpia honrada y sumisa. Ellas, por no ser menos que los varones, maliciaban y exageraban en tener una vida llena de gracia, concibiendo lo extraordinario como natural.
Todo era tan perfecto que costaba creer que en tan poco terreno, en tan corto espacio hubiese tantas personas agraciadas, majas y con tanto ingenio. Así que de haber habido algún sencillo; se hubiera sentido poco privilegiado dada la magnitud presencial.
En ocasiones, las mentiras tienen las zancas muy cortas y se atrapa antes a:” un embustero que a un cojo”. Como reza el refranero.
 Aquellas petulancias ayudadas por lo etílico de los licores, restaban algo de emoción a la certeza.
 Ya se habían distendido tanto los allí presentes, que ya no se guardaban las necesarias formulas de urbanidad. Era cosa de presumir sin freno. A ver quién diría la más gorda y sonante. ¿Cuál sería la que más impactaría?
Johnny el más joven, recién entrado en aquel departamento y con ambición de hacerse con un puesto fijo en la empresa, costase lo que costase.  Pretendía conseguirlo y, dejar tras de aquel encuentro un sabor de boca bueno a tanto responsable: jefecillos, encargados y destacados allí presentes. Por lo que su ansia de sobresalir le llevó a insinuar que su valía personal estaba muy por encima de la media, alegando que podría demostrarlo llegado el momento.
Tras unos momentos de pausa, como queriendo dar realce a lo que iba a relatar y con una voz no demasiado frecuente en él, insinuó como salvó de una muerte segura a su femenina acompañante, un día de verano, que fueron a bañarse al rompe olas.
_ ¡Cuéntalo! _ Dijeron al unísono los que más cerca le rodeaban, con ganas de escuchar todo lo que aquel joven iba a describir.
_ Oye no te apures, tenemos tiempo para que todo el mundo cuente su verdad, _ dijo Cristina la jefa de todos ellos, siguiendo con la arenga sin detenerse._ Además eso nos vendrá muy bien para conocernos un poco mejor. Algunos de nosotros llevamos muchos años trabajando codo con codo y en realidad no sabemos nada de nadie. ¿No es una pena que suceda esto? Entre personas tan unidas por los largos horarios de trabajo, que solemos pasar más horas juntos que con nuestras propias familias, ayudándonos entre si y alegrándonos de las alegrías del grupo y sufriendo las dificultades de todos.
Fijaos, _ siguió diciendo, _ aquí estamos Johnny el que va a comenzar y el que no hace ni un año está en nuestro departamento. Graciela, que creo también está deseando que le conozcamos fuera de su faceta profesional, en lo cotidiano y como se desenvuelve dentro de su estado de nueva española, desde que llegó de la Argentina.
Román, con todas sus salidas a las grandes fiestas y tradiciones de nuestro país, un hombre que se disputan las amigas por su carisma y donaire. Elías, con tanta amabilidad que derrocha y todo lo servicial que nos parece. No sabemos nada de su vida, que por descontado ha de ser intensa. Domiciano, que todos no sabéis de sus aficiones a la Mediumnidad, que nos demuestre ese conjunto de facultades que le permiten a él, como ser humano, comunicarse con el mundo espiritual. Detalles de sus garbos. Noticias que  me han comentado, gentes que le conocen de hace anos y claro han llegado a mi conocimiento, sin que él supiera nada.
Sin olvidar a vuestra jefa, que también os contaré alguna de las vicisitudes que me han sucedido a lo largo de mi vida. No creáis que soy tan austera como parezco, también tengo mi vida y algo de ella, aunque sea poco os contaré, para que sepáis valorarme algo más.
Quedaron todos, boquiabiertos, pero ninguno de ellos se atrevió a desdecir aquella señora tan dispuesta a llevar a cabo aquel juego. Observando la obligatoriedad que depositaba en su último decreto. Caudillaje que conocieran los empleados allí sentados.
_ De manera que comienza Johnny. Al final dejamos a Domiciano, para que él en lugar de hacer una pasada por su rutina, contándonos alguna historia suya. Lo emplacemos para que nos haga una radiografía, análisis de lo que nosotros hayamos comentado y que como ajenos a esas potestades, él puede incluso esclarecer alguno de los secretos que nunca diríamos y que sería difícil tomasen luz. Todos sabemos de buena tinta, que Domiciano posee, algo que está fuera del alcance de los despistados. Así además podrá demostrar hasta donde llegan esas llamadas virtudes y nosotros sabremos si es verdad todo lo que de él, se cuenta o es una invención china, que nos han vendido.
Cuando quieras Johnny ¡te escuchamos! Mientras el servicio del restaurante nos va atendiendo en las bebidas, hasta que decidamos entrar a degustar esos platos de la carta, que tan suculentos nos esperan. _ ¡Adelante!
_ No sé si, me atreveré a hablar de mis cosas en público. Ahora que es el momento de tomar la palabra, estoy avergonzado, no estoy acostumbrado. Casi que prefiero dar oídos señora Cristina._ Se le escuchó al muchacho con pesar.
_ Oye querido Johnny, _ cortó brusca la jefa, _ no querrás que tu contrato no se renueve de nuevo y verte en la calle ¿verdad? Ahora que llega el momento de la revisión. _ Acabando con una risotada de esas que se escuchan en los mercados de abastos y haciéndole señas para que cumpliera la orden y comenzara a exponer Johnny su perorata.
El joven sin alternativa comenzó titubeando,  observando que todos le estaban dando ojos y que no habría forma humana de salvarse de aquella quema, si no contaba lo que había iniciado hacia unos minutos._ Soy Juan Martínez, todos me llaman Johnny, tengo 25 años, trabajo de grabador de datos en la empresa, estoy de contrato temporal y no tengo aclarado mi futuro._ El joven comenzó inseguro haciendo la entradilla de lo que pretendía explicar, dando un rodeo innecesario hasta que llegó al inicio de su cháchara:_  Aquella mañana hacía tanta calor, que no sabíamos que hacer para refrescarnos, Mireia, propuso  ir a pasar el día a la playa, me dijo que además de bañarnos podríamos estar solos en el agua y juguetear con el sexo, besarnos y disfrutar. No lo pensamos más y tomamos el petate y los bañadores y aparecimos en la parte brava de la playa, dónde salpican las olas con esa fuerza brutal a las rocas. En el lugar más apartado de la zona para poder estar tranquilos y disfrutarnos en la soledad del sol y del mar. Mireia, me provocaba con sus deseos, suspiros, meneos y ruidos guturales y me seducía tanto que enredados sin control, dimos vueltas en la arena, deshaciéndonos de pasión. Ella pedía lo mismo que deseaba yo, sin embargo, en el sitio que estábamos y con tanto gentío fue imposible acabar lo comenzado con esa tranquilidad y placer. Se molestó y huyó pitando con mucha prisa a darse un baño y yo me quedé observándola desde mi posición justo al lado de las toallas. No tardé mucho en darme cuenta que se lo estaba pasando genial, se hundía y volvía a la superficie en aquel trozo bastante profundo donde acaba el recodo de los bañistas. Al principio no me percaté que al salir para respirar, devolvía con angustia, bilis mezclada con agua salada y estaba sin control, a punto de ahogarse y quedar en la profundidad para siempre. Su cabello no lo recogía con las manos, como queriendo ella misma asirse a cualquier lugar, el bikini superior no lo llevaba puesto y se mostraban sus dos pechos alabastrinos, al desgaire y sin control. En un acto de intuición salté de mi posición y corrí para acercarme donde ella estaba luchando con la muerte. Nadé hasta donde se encontraba Mireia y buceando vi, que no hacía pié en ningún sitio, ya que estaba hundiéndose en una protuberancia entre las rocas y la playa, había perdido el equilibrio y el miedo le ganó y le robó la calma. Falta de oxigeno y ya resignada, bajaba al fondo a unos tres metros y subía de nuevo tras el impulso que ella misma se daba al llegar a fondo. A punto de perder la vida, braceé con fuerza y aprovechando la subida al exterior la sujeté de las caderas hasta ponerle mi cabeza entre sus piernas y sacarla de aquel atolladero, arrastrándola con todos los ímpetus de mi corazón hasta dónde ambos pudimos hacer pie y quedara Mireia con el agua hasta la cintura. No reaccionaba y me tenía sujeto entre sus muslos debajo del agua, la fuerza que ejercía sobre mi cuello era brutal, inaudita. Tanto es así, que hube de darle un pellizco con mucha fuerza en una de sus nalgas para que se abriera de piernas, sacar mi cabeza de entre ellas y subir a la superficie a respirar y atenderla. En cuanto tosió una parte del agua que había tragado la echó fuera de sí, devolviendo todo lo que le sobraba, el salitre ayudó a esos vómitos se produjeran y esas angustias y arcadas la retornaron a la vida. _ Johnny, acabó su charla respirando profundamente y bebiendo un trago de algo que tenía preparado en la copa que degustaba.
Todos los allí presentes, callaron y comprendieron que después de recordar un suceso tal, se necesitan algunos segundos para retomar el aliento y ordenar tus actitudes. Quisieron enviarle con sus miradas ese apoyo, que se le presta a cualquier desvalido que ha padecido en sus carnes alguna fatalidad o ha sufrido accidente semejante. Nadie preguntó nada ni quiso matizar cualquiera de las insinuaciones que había expresado.  
Entre ellos se observaron y la rubia Graciela, que es la que estaba situada a la izquierda de Johnny, tomó la locución sin esperar a que la jefa de negociado, forzara a la mujer a tomar la palabra. Graciela, residía en la ciudad desde hacía ocho años, al principio se acomodó con un hermano casado que se hallaba en Bélgica, hasta que pudo apañárselas por sí misma. En cuanto encontró empleo pudo independizarse y sobrevivir, gracias a su esfuerzo, labor y tesón. Provenía de la ciudad de Mendoza en  Argentina, hija de unos agricultores de la zona, que a pesar de la extrema aridez que presenta su ciudad natal, por la escasez de precipitaciones y la gran amplitud térmica diaria y estacional, se dedicaban a la vinicultura y al cultivo del olivo.
Sus padres y antepasados estaban afincados cercanos a un oasis formado a orillas de del río Diamante, que nace en la cordillera y que atraviesa la provincia.
Graciela, edad media, rubia natural y muy agraciada, cabello original entre rojizo claro. Alta y delgada, con un cuerpo estilizado y fibroso, una seriedad fuera de lo común, preparada y adiestrada para cualquier eventualidad dentro de la oficina y fuera de los lindes de la profesión, muy poco servicial con sus compañeros y vecinos, dada la extrema timidez que sobrellevaba y las pocas ganas de relacionarse con nadie.
_ Nos hemos de remontar hacia atrás en el tiempo, cuando contaba con veinte y dos años, _ comenzó su narración Graciela, mirando al fondo del pasillo donde había una ventana que reflejaba la campiña._ Las jornadas de trabajo en los ejidos eran muy largas y no retornábamos a casa ni siquiera para la comida, como eran tan extensas las haciendas, nos repartían a cada uno en una punta y tan solo nos encontrábamos a la hora del retorno a casa, que nos recogía una camioneta para repatriarnos a la ciudad.  Yo estaba en cinta de muchos meses, pero tampoco sabía con exactitud lo que me faltaba para dar a luz, así que, nuestra economía no nos podía permitir que una persona se quedase en casa, sin ganarse el sostén. Todos teníamos que aportar con nuestro trabajo el sustento de cada cual. Aquella tarde recuerdo que había acabado de comer de la fiambrera que traía, unas tortas de maíz y unos trozos de carne de cerdo, refrita de la noche anterior y bebido un trago de agua calenturienta que me supo a rayos, cuando me indispuse y noté que rompía aguas, estando muy sola, sin nadie a quien acudir y pedir socorro. El mero hecho de vocear o gritar hacía aún más difícil mantener el poco equilibrio que me quedaba. Al levantarme las faldas, observé que el saco amniótico se había roto y ya no cubría al bebé. Era la hora,  y que aquello ya venía a este mundo. Me acerqué a uno de los olivos de la heredad y acomodé mi cuerpo en la base del tronco de manera que pudiera estar lo más cómoda posible para el alumbramiento. _Recuerdo, siguió hablando con los ojos cerrados._ Tenía un cuchillo de filo agudo que usaba para el capado de las vides y lo dispuse junto al lado izquierdo. Un capazo de mimbre que es el que usaba para acarrear los útiles del campo también coloque alrededor del perímetro y le acolché unas hojas de olivo haciendo las veces de jergón y el jersey que me abrigaba y llevaba puesto me desprendí de él, para que tapara a modo de manta llegado el momento. _ Graciela, se secó la frente con un pañuelo de papel y se retocó algo el perfil de ojos, evitando que una lágrima, derramase por el párpado la pintura de las pestañas. Siguiendo con su soflama_ Del mandil saqué un cordel fuerte de albardín para ligar el cordón y me serené un tanto respirando abdominalmente para oxigenarme y a la vez esa gran cantidad de aire expulsarlo, volviéndolo a retomar, para que de esa manera llegara por sí sola, la serenidad necesaria, la fuerza y la templanza de lo que me proponía a hacer. Me quité las bragas y las dejé a un lado del faldón que hacía un rato descansaba en el tronco de aquel árbol centenario. 
Conocía detalles de cómo parían las mujeres, pero jamás hubiese imaginado que cuando llegara mi hora, tendría que vérmelas sola, en el monte y sin apoyo externo. Gracias a las experiencias narradas por mi familia y a mi propia imaginación, la posición que adopté, fue la de apoyar manos y rodillas en el suelo, (en lenguaje coloquial, “a cuatro patas”), para evitar dentro de lo que pudiera el dolor lumbar y consiguiera adoptar la posición más cómoda para traer a mi hijo al mundo, asimismo evitando el intenso dolor perineal tras el parto y que gracias a esa colocación el alumbramiento fuese más corto. Comencé a forzar tras los indicios de la dilatación máxima, ya estaba comenzado el proceso de expulsión del bebé. Las contracciones ya eran cada dos o tres minutos. Hacía rato que ya apretaba, que forzaba. Notaba como la cabecita de mi hijo estaba dentro del encaje e iba bajando hasta que ya le notaba conmigo, apreté con fuerzas una y otra vez, yo misma me iba aupando para no perder el ritmo. Estaba sola completamente y nadie podía socorrerme. Si no era capaz de hacerlo yo, con seguridad moriríamos los dos. Cuando noté que uno de los hombros había salido, con mucho cuidado y con una alegría inmensa seguí en la ayuda hasta que tenía medio cuerpo fuera. El resto del cuerpo saldría por sí mismo. Los dolores que sentí en ese instante fueron intensos, pero el sentimiento de alivio era reconfortante, pudiendo disfrutar de la alegría porque; ¡mi hijo acababa de nacer!
El cordón nos había mantenido unidos a los dos, siendo la vía por la que el niño recibía alimento y oxígeno procedentes de la placenta durante toda la gestación. Recapacité mientras limpiaba a mi hijo con mucha alegría y recordé que en tanto el cordón late, esta transferencia de nutrientes y oxígeno continúan. Por lo que no pincé el cordón para cortarlo hasta que este dejó de latir, pasados los cuatro o cinco minutos.
Aquel cordel de esparto que había reservado sirvió para anudar con fuerza el cordón antes de cortarlo con el afilado  cuchillo del capado de las cepas. ¡Mi hijo es precioso! _ Grité al aire y a los cielos, bajo del olivo que seguía amparándome con su follaje de ramas y hojas. Llorando de alegría lo limpié con el agua que llevaba para mi sustento y lo acomodé dentro de aquel cesto de mimbre que había preparado para que lo recibiera mientras llegaba a casa.
Murmullos y medias palabras se escucharon mientras Graciela se reponía y secaba sus ojos, intentando que el rímel de las pestañas no le hiciera una jugarreta dejándole los ojos como a esos payasos tristes del circo, al  pretender arrancar un aplauso por pena y cariño. Cristina, alargó su brazo para acariciar a Graciela con su mano, comprendiendo todo lo que había vivido en el monte, sin ayuda. Imaginando que no es tan fácil. Beber las palabras de la odisea que,  tragarlas en vivo y en directo.
Al punto que ya increpaba con sus gestos al más guapo y apuesto del departamento, para que sin dilación pusiera sobre la mesa, eso que a él, le ocurrió en cierto lugar a ciertas horas y con aquel escenario. Román; no era para nada disimulado ni tenía reserva para reír cuando debía, aparte de criticar al más pintado si venía al caso y si la broma le permitía hacer leña de alguno de los árboles caídos que cada cual, guarda en el fondo de sus baúles innegables.
Burocrático, desordenado e ingenuo, el tal Román, disfrutaba en la oficina más;  con los dimes y diretes de los compañeros, que con los avatares que daban las interrupciones de los equipos informáticos que debía atender.  Preservándolos (on line),  durante las veinticuatro horas del día, para que su actividad fuese inviolable, sin la más mínima interrupción.
Asegurando, el tiempo de respuesta en aplicaciones, la buena marcha del diálogo de red de la Compañía y las actualizaciones de versión de los productos utilizados.
Bien parecido y atractivo; algo menos de lo que él mismo creía. Susceptible y resentido, exagerado y dicharachero. Estatura media, ojos claros y tez morena por los rayos uva, barbilampiño y escaso de cabello, por lo que se rapaba la cabeza al estilo de los monjes de huari Krisna. Aún y con todo ello, personaje muy aceptado por el género femenino, por todas sus versátiles insinuaciones sensuales y sus aventuras palaciegas. Divorciado por segunda vez y con un sueldo de los que no es menester buscarse una segunda ocupación para poder finalizar el mes desahogado.
En esta persona eran fáciles las aventuras, de todos los tamaños y calibres, en Europa y en el vasto mundo, lo había probado todo y había vivido más excentricidades que el propio Moisés en los cuarenta años que rezagó atravesando el desierto de Sinaí.
Según comentarios del propio Román, detalles de los que alardeaba sin las debidas acreditaciones, era conocido en círculos variopintos y dentro de los ambientes más notorios y prestigiosos: artistas, políticos, financieros, militares, embajadores, siempre había alguno que le conocía, que había tratado con ellos por temas impresionantes que necesitasen de su colaboración o su consejo.
Tras colocarse en posición la servilleta y dar un par de traguitos de vodka, se dispuso con cara de juez a explicar su encíclica.
_ No voy a fantasear nada, de lo ocurrido en la Fiesta de los Sanfermines de hace cinco años, aquellas imágenes quedaran dentro de mí para siempre, por lo que padecí y lo a fondo que tuve que emplearme. _ Comenzó presumiendo, expresando, y advirtiendo al resto de compañeros que le escuchaban extasiados._ No sé si lo sabréis pero, el primer tramo del recorrido de los Sanfermines es el de la cuesta de Santo Domingo, una de las partes  constreñidas con una pendiente muy prolongada, sobre unos doscientos ochenta metros de distancia. Se le considera el tramo más peligroso del itinerario taurino. Donde habitualmente son perseguidos por los toros, esos corredores más experimentados. En la plaza del Ayuntamiento, se abre un poco la vereda, los bovinos tienen aumento de luz. ¡Vamos que tienen mucha más visión! Enfoque diferente y diáfano, tienen otra perspectiva. Ahí es donde los morlacos llevan más velocidad por estar casi recién salidos de los corrales. Conservan toda la fuerza y es cuando rápidamente y sin apercibirles los tienes encima empitonando. Babeando y con esa estampa de fieros mostrando su cornamenta. Sin haber ningún refugio en ese tramo, por lo que es imposible resguardarse.
De ahí desembocan en la calle Mercaderes que enlaza con la de Estafeta. Precisamente en la curva Mercaderes Estafeta, es dónde se dan las carreras más largas y ajustadas de la senda, desembocando en la bajada de Telefónica, con una pendiente muy prolongada, llegando al punto más estrecho del encierro, desde donde ya se empalma dentro de la plaza de toros. _ Hizo una breve descripción del recorrido para demostrar lo arriesgado y peligroso que es.
Había llegado hacía dos días con Maribel, una guapa mujer que había conocido en la playa, con la que intimamos y llegamos a ser asiduos, tanto que fuimos a Pamplona a disfrutar de sus Fiestas. Llegamos a parar al Hotel la Perla, un clásico por la relación que mantuvo con el escritor Ernest Hemingway.  Las paredes de este hotel tienen una rica historia entre sus preciosas salas,  por los personajes albergados, como el que anteriormente he citado o el también famoso Orson Welles, Manolete o Charles Chaplin por poner algunos ejemplos si pensar._ Adujo  Román sin perder el tiempo a la hora de presumir._ Era la primera vez que Maribel, mi pareja puntual, mi compañera, visitaba la ciudad y pretendía correr en el encierro. Habíamos venido a disfrutar del ambiente y además de las fiestas tan fenomenales que hacen en la primera semana de julio. Conocer los Sanfermines y sobre todo a estar juntos y disfrutar de la compañía, en pro de edificar un posible futuro juntos. Pasamos la noche con un lujo de detalles, de caricias, embelesos y arrumacos y nos dormimos bien entrada la madrugada. 

Aquel 8 de julio el recorrido del encierro se encontraba repleto de corredores apostados en los laterales de las tarimas y parapetos. En los callejones, aficionados valientes, intrépidos y bastantes irresponsables pululaban por doquier. A las ocho de la mañana la manada salió como de costumbre de los corrales de Santo Domingo y se adentró en la trocha del encierro a gran velocidad, creando momentos de gran tensión y varios conatos de cogidas a los mozos. Montones de jóvenes apiñados en las aceras en los primeros metros hacían e interferían la agilidad de los que tenían previsto correr delante de las bestias. Uno de los astados, “Tortazo", creo se llamaba, se avanzaba en primer lugar y mientras tanto, unos metros más arriba, en el acceso a la plaza del Ayuntamiento. Mi chavala,  Maribel tropezaba con el bordillo de la acera de la calle  e intentaba ponerse de pie como buenamente podía sin conseguirlo. Yo me encontraba encima del cercado y el miedo me atenaza las piernas, pero veía que el tal “Tortazo” se le iba a abalanzar de nuevo a Maribel y esta vez le empitonaría de lleno con el cuerno derecho.  Después de recobrar el equilibrio Maribel, cayó de nuevo y herida al suelo, al colisionar con otro corredor que intentaba llegar al vallado huyendo de la muerte.
Fue entonces, al pretender levantarse, haciendo un esfuerzo sobrenatural, cuando de pronto Maribel se vio arrollada otra vez  por el toro, que le volvió a cornear en el abdomen y le provocó una herida gravísima, quedando semi colgada y apoyada en la empalizada.
Tras ser acornada, Maribel, se descolgó y quedó sentada en el suelo a pocos metros de la manada, que perseguía a “Tortazo”. Ella intentando apartarse de la vía para evitar ser aplastada y achuchada reiteradamente, le propuso a sus fuerzas un último intento por evadirse de aquella escabechina.
Sacando un arrojo antes desconocido por mí, desenterré fuerzas de la debilidad y conseguí levantarla y acercarla  hasta un aislado  y,  con la ayuda de un par de pastores la trasladamos donde había un puesto de la Cruz Roja, que se encargó de atenderla y trasladarla al hospital con la mayor rapidez. La herida le produjo una anemia  y le ocasionó la pérdida de infinidad de litros de sangre. Antes, incluso de llegar al Hospital, le fueron suministrando el  plasma que luego habría sido su salvación.
El  traslado fue muy rápido, el equipo de la Cruz Roja tardó tan sólo unos minutos en llegar al centro hospitalario, para entonces Maribel  estaba inconsciente y su estado era muy grave. Gracias a los masajes y a la reanimación de los médicos y de las atenciones en la propia ambulancia, le protegieron en su padecimiento y dolor, sin embargo el pronóstico reservado podía decantarse hacia lo peor. Por intercesión divina salvó la vida tras varios meses de hospital y recuperación y dos operaciones delicadas. Le han quedado secuelas graves que habrá de padecer durante toda su vida.
En estos momentos, no está viviendo conmigo. Aquellos días de diversión y las decisiones inadecuadas a veces sirven para que dos personas, entiendan que no están hechos el uno para el otro y lo mejor es seguir caminos separados. _ Acabó su charla con un sonido gutural salido de sus entrañas.
Secó la comisura de sus labios, con la servilleta tras tomar un sorbo largo y posó sus muñecas sobre la mesa, intentando sosegar aquella respiración entrecortada. Los compañeros, en silencio asintieron esos instantes de amargura y con mucha educación como en los casos anteriores, dejaron de formular preguntas inadecuadas.
A Cristina, nadie le forzó para que hablara, arrebató con la palabra sin más.  Ninguno de los presentes, le hubiese invitado a seguir con ese juego, que ya estaba poniendo la noche en jaque y que no dejaba satisfecho a casi nadie. La jefa, tan juiciosa, quiso quitar algo de enjundia al momento, dejando caer unas onomatopeyas y algún que otro resoplo de consuelo dedicadas a los tres que ya habían declamado precediéndole. Se aposentó firmemente en su silla y mirando a izquierda y derecha, comenzó poniendo en antecedentes de lo que iba a narrar, no sin antes balbucear hasta que el tono de voz tomó una simetría contrastada y medida acorde a sus maneras.

Cristina María Magdalena, es una mujer inteligente, ávida de poder, sensual y cizañera, del tipo de hembra que no le importan los medios, siempre que se consigan los resultados que se requiere. Engreída y prepotente, con un cuerpo diseñado para cualquier zafarrancho en combate, guapa, cobarde y traidora. Diseñadora de engaños y pertrechada para reportarse a sí misma, las mayores maquinaciones empresariales. 
_ Cuando desperté aquella madrugada, sabía que iba a tener un día de los que costaría olvidar._ Dijo en tono simpático y continuó hablando._ Había tenido unas pesadillas tan raras que me abortaron el descanso, pero no le di la más mínima importancia, ya que no era la primera vez en aquella semana que me sucedía. Era viernes y además día de mi cumpleaños, por lo cual decidí estrenar toda la ropa interior y exterior con la que me iba a vestir. Salí de la ducha que eran cerca de las seis y media de la mañana y me arreglé la cara, con el maquillaje de siempre, quizás le impregné un poco más del mismo, como si mi subconsciente me advirtiera que debía estar muy acicalada. Detalles que se hacen normalmente sin pensar en nada concreto, pero que se siguen a pies juntillas tal y como nuestro interior nos indica. La ropa íntima de color fresa y unas medias indesmallables italianas que se ceñían a mis piernas y las hacían tersas y brillantes. Zapatos de charol claro, con medio tacón cubano y suelas anchas del tipo “Martinelli”, que acarician mientras soportan el peso del cuerpo y reparten la carga alrededor de la base para no recargar tanto las espaldas, ni arañar los talones. El vestido precioso, de Hermenegildo Zegna, un diseño practico que te permite moverte con libertad y además destaca el emblema femenil, envolviendo el cuerpo con esa lisura y ese encanto que los demás perciben. Te sientes hermosa y atractiva, admirada por mujeres y hombres, es una delicia sentir esa sensación. Al caminar por la calle, al entrar en un comercio, al llegar a la oficina. Observas como te miran desde el portero del latifundio hasta el último mono que reparte cafés. Modelo que por encima de la rótula, deja entrever mis piernas modeladas, mis rodillas sin cicatrices ni huesudas, esbeltas, altas diseñadas por el gran Maquiavelo._ Seguía regalándose adjetivos, sin la mínima cautela._ El escote no es ni palabra de honor ni barco, ni tampoco strapless. El tipo de hendidura es uno personal, es: “origine volumen”, que es el que triunfa por mi barrio. Brazos al aire y vuelos en los pliegues. Mi cabello peinado hacia atrás dando sensación de loba azabache, “indígena y dama”. Un cuerpo el mío, que daba gloria verlo.
Entré por las puertas de la oficina, antes de las ocho de la mañana, pero percibí que en el ascensor, los acompañantes, ya se quedaban prendados con el perfume que llevaba. Irritaba a las merluzas que se habían levantado con el tiempo justo de la cama y se habían enfundado esos zapatones llenos de suciedad y ese vestido arrugado y sudado que no se han quitado en cuatro días. Que se han desbaratado las legañas con un poco de agua templada y que sin lavarse se han echado en las axilas, ese desodorante barato de “Morirás al olerme” de una firma francesa muy conocida.
En mi despacho, el fax ya hacía rato que funcionaba, dando instrucciones desde la central, de lo que se debía abordar en esa jornada, con carácter y prioridad máxima. Atendí lo más urgente y delegué todo aquello que pude y supe, desvié el teléfono para que no diera la lata desde primera hora de la mañana y mantuve una charla de primer contacto con el servicio nocturno de atención, por si hubiese habido alguna incidencia durante la noche, que mereciera la pena conocer.

Entonces fue, cuando decidí ir al Banco Este Oriental, a ver a su director para cerrar un último negocio que llevamos entre manos y que si cuaja, me llevaría suculentas primas y un prestigio que no alcanzan en nuestra firma ni los más aventajados y excelentes ingenieros de ventas. Salí del despacho, como “alma que la empuja el diablo” y tomé de nuevo el ascensor, que aún se notaba el aroma de mi perfume dejado cuando llegaba. Salí a la avenida y el aire me frotaba la frente dándome un empaque especial. Caminé durante diez minutos, saboreando del beneficio de las miradas que me regalaban los transeúntes, taxistas y kiosqueros, siempre mirando de dar esos pasitos ensayados que tanto embriagan a los normales ciudadanos. Cuidando las formas y gustándome en los semáforos, por no necesitar la luz verde de paso. Los coches casi se detenían para ver mi desfile por las adoquinadas aceras y al verme reflejada en los amplios cristales de los establecimientos. Al llegar al banco, el empleado me abrió las puertas con una sonrisa tan extensa que se le notaba la caries que tenía en el colmillo izquierdo, haciendo una genuflexión tan poco contorsionada, que le intuí donde clavo los ojillos de sardina que posee.
_ ¡Buenos días, Madame Cristina! , _ dijo el portero, tocándose la gorra de lona. El señor Cienfuegos, Don Bertín la espera en su despacho.
_ ¡Gracias! Voy directo a verle, igual hace rato me espera, ¿no?  Sin esperar la respuesta del empleado desapareció entre los clientes madrugadores de la entidad financiera.
Al llegar al despacho del director, no hizo falta detenerse en la puerta, ya que Bertín estaba al acecho y en cuanto la vio aparecer desde la distancia, se levantó y le hizo la bienvenida desde el umbral de su habitáculo.
_ ¡Buenos días Cristina! Pasa, y acomódate, que lo resolvemos en poco tiempo.
_ ¡Hola Bertín! ¿Eres tan rápido para todo?
_ Procuro, que los negocios, no se duerman en las esperas y con largos procedimientos, eso hace muchas veces, se desvelen datos e informaciones que hace temblar a tantas bolsas importantes del mundo.
_ ¡Pues adelante!  Nos tomamos un café, firmamos los protocolos y cerramos el grueso del compromiso, dejamos claros los corretajes, los dividendos y las ganancias de cada cual, ingresadas en la cuenta corriente correspondiente. Luego tú a lo tuyo y yo me arreglaré con lo mío, que no es poco.
Se escuchó un estruendo brutal, una ráfaga de disparos, provenientes de un fusil ametrallador desde el hall del banco. En total habría treinta clientes dentro de las instalaciones bancarias, mayor número de hombres que de mujeres, que solo se contaban ocho.
Los cinco empleados de la Sucursal, obedeciendo a un forajido con antifaz, ya tomaban la posición tendido decúbito prono, dentro de uno de los pasillos, con las manos en cruz depositadas en el suelo. Lejos de poder pulsar cualquiera de los testigos de alarma o de electricidad.
Los clientes masculinos de la entidad, ya separados de las damas esperaban con los brazos en alto, sin mover el cuerpo y arrodillados. Otro de los cacos, les unía por medio de unas esposas de acero a una de las columnas. Mandándoles que se vaciasen los bolsillos de móviles, carteras y documentos y los depositasen dentro de una valija de las cuatro que portaban. Luego, que permanecieran de rodillas en el suelo y estuvieran tranquilos
Las alarmas paralizadas y las puertas externas ya se cerraban a cal y canto. Bajando persianas y blindajes.
Nadie se movía de sus lugares, los nervios se acrecentaban a medida que pasaban los segundos. Los atracadores, sabían que es lo que correspondía hacer en cada momento y no estaban ni nerviosos ni estresados por la prisa.   Algún experto del grupo de los malhechores, que al parecer conocía la infraestructura, procedió al desconectado de los teléfonos y las alarmas desde el interior. Por tanto nadie podía acceder al exterior si no pasaban por el permiso de los truhanes. Estableciendo la forma en que una vez tuvieran el botín salir del banco sin el más mínimo problema.
Otro más fuerte y atlético trasladó a las damas, a un apartado no demasiado amplio poniéndolas dentro de un habitáculo y mandándoles que se desnudasen y dejasen sus pertenencias dentro de una valija de aluminio._ Cristina iba relatando el suceso como si lo volviese a vivir de nuevo._                               Tres individuos del comando, muy amigos de lo ajeno, estaban requisando el dinero que permanecía en las cajas móviles de los empleados y ayudaban a preparar el dispositivo de huída.
_ Ellos,  habían observado desde el principio,  que en el interior del despacho del director de la Entidad, estábamos Bertín y yo misma. Sabían que estábamos dos personas, lo tenían previsto y con suma tranquilidad, nos  dejaron hasta el final para acceder sin preámbulos.
_ Hola Bertín._ le dijo familiarmente al director, el jefe del comando. Sujetándole las manos con unas argollas y dejándole una nota sobre la mesa.
_ ¡Quienes sois! ¡Qué queréis!  _  Preguntó Bertín, con mucho nerviosismo.
_ Anda amigo, no te pongas nervioso, que no es para tanto. ¡Como si no lo supieras que es lo que queremos!
_ ¡Tú!  ._ Exclamó el ratero, dirigiéndose a mí, _  Levántate y haciendo un ademán a uno de los sicarios, le indicó que me llevara con las demás mujeres.
Me acarrearon, dentro de una sala, que es la recámara del el servicio interno, en caso tener que degustar café o tomar los desayunos en horas de trabajo. Una vez dentro de aquel recinto, junto con las demás clientes, dudé en obedecer y me quedé en un rincón sin prisas, sin atender a las órdenes del tipo encapuchado.
_ Haz lo mismo que ellas sin rechistar y no temas. ¡Desnúdate! y deja tus pertenencias dentro de esa maleta. ¡Hazlo a prisa! que no tenemos todo el tiempo.
_ ¡Yo no llevo nada de valor!  ¡No me desvestiré! delante de ellas. Le planté cara, esperando de frente al caco.

Entonces es cuando se abalanzó sobre mí y me rasgó el precioso vestido de Hermenegildo Zegna y de una patada me tiró sobre uno de los grandes sillones de la sala, fracturándome un par de costillas y rotura del tabique nasal. Por si no fuera bastante, se abalanzó y volcándose sobre mi cuerpo me magulló y me forzó, despojando a mis carnes de todas las finas ropas que vestía. Violentando y llegando a hacer lo que pretendía. Además de tener que soportar la misma escena en otras compañeras que como a mí, las sometían los demás cerdos de esa banda._ Finalizó su charla, algo más sería y más acomplejada que cuando comenzó a narrarla._ El final de cómo acabó todo, no lo voy a contar, porque todos sabéis de buena tinta y con lujo de detalles, como concluyó este affaire tan memorado y comentado en la prensa nacional.
Unos segundos larguísimos pasaron antes de que Elías, comenzase a mover la cabeza, en señal de afligido, mirándose a la jefa, con escepticismo y algo de incredulidad. Sabiendo que era él, quien debía exponer su historia. Elías es el trepa de la oficina, el que lleva los recados y secretos a la jefa, al portero, al meritorio de la planta de arriba. Es como una especie de “correo del viento”, es alguien a quien no se puede contar, ni confiar  absolutamente nada, porque te vende en cuanto giras la cara. Es la persona que te da consejos y tiene buenas palabras, pero que no entiende que significa fidelidad, seriedad y carácter. Aparenta ser un sincero confidente y resulta que es una caja de resonancias. Es un tipo desgarbado, con semblante de padre confesor, agradable y dicharachero, estatura media, limpio y aseado, con talante de bienhechor y con demasiadas ganas de que le valoren, pidiendo anuencia en cualquiera de las condiciones que trata y que soporta. Es el clásico: “Te voy a contar una cosa que no lo sabe nadie”  y,  es todo lo contrario.
Al pronto, tras haber serenado algo a su jefa y apapacharla, ya dejándola más tranquilita y en su papel de mando, se dispuso como en él es habitual a comenzar con sus sermones. Dado que Elías, conocía la vida de casi todos los allí presentes por sus gestiones de gran consejero y que de las suyas, nadie conocía apenas nada, pues tuvo que ajustarse al guión y mediar entre lo imaginable y lo deducible.
_ La verdad, es que no tocaba este tema desde que se sucedieron los hechos y casi me vendrá bien, hacer este acto de coraje y de confraternización para dejar ese lodo que siempre queda tras unos sucesos tan penosos._ Asintió Elías, con verdadera postura, siguiendo sin detenerse a rememorar remordimientos y desahogos.
Aquel sábado, según creo recordar, había un partido muy interesante entre los equipos punteros de la liga, se jugaban además del prestigio, la clasificación para obtener el mayor trofeo, yo decidí quedarme en casa tranquilo para evitar las aglomeraciones y tumultos de los forofos, dado el caso de ganar bajarían al centro y desde la fuente principal de la gran plaza, harían destrozos como ya era costumbre. Todo casi idéntico, si pierden, porque las guerrillas entre aficiones se encrespan y es cuando llega la violencia más dura, sin respeto a valores infraestructurales ni acato a las más simples conductas de bien educados y de formalidad ciudadana. Me había preparado una cena de las que me gustan, unas buenas rebanadas de pan de horno, cubiertas por unos trocitos sabrosos de jamón veteado y unas aceitunas negras. Cuadraditos de queso curado y una botella de buen vino riojano. Al fondo la televisión retransmitiendo el campeonato, sin embargo, la tenía enchufada pero con el sonido leve, para que me dejara a la vez que saboreara mi cena, poder ir ojeando un libro muy interesante sobre la Conquista Mexicana.
Tuve que salir a cerrar las ventanas de la casa debido a que había un gran escándalo en la puerta tres de la planta donde habito. Una bronca monumental con discusiones y griterío hacían llorar a los niños de la casa, de nueve y de seis añitos. Su madre, una venezolana muy guapa, pero bastante dimitida, discutía con alguien que no supe adivinar. Con normalidad les deja a su suerte mientras ella ha de salir a ganarse la vida. Su compañero, un tipo mal carado, vago y sin escrúpulos, que se dedica al trapicheo les busca bastantes líos y la policía, les visita con frecuencia. Al contrario de los abuelos que residen en el apartamento del primero, son gente bastante silenciosa, ellos tienen un altercado casi cada día. _ Siguió argumentando, con detalles esclarecedores Elías, refiriéndose a los de la puerta tres y sin dejar de darles pena._ Lo raro es que la madre de los niños, la Caraqueña, no me haya dicho nada, con frecuencia, cuando se marcha, llama y me pide por Dios, que les eche una miradita por si pasase algo. Igual es que su amigo, se ha quedado durmiendo la mona y por eso, ha pasado de largo al salir. El partido parece que puso frenéticos a la mayor parte de los locales, ya que se iba perdiendo el encuentro y según los alaridos, el árbitro había dejado de pitar un par de faltas importantes en el área de los de aquí. La verdad, que influido por la lectura del libro escrito por Bernal Díaz del Castillo, imbuí de un aterciopelado manto de serenidad y sosiego quedándome dormido cual infante agradecido en el sofá con el libro entre las manos, televisor en marcha y ruidos externos incluidos. Serían las tres y diez de la madrugada, cuando me desperté asustado por unos gritos de terror, extremadamente alarmantes. La hora la recuerdo porque al abrir los ojos en el sobresalto, miré el reloj de pared que cuelga debajo una foto del puente de piedra de mi pueblo. Las luces de mi casa estaban encendidas como el televisor, y la estancia completamente llena de humos procedentes del exterior, como tenía las ventanas totalmente cerradas para evitar los ruidos de los vecinos, se había acumulado una cantidad de humo negruzco en la sala, que entraba por la rendija de la puerta de acceso. Era muy difícil respirar. De no haber sido por el susto de los gritos, quizás me hubiese quedado frito sin darme cuenta. Rápido me levanté y el sentido de salvación hizo que fuese a abrir las ventanas para que entrase aire, pero por el hueco de la escalera, subía una lengua de fuego importante, que arrasaba y abrasaba a todo lo que se encontraba a su paso. En aquel momento, escuché claramente los lloros de los niños del tercero y me cubrí con la manta que siempre está dispuesta sobre mi sofá y salí en busca de ellos. La puerta tres, estaba atrancada por dentro y golpeé con fuerza para que me abrieran, solo escuchaba el desgarro de los lloros de aquellos mozalbetes, que estaban tan atrapados como yo. Saqué fuerzas, ni sé de dónde y a patadas logré abrir la puerta, que por suerte era de un material fino y destructible. Como pude me adentré en la casa. Los chavales estaban aterrorizados, mirando desde la ventana hacia el abismo de la altura de los cinco de la planta donde estábamos ubicados. Les llamé y me conocieron, ambos se abrazaron a mis piernas.
_ ¡dónde está vuestra madre! _ pregunté a gritos dentro de tal infierno escenificado.
_ Elías, por favor sácanos de aquí, mamá está trabajando y no sabe nada, tenemos miedo.

Les saqué a ambos, primero a Quique que era el más pequeño, lo resguardé en el balcón de mi apartamento y después a Eddie. Los rescaté tras asegurar que respiraban bien y no tenían lesiones graves y con la ayuda de un sexto sentido del cual creía carecía, pudimos salir los tres a la calle, dejando detrás lo poco que poseíamos. Los niños, fueron atendidos por los servicios de urgencia y yo volví a agradecer al cielo, no tanto que me salvara la vida, sino que les pudiera alargar la suya a aquellos chiquillos, que indefensos estaban en un lugar indebido. El incendio no se sabe cómo ni porque comenzó, creen que fue provocado por algún agente externo a la finca. Lo que es incuestionable es que en la quema lo perdimos todo. Comenzamos de nuevo desde cero, como si alguien nos diese una nueva oportunidad de inicio, sin posesiones, sin pasado, dejando atrás esos actos, que de alguna manera deseamos perder y no sabemos cómo._ Elías con un sudor en su rostro visible, dejó sus comentarios, de una forma unísona y tenue.
Cristina, la jefa del negociado, hizo señas a los camareros para que fuesen preparando la carta del menú, que ya iba siendo hora de comenzar a degustar de los finísimos platos del restaurante. Todos ellos habían decidido que alimentos iban a saborear y mientras acababan las copas conminó a Domiciano el último componente del grupo que hablara y que explicitara lo acordado en un principio. Este personaje el más callado, intuitivo, penetrante y clarividente de cuantos había en ya no, la oficina, en toda la empresa.  Por no tomar parte en la supuesta enumeración, desahogo y confesión habida de los empleados y compañeros suyos, hubiese desaparecido. Sin embargo, no tenía más que dejarse llevar por la situación y realizar una cháchara, más o menos convincente que les procurara aquel embrujo que dejan los sucesos terminados de forma complaciente. Domiciano, es un tipo flaquito, sereno, cordial, amable y sensato, que jamás habla si cree que ha de ofender. Educado y con mucha preparación intelectual. No llegó a ser el responsable de su departamento, porque no sabía reírle las gracias al Director de Recursos Humanos, quitándole la razón en favor de sus colaterales cuando era menester y defendiendo siempre con sus convicciones en las agrias y desalmadas reuniones de trabajo que normalmente se realizaban en aquella división. Por lo que normalmente andaba solo en las pausas y comía sin compañía en la hora de descanso. Tenía una virtud que sobresalía de otras muchas que poseía y esta, no era otra  que podías entenderle solo con que te mirara. Su respuesta, la declaraba de forma diáfana con su lenguaje corporal y se podía descubrir tan solo con mirarle a los ojos. Si necesitabas ampliación, se daba cuenta y,  te respondía a la duda, sin que el encausado le hubiera formulado la pregunta.
Cabellera muy cuidada y plena, barba obstruida y azulada, orejas magnas como soplillos, nariz entre egipcia y griega, o sea, grande y arqueada y unos labios discretos y perfilados. Dentición exquisita, cuidada, brillante y aseada,  tez amarfilada. Sus ojos, penetrantes y esplendentes los protegía con un tipo de lentes amplias y graduadas que con una montura al aire, le daba aires de persona atenta y satisfecha. Aficionado a la lectura y con otra deidad que pocos le conocían la de espiritista o, persona que vaticina acontecimientos sin más, visionario natural de sucesos. Su Mediumnidad, le venía desde la pubertad y era gravamen natural desde su nacimiento.
_ Permítame Cristina, ahora que todos los compañeros, incluida usted, haga unas salvedades a sus relatos y después de estas aclaraciones, serán ustedes los que solicitaran que continúe yo, con mis reseñas personales. No les he querido interrumpir durante su charla, primero por educación y después por no cortarles en forma alguna, esa vena de sinceridad que parecía ser indivisa y que además les nacía del propio espíritu. He atendido con mucho gusto lo que han narrado y quiero si me lo permiten hacer unas matizaciones, dejando muy claro, que solo diré la verdad y que mis palabras siempre podrán discutirse si cabe con el interesado de la leyenda. Les he notado en su psiquis que en según qué momentos, los derroteros de lo que sucedió realmente, han quedado opacos o fuera de la certidumbre, bien sea por olvido, por retoque interesado del suceso o simplemente por mentir, para esconder esa verdad tan cara que debemos pagar cuando queremos voluntariamente contar sucedidos personales._ Todos se quedaron ensimismados y expectantes, _ mientras Domiciano, tomaba un traguito de agua y después, limpiarse la comisura de los labios con ese magnetismo que solo saben hacer los magos. Usando de nuevo la palabra sin interrupción alguna por parte de los que esperaban una especie de milagro o vivencia de magia real, con retorno al momento del suceso.
Johnny convendrás conmigo, que ese socorro a Miriam del que de una forma desinteresada presumes, tiene matices que tú y yo sabemos, no has explicado claramente o te has guardado algunas cartas en la manga. Por lo tanto no puedes de ninguna forma, concederte todo el mérito. Si es verdad que tú la salvaste, o ayudaste a que la protegieran, porque sin tu llamada, Miriam hubiese perecido sin duda. La alerta al servicio de emergencias de la playa y el apoyo de los salva vidas de la barca, dieron con el rescate a tiempo y tu amiga redimió de una muerte segura. Conoces muy bien, que el  socorrista que se lanzó al agua e introdujo la cabeza entre las piernas de Miriam, para poder hacerla salir de aquella oquedad del mar, no fuiste tú. Entre otras cosas porque Johnny no sabe nadar y te horroriza el mar. El resto de la explicación, es  graciosa. Darle un pellizco en la nalga a Miriam, ha sido un detalle curioso propio de tu imaginación y deseos de protagonismo. La cantidad de veces que has pensado y relatado el suceso, ha hecho que tu sentido cognitivo, asuma esa circunstancia y quede impregnada en tu cerebro como una verdad.
No profundizaremos, ya que veo que no quieres seguir más adelante, ni tampoco te interesa el que estos amigos sepan el motivo por el cual, ella te abandonó, por no querer aceptar la paternidad del hijo que llevaba en sus entrañas. Ni entiendes, como a Miriam le ocurrió aquel accidente en la playa, cuando ella es una experta nadadora.
El joven aludido, no musitó vocablo, ni tuvo reacciones refractarias. Tan solo una lágrima apareció en cada cuenca de los ojos, firmando aquel testimonio que Domiciano, había asentado con categoría de certificado.
Domiciano, miró fijamente a Graciela, esta se removió en su cómoda silla, sujetándose el moño, con una pinza que le aguantaba la melena, buscando el brillo de los ojos del orador, para intuir si realmente, le estaba allanando sus remordimientos. No hubo preámbulo, comenzó directo a comentar todo lo que Graciela había dado por sentencia.
_ Los nacimientos sin ayuda. _ Continuó Domiciano, con gesto de concentrado._   A solas sin la intervención de alguien, no son frecuentes, pero si es verdad que se dan en un porcentaje más elevado del que imaginamos. Se han contado casos, en los taxis, en la oficina y como no, en la campiña, sin más ayuda que el cielo y tus apaños, experiencias tan solo conocidas por las explicaciones y venidos de comentarios en familia, de historias y películas y de alguna lectura que explican los primordiales conceptos de lo que debe hacer una mujer, si se encuentra con tamaña tesitura. La mujer es capaz de salir de ese atolladero, con una proporción de éxito insuperable, dadas  las condiciones y el escenario. Graciela sola bajo el amplio cielo, supo arreglárselas como la mejor comadrona, para traer al mundo en perfectas condiciones a su hijo. Sin importar que estuviera sola y sin ayuda, sin el miedo de la mujer joven primerizas, con esa ilusión de parir a su querido hijo. Ese niño que lleva por nombre Darío.
Sin embargo, Darío no es hijo de la Graciela que conocemos.
El niño que nació en la campiña Argentina, en tierras de la provincia de Mendoza, es padre de nuestra Graciela. La “Graciela” que parió sin ayuda, mientras defendía una de las penosas jornadas de duro trabajo, aquella que usó el tronco de olivo como apostadero, en los años treinta del siglo pasado, fue abuela de Graciela Cavagnaro.
Sabes bien Graciela, que no puedes ser madre, tienes unas deficiencias, que no son compatibles con tus deseos. El síndrome de Kallman, evita que puedas quedar en cinta, a pesar de tus deseos. El dar más explicaciones, sería entrar en tus privacidades y no es este el cometido, ni tampoco es idea digna el airear tus obsesiones.
La mujer, no significó queja ni menoscabo, quedó sumida en sus adentros, sin bajar la cabeza por vergüenza, ni aparentar una falsa modestia, que no poseía. Admitiendo, la veracidad de las palabras de Domiciano, que sin jactarse de sus probidades, ponía los puntos y acentos, sobre lo dicho por los contertulios.
Román estaba aturdido de escuchar, todo lo que Domiciano, estaba relatando y viendo y comprobando de forma fehaciente, que no estaba mintiendo. De ser así, todos los intervinientes ya hubiesen puesto el grito en el cielo. La pregunta era. ¿Cómo podía saber la verdad?  ¿Les había leído la mente mientras ellos explicaban su relato? ¿Les sometió a una sesión de hipnosis? ¿Es realmente poder mental?  Viendo que el turno, le tocaba a él, se atrevió a decirle a Domiciano antes del comienzo de su alocución._ ¡Bien Domiciano! A ver que se te ocurre, sobre mis festejos del San Fermín.
Domiciano, muy serio, comenzó a departir, mirándole fijamente a él;  a sus ojos, sin pestañear y dejándole sin resuello.
_ Sabes bien, amigo Román, que en aquel encierro, antes de dar el disparo de salida y los toros comenzasen a recorrer las calles de Pamplona, se te desató el estómago de miedo, de no haber dormido la noche anterior por toda la tremenda desconfianza que te daban aquellos astados y te ibas piernas abajo. La colitis que se desencadenó en tu cuerpo, no te dejaba salir de la taza del wáter del gran hotel donde estabas hospedado.
Has comentado en tu alocución y lo digo con tu frase literal: “_ No voy a fantasear nada, de lo ocurrido en la Fiesta de los Sanfermines de hace cinco años, aquellas imágenes quedaran dentro de mí para siempre, por lo que padecí y lo a fondo que tuve que emplearme. _” En realidad es cierto que padeciste entre la taza del retrete y la cama del hospital, pero de estar en las calles, sabes bien que es pura invención. Cierto es que Maribel tropezaba con el bordillo de la acera de la calle  e intentaba ponerse de pie como buenamente podía sin conseguirlo.
Sin embargo no eras tú el que se encontraba encima del cercado era un mozo que conoció en el hotel, que provenía de Tudela, llamado Aitor. “Tortazo” se le iba a abalanzar de nuevo a Maribel y esta vez le empitonaría de lleno con el cuerno derecho. A ti te lo contó Aitor, una vez ella estaba en el hospital, el mismo dispensario que tú, pero ella con el cirujano y tú en los lavabos secándote el culo.
Todo lo demás narrado de que hiciste un esfuerzo sobrenatural, cuando de pronto Maribel se vio arrollada de nuevo  por el toro, que le empitonó en el abdomen y le provocó una herida gravísima, quedando semi colgada y apoyada en la empalizada. Ha sido imaginación tras lo que pudieron explicarte.
El arrojo desconocido por Aitor. Nunca fue el tuyo, que desenterró fuerzas de la debilidad y consiguió levantarla y acercarla  hasta un aislado y,  con la ayuda de un par de pastores de la organización,  la trasladaron donde había un puesto de la Cruz Roja, que se encargó de atenderla y trasladarla al hospital con la mayor rapidez. La herida le produjo una gran herida  y le ocasionó la pérdida de mucha sangre, cicatrices abdominales y pérdida de uno de sus pechos.  
El resto de la historia, podemos acreditarla como la verdad, siempre conociendo que tú estabas fuera de ese salvamento, debido a tus diarreas constantes, por lo que ese día del 8 de julio, el protagonista de que Maribel, se salvara fue el muchacho de Tudela.
Has dicho que en estos momentos, no está viviendo contigo.  Una de las pocas verdades que has comentado. Aquellos días de diversión y las decisiones inadecuadas, el no saber estar a la altura de las adversidades posteriores, el abandonarla a su suerte mientras ella trataba de alcanzar la plena salud, hicieron que Maribel, te dejara sin remisión. _ Concluyó el vaticinio de Domiciano.

Por turno le había llegado la vez a Cristina, una mujer despejada, que estaba acostumbrada a recibir golpes virtuales, de todos lados. Ocupaba un puesto en la empresa nada fácil, además de todas la complicaciones de gestión, la consecución de objetivos y el porcentaje de aumento que debía crecer cada ejercicio, la miraban de forma especial por el hecho simple de ser mujer. Tenía que estar muy preparada para poder mantener la jefatura, que es lo que realmente cuesta. El mantenimiento del estatus y la buena marcha de todo su departamento, por ello, a Cristina no le amedrentaban las situaciones toscas. Sabía salir airosa de todas ellas y jamás se le notaba la decepción en su semblante. Dureza poseía más que cualquier hombre y buenas dotes para capear situaciones le sobraban.
Todos estos detalles, Domiciano, los conocía, por lo cual, la miró con una sonrisa fingida para que ella detectase ese mohín y dijese algo.
_ No vayas a echar por la calle de atrás, Domiciano, se valiente y lo que creas que has de apuntar, lo haces con toda la tranquilidad que poseas. Ya sabes que el aumento de sueldos está muy próximo y según te portes, me portaré._ Apuntó muy sonriente, como retando al ponente y ayudándole a que arrancara con ella, a pesar de ser su jefa.
_ Sabe usted Doña Cristina, _ apostilló con guasa Domiciano, sin asustarse un pelo._  Que seré breve y conciso, sin embargo la misma vara de medir es la que tenemos todos y ya que dijimos que estábamos hablando con sinceridad, voy a seguir por el sendero luminoso del crédito de mis palabras. Cambió el semblante Domiciano y pasó directamente y sin más preámbulos a decir lo que consideraba.
_  Aquel, atraco, te disparó tu ansia de compañía, de necesidad de ser el sujeto de la situación. Hubieses disfrutado que todo lo que has comentado se ciñera a la realidad, pero en tu mente, existen lagunas de sensaciones vacías que debes llenar y crees que lo has de hacer con quien sea, de la forma más rápida que hubiese y por ese camino no llegarás jamás a encontrar lo que buscas. Sabes, Cristina que necesitas que te envidien, que te antojen, veneren, que te amen, que es la ausencia más necesaria, de la que careces. Compartir una vida, llegar a que te necesiten por amor.

Los atracadores no obligaron a nadie a desnudarse, el día del atraco, ni fuisteis violadas, tampoco te despedazaron el vestido caro que llevabas. No abusaron de ninguna de las nueve mujeres, contándote a ti, que estabais en la oficina bancaria. No hubo forcejeo ni algo que se pareciera. Ellos, solo querían el dinero, las joyas y todo lo de valor que pudieran llevarse.
Hubiese sido fácil para ti, poder enfrentarte a aquellos bandoleros, presentándoles batalla y de ese modo, poder sufragar el lamento que llevas desde hace doce años, con la persona que más has querido.
Ingrid, con la que viviste en pareja durante unos años y que en ese contradictorio suceso del Banco del Este Oriental, cuando creíste que de ahí no saldríais con vida y todo se iba a garete, te trajo a tu mente pasajes de la convivencia relacionados con tu último amor. Aquella muchacha, que se quedó esperando tu retorno, tras tu ausencia en busca de esa oportunidad de trabajo. Supo hacer tiempo mientras volvías a tu ciudad natal y,  preferiste, en vez de volver a reanudar la convivencia que manteníais en pareja, seguir escalando puestos en la vida profesional, dejándola a ella a su suerte.
A Cristina se le nublaron los ojos de unas lágrimas densas que tuvo que secarse con un pañuelo de papel, que le acercó Elías que estaba a su lado. Llanto sereno muy sentido, que le venía desde lo más profundo de sus pasiones. Domiciano, dejó de hablar para pasar a un receso y que Cristina, pudiese componerse algo. Nadie, se miraba entre sí, mientras ella, desconsolada iba reponiéndose a medida que aspiraba aire y notaba que todos los allí presentes, de un modo especial, la comprendían.
El momento no ofrecía dudas y Elías, sentado cómodamente esperaba que aquel adivino, desconocido hasta el momento por ellos, le mirara y comenzara a departir sobre el suceso que había contado. Elías quiso matizar o justificar algo, más no pudo, ya que un gesto de Domiciano, le sentó fulminante en la butaca que ocupaba, sin poder mediar vocablo. Le fue imposible abrir la boca, aunque notaban sus compañeros que lo intentaba con todas sus fuerzas, sin embargo una fuerza motriz le empujaba a quedarse quieto como las arañas cuando tejen su tela, y a desbravar ese comentario que pretendía hacer dentro del área invisible de su razonamiento. El aspaviento que Domiciano le mostró al querer hablar Elías, iba perdiendo dibujo a medida que la serenidad le llegaba y quedaba tranquilo, como antes de que el lenguaje corporal de Domiciano, se comunicara con él.
_  Sacaste a los niños de la casa incendiada, les salvaste la vida. De otro modo ellos hubiesen sido pasto de las llamas, _ comenzó la tesis Domiciano, mirando de reojo a Cristina y observando que ya estaba razonablemente tranquila, _ Lo que no has dicho, es que tú eres el padre de Quique y de Eddie. La Caraqueña o, venezolana como tú la has nombrado, la bautizaron con el nombre de Caterine y estuvo viviendo contigo durante bastantes años. Hasta que la pillaste en adulterio y ahí comenzaron vuestros problemas. Por ello, no dejabas de vigilar a tus hijos, porque sabías de las andanzas de tu ex y te imaginabas que en algún momento, pasaría algún accidente grave. Los niños no están contigo, porque la jueza dictó sentencia y la patria potestad se la otorgó a ella, sin embargo el crudo de la situación lo vives tú en la más solemne tristeza.
Cuando comenzó el fuego, estabas medio dormido, habías estado cenando esa comida que tanto te gusta, las rebanadas de pan de horno, con ese jamón veteado de la cordillera ibérica y esos tronchitos de queso curado de cabra. Habías bebido el rioja, pero unos vasitos de más, por ello entre eso y el libro de la editorial Porrúa de la Conquista Mexicana, hicieron que durmieras como un niño. Habías cerrado las ventanas, a pesar que sabías que la madre les volvía a dejar solos aquella noche, escuchaste llorar a Eddie y Quique le compadecía y lo cubría como en tantas ocasiones. Los alaridos te despertaron y a parte de lo que has relatado es que, lo primero que te vino a la cabeza era salvarles a los dos, por ello te tapaste con la manta y te tiraste a despedazar la puerta tercera del quinto piso, queriendo sacar de allí a los mequetrefes. No te importó para nada que el compañero de Caterine, quedara durmiendo su borrachera, en uno de los sillones del salón.
Cuando tus hijos te dijeron, mamá está trabajando, también comentaron que Rubén estaba sentado en el salón y tú les dijiste, lo primero somos nosotros, los demás que se apañen. No salisteis a la calle por vuestro propio pie, os rescataron los bomberos de la ciudad, desde aquel quinto piso, os recogieron con las escalas y cestas metálicas, llevándoos al hospital más cercano. Cuando te preguntaron sobre si había alguien más en la puerta tercera de la planta del edificio, tú dijiste que no te fijaste, que no habías visto a nadie más. Dejando al tipo aquel en su poltrona.
Rubén murió asfixiado en su propia butaca, preso de una borrachera de alcohol y de estupefacientes, que ni siquiera despertó de la somnolencia de las destilaciones etílicas, y del mono de las drogas, cuando las llamas le alcanzaron.
Da gracias a que con la confusión del incendio los bomberos y la policía no pueden acusarte de delito, la falta de auxilio que tuviste con Rubén, bien podría llevarte a la cárcel, veremos que factura te pasa el remordimiento a medida que te vas haciendo viejo.
Los niños ahora, están en una situación delicada puesto que a la madre se la considera no apta para la educación de Quique y Eddie y estás tratando de que la patria potestad, que jamás habían  tenido que quitarte, ahora te la concedan sine die.
Finalizó su comentario Domiciano. Elías, acongojado por la verdad manifiesta llenó sus pulmones de aire y bajó su mirada, que acongojado, no supo disimular el gran disgusto que trataba de esconder a la vista de los demás. No hubo más alusiones y para quitar un poco de hierro, el orador que les había tenido por más de media hora, atentos a todas las contraindicaciones que había descubierto, en las narraciones de los allí congregados, bebió un poco de su copa y llamó al camarero para que se dispusiera a servir la mesa, después de haber degustado los entrantes. El mozo quiso ayudar con la carta de vinos y les dio reseña de los tipos de vinos de mesa que aquel restaurante servía a sus mejores comensales.
Nadie era capaz de tomar la palabra, tras las presencias excepcionales que había desenterrado Domiciano. Hábilmente les había leído el pensamiento mientras ellos exponían sus historias. Solo surgieron las verdades que ocultaban, quizás las mentiras o reboces que ellos hacían para mitigar los sucesos, quitándoles el sentido a lo real.
El sommelier, conocedor de los vinos que, especializado  en todos los aspectos del servicio, hizo un alto en su descripción de caldos, esperando que alguno de los comensales se decidiera por alguno de los que había nombrado.

Cristina, que era una de las que en el semblante, más se reflejaba el disgusto y la pena, muy afectada por lo relatado, indicó trajera un caldo de los que no se había nombrado.
_ ¿Podría traernos una botella de Cardenal Mendoza?
_ Señora, disculpe, lo que me pide es un coñac. Un inmejorable coñac, pero no es adecuado para degustar, la comida tradicional del restaurante. Ese licor se lo puedo servir con sumo gusto a la hora del café._ Pronunció el sommelier, con bastante extrañeza, dada que la petición era un disparate.
_ Entonces, por favor, traiga a esta mesa una botella de cualquier vino amargo, de la marca que sea._  apuntó Cristina, con donaire.

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