Aquella
mañana sin precisar leía los artículos, reseñas, propagandas y ficciones que
suelen darse en las aplicaciones a las que tenía costumbre revisar.
Llegando a
entrar en una web perteneciente a los vecinos del barrio donde se crio de
chiquito. Donde había encontrado a sus primeros amigos y disfrutado de sus
originarias ilusiones. Donde a pesar de los años guardaba los mejores recuerdos
del inicio de su infancia.
En aquella
dirección solía entrar, porque siempre se enteraba de alguna de las noticias
del distrito donde estaba bautizado. Demarcación recordada por haber sido donde
fue al colegio. Con suerte y aquellas fantasías que jamás se pierden, poder hallar
alguno de aquellos colegas con los que había jugado.
Lejos de
prever lo que iba a suceder en los siguientes minutos, relajado leía y veía las
fotos allí expuestas. Hasta que en un momento pudo divisar, una instantánea tomada
con la entonces famosa: máquina de fotos. La popular Werlisa. En película kodak de blanco y negro, en la que reconoció alguno de los vecinos que posaban, justo
en el soportal de la que fue su casa.
Toda
aquella desazón y distraimiento que le embargaba, le sumió en un submundo casi
olvidado, mientras su compañera estaba en la peluquería.
Su impronta
quedó en segundo plano, al ver fotografiados a los allí reflejados con sesenta
años menos—. Pensó sin dar crédito al tiempo pretérito.
Añadiendo en
aquel, su concurso de recuerdos. <Bien es verdad que las casualidades las pintan calvas, y en aquel instante su destino le ponía frente a sus ojos, un
recuerdo>.
Memoria que
le despertaba el interés por seguir buscando aquellos compañeros con mucho
ahínco. Sin llegar a que fuera de forma obsesiva.
Sin más
pretensiones, Eliot veía y leía: sobre aquel perímetro y buscaba detalles de la
página al efecto y aquella foto le despertó el interés. Sin pretender más que
distracción y asueto. No sin despertar cierta curiosidad, la que le llevó a perseguir.
Hasta que tropezó
con uno de los apellidos que recordaba firmemente, perteneciendo aquella
descendencia a James. Amigo con el que dejaron de verse de forma imperativa por
desalojo de domicilio, de la familia del atónito Eliot.
Dejaron de atenderse,
jugar y hablarse de forma repentina. Costumbres que llevaban a cabo desde que
iban al colegio de los hermanos de la Salle.
El silencio
imperó durante los próximos sesenta años. Ni James ni Eliot se localizaron
jamás. La distancia, el devenir de sus vidas, y el destino no les fue propicio
para tropezar, en ningún sitio. Por ello dejaron de relacionarse.
Aquel linaje
que pertenecía a James, lo puso en marcha. Fue alertado por el nombre de pila,
el que conocía de verdad.
Rememorándolo
en aquella web supuestamente por una descendiente. Una señorita. Sin duda y con
muchas posibilidades ser, o por lo menos, se acercaba a ser familia de James.
Aquella
referencia, la llevaba a Mirna, que por lo que desprendían sus lazos no había
dudas que algún parentesco había con James.
Los
apellidos coincidían y esa nombradía no era de las que suelen ser vulgares.
Acto no
programado en aquella mañana de noviembre, el poder reencontrarse con un amigo
que igual, ya ni se acordaba de Eliot.
En ocasiones
lo había buscado sin suerte. No se veían desde el año mil novecientos sesenta y
dos como mínimo. Sin contacto, ni referencia en absoluto, durante ese periodo.
En aquella
época no existían las redes sociales, ni teléfonos inteligentes. Por no haber,
ni había teléfono en todos los hogares. Aun menos se podía presumir de las
tantas aplicaciones de contactos, que te permiten llegar en minutos a la
facilidad de hacerte visible tan fácil como ahora.
Ni confianzas
para poder encontrar lo que buscabas con facilidad. Todo era diferente. Casi en
su totalidad, estaba prohibido, o era pecado y a la mínima las fuerzas de
seguridad de entonces, te visitaban dándote el susto de tu vida.
Lo permisivo
más bien era poco y ese poco lo podían disfrutar los acomodados, enchufados o gente
poderosa, que de esa especie: han existido siempre
Era un
apellido de estirpe de guerreros y templarios, que pertenecía a James. Un chaval
con el que compartieron muchas peladillas, juegos y chiquillerías.
Además
entre otras muchas cosas ir al mismo colegio de curas que existía en la barriada
cercana a sus domicilios.
En un acto
de valentía y arrojo Elio, decidido le mandó a Mirna una nota y una pregunta
—Perdona Mirna. No quisiera molestarte. Aunque me embarga una
duda, la que sería bueno descifraras.
—¿Eres quizás sobrina de James? La interrogación quedó en el
aire, esperando a ser respondida. La que no tardó en alcanzar a Eliot.
—No. No, ¡Soy su hija! James es mi padre.
El efecto que
tuvo Eliot, de saber que lo había encontrado, al leer el mensaje fue inmediato.
Manteniendo con Mirna un par de pormenores para tener la certeza que era la
persona por la que preguntaba y correspondía al amigo de la infancia. Pronto Eliot
quiso certificar aquella coincidencia y tan pronto como pudo escribir la nota
se la remitió.
— Hola Mirna. Pues mira y perdona. No quisiera molestar pero al ver
tu apellido, he recordado que James tu padre, y yo éramos amigos.
Fuimos
juntos al colegio de los Hermanos de la Salle, y me ha chocado el ver reflejado
su alias e la web. Como no sabía si se trataba de la misma persona, de ahí mi
interés.
— Sí. ¡Es verdad! Por lo que me cuentas se trata de mi padre.
¡Seguro! Ya hablaré con él y se lo contaré. Ha sido una casualidad, pero no
deja de ser agradable. Con seguridad le gustará. En cuanto se lo comente, se lo
hago saber sin retrasos. ¡Bien gracias!
— Si me lo permite—dijo Eliot—. Le mando mi dirección y lo mismo
podemos quedar para vernos, tomar un café y recordar aquellos momentos. De
entrada te envío unas fotos que guardo de aquel tiempo, donde verás a los
primos de tu papá. Si no le parece mal a James, hablamos en su momento.
No hubo
necesidad de esperas prolongadas. La respuesta de Mirna no se eternizó, y por mensaje
separado envió el número telefónico del padre.
El que
había sido informado por su hija y por suerte recordaba al amigo.
— Me ha dicho que te mande su teléfono y habláis. Fue como un
delicado suceso que pasaba en viernes a media mañana, sin esperarlo ni mucho
menos, cuando dos personas que hacía nada más que sesenta y dos años, se habían
separado por motivos de exigente circunstancial.
Fue
inmediato.
Al Eliot de
setenta y cuatro años, se le dispararon las efemérides, y comenzó a perpetuar
detalles que casi nadie podría imaginar, dadas las edades que tenían en
aquellos años.
Resonando
en su entelequia la figura de los abuelos de James, y de sus tíos. Que eran muy
buena gente. Procurando beneficio para los menos pudientes del barrio. Desde la
iglesia donde su abuela mantenía una especie de corporación de misericordia que
facilitaba comida, y apaños a los menos afortunados.
Viniéndole
a la mente de Eliot, el aspecto de sus padres en edad juvenil.
Plenos de
vida y de genio, con sus regaños y advertencias.
Vivencias
que sin la colaboración de Mirna, jamás se hubieran producido.
Por la
tarde, una vez había recapacitado Eliot sobre lo acontecido, y teniendo el
número de teléfono de James, le mandó una WhatsApp para saber si podía llamarlo
y charlar un rato.
Fue
eléctrico. Tras el mensaje, sin hacerse esperar más, tuvo respuesta. ¡Sonó el
teléfono de Eliot.! ¡Era James.
— Hola. Soy James. Que tal estás Eliot, cuanto tiempo.
— ¡Madre mía.! James no puede ser, como han ocurrido los hechos.
— Sí. Sí, lo ha comentado mi hija. Se ha emocionado, como yo. Así
son las cosas. El destino que trabaja en silencio.
— Que es de tu vida—. Preguntó Eliot—. Sin saber muy bien cómo
llevar aquella conversación de un encuentro nada establecido. Divagando entre:
el que pregunto y como lo hago.
Hasta que le cedió la palabra a su comunicante.
— Y tú, como estás —. Preguntó James—. Cuando te marchaste,
recuerdo que quedé un poco solo, hasta que me rehíce.
— Sí. Fíjate. Mi familia tuvo que marcharse por asuntos de la
vivienda. Ya sabes, o puedes imaginar. Nos quedamos casi en la calle. Aquellos
tiempos. Donde los milagros no existían, épocas duras donde casi todo era
pecado y estaba prohibido lo vital. Donde las gentes con menos preparación que
en la actualidad, cargaban con el silencio de los poderosos.
Hablaron de
compañeros comunes de la Salle, del vecindario, de los personajes que ocupaban
entonces sus abuelos, tíos y padres, de Adelita Roberto y demás. Quedando en
que se irían llamando para ver si buscaban una fecha y poder se ver, tomar un
café. Darse un abrazo, sabiendo que desde el cielo sus madres los estarían
viendo. Participando del encuentro de aquellos niños entonces que se
encontrarían cuando ya eran abuelos.
Fue Eliot
el que llamó al poco. Dos días, para proponer a James un encuentro. Verse en aquel
mismo mes de noviembre. En aquella mítica plaza perteneciente al barrio de su
infancia.
James no
dudó, y aceptó quedando para entonces.
Fue un
catorce de noviembre y puntuales se distinguieron aquellos colegas.
En cuanto
se vieron a pesar de haber pasado tantos años, se reconocieron y se estrecharon
en un fuerte abrazo.
Eliot recordaba,
que James era de niño un chaval alto y espigado, rubiales, y algo vergonzoso.
Al que no
tuvo problemas para identificar en cuanto lo tuvo a veinte metros, justo al
salir de la boca del metropolitano.
No había
conversación fluida, por lo obvio que estaba pasando pero el recuerdo y las
ganas de reencontrarse no faltaron.
Las figuras
de James y de Eliot, no eran aquellas de los chavalillos de once años, que un
día se dijeron hasta mañana y ese mañana tardó sesenta y dos años.
No hubo más
tiempo. Solo para tomarse un par de cafés, y de dar un paseo por la barriada
que recordaban de cuando eran chaveas.
Quedando
para verse a partir de entonces con la frecuencia que jamás habían dispuesto.
Para Eliot,
quedó como el mejor recuerdo amistoso de aquel año que se acababa, el año de
2025.
autor : Emilio Moreno
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