Aquellas dos
amigas compartían su amor con una minina de angora en color pardo grisáceo que
les tenía el sentimiento empeñado. La gata Meliana, era para sus amas un hechizo
muy considerado. que sabía cómo hacerlas felices con sus lametones aceitosos y
llenos de enjundia.
Era sublime
y se comportaba dentro del domicilio como todos los astutos. Silenciosa, disimulada
y limpia como un cielo arqueado en un anochecer veraniego.
Las conocía
tanto a Marcela y a Rosinda, que solo tenía que echar un vistazo de soslayo
para entender que tocaba en aquel momento.
Más que un
felino para ellas, era como una querida ahijada natural.
Desde que
salieron en las últimas fechas de San Juan, las dos amigas con su mascota y
visitaron durante una semana Torremolinos. Meliana, no se encontraba demasiado ágil,
ni en condiciones de salud sobresalientes.
Con lo que
ya Rosinda la llevó al veterinario del complejo hotelero, donde no supieron
delimitar con certeza cuales eran los síntomas que afectaban a la minina.
Durante todo
el trayecto de vuelta para las dos amigas fue un suplicio mantener con vigor a
Meliana, que a medida que pasaban las horas se notaba más y más enferma.
Ya en su
residencia habitual la llevaron al facultativo que siempre había tratado a la
gatita, el que les auguró malos contratiempos.
Meliana padecía
de malestares insufribles. Surgidos de una especie de dolencia cardiaca, que la
llevaría a un final irremediable en pocas fechas.
Poco se
equivocó el zootecnista. Aquel fin de semana Meliana dejó de quejar y de maullar,
dejando a las veteranas y protectoras Rosinda y Marcela, con una pena
extraordinaria.
Meliana era
una gata de un tamaño y peso importante. La habían mimado y mantenido con los
mejores manjares gatunos y ella, al ser una minina agradecida, doméstica y considerada
se hizo vieja y grande.
Había
engordado y llenado la casa con el pelaje lanudo y con el manto único, sedoso y
lacio que engatusaba a sus amas.
El disgusto
para las señoritas fue escandaloso. Habían compartido las tres amigas, por más
de nueve años, casa mesa y fantasías.
Con lo que
aquella despedida era dolorosa y desagradable. Llegando a tener que decidir
como se desprendían del cadáver de Meliana, que no podía ser de cualquier forma.
Evitando en lo posible hacer grandes dispendios ni dar propagandas a nadie, ya
que a la gente no le importaba ni poco ni mucho, si Meliana estaba fallecida.
Así que
decidieron amortajarla en una bolsa preciosa de viajes; color rojizo. Adornada con
diademas a modo de trenza y transportarla con disimulo, discreción y anonimato.
Esperando fueran
unas horas de la noche, donde no llamaran la atención y darle suelo. Enterrarla
en uno de los jardines poco cercanos que el cabildo destinaba para semejantes
sucesos.
Rosinda y Marcela,
querían que el sepelio fuera anónimo, y al no estar demasiado cerca el lugar
donde iban a sepultarla, se vistieron aquella noche de verano con unos
pantaloncitos cortos, y unas camisetas llamativas, para evitar el demasiado
calor mientras hacían la fosa que serviría de sepulcro.
Dentro de
la mochila colocaron una picoleta y una pala y lo dejaron todo dispuesto.
Llegadas las
doce y media de aquella noche calurosa, salieron las dos mujeres enseñando su
palmito por la calzada que bordea la costa, que las llevaría al perímetro donde
iban a proceder con los despojos de Meliana.
Las camisetas
refulgentes y el brillo de las piernas de las féminas se distinguían desde
lejos, mientras iban caminando y asiendo entre las dos, la talega que emergía brillante
en el lumínico de la noche. Gracias al relumbrar de la luna y a los farolillos
del borde de la carretera.
No había testigo
que lo pudiera certificar. Tan solo un ruido a lo lejos procedente de una moto
de gran cilindrada que se les aproximaba cada vez mas cerca. Rosinda se giró
para ver como aquella motocicleta pasaba de largo, y dejarlas más tranquilas en
su futura tarea de sepultureras.
Súbitamente
y para sorpresa de ambas. Los dos ocupantes con pasamontañas de la Bultaco 500,
se acercaron tanto y tanto, que de un tirón y sin mediar palabra alguna, les
arrancó con fuerza bruta a las damas, aquel bulto rojo con trenzas, la picoleta,
la pala y el cuerpo de la gata Meliana.
Desclavando
de las manos a Marcela y a Rosinda, y sin detener la moto, desaparecer con el
botín para perderlo de vista en aquella noche.
autor Emilio Moreno

.jpg)
0 comentarios:
Publicar un comentario