viernes, 26 de diciembre de 2025

Sepelio accidentado.

 

Aquellas dos amigas compartían su amor con una minina de angora en color pardo grisáceo que les tenía el sentimiento empeñado. La gata Meliana, era para sus amas un hechizo muy considerado. que sabía cómo hacerlas felices con sus lametones aceitosos y llenos de enjundia.

Era sublime y se comportaba dentro del domicilio como todos los astutos. Silenciosa, disimulada y limpia como un cielo arqueado en un anochecer veraniego.

Las conocía tanto a Marcela y a Rosinda, que solo tenía que echar un vistazo de soslayo para entender que tocaba en aquel momento.

Más que un felino para ellas, era como una querida ahijada natural.

Desde que salieron en las últimas fechas de San Juan, las dos amigas con su mascota y visitaron durante una semana Torremolinos. Meliana, no se encontraba demasiado ágil, ni en condiciones de salud sobresalientes.

Con lo que ya Rosinda la llevó al veterinario del complejo hotelero, donde no supieron delimitar con certeza cuales eran los síntomas que afectaban a la minina.

Durante todo el trayecto de vuelta para las dos amigas fue un suplicio mantener con vigor a Meliana, que a medida que pasaban las horas se notaba más y más enferma.

Ya en su residencia habitual la llevaron al facultativo que siempre había tratado a la gatita, el que les auguró malos contratiempos.

Meliana padecía de malestares insufribles. Surgidos de una especie de dolencia cardiaca, que la llevaría a un final irremediable en pocas fechas.

Poco se equivocó el zootecnista. Aquel fin de semana Meliana dejó de quejar y de maullar, dejando a las veteranas y protectoras Rosinda y Marcela, con una pena extraordinaria.

Meliana era una gata de un tamaño y peso importante. La habían mimado y mantenido con los mejores manjares gatunos y ella, al ser una minina agradecida, doméstica y considerada se hizo vieja y grande.

Había engordado y llenado la casa con el pelaje lanudo y con el manto único, sedoso y lacio que engatusaba a sus amas.

El disgusto para las señoritas fue escandaloso. Habían compartido las tres amigas, por más de nueve años, casa mesa y fantasías.

Con lo que aquella despedida era dolorosa y desagradable. Llegando a tener que decidir como se desprendían del cadáver de Meliana, que no podía ser de cualquier forma. Evitando en lo posible hacer grandes dispendios ni dar propagandas a nadie, ya que a la gente no le importaba ni poco ni mucho, si Meliana estaba fallecida.

Así que decidieron amortajarla en una bolsa preciosa de viajes; color rojizo. Adornada con diademas a modo de trenza y transportarla con disimulo, discreción y anonimato.

Esperando fueran unas horas de la noche, donde no llamaran la atención y darle suelo. Enterrarla en uno de los jardines poco cercanos que el cabildo destinaba para semejantes sucesos.

Rosinda y Marcela, querían que el sepelio fuera anónimo, y al no estar demasiado cerca el lugar donde iban a sepultarla, se vistieron aquella noche de verano con unos pantaloncitos cortos, y unas camisetas llamativas, para evitar el demasiado calor mientras hacían la fosa que serviría de sepulcro.

Dentro de la mochila colocaron una picoleta y una pala y lo dejaron todo dispuesto.

Llegadas las doce y media de aquella noche calurosa, salieron las dos mujeres enseñando su palmito por la calzada que bordea la costa, que las llevaría al perímetro donde iban a proceder con los despojos de Meliana.

Las camisetas refulgentes y el brillo de las piernas de las féminas se distinguían desde lejos, mientras iban caminando y asiendo entre las dos, la talega que emergía brillante en el lumínico de la noche. Gracias al relumbrar de la luna y a los farolillos del borde de la carretera.

No había testigo que lo pudiera certificar. Tan solo un ruido a lo lejos procedente de una moto de gran cilindrada que se les aproximaba cada vez mas cerca. Rosinda se giró para ver como aquella motocicleta pasaba de largo, y dejarlas más tranquilas en su futura tarea de sepultureras.

Súbitamente y para sorpresa de ambas. Los dos ocupantes con pasamontañas de la Bultaco 500, se acercaron tanto y tanto, que de un tirón y sin mediar palabra alguna, les arrancó con fuerza bruta a las damas, aquel bulto rojo con trenzas, la picoleta, la pala y el cuerpo de la gata Meliana.

Desclavando de las manos a Marcela y a Rosinda, y sin detener la moto, desaparecer con el botín para perderlo de vista en aquella noche.



autor Emilio Moreno





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