viernes, 28 de noviembre de 2025

¡Al suelo! ¡Todos al suelo!

 









Había accedido Jeremy por el acceso de clientes del Banco del Báltico, al hall de “Sean bien recibidos”. Pulsó el botón de la puerta automática, para que le brindara la entrada. Sobre su cabeza estaba la cámara que lo filmaba desde su aparición en el lugar. En el instante de pulsar aquel mecanismo, el semáforo del portón lució en verde, escuchándose una musiquilla de chicharra, que le daba permiso para entrar al recinto. Abriéndose aquella cancela de inmediato.

Una vez en el interior de la antesala de recepción, se dirigió a los dispensadores de volantes del turno de atención. Pulsando la tecla de inicio, mientras la cámara frontal del pasillo registraba sus movimientos. La inteligencia artificial del automatismo le hizo una pregunta que debía responder mediante una pulsión en la pantalla. <<Es usted., cliente del Banco del Báltico>>. Ofreciéndole dos opciones.

Jeremy escogió la tecla… <Si>. Aquel artefacto volvió a exigir de nuevo.

<<Marque el número de su documento de identidad>>.

Jeremy accedió a indicarlo mediante el teclado al uso, y aquel aplicativo retornó con sus averiguaciones.

<<Si necesita efectivo. Teclee 1.-. Si ha de ser atendido. Teclee 2>>.

Tras la pulsación de la palanca con la primera opción. Se dispuso a recoger el trocito de papel justificativo, suministrado por el software de la aplicación de “Banco del Báltico”.

Una vez recogió el volante impreso, dio media vuelta y accedió al gran salón de espera, donde una música de clarinete finísima sonaba, agregando a los presentes una calma penetrante.

Observó que las cinco garitas de atención al público, estaban ocupadas con clientes, que los empleados de la entidad, atendían con diligencia, en aquella mañana fresca de diciembre.

Con lo que reafirmó para sus adentros, <<que no estaría más de veinte minutos dentro del banco>>.

Una vez con su cupón de solicitud en la mano, y habiendo accedido al gran vestíbulo, preguntó con educación a una señorita que aguardaba, para ser atendida.

—Tiene usted el número ATT16. A lo que contestó la joven asintiendo con la cabeza e informando que así era.

—¡Si. lo tengo!, y voy justo detrás de aquella señora que se acomoda en la fila tres. La rubia de las trenzas.

—Gracias, le respondió Jeremy, con amabilidad y yendo a la tercera fila de butacas, tomando asiento justo al lado de la rubia exuberante.

En el reloj de la pared frontal de la oficina la aguja del minutero marcaba el primer cuarto de las nueve de la mañana de aquel día 28 de diciembre, frío, lluvioso y poco sugestivo.

Con lo que las normas y la tecnología de seguridad, daban la apertura de la caja fuerte de caudales del banco del Báltico.

En aquel instante los empleados de mantenimiento y seguridad del establecimiento de ahorro, abrían las puertas al transporte de dinero efectivo que proveniente de la Central de la entidad, proveía de efectivo a la sucursal de la Avenida del Encanto de la ciudad costera. 

El vigilante de la empresa de remesas de caudales, que accedió tras una nueva clienta a la sala, hizo una comprobación fría y objetiva al entorno, al pasillo y al acceso desde la puerta. Hasta el punto donde estaba la cancela de entrada de la caja fuerte. Observó que la normalidad y el sosiego en la oficina crediticia, estaba en orden. Que no existían dificultades para ingresar las sacas que llegaban, y de momento esperaban en el blindado ser llevadas y reservadas dentro de la entidad de caución. Dando por segura la operación de descarga del dinero procedente de la distribuidora de capitales.

El agente hizo un gesto visible, recogido por el vigía del reparto, que esperaba fuera y al momento entraron dos empleados más de la custodia. Con dos pares de sacas conteniendo billetes de curso legal. Otro funcionario con su arma reglamentaria desenfundada de la cartuchera resguardaba el trayecto para cerrar el trasvase de dinero.

Las cámaras instaladas en las esquinas de la sala y en las puertas de acceso, grababan todo el movimiento que se daba en el lugar.

Cuando los dos empleados con los valores estaban en medio del pasillo, se escuchó un alarido desquiciante.

Mas que un grito fue un berreo fenomenal, que heló la sangre de más de uno de los que estaba esperando turno en la sala de operaciones de la entidad bancaria.

Aquel sonido brutal que desorientó al más pintado, fue seguido por el estruendo del disparo continuado de un fusil ametrallador que apuntaba en el techo de la oficina, descarnando el yeso que les caía sobre sus cabezas, a los que aguardaban aterrados.

Seguido de una voz que no se sabía muy bien desde donde procedía que les exigía en un tono amenazador. Repitiendo sin parar.

—Al suelo todo el mundo.  Al suelo de inmediato.

Demandando sin clemencia y con brutalidad, dejarse caer y mantenerse tirados en el piso.

Tanto clientes como empleados del banco. Absolutamente tendidos boca abajo en la superficie que pisaban.

Aquellas pretensiones amenazadoras salían de una voz desequilibrada y terrorífica. En tono recalcitrante y desvaído, perteneciente posiblemente a una mujer, o a un simulador de voz femenino, que en principio no se sabía de cierto, donde estaba ubicada.

Antes que pudieran reaccionar los empleados de la custodia del dinero que lo iban a depositar en la caja fuerte, fueron abatidos por los disparos, sin esperar semejante acción, ni saber cómo.

Tres agentes cayeron fulminados en el amplio pasillo. Dos de ellos los que portaban las bolsas de efectivo y el que llevaba su pistola reglamentaria en su mano desenfundada. Todos quedaron tendidos mientras el ruido y el clamor de gritos y alaridos se hacía eco en el lugar.

Las alarmas de la entidad bloquearon las puertas y quedaron asediados todos los que presenciaban aquella locura inesperada.

La señora rubia de las trenzas, se levantó de inmediato esgrimiendo una Smith and Wesson del calibre nueve, y exigió a los clientes dejaran sus teléfonos, carteras, joyas y pertenencias en un lugar determinado que ella misma dispuso.

Un talego de transporte de unos sesenta centímetros de alto, cuadrado donde debían depositar cuanto ella solicitaba.

Gritando como una posesa y mirando a la cara de todo aquel que se atrevía a cruzar su mirada.

—Al suelo todo el mundo.  Al suelo de inmediato. ¡Sigan mis instrucciones y no sufrirán daños.

—No lo repetiré más. ¡¡Al suelo, si no quieren ser abatidos!!

La ametralladora iba disparando a ráfagas y los empleados del banco estaban todos boca abajo sobre el entarimado, aterrados.

La señorita que le había dado la tanda a Jeremy, una vez puso a buen recaudo los bultos de lona que contenían los billetes de curso legal. Saltó el bufete de atención al público, con una energía de atleta, y fue a sacar con cajas destempladas a la directora de la sucursal. Que con un par de golpes de especialista de lucha grecorromana, dejó desmantelada, herida y desvencijada por los golpes recibidos en el rostro, a la gerente.

Lesionada de gravedad por el meneo y los golpes absorbidos, fue reducida.

Mostrando parte de sus carnes, por haberle rasgado la ropa interior, y haber destrozado el vestido de tergal que llevaba. Sin perder la conciencia de momento pero temblando como una hoja de papel en una tempestad huracanada. Diciéndole a la responsable y zarandeándola.

—Tírate al suelo tú también y no intentes pulsar la alarma. ¡Tía lista! ¡Pedazo de Zopenco!

Pisoteó a la gerente de la sucursal como si fuera un detrito, rompiéndole aún más el vestido y dejando a la mujer en cueros sobre la alfombra del pasillo.

El adjunto y ayudante de la directora se levantó de su silla y cuando fue a tratar con la rubia de las trenzas acaracoladas, cayó abatido sin poder abrir la boca. Aquella rubia, ya desesperada por la prisa, y con ayuda de la que zurró a la directora se había hecho con la situación, en el momento que las ventanas automáticas del banco y las puertas quedaban atrancadas.

El local se quedaba sin luz eléctrica.

Un foco que portaban los atracadores, se encendió desde el lateral de la sala, iluminando a la rubia que a chillo limpio quiso saber quién era Miguel de Sobrestante, exigiendo se presentara frente a ella y le entregara unos documentos que custodiaba.

Nadie dio pie a descubrirse, ni a entregarse, con lo que aquella mujer rubia y robusta anunció.

—De no presentarse el amigo Sobrestante, cada tres minutos iré liquidando a uno de los clientes de esta sala de espera. 

En aquel momento una voz se escuchó al fondo en un rincón y echado sobre el parket, muy cerca de donde estaba acomodado Jeremy se dio por aludido diciendo con voz recia.

—Estoy aquí, yo soy Sobrestante, pero no os entregaré los documentos porque no los tengo. Están en poder de la Fiscalía del Gobierno.

 

De pronto se escuchó una voz pujante que provenía de las alturas diciendo. En el mismo instante que las luces de la oficina volvían a lucir completamente encendidas.

 —Corten… corten. 

 —¡Corten!

La toma ha sido buena, den luz a la sala.

—Gracias a todos. ¡Las tomas son fenomenales! ¡Muy reales, y muy convincentes…! ¡Ha sido un acierto!

Todos los muertos del pasillo, fueron reincorporándose, volviendo a la vida, a la realidad, a la alegría.

La directora de la entidad se puso en pie, cubriéndose los pechos, y colocándose las bragas. Dando abrazos a la rubia del revólver y a la que en un momento la aporreaba sin compasión.

Siendo todos amigos entrañables.

La sangre no llegaba al río. Los muertos resucitaban. El lío era cojonudo.

Los clientes del Báltico fuera de sí, en su mayoría tuvieron que ser de inmediato atendidos por los servicios sanitarios llegados con urgencia para evitar males mayores.

Atender posibles lipotimias, ataques de pánico y demás convulsiones.

Jeremy saliendo de su particular pasmo quiso saber y preguntó al que parecía ser el que gobernaba aquel pitote.

—Que es lo que ha sido todo este meneo. Exigió respuesta el grupo de personas asustadas, capitaneadas por Jeremy.

El que parecía estar más sereno, sin suciedad y con el semblante más controlado. Sin manchas ni mácula de sangre ficticia le comentó.

—Ha sido una escena de la película que estamos rodando, con imágenes reales y con participación ciudadana. Buscábamos escenas sinceras y auténticas, venidas de la inmediatez y la reacción del público, sorprendido por la casualidad. Estábamos hartos de ver situaciones falsas en los actores que participan.

—Me vas a decir que todo este chocho ha sido un engaño. Sin además dar aviso a personas mayores, enfermas y con aprensiones, que podamos tener consecuencias en la salud. ¡Eso quieres decirme! Siguió exigiendo Jeremy.

—Esto no es normal. Espero que alguien con juicio nos dé explicaciones y amparo, para que jamás vuelva a suceder. Concluyó muy afectado, y siguió con su dolorosa queja.

—Hacerlo en un país como el nuestro.  Les traerá repercusiones. Exclamó muy ofendido y siguió exigiendo.

—Quiero hablar con el responsable de este latrocinio y me aclare la cosa, antes de llevarla a tribunales.

El que estaba soportando las exigencias de Jeremy, se sonrió y adujo.

—Perdona pero parece mentira que no te des cuenta que en este país, nunca pasa nada. Las leyes se saltan como vienen en gana. El dinero priva y lo demás son daños colaterales. Además parece que vives en el mundo de Blanca Nieves. Siguió el promotor de aquel atrevimiento, añadiendo excusas para concluir.  

¡Además! ¡Hoy todos creerán que estás de broma!

¡Sabes qué día es hoy caballero!

No has mirado el calendario. Verdad.

¡Ni se te ha pasado por la cabeza!...

¡Hoy es el Día de los Santos Inocentes.

El famoso día 28 de diciembre.

El día en que se permiten todas las aberraciones que podamos imaginar.

¡No seas bobo!

¡Nadie ha muerto!

¡No pasa nada!

¡Pagaremos los desperfectos!

¡Qué clase de ridículo quieres hacer!








Autor: Emilio Moreno

 


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