Había
accedido Jeremy por el acceso de clientes del Banco del Báltico, al hall de “Sean
bien recibidos”. Pulsó el botón de la puerta automática, para que le brindara
la entrada. Sobre su cabeza estaba la cámara que lo filmaba desde su aparición
en el lugar. En el instante de pulsar aquel mecanismo, el semáforo del portón
lució en verde, escuchándose una musiquilla de chicharra, que le daba permiso
para entrar al recinto. Abriéndose aquella cancela de inmediato.
Una
vez en el interior de la antesala de recepción, se dirigió a los dispensadores
de volantes del turno de atención. Pulsando la tecla de inicio, mientras la
cámara frontal del pasillo registraba sus movimientos. La inteligencia
artificial del automatismo le hizo una pregunta que debía responder mediante
una pulsión en la pantalla. <<Es usted., cliente del Banco del Báltico>>. Ofreciéndole dos
opciones.
Jeremy
escogió la tecla… <Si>. Aquel artefacto volvió a exigir de nuevo.
<<Marque el
número de su documento de identidad>>.
Jeremy
accedió a indicarlo mediante el teclado al uso, y aquel aplicativo retornó con
sus averiguaciones.
<<Si necesita
efectivo. Teclee 1.-. Si ha de ser atendido. Teclee 2>>.
Tras
la pulsación de la palanca con la primera opción. Se dispuso a recoger el
trocito de papel justificativo, suministrado por el software de la aplicación
de “Banco del Báltico”.
Una
vez recogió el volante impreso, dio media vuelta y accedió al gran salón de
espera, donde una música de clarinete finísima sonaba, agregando a los
presentes una calma penetrante.
Observó que
las cinco garitas de atención al público, estaban ocupadas con clientes, que
los empleados de la entidad, atendían con diligencia, en aquella mañana fresca
de diciembre.
Con lo que
reafirmó para sus adentros, <<que no estaría más de veinte minutos dentro
del banco>>.
Una vez con
su cupón de solicitud en la mano, y habiendo accedido al gran vestíbulo, preguntó
con educación a una señorita que aguardaba, para ser atendida.
—Tiene
usted el número ATT16. A lo que contestó la joven asintiendo con la cabeza e
informando que así era.
—¡Si. lo tengo!,
y voy justo detrás de aquella señora que se acomoda en la fila tres. La rubia
de las trenzas.
—Gracias,
le respondió Jeremy, con amabilidad y yendo a la tercera fila de butacas, tomando
asiento justo al lado de la rubia exuberante.
En el reloj
de la pared frontal de la oficina la aguja del minutero marcaba el primer
cuarto de las nueve de la mañana de aquel día 28 de diciembre, frío, lluvioso y
poco sugestivo.
Con lo que
las normas y la tecnología de seguridad, daban la apertura de la caja fuerte de
caudales del banco del Báltico.
En aquel instante los empleados de mantenimiento y seguridad del establecimiento de ahorro, abrían las puertas al transporte de dinero efectivo que proveniente de la Central de la entidad, proveía de efectivo a la sucursal de la Avenida del Encanto de la ciudad costera.
El vigilante
de la empresa de remesas de caudales, que accedió tras una nueva clienta a la
sala, hizo una comprobación fría y objetiva al entorno, al pasillo y al acceso
desde la puerta. Hasta el punto donde estaba la cancela de entrada de la caja
fuerte. Observó que la normalidad y el sosiego en la oficina crediticia, estaba
en orden. Que no existían dificultades para ingresar las sacas que llegaban, y
de momento esperaban en el blindado ser llevadas y reservadas dentro de la
entidad de caución. Dando por segura la operación de descarga del dinero procedente
de la distribuidora de capitales.
El agente
hizo un gesto visible, recogido por el vigía del reparto, que esperaba fuera y
al momento entraron dos empleados más de la custodia. Con dos pares de sacas
conteniendo billetes de curso legal. Otro funcionario con su arma reglamentaria
desenfundada de la cartuchera resguardaba el trayecto para cerrar el trasvase
de dinero.
Las cámaras
instaladas en las esquinas de la sala y en las puertas de acceso, grababan todo
el movimiento que se daba en el lugar.
Cuando los
dos empleados con los valores estaban en medio del pasillo, se escuchó un alarido
desquiciante.
Mas que un
grito fue un berreo fenomenal, que heló la sangre de más de uno de los que
estaba esperando turno en la sala de operaciones de la entidad bancaria.
Aquel
sonido brutal que desorientó al más pintado, fue seguido por el estruendo del
disparo continuado de un fusil ametrallador que apuntaba en el techo de la
oficina, descarnando el yeso que les caía sobre sus cabezas, a los que
aguardaban aterrados.
Seguido de
una voz que no se sabía muy bien desde donde procedía que les exigía en un tono
amenazador. Repitiendo sin parar.
—Al suelo todo el mundo.
Al suelo de inmediato.
Demandando sin clemencia y con brutalidad, dejarse caer y
mantenerse tirados en el piso.
Tanto clientes como empleados del banco. Absolutamente tendidos
boca abajo en la superficie que pisaban.
Aquellas pretensiones amenazadoras salían de una voz
desequilibrada y terrorífica. En tono recalcitrante y desvaído, perteneciente posiblemente
a una mujer, o a un simulador de voz femenino, que en principio no se sabía de
cierto, donde estaba ubicada.
Antes que
pudieran reaccionar los empleados de la custodia del dinero que lo iban a
depositar en la caja fuerte, fueron abatidos por los disparos, sin esperar
semejante acción, ni saber cómo.
Tres agentes
cayeron fulminados en el amplio pasillo. Dos de ellos los que portaban las bolsas
de efectivo y el que llevaba su pistola reglamentaria en su mano desenfundada.
Todos quedaron tendidos mientras el ruido y el clamor de gritos y alaridos se hacía
eco en el lugar.
Las alarmas
de la entidad bloquearon las puertas y quedaron asediados todos los que
presenciaban aquella locura inesperada.
La señora
rubia de las trenzas, se levantó de inmediato esgrimiendo una Smith and Wesson del
calibre nueve, y exigió a los clientes dejaran sus teléfonos, carteras, joyas y
pertenencias en un lugar determinado que ella misma dispuso.
Un talego
de transporte de unos sesenta centímetros de alto, cuadrado donde debían
depositar cuanto ella solicitaba.
Gritando
como una posesa y mirando a la cara de todo aquel que se atrevía a cruzar su
mirada.
—Al suelo
todo el mundo. Al suelo de inmediato.
¡Sigan mis instrucciones y no sufrirán daños.
—No lo
repetiré más. ¡¡Al suelo, si no quieren ser abatidos!!
La
ametralladora iba disparando a ráfagas y los empleados del banco estaban todos boca
abajo sobre el entarimado, aterrados.
La señorita
que le había dado la tanda a Jeremy, una vez puso a buen recaudo los bultos de
lona que contenían los billetes de curso legal. Saltó el bufete de atención al
público, con una energía de atleta, y fue a sacar con cajas destempladas a la
directora de la sucursal. Que con un par de golpes de especialista de lucha
grecorromana, dejó desmantelada, herida y desvencijada por los golpes recibidos
en el rostro, a la gerente.
Lesionada
de gravedad por el meneo y los golpes absorbidos, fue reducida.
Mostrando parte
de sus carnes, por haberle rasgado la ropa interior, y haber destrozado el vestido
de tergal que llevaba. Sin perder la conciencia de momento pero temblando como
una hoja de papel en una tempestad huracanada. Diciéndole a la responsable y
zarandeándola.
—Tírate al
suelo tú también y no intentes pulsar la alarma. ¡Tía lista! ¡Pedazo de Zopenco!
Pisoteó a
la gerente de la sucursal como si fuera un detrito, rompiéndole aún más el
vestido y dejando a la mujer en cueros sobre la alfombra del pasillo.
El adjunto
y ayudante de la directora se levantó de su silla y cuando fue a tratar con la
rubia de las trenzas acaracoladas, cayó abatido sin poder abrir la boca. Aquella
rubia, ya desesperada por la prisa, y con ayuda de la que zurró a la directora
se había hecho con la situación, en el momento que las ventanas automáticas del
banco y las puertas quedaban atrancadas.
El local se
quedaba sin luz eléctrica.
Un foco que
portaban los atracadores, se encendió desde el lateral de la sala, iluminando a
la rubia que a chillo limpio quiso saber quién era Miguel de Sobrestante,
exigiendo se presentara frente a ella y le entregara unos documentos que custodiaba.
Nadie dio
pie a descubrirse, ni a entregarse, con lo que aquella mujer rubia y robusta
anunció.
—De no
presentarse el amigo Sobrestante, cada tres minutos iré liquidando a uno de los
clientes de esta sala de espera.
En aquel
momento una voz se escuchó al fondo en un rincón y echado sobre el parket, muy
cerca de donde estaba acomodado Jeremy se dio por aludido diciendo con voz recia.
—Estoy
aquí, yo soy Sobrestante, pero no os entregaré los documentos porque no los
tengo. Están en poder de la Fiscalía del Gobierno.
De pronto
se escuchó una voz pujante que provenía de las alturas diciendo. En el mismo
instante que las luces de la oficina volvían a lucir completamente encendidas.
—Corten… corten.
—¡Corten!
La toma ha
sido buena, den luz a la sala.
—Gracias a
todos. ¡Las tomas son fenomenales! ¡Muy reales, y muy convincentes…! ¡Ha sido
un acierto!
Todos los
muertos del pasillo, fueron reincorporándose, volviendo a la vida, a la
realidad, a la alegría.
La
directora de la entidad se puso en pie, cubriéndose los pechos, y colocándose
las bragas. Dando abrazos a la rubia del revólver y a la que en un momento la
aporreaba sin compasión.
Siendo
todos amigos entrañables.
La sangre
no llegaba al río. Los muertos resucitaban. El lío era cojonudo.
Los
clientes del Báltico fuera de sí, en su mayoría tuvieron que ser de inmediato atendidos
por los servicios sanitarios llegados con urgencia para evitar males mayores.
Atender
posibles lipotimias, ataques de pánico y demás convulsiones.
Jeremy
saliendo de su particular pasmo quiso saber y preguntó al que parecía ser el
que gobernaba aquel pitote.
—Que es lo
que ha sido todo este meneo. Exigió respuesta el grupo de personas asustadas,
capitaneadas por Jeremy.
El que
parecía estar más sereno, sin suciedad y con el semblante más controlado. Sin
manchas ni mácula de sangre ficticia le comentó.
—Ha sido
una escena de la película que estamos rodando, con imágenes reales y con
participación ciudadana. Buscábamos escenas sinceras y auténticas, venidas de la
inmediatez y la reacción del público, sorprendido por la casualidad. Estábamos
hartos de ver situaciones falsas en los actores que participan.
—Me vas a
decir que todo este chocho ha sido un engaño. Sin además dar aviso a personas
mayores, enfermas y con aprensiones, que podamos tener consecuencias en la
salud. ¡Eso quieres decirme! Siguió exigiendo Jeremy.
—Esto no es
normal. Espero que alguien con juicio nos dé explicaciones y amparo, para que
jamás vuelva a suceder. Concluyó muy afectado, y siguió con su dolorosa queja.
—Hacerlo en
un país como el nuestro. Les traerá
repercusiones. Exclamó muy ofendido y siguió exigiendo.
—Quiero
hablar con el responsable de este latrocinio y me aclare la cosa, antes de
llevarla a tribunales.
El que
estaba soportando las exigencias de Jeremy, se sonrió y adujo.
—Perdona
pero parece mentira que no te des cuenta que en este país, nunca pasa nada. Las
leyes se saltan como vienen en gana. El dinero priva y lo demás son daños
colaterales. Además parece que vives en el mundo de Blanca Nieves. Siguió el
promotor de aquel atrevimiento, añadiendo excusas para concluir.
—¡Además! ¡Hoy todos creerán
que estás de broma!
¡Sabes qué
día es hoy caballero!
No has
mirado el calendario. Verdad.
¡Ni se te
ha pasado por la cabeza!...
¡Hoy es el Día
de los Santos Inocentes.
El famoso
día 28 de diciembre.
El día en
que se permiten todas las aberraciones que podamos imaginar.
¡No seas
bobo!
¡Nadie ha
muerto!
¡No pasa
nada!
¡Pagaremos
los desperfectos!
¡Qué clase
de ridículo quieres hacer!
Autor: Emilio Moreno
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