jueves, 20 de octubre de 2011

Una chispa de ternura

Nadie decía nada, todo lo llevaban en secreto, era como algo que no se comentaba para que quedara en el más absoluto de los enigmas. Ellos dos, amigos de toda la cuadrilla, tan confiados como siempre, con sus distracciones y sus paseos.  Sus llamadas frecuentes, sus risas y venturas y siempre esa buena amistad que se nota y se percibe en las primeras de cambio. La única variación habida en lo rutinario, es que ambos habían entrado por derecho propio del paso del tiempo en la veteranía del hombre maduro, del espíritu veterano, del cabalgante sesentón, de entrar en el inicial sexagésimo. La diferencia en el día de nacimiento era justo de un solo día. Signo de Leo los dos, abiertos, trasnochados, alegres, sentidos y confiados.
Los demás amigos del embudo, buscando una excusa, intentando disimular la verdad, a espaldas de los dos veteranos, decidieron reunirse una vez más y hacer un puchero comida, con la coartada asumida. Con el delito de ocultación y de sorpresa a ambos sesentones. Así que aquella cofradía de amigos, tras haber regresado de las vacaciones, volvía por sus fueros. ¡Nada del otro barrio!  ¡Detalles de cariño a granel!  Aprovechando la coyuntura, dijeron de montar un encuentro para sorprenderles gratamente.

¡Cómo iban a sospechar! Para nada, ni pasárseles por la imaginación. ¡Una leche!  ¡Oigan que no son adivinos!  Que cuando las cosas se quieren disimular, ya lo creo que se consigue. ¡Además! Estos son unos especialistas el silbar y mirar hacia la izquierda, como si fuesen músicos y se acostasen en la escala ocho del pentagrama.

Un buen día aparece Sebastián y dice por teléfono a todos los del grupo, que se ha montado una comida, que está mirando fechas para buscar restaurante.  ¡No pudo ser!  Alguien tenía compromiso para esa fecha. ¡Desechado!  ¡No se hable más!  O, todos o ninguno. ¡Hasta ahí podríamos llegar!

¡No pasa nada! se traslada al  8 de octubre, que no hay excusas, todos a un mismo grito ¡Viva la vida! ¡El plato espera! Han de saber ustedes, que todos son de buena boca, con lo que quiero referir, que no le hacen ascos a la comida. “¡Que too está güenoooo!”
El ambiente entre ellos, es estupendo. No son los Mosqueteros de Dumas, porque son demasiados y además no usan espadas afiladas. Esta gente solo usa la lengua para debatir, hablar, discutir, agradecer, piropear y porqué no, para dejarse de tanto en vez alguna indirecta, que si la abuela fuma, o el perrito se mea en la alfombra del pasillo. Entre esta tropa, se cuece la buena armonía, las buenas maneras, los buenos deseos y vibraciones. Estar con ellos, es reír a mandíbula batiente, se cachondean hasta de su sombra, se meten con el alcalde, con el artista, con el tendero, con su suegra, con su yerno, con el consorte de la Duquesa. ¡Eso sí!  Cuando hay que ponerse serio, son más graves que un plato de arroz hervido blanco y sin sal.

Dos de los allegados del grupo, fueron los encargados de buscar el restaurante para esa comida fraternal. Sin problema, salieron en busca de la sala y tras andar, caminar, deambular por la población. Llegaron a la conclusión y decidieron que el restaurante era la “Trocha”. Tiene guasa el nombrecito ¡Eh!  …Había que pasar esa decisión por el tamiz de los demás, para ver si era del gusto de todos los Patriarcas,  o de la mayoría de ellos. A los pocos días, la decisión estaba tomada y se formalizó la reserva del local. El Restaurante la Trocha, ya era conocido por ellos, lugar donde se come a placer, puedes expresarte sin cortapisas y hay licencia para disfrutar sin parámetros inducidos.

No quedaba más que esperar al día de autos para que se abrazaran y disfrutar de la reunión.  Entre ellos, se llamaban por teléfono y la verdad, algo suspendido en el ambiente hacía sospechar que ocurría algo raro, que todo no se había comentado, que posiblemente habían capillitas y que alguien de todos ellos, no se estaba enterando de lo que ocurría entre bastidores.
El día de la celebración llegó, como está mandado y estas buenas gentes se abrazaron con el mismo gusto, que si hiciera mil años, que no se veían. La distribución en la mesa, es según llegaban, iban ocupando plaza. Como en las películas de Western. Mesa para catorce. Los mandamientos de la Santa Madre Iglesia son doce, pero estos amigos son algo más que un simple mandato. Así que tomaron asiento y el disloque de conversación fue por derroteros conocidos. Las fotos de niñez de Eduardo, que muy solícito fue sitio por sitio explicando, que y como. Los nietos de Paco, que ha sido abuelo por segunda vez, ya merece más que un respeto, ya son dos los acatamientos, es desde ya, el abuelo más cariñoso del bajo Llobregat. Además el próximo que llega a la pornográfica edad de 60 añitos. Las risas entrecortadas de Sebastián, que ha estado mucho tiempo apretando los labios sin respirar ni soltar aire contenido, para no descubrir nada de lo que se cocía y ya; era el momento del hervor. Se le notaba en su expresión y en su risa apasionada que alguna cosilla ¡Sí!  Se le escapó y dejó filtrar sin luces ni taquígrafos.
Juan; fue el primero que los cumplió. Con su bondad indescriptible, quería matizar el porqué de las secuencias de la progresión matemática en los desplazamientos urbanos. José aterrizado a poco y sentado para que no se escapase en el centro de la Santa Comida, como si alguien le fuese a pedir de un momento a otro, bendijera aquel encuentro de colegas que no paraban de hacer ruido. Soledad, nombre de canción popular, pululaba con ese nervio como ya es habitual en ella, sin parar de hablar de cosas interesantes de la cocina tradicional de su ciudad textil. Antonia, Ana y Carmen, charlaban de los remiendos caseros para la cocción de las carnes de aves silvestres. María José, escuchaba y ponía mucho interés en el desarrollo de toda aquella magna reunión. Isabel y Encarna, pensaban en el color de un pijama que habían comprado para un obsequio que debían hacer al acabar la temporada veraniega. Juan José, con sus explicaciones decimonónicas, atraía para de si, el concentro de aquella mesa, mientras el camarero, esperaba saber que le apetecía de segundo plato. Todos ellos en un sinfín y susurro de la llamada diversidad de emociones.  
Fue cuando llegó el pastel del postre, cuando se desvelaron todas las incógnitas a todo ese movimiento de palabras cruzadas, de miradas de conspiración y de gestos irreverentes, que se venían sucediendo desde hacia unas semanas. Sendos pasteles iban coronados por dos velas encendidas con las cifras. En el lugar de los decimales el seis y en el de unidades el cero. Lo cual estaba significando esos aniversarios que se habían sucedido en el periodo vacacional. Cuando todos estaban separados por mucha distancia física, porque la otra distancia, la emotiva, es imposible desapartarla, es indivisible. No podían faltar esos relojes “Viceroy”, que todos los amigos de esa “Peña” al llegar a la indecente edad del sexagenario han de poseer, todos iguales, con la dedicatoria grabada en su reverso, con el esfuerzo de todos ellos, con el cariño de todas ellas, con una gratitud que se queda a vivir y a residir  en el alma:
“Feliz 60 cumple. Tus amigos”

1 comentarios:

Anónimo dijo...

Sí, todo lo que cuentas es cierto y todavía hay más. Sé que te has quedado corto para no aburrir o tal vez no despertar ese gusanillo de sana envidia que pueda ocasionar a los no asistentes pero que también son tus amigos y seguidores (que son muchos), entre los que yo me encuentro un sexagenario que ya los cumplió hace un tiempo y sabe la alegría que proporciona las sorpresas cuando te recuerdan el día que abriste los ojos por primera vez sin tener idea de lo que la vida nos depararía.Un fuerte abrazo virtual, el físico, más cálido, lo recibirás también.
José Añez

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