Los señores de Garcilaso, Ernestina y Eufrasio son padres de una señorita muy puesta y dispuesta para todo lo que deba ser emprendido. Tanto fue así que siempre resultó ser una niña adelantada a su edad. Entonces la bautizaron con el nombre de Plácida, y sin más y plácidamente transcurrió su infancia y juventud. Jugando con los amigos de su entorno y cursando los estudios de capacitación en la escuela del barrio. Llegando a ingresar en la universidad.
Tras cinco
años de carrera se licenció en psicología y ahora tiene y defiende un gabinete
de consultas particular de mucho costo, que además lo tiene dispuesto para
atender a alguno de los pacientes que le llegan desde el seguro nacional.
Los padres
de Plácida eran una gente muy centrada en la realidad, y siempre se dedicaron a
la educación de los hijos y a su crianza.
Detalles
que con la nena, por ser la menor se destacaban de forma evidente. Favoreciéndola
por ser la más apta y atrevida, lo que afloró en su momento.
Aquel solaz se dilataba en el tiempo que pasaba sin detenerse ni dejar huella, llegando los momentos decisorios.
Estando en
el primer curso universitario Plácida conoció a Higinio, un joven moreno
procedente de Santo Domingo, muy apuesto y con semejantes ilusiones y metas que
ella. No llevaban estudios semejantes, estudiaban especialidades distintas pero
se veían a menudo en la ciudad de los estudiantes.
Pronto se
gustaron y les faltó tiempo para ir a vivir juntos bajo el mismo techo.
Los padres
del muchacho Eugenia y Emeterio, no estaban demasiado conformes con la nueva
relación de su primogénito.
Ellos venían
de una casta pudiente dominicana y creían ser los acreedores de tanto
sufrimiento y penalidades soportadas de los llamados “Descubridores”. Por lo
que ansiaban para su hijo, casarlo con una “Quisqueya” de su país.
Advirtiéndole
que llevara cuidado con lo que hacía y con quien se comprometía, que disfrutara
lo que le viniera en gana, pero que a la hora de escoger, tuviera tacto.
Amenazas veladas
dirigidas a Higinio, por no tener acabada la licenciatura y porque lo estaban
alimentando. Soportando el mucho gasto que llevaba tenerlo en la universidad,
para que tuviera un futuro en el país. Con lo que le previnieron seriamente.
Higinio se
hizo el “sueco”, y aquellas amenazas simuladas como si fuesen advertencias,
quedaron en saco roto.
Todo era
felicidad amor y fantasía, en aquellos maravillosos días de estudios y derroche
a cargo precisamente de la cuenta corriente de los papás.
Antes del
final del tercer curso Plácida, se quedo preñada. En cinta de Higinio. Aquella noticia
cayó como una bomba en el domicilio de Ernestina y no digamos en el del joven Higinio.
Se “hacían cruces”, con la expectativa y singularidades que se les presentaba.
Plácida e
Higinio se querían a muerte, y aquel amor no lo iba a disolver ni destruir
nadie jamás. Con lo que arrugaron los hombros y siguieron viviendo a costa de
los papás de ambos, sin dejar los estudios ni mermar un solo ápice en el gasto
que generaban.
El intelecto
de Plácida como el de Higinio era superlativo, con lo que continuaron aprendiendo
hasta la licenciatura. Pensando en que los esfuerzos que estaban haciendo los
abuelos del nieto que por entonces ya contaba con tres años, serían retornados
con creces.
Comenzando los
meneos clásicos del… “A quien le toca esta semana”.
Un mes, se amparaba al niño en el domicilio de Eufrasio, y al siguiente en el de Emeterio. Esfuerzos que hacían los abuelos, que no serían olvidados por aquella pareja tan unida, que no los despegaría según ellos ni un cataclismo.
Al término
de los estudios tanto Plácida como Higinio, encontraron empleo de calidad, con lo
que a no tardar alquilaron un piso mucho más grande, en la Avenida de los
Criterios, donde se alojaron con presteza, sin dejar de sangrar a los abnegados
abuelos.
Necesidad obligada
ya que la mamá de Hugo tenía que seguir con su vida y su profesión, sin olvidar
el divertimento con los colegas y amigos. Por lo que un mes Hugo lo cuidaba su
yayo americano y el otro su yayo europeo.
Aquella familia
se las iba arreglando como buenamente podía, sin que hubiera cambiado nada
sobre todo en las dispensas y gastos.
Los dos
licenciados iban triunfando en sus respectivas profesiones llegando a cuotas de
éxito pasmosas. Tanto en posición y cargo como en emolumentos por sus servicios.
Con lo que pudieron comprarse una casita a las afueras de la ciudad para seguir
viviendo aquella vida rebozada de éxitos, de beneficios y de escasa atención al
hijo que tenían en común.
Pudieran presumir
haciendo grandes fiestas y galanteos para sus colegas, amistades y para todos aquellos
que les pudieran sacar provecho.
Plácida volvió
a quedarse embarazada. ¡Que alegría!
Todos
parecían estar encantados por la buena nueva, y como es natural era un “Beguin
the Begin”. Un volver a empezar.
—Para qué
están los abuelos—comentó Higinio y afirmó.
—Ellos se distraen con los niños y además les dan vida. Plácida tampoco se distanciaba de aquellas palabras dichas por su gran amor, y los abuelos se encargaron como era de recibo. A la fuerza ¡No!... ¡No! ¡Lo siguiente! Con o sin ganas seguir con la traca y calladitos. Sufragando todos los pormenores del nacimiento de Ainara.
De todo
aquello había pasado bastante tiempo. Tanto que los niños ya estaban criados. El
mayor, Hugo, contaba con quince años, y Ainara en la frontera de los trece. Aquellos
jóvenes adoraban a sus abuelos, tanto los “yayos” por parte de madre, como los
de su papá.
Plácida
había ayudado a partir de un momento a su madre, con gastos y demás expensas, y
no le faltaba un detalle que no le dedicara. Con lo que Ernestina estaba
encantada con la clase de vida que disfrutaba, acompañada de Eufrasio, que
ahora con más tiempo podía disfrutar de sus partidas de cartas con los amigos
en el casino.
Nada parecido
a lo que esperaban los señores de Lorenzana, los padres de Higinio. Los quisqueyanos
Eugenia y Emeterio, que eran de otra pasta y forzaron de forma contundente a que
los niños a partir de un momento, quedaran a costa y en cuidados de sus padres.
Siendo cariñosos con todos pero algo más distantes que la parte contraria. Sin embargo
en aquel seno familiar brotaba la felicidad y el entendimiento.
Aquella Navidad,
no como en todas las pasadas, que acostumbraban a unirse en casa de unos y de
otros, repartiendo el lugar en fechas tan señaladas, sería distinto, muy
diferente.
En esta
ocasión tanto Higinio como Plácida, querían celebrarla de forma especial en su
gran casa. Por la noticia tan especial que debían comunicar en la concavidad de
todos ellos.
Reuniéndolos
a todos la noche de Fin de Año.
El último día
de las fiestas y sería como colofón a tanta enjundia.
Aquella
noche, llegó la familia al completo por ambas partes. La vivienda impregnada con
una inmensa alegría, lucía con guirnaldas y bombillas que se fundían y encendían
cada dos segundos.
Consumiendo
turrones y bebidas espirituosas, daba una sensación de alegría colosal.
El momento
de dar la campanada llegó antes de que dieran las doce de la noche y el año
saltara al siguiente.
Hubo dudas
en quien daba la noticia y como siempre la da quien tiene más gracia, por lo
que Higinio le cedió la palabra a Plácida y esta les comunicó.
—Que sepáis
que Higinio y yo nos queremos y respetamos mucho, pero hemos decidido que nos
separamos.
El silencio
de la sala fue de los que hacen época. Se miraron los unos a los otros y nadie
entendía nada. La única que preguntó fue Ernestina.
—Y si os
queréis tanto, porqué os divorciáis. ¡No hubo respuesta! El padre de Plácida,
el señor Eufrasio le preguntó a su hija.
—Será una
broma lo que estáis contando, ¡¿Verdad?!
—No papá,
ya hace meses me he enamorado de un influencer, que me tiene el sentido robado.
—¿Y tus hijos?
No pretenderás dejarlos solos de nuevo, como acostumbráis. —Papá no quieres
entenderlo. Ellos son mayores y ya se valdrán por sí mismos, una semana conmigo
y otra con su padre. Nosotros, Higinio y yo, no hemos dejado de querernos, pero
de otra manera.
Nadie
entendía nada y Eufrasio preguntó a Higinio mirándole a los ojos.
—Entonces
cuando te toque a ti, viendo como han procedido tus padres, ¿con quién los
dejarás? Higinio con mucho descaro respondió.
—Eufrasio,
yo pensaba que usted, junto a Ernestina, se harían cargo. No sé cómo hacerlo de
otro modo.
Aquella
despedida del año, no fue como las anteriores, ni hubo campanadas, ni brindis,
ni absolutamente nada. Se formó una leche, que se cortó de cuajo.


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