jueves, 4 de diciembre de 2025

¡Aquí lo dejo!

 

Edgardo Natillas, como siempre quiso sobresalir por encima de los demás amigos. Ofreciendo la noticia del asesinato de Ingrid, esposa de Servando que una vez regresó de Australia, reunió al grupo de los amigos de siempre para dar detalles del penoso y largo incidente, sufrido en Brisbane.

Todos conocían a Natillas. Con ninguno de los colegas de juventud, mantenía unas relaciones de amistad, debido a su forma de ser tan desquiciante.

Era un defecto que él no se advertía, pero que los demás detestaban de su persona. No era tampoco la única lacra que atesoraba. Incluía en su esencia, ser un insolente y embustero. Algo aparente y traidor en sus comentarios y concepciones. Nadie tenía la suficiente confianza para indicarle que corrigiera aquellas virtudes nefastas, y casi la mayoría de los que le soportaban lo tildaban en privado.

De según que temas es imposible tratar con él, a no ser que tuvieras ganas de discutir y enfadarte. Es un tipo engreído que siempre lo sabe todo. De lo que presume y se jacta indolente como “gallo morón”. Y añade con muy poca vergüenza que domina cualquier situación de forma inminente y con exquisitez.

Con lo que se hace bastante pesado mantener con el señor Natillas, cualquier diálogo.

Además tiene otra virtud, que interrumpe al más pintado antes que acabe de hablar. Dejando su coletilla, como si fuera un doctor en la materia.

En asuntos de política, tanto actuales como pretéritos, es meramente un atrevimiento llevarle la contraria o poner tu punto de vista, como comentario propio.

Se trastorna, se le hincha el pecho decepcionado por una zozobra irreal y de pronto, por arte de “birlibirloque” mientras balbucea, se le escapan inmensidad de esputos accidentales. Efecto desagradable que se conoce en inglés como "gleeking", y que en español no tiene una palabra única para su designación, pero se puede describir como; desprender mucosidades o expulsar cardenales salivares.

Es un tipo poco gracioso aunque se analice desde una perspectiva imaginaria. Sin dudarlo el clásico prepotente, “Siete ciencias” que existe en todo grupo de amigos o familia.  

En aquella ocasión como en tantas otras quiso destacar y robarle la palabra a Servando Noguerol. Amigo, que hacía tiempo no se reunían debido a que se había mudado de país.

Ahora vivía en Australia y había llegado a España, para liquidar con las pocas posesiones que contaba. Y además, pretendía explicarles a todos los colegas allí reunidos. Amigos de juventud, como transcurren sus días. Su vida, en el continente Oceánico, y cual fue en realidad por lo que estuvo un tiempo encarcelado por una acusación falsa a la que imputaron.

Ya llevaba tiempo exponiendo su verdad y dando fehacientes pruebas de certidumbre de lo ocurrido hacía mas o menos cuatro años. Y haciendo gestos a Edgardo, para que no interrumpiera su charla. Que desmedido como en él era norma, necesitaba introducir sus alegatos. Servando con toda sinceridad se expresaba y además sus pretextos convencían a los escuchantes, que interesados se nutrían de cuanto sufrió.

Se le hacía a Edgardo, insoportable la duración de aquella manifestación del amigo, y nervioso esperaba un receso en la charla para entrar a colación y exponer de su conocimiento.

El amigo Noguerol, un profesor de geografía titulado y muy competente, decía en términos coloquiales y esperando la comprensión de sus colegas.

—Me casé con Ingrid Kevington, una mujer preciosa. Quince años mayor que yo y procuramos llevarlo todo lo mejor que podíamos hasta que resultó ser inapropiado… ya que.

Se frenó buscando la mejor salida y fue cuando Edgardo tan maleducado como de costumbre y sin poder retenerse, interrumpió la charla del orador y antes que zanjara la frase quiso destacar como siempre, el muy truhan.

Actuando en un ataque de insuficiencia y de forma ineducada. Obstaculizó a su colega sin que nadie esperara semejante acción y usó como muletilla. Como en él era costumbre; las tres últimas palabras pronunciadas por Servando. 

Resultó ser inapropiado. Ahora, y aquí resume y lo comenta el bueno de Noguerol, con una gran pena, para que lo perdonemos. El muy criminal la mató y se quedó tan a gusto.

En cuanto finalizó aquella frase lapidaria, notó que se había pasado y quiso arreglarlo, pero ya era demasiado tarde. Se quedó de una pieza, mientas todos los allí presentes lo miraban, con el mismo desprecio con que se mira a cualquier tipo ofensivo y desagradable.

—No has cambiado nada Edgardo. Le dijo Servando y sin detenerse prosiguió. —¡Tú qué sabes! Que es lo que iba a decir, y lo que realmente sucedió. Indagándole con descaro y comiéndoselo de rabia. Con ganas de cruzarle el rostro con dos bofetadas.

—A ti quien te ha dicho que hubo un asesinato y que yo la maté. ¿Podrías explicarlo? Tu que todo lo sabes y eres tan decente.

¡Vamos acláralo! Te concedo la palabra sin que me la vuelvas a robar.

—No te pongas así. —Argumentó Natillas.

—Por aquí los comentarios que nos llegaron es que te casaste con Ingrid, por dinero y que no la querías nada. Que todo era un montaje para tu residencia.

De ahí ese arranque que he tenido al ver que le dabas tanto rodeo a la cosa. Acabó argumentando Natillas, sin razonamiento.

Cuando el resto de colegas que estaba allí lo denostaban, primero con sus miradas y después con los murmullos que tuvo que soportar.

Rafael Donaste, el juez de paz de la ciudad y colega de los allí reunidos, argumentó no sin razón.

—Edgardo eres un tipo desesperante. Te hemos aguantado durante toda la juventud, pero creo que estás llegando al límite de lo que te podemos soportar. Haz un acto de contrición contigo mismo y ve al psicólogo. Detuvo la charla y anunció con energía.

—Estás fuera de sí. Muy mal y nos incomodas a todos con tus salidas extemporáneas. Si crees que haces gracia, con tus noticias falsas y comentarios. Maldita sea tu sombra. Se llenó los pulmones de aire y concluyó.

—Te pido por Dios, que te mantengas callado el resto de la tarde y dejes a Servando hablar. Que si ha de decirnos algo, sea él quien nos lo participe.

Tomó de nuevo la palabra el recién llegado de Australia y adujo.

—No sé qué clase de noticias os habrán llegado desde tan lejos, pero me da igual. Os daré mi versión que es la auténtica y con ello, os tenéis que dar por satisfechos y enterados.

Una vez se celebró el juicio en Brisbane que como sabéis es la capital del estado de Queensland, donde residíamos, me dieron por inocente.

Ya que realmente no había participado en ninguno de los hechos que se me acusaba.

Sucedió que mi esposa Ingrid, había estado casada en primeras nupcias con un tipo que anduvo preso en el Centro Correccional de Brisbane, que es el eje de recepción principal para reclusos varones.

Acusado y condenado por malversación de fondos y tráfico de influencias, sobornos y demás delicias. Preso durante quince años. En el tiempo que Ingrid se divorció no sin complicaciones, pero una vez concluyó su sacrificio, quedó liberada y al cabo de los años nos conocimos en Streets Beach. La playa más famosa de Brisbane.

Una ribera magnífica y artificial ubicada en el centro de la ciudad dentro del área de South Bank. Destacada con mucho lujo de detalles por ser la única playa artificial en el centro de una ciudad australiana.

Nos enamoramos sin más. Ella mayor que yo, pero a mi no me importó nunca, porque la veía que era una mujer delicada y me satisfacía en todo, además de honrada. La que me enseñó a hablar perfectamente el idioma, y que el tiempo que pasamos juntos lo disfrutamos.

Era dependienta en una boutique de moda y yo trabajaba de profesor adjunto en una de las escuelas de la ciudad, enseñando geografía universal y dando clases de español.

Cuando mejor estábamos, la asesinaron.

Sin más razón que un ajuste de cuentas por parte de su anterior marido.

Nada tuvimos que repartir, ya que ninguno poseíamos nada. Contábamos con el sueldo de cada uno y así vivíamos.

Tras ser liberado he vuelto a España, a zanjar asuntos de patrimonio venido de mis padres, y una vez resuelto de nuevo volveré a Brisbane, que es donde vivo y seguiré hasta el final de mis días.

Fue Roberto Miajas el que le preguntó.

—Cómo no te quedas en España, aquí tienes a la familia y a los amigos.

—Alguna familia me queda, y algunos amigos también, quitada la devoción que me ha demostrado Edgardo, que como siempre, desde que lo conozco, ha sido un tipejo y un desgraciado.

Como glosario final, y sin saber de qué iba el tema. Me ha acusado de criminal en mi propia cara. ¡Aquí lo dejo!









Emilio Moreno, AUTOR