miércoles, 24 de diciembre de 2025

Recompensa inmerecida.

 







Se celebraba aquel día, la tómbola de la rifa de Navidad. A la misma hora poco más o menos, en que accedía aquel diseñador a las dependencias de su trabajo.

Cuando le vino a su memoria al amigo Virgilio el recuerdo de aquella fecha memorable. Día inolvidable para él. Porque la Diosa Fortuna, quiso palparlos a él y a su compañero, con su batuta fantástica. Sin darse la circunstancia, por motivos desquiciantes.

Aquel sábado 22 de diciembre del año de 1990: fue agraciado el Premio Gordo con el número 32.522.

Boleto del que deberían haber llevado en condiciones normales un décimo cada uno. El destino caprichoso no cumplió con aquellas máximas y Virgilio se quedó sin décimo, sin amigo y sin saber nada más del pajarito de Marcel.

El disgusto fue monumental, pero como dicen: el tiempo todo lo borra, aunque cueste olvidar según que detalles, que quedan grabados para siempre jamás.

 

Mientras llegaba a tomar el ascensor recordó, todas aquellas circunstancias que dado el soniquete de la música que cantaban los niños del Colegio de San Idelfonso, y que se dejaba oír desde la radio reverberó aquel disgusto.

Jugábamos a un número diferente desde quien sabe. Pensó Virgilioque lo venía declarando en voz alta, desde que accedió a la cabina del ascensor de las instalaciones de aquella firma de moda.

Recordando exactamente la primera fecha de participación y por qué aquel año jugaron a un guarismo diferente.

De aquello hace ya, la friolera de veinte años.resonó en la cabeza de Virgilio y siguió hablando para sí mismo, sin pensar que la gente lo escuchaba.

Dolor ya no me produce. ¡Cómo pasa el tiempo.! Ya no he vuelto a ver más a Marcel. Menudo pájaro, la verdad es que no sabes nunca con quien tratas.

¡Qué habrá sido del tipo aquel. Tan artista y preparado, del que aprendí tanto y tanto daño me produjo dejándome en la estacada.

Le perdí la pista y no supe nada más. Entonces ambos colaboramos en plantilla de empleados. En la empresa de Modelos Man & Women Masculinos.

En aquel tiempo, éramos tan jóvenes que era maravilloso vivir.

Dio por finalizado aquel comentario hecho para si mismo, sin la precaución de hablarlo en voz baja. Con lo que Nabile pudo escuchar aquella reflexión que él mismo reveló.

Virgilio volvió a la realidad, entrando por el pasillo del recibidor de visitas de la firma donde actualmente dispensaba sus aportaciones, como asesor de moda y descubridor de nuevos valores.

Estaba distendido y ya detenido en la sala de lectura, miraba la última revista de las nuevas vedettes que participarían en el siguiente pase de modelos de Ciudad del Cabo, cuando se le acercó una mujer de unos cuarenta años, alta bien parecida y elegantemente vestida que le preguntó.

— Usted es Virgilio Orlando, el famoso diseñador de ¿confección femenina.? Aquel sujeto quedó sorprendido porque no la había visto aparecer y fue alertado sin esperarlo, con lo que respondió.

— Tanto como famoso la verdad, es que no. ¡Estoy seguro que no.! Pero sí respondo, por el nombre que usted ha mencionado hace un instante.

Alegó amable, a la vez que se la miraba de arriba abajo, con un descaro inenarrable, y a renglón seguido curioseó.

— En qué puedo servirla. Me conoce de algo. Preguntó el modisto.

Aquella señora, no titubeó en decirle sin preámbulos.


— Usted pensará que soy una persona escasa de educación, pero de verdad. Sin quererlo, he escuchado las manifestaciones que venía hablando usted solo, sin interlocutor y me ha parecido que por los detalles que ha dicho. Creo conocer a la persona que jugaba con usted aquel famoso número de lotería.

Virgilio, sonrió y antes de expresar nada, pensó. <Las paredes oyen en esta oficina...> A lo que sin detenerse dijo con educación.

— En primer lugar. Quien es usted. y como puede llegar a semejante conclusión. Con tan solo unas frases dichas por mí. En voz alta, que le hayan hecho creer que conoce a la persona que en mis fantasías aludía.

Sin haber hecho nombradía personal del sujeto que compartía conmigo aquella historia.

Le vuelvo a repetir que perdone, pero al escuchar que nombraba la fecha del sorteo del año noventa, he recordado lo que le ocurrió a Marcel, que así se llamaba mi pareja en aquellos tiempos.  

Virgilio reconoció que a su colega le llamaban Marcel y fue cuando se interesó algo.

Bien pues usted dirá. ¡Qué es lo que quiere.! Dígame lo que deba, y no se corte por favor. Veo que posiblemente conociera a mi excolega.

A Marcel Donhauste le suministré las papeletas yo misma. El propio Marcel me dijo que una era para entregarla a un colega que compartían oficio en las dependencias donde trabajaba. Sin embargo creo que no llegó ni a dársela.

No. No me la entregó. Comentó Virgilio. Ni tan siquiera se la aboné, por lo cual, jamás reclamé nada. No podía hacerlo. Desapareció sin dar señales y hasta ahora que usted lo destapa sin más.

Los dos décimos se los entregué, aseguró Nabile, justo en la víspera del sorteo, y ni los cobré. Tampoco hacía falta. No era caso, cobrar de inmediato. Estábamos viviendo juntos. Compartíamos vivienda y cama con lo que pensé… hizo un receso y sin más dijo.

No pensé nada. Al día siguiente salió de casa, antes del comienzo del sorteo y desapareció. Jamás volví a saber nada más de él.

Aquellos décimos jamás fueron cobrados. La cuantía del premio tampoco te hacía rico, pero sí; tapaba unos cuantos deseos, deudas o caprichos. Era un buen pellizco. La verdad. Nabile continuó diciendo.

Lo busqué durante más de un año, por todos sitios, más que nada porque me había dejado en estado y tenía necesidad de decírselo.

No hubo manera, nadie lo conocía, ni supo darme indicaciones. Aquella mujer, instaba a Virgilio por si con alguno de los recuerdos que tuviera pudiera rehacer el hilo del motivo de su desaparición.

Con lo que Virgilio comentó que tampoco sabía absolutamente nada de Marcel, al igual que ella, y comentó.

Nos despedimos la noche antes del sorteo y hasta ahí. Ella continuó informando.

Hará unos dos meses, el investigador que le había contratado durante un periodo, que por cierto fue sin suerte. Hasta que desistí en buscarlo más. Me llamó y me comunicó que lo habían encontrado muerto en la habitación de un Motel de carreteras, con graves lesiones, las que le causaron la muerte.

Pude personarme a identificarlo y la policía me dio toda su documentación. Dentro de su cartera llevaba los dos décimos sin cobrar de aquel famoso sorteo celebrado hace más de cuatro lustros.


autor: Emilio Moreno.



 

 


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