Se
celebraba aquel día, la tómbola de la rifa de Navidad. A la misma hora poco más
o menos, en que accedía aquel diseñador a las dependencias de su trabajo.
Cuando le
vino a su memoria al amigo Virgilio el recuerdo de aquella fecha memorable. Día
inolvidable para él. Porque la Diosa
Fortuna, quiso palparlos a él y a su compañero,
con su batuta fantástica. Sin darse la circunstancia, por motivos desquiciantes.
Aquel sábado
22 de diciembre del año de 1990: fue agraciado el Premio Gordo con el número 32.522.
Boleto del que
deberían haber llevado en condiciones normales un décimo cada uno. El destino caprichoso
no cumplió con aquellas máximas y Virgilio se quedó sin décimo, sin amigo y sin
saber nada más del pajarito de Marcel.
El disgusto
fue monumental, pero como dicen: el tiempo
todo lo borra, aunque cueste olvidar
según que detalles, que quedan grabados para siempre jamás.
Mientras
llegaba a tomar el ascensor recordó, todas aquellas circunstancias que dado el
soniquete de la música que cantaban los niños del Colegio de San Idelfonso, y que se
dejaba oír desde la radio reverberó aquel disgusto.
— Jugábamos a un número diferente desde quien sabe. —Pensó Virgilio—que lo venía declarando en
voz alta, desde que accedió a la cabina del ascensor de las instalaciones de
aquella firma de moda.
Recordando
exactamente la primera fecha de participación y por qué aquel año jugaron a un
guarismo diferente.
— De aquello hace ya, la friolera de veinte años. —resonó en la cabeza de Virgilio y siguió
hablando para sí mismo, sin pensar que la gente lo escuchaba.
— Dolor ya no me produce. ¡Cómo pasa el tiempo.! Ya no he vuelto a ver más
a Marcel. Menudo pájaro,
la verdad es que no sabes nunca con quien tratas.
— ¡Qué habrá
sido del tipo aquel. Tan
artista y preparado, del que aprendí
tanto y tanto daño me
produjo dejándome en la estacada.
Le perdí la
pista y no supe nada más. Entonces ambos colaboramos en plantilla de empleados.
En la empresa de Modelos Man & Women Masculinos.
En aquel
tiempo, éramos tan jóvenes que era maravilloso vivir.
Dio por
finalizado aquel comentario hecho para si mismo, sin la precaución de hablarlo
en voz baja. Con lo que Nabile pudo escuchar aquella
reflexión que él mismo reveló.
Virgilio volvió a la realidad, entrando por el pasillo del
recibidor de visitas de la firma donde actualmente dispensaba sus aportaciones,
como asesor de moda y descubridor de nuevos valores.
Estaba
distendido y ya
detenido en la sala de lectura, miraba la última
revista de las nuevas vedettes que participarían en el siguiente pase de
modelos de Ciudad del Cabo, cuando se le acercó una mujer de unos cuarenta
años, alta bien parecida y elegantemente vestida que le preguntó.
— Usted es Virgilio Orlando, el famoso diseñador de ¿confección femenina.? Aquel sujeto quedó sorprendido porque no la había visto aparecer y fue
alertado sin esperarlo, con lo que respondió.
— Tanto
como famoso la verdad, es que no. ¡Estoy seguro que no.! Pero sí respondo, por
el nombre que usted ha mencionado hace un instante.
Alegó
amable, a la vez que se la miraba de arriba abajo, con un descaro inenarrable,
y a renglón seguido curioseó.
— En qué
puedo servirla. Me conoce
de algo. Preguntó el modisto.
Aquella señora, no titubeó en decirle sin preámbulos.
— Usted pensará que soy una persona escasa de educación, pero de verdad. Sin quererlo, he escuchado las manifestaciones que venía hablando usted solo, sin interlocutor y me ha parecido que por los detalles que ha dicho. Creo conocer a la persona que jugaba con usted aquel famoso número de lotería.
Virgilio,
sonrió y antes de expresar nada, pensó. <Las paredes oyen en esta oficina...> A lo que sin detenerse dijo con educación.
— En primer
lugar. Quien es usted. y como puede llegar a semejante conclusión. Con tan solo
unas frases dichas por mí. En voz alta, que le hayan hecho creer que conoce a
la persona que en mis fantasías aludía.
Sin haber hecho nombradía personal del sujeto que compartía conmigo aquella
historia.
— Le vuelvo a repetir que perdone, pero al
escuchar que nombraba la fecha del sorteo del año noventa, he recordado lo que
le ocurrió a Marcel, que así se llamaba mi pareja en aquellos tiempos.
Virgilio
reconoció que a su colega le llamaban Marcel y fue cuando se interesó algo.
— Bien pues usted dirá. ¡Qué es lo que quiere.!
Dígame lo que deba, y no se corte por favor. Veo que posiblemente conociera a
mi excolega.
— A Marcel Donhauste le suministré las
papeletas yo misma. El propio Marcel me dijo que una era para entregarla a un
colega que compartían oficio en las dependencias donde trabajaba. Sin embargo
creo que no llegó ni a dársela.
— No. No me la entregó. Comentó Virgilio. Ni tan siquiera se la
aboné, por lo cual, jamás reclamé nada. No podía hacerlo. Desapareció sin dar
señales y hasta ahora que usted lo destapa sin más.
Los dos décimos se los entregué, aseguró Nabile, justo en la víspera del sorteo, y ni los
cobré. Tampoco hacía falta. No era caso, cobrar de inmediato. Estábamos
viviendo juntos. Compartíamos vivienda y cama con lo que pensé… —hizo un
receso y sin más dijo.
— No pensé nada. Al día siguiente salió de
casa, antes del comienzo del sorteo y desapareció. Jamás volví a saber nada más
de él.
Aquellos décimos jamás fueron cobrados. La cuantía del premio tampoco
te hacía rico, pero sí; tapaba unos cuantos deseos, deudas o caprichos. Era un
buen pellizco. La verdad. Nabile continuó diciendo.
— Lo busqué durante más de un año, por todos
sitios, más que nada porque me había dejado en estado y tenía necesidad de
decírselo.
No hubo manera, nadie lo conocía, ni supo darme indicaciones. Aquella mujer,
instaba a Virgilio por si con alguno de los recuerdos que tuviera pudiera
rehacer el hilo del motivo de su desaparición.
Con lo que Virgilio comentó que tampoco sabía absolutamente nada de
Marcel, al igual que ella, y comentó.
— Nos despedimos la noche antes del sorteo y
hasta ahí. Ella continuó informando.
— Hará unos dos meses, el investigador que le
había contratado durante un periodo, que por cierto fue sin suerte. Hasta que
desistí en buscarlo más. Me llamó y me comunicó que lo habían encontrado muerto
en la habitación de un Motel de carreteras, con graves lesiones, las que le
causaron la muerte.
Pude personarme a identificarlo y la policía me dio toda su documentación.
Dentro de su cartera llevaba los dos décimos sin cobrar de aquel famoso sorteo
celebrado hace más de cuatro lustros.
autor: Emilio Moreno.
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