domingo, 28 de diciembre de 2025

Medio siglo para abrazarse.

 

Aquella mañana sin precisar leía los artículos, reseñas, propagandas y ficciones que suelen darse en las aplicaciones a las que tenía costumbre revisar.

Llegando a entrar en una web perteneciente a los vecinos del barrio donde se crio de chiquito. Donde había encontrado a sus primeros amigos y disfrutado de sus originarias ilusiones. Donde a pesar de los años guardaba los mejores recuerdos del inicio de su infancia.

En aquella dirección solía entrar, porque siempre se enteraba de alguna de las noticias del distrito donde estaba bautizado. Demarcación recordada por haber sido donde fue al colegio. Con suerte y aquellas fantasías que jamás se pierden, poder hallar alguno de aquellos colegas con los que había jugado.

Lejos de prever lo que iba a suceder en los siguientes minutos, relajado leía y veía las fotos allí expuestas. Hasta que en un momento pudo divisar, una instantánea tomada con la entonces famosa: máquina de fotos. La popular Werlisa. En película kodak de blanco y negro, en la que reconoció alguno de los vecinos que posaban, justo en el soportal de la que fue su casa.

Toda aquella desazón y distraimiento que le embargaba, le sumió en un submundo casi olvidado, mientras su compañera estaba en la peluquería.

Su impronta quedó en segundo plano, al ver fotografiados a los allí reflejados con sesenta años menos—. Pensó sin dar crédito al tiempo pretérito.

Añadiendo en aquel, su concurso de recuerdos. <Bien es verdad que las casualidades las pintan calvas, y en aquel instante su destino le ponía frente a sus ojos, un recuerdo>.

Memoria que le despertaba el interés por seguir buscando aquellos compañeros con mucho ahínco. Sin llegar a que fuera de forma obsesiva.

Sin más pretensiones, Eliot veía y leía: sobre aquel perímetro y buscaba detalles de la página al efecto y aquella foto le despertó el interés. Sin pretender más que distracción y asueto. No sin despertar cierta curiosidad, la que le llevó a perseguir.

Hasta que tropezó con uno de los apellidos que recordaba firmemente, perteneciendo aquella descendencia a James. Amigo con el que dejaron de verse de forma imperativa por desalojo de domicilio, de la familia del atónito Eliot.

Dejaron de atenderse, jugar y hablarse de forma repentina. Costumbres que llevaban a cabo desde que iban al colegio de los hermanos de la Salle.

El silencio imperó durante los próximos sesenta años. Ni James ni Eliot se localizaron jamás. La distancia, el devenir de sus vidas, y el destino no les fue propicio para tropezar, en ningún sitio. Por ello dejaron de relacionarse.

Aquel linaje que pertenecía a James, lo puso en marcha. Fue alertado por el nombre de pila, el que conocía de verdad.

Rememorándolo en aquella web supuestamente por una descendiente. Una señorita. Sin duda y con muchas posibilidades ser, o por lo menos, se acercaba a ser familia de James.  

Aquella referencia, la llevaba a Mirna, que por lo que desprendían sus lazos no había dudas que algún parentesco había con James.

Los apellidos coincidían y esa nombradía no era de las que suelen ser vulgares.

Acto no programado en aquella mañana de noviembre, el poder reencontrarse con un amigo que igual, ya ni se acordaba de Eliot.

En ocasiones lo había buscado sin suerte. No se veían desde el año mil novecientos sesenta y dos como mínimo. Sin contacto, ni referencia en absoluto, durante ese periodo.



En aquella época no existían las redes sociales, ni teléfonos inteligentes. Por no haber, ni había teléfono en todos los hogares. Aun menos se podía presumir de las tantas aplicaciones de contactos, que te permiten llegar en minutos a la facilidad de hacerte visible tan fácil como ahora.

Ni confianzas para poder encontrar lo que buscabas con facilidad. Todo era diferente. Casi en su totalidad, estaba prohibido, o era pecado y a la mínima las fuerzas de seguridad de entonces, te visitaban dándote el susto de tu vida.

Lo permisivo más bien era poco y ese poco lo podían disfrutar los acomodados, enchufados o gente poderosa, que de esa especie: han existido siempre

Era un apellido de estirpe de guerreros y templarios, que pertenecía a James. Un chaval con el que compartieron muchas peladillas, juegos y chiquillerías.

Además entre otras muchas cosas ir al mismo colegio de curas que existía en la barriada cercana a sus domicilios.

En un acto de valentía y arrojo Elio, decidido le mandó a Mirna una nota y una pregunta

—Perdona Mirna. No quisiera molestarte. Aunque me embarga una duda, la que sería bueno descifraras.  

—¿Eres quizás sobrina de James? La interrogación quedó en el aire, esperando a ser respondida. La que no tardó en alcanzar a Eliot.

—No. No, ¡Soy su hija! James es mi padre.

El efecto que tuvo Eliot, de saber que lo había encontrado, al leer el mensaje fue inmediato. Manteniendo con Mirna un par de pormenores para tener la certeza que era la persona por la que preguntaba y correspondía al amigo de la infancia. Pronto Eliot quiso certificar aquella coincidencia y tan pronto como pudo escribir la nota se la remitió.

— Hola Mirna. Pues mira y perdona. No quisiera molestar pero al ver tu apellido, he recordado que James tu padre, y yo éramos amigos.

Fuimos juntos al colegio de los Hermanos de la Salle, y me ha chocado el ver reflejado su alias e la web. Como no sabía si se trataba de la misma persona, de ahí mi interés.

— Sí. ¡Es verdad! Por lo que me cuentas se trata de mi padre. ¡Seguro! Ya hablaré con él y se lo contaré. Ha sido una casualidad, pero no deja de ser agradable. Con seguridad le gustará. En cuanto se lo comente, se lo hago saber sin retrasos. ¡Bien gracias!

— Si me lo permite—dijo Eliot—. Le mando mi dirección y lo mismo podemos quedar para vernos, tomar un café y recordar aquellos momentos. De entrada te envío unas fotos que guardo de aquel tiempo, donde verás a los primos de tu papá. Si no le parece mal a James, hablamos en su momento.

No hubo necesidad de esperas prolongadas. La respuesta de Mirna no se eternizó, y por mensaje separado envió el número telefónico del padre.

El que había sido informado por su hija y por suerte recordaba al amigo. 

— Me ha dicho que te mande su teléfono y habláis. Fue como un delicado suceso que pasaba en viernes a media mañana, sin esperarlo ni mucho menos, cuando dos personas que hacía nada más que sesenta y dos años, se habían separado por motivos de exigente circunstancial.

Fue inmediato.

Al Eliot de setenta y cuatro años, se le dispararon las efemérides, y comenzó a perpetuar detalles que casi nadie podría imaginar, dadas las edades que tenían en aquellos años.

Resonando en su entelequia la figura de los abuelos de James, y de sus tíos. Que eran muy buena gente. Procurando beneficio para los menos pudientes del barrio. Desde la iglesia donde su abuela mantenía una especie de corporación de misericordia que facilitaba comida, y apaños a los menos afortunados.

Viniéndole a la mente de Eliot, el aspecto de sus padres en edad juvenil.

Plenos de vida y de genio, con sus regaños y advertencias.

Vivencias que sin la colaboración de Mirna, jamás se hubieran producido.

Por la tarde, una vez había recapacitado Eliot sobre lo acontecido, y teniendo el número de teléfono de James, le mandó una WhatsApp para saber si podía llamarlo y charlar un rato.

Fue eléctrico. Tras el mensaje, sin hacerse esperar más, tuvo respuesta. ¡Sonó el teléfono de Eliot.! ¡Era James.

— Hola. Soy James. Que tal estás Eliot, cuanto tiempo.

— ¡Madre mía.! James no puede ser, como han ocurrido los hechos.

— Sí. Sí, lo ha comentado mi hija. Se ha emocionado, como yo. Así son las cosas. El destino que trabaja en silencio.

— Que es de tu vida—. Preguntó Eliot—. Sin saber muy bien cómo llevar aquella conversación de un encuentro nada establecido. Divagando entre: el que pregunto y como lo hago.

Hasta que le cedió la palabra a su comunicante.

— Y tú, como estás —. Preguntó James—. Cuando te marchaste, recuerdo que quedé un poco solo, hasta que me rehíce.

— Sí. Fíjate. Mi familia tuvo que marcharse por asuntos de la vivienda. Ya sabes, o puedes imaginar. Nos quedamos casi en la calle. Aquellos tiempos. Donde los milagros no existían, épocas duras donde casi todo era pecado y estaba prohibido lo vital. Donde las gentes con menos preparación que en la actualidad, cargaban con el silencio de los poderosos.

Hablaron de compañeros comunes de la Salle, del vecindario, de los personajes que ocupaban entonces sus abuelos, tíos y padres, de Adelita Roberto y demás. Quedando en que se irían llamando para ver si buscaban una fecha y poder se ver, tomar un café. Darse un abrazo, sabiendo que desde el cielo sus madres los estarían viendo. Participando del encuentro de aquellos niños entonces que se encontrarían cuando ya eran abuelos.

Fue Eliot el que llamó al poco. Dos días, para proponer a James un encuentro. Verse en aquel mismo mes de noviembre. En aquella mítica plaza perteneciente al barrio de su infancia.

James no dudó, y aceptó quedando para entonces.

Fue un catorce de noviembre y puntuales se distinguieron aquellos colegas.

En cuanto se vieron a pesar de haber pasado tantos años, se reconocieron y se estrecharon en un fuerte abrazo.

Eliot recordaba, que James era de niño un chaval alto y espigado, rubiales, y algo vergonzoso.

Al que no tuvo problemas para identificar en cuanto lo tuvo a veinte metros, justo al salir de la boca del metropolitano.

No había conversación fluida, por lo obvio que estaba pasando pero el recuerdo y las ganas de reencontrarse no faltaron.

Las figuras de James y de Eliot, no eran aquellas de los chavalillos de once años, que un día se dijeron hasta mañana y ese mañana tardó sesenta y dos años.

No hubo más tiempo. Solo para tomarse un par de cafés, y de dar un paseo por la barriada que recordaban de cuando eran chaveas.

Quedando para verse a partir de entonces con la frecuencia que jamás habían dispuesto.

Para Eliot, quedó como el mejor recuerdo amistoso de aquel año que se acababa, el año de 2025.


autor : Emilio Moreno




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