martes, 25 de noviembre de 2025

La vía ineludible.

 








Mariano y Paco se encontraron en la esquina de Sicilia. Aquella calle que hace diez lustros estaba por diseñar. Sin asfalto, sin aristas y apenas bordillos, por el entorpecimiento de la fábrica de hilados abandonada. Que ocupaba gran parte del suelo que ahora corresponde a la transitada vía.

El Ayuntamiento a la espera de la urbanización de la zona casi lo había desatendido y nadie tomaba medios para que las obras comenzaran.

 

Aquellos amigos se conocían desde que hicieron el servicio militar en la Base de Artilleros en el Sidi Ifni.

Entre ellos, normalmente se veían a menudo, al cruzarse por la calle. Prácticamente eran vecinos, y se saludaban de paso y a correr.

Sin detener la marcha apenas.

El aprecio seguía siendo sincero, pero las prisas, los conflictos de cada cual y las escaseces del día a día, evitaban que existiera aquella unión que tuvieron antaño.

No les hubiera costado nada, pararse de vez en cuando a charlar por norma.

Si no preguntas, si no te empeñas en regar la amistad, acaba secándose como una flor marchita.

Las prisas, y los asuntos de cada cual, hace que se olvide aquello que en realidad es importante. Cómo relacionarse. El saber cómo va la vida después de haber dejado pasar tantos instantes importantes de vivencias incontroladas.

Sin embargo, aquel día inesperado. Fuera de urgencias, de tropiezos y mandangas. Estando ya ambos jubilados, cuando ninguno de los dos tenía prisa por nada, se detuvieron a saludarse de verdad, en la famosa esquina. Comparándola ahora y como estaba en aquel tiempo.

Así iniciaron aquella conversación que prometía ser larga.

Ya en materia, y después del interés por como le había quedado la pensión a cada uno de los allí presentes y comenzando a alardear de grandezas, vieron venir a René, que a la par que ellos, parecía gozaba también de ilusión por preguntar y presumir.

Sumándose a la charla, recordándole a Mariano que ambos se conocían mucho antes que conocieron a Paco.

Mariano y René, se trataban desde el inicio de los años sesenta, en la escuela primaria. Cuando el plan de estudios estaba establecido de otra forma, con lo que se entabló una divertida charla de recuerdos. Todos ellos satisfactorios y en modo pretérito. Lo que significa que lo tratado ya estaba caducado.

Hasta que René conmemorando nostalgias, indagó por la suerte de Pepito.

José Martínez Marchena, el humorista del grupo del colegio. Que a todos recordaba su gracia y su humanidad, aún y siendo el más jovencito de todos ellos.

Fue Mariano el que trajo a colación el final de los días de Pepito, que tras su altercado en la entidad bancaria que trabajaba, acabó bastante mal.

Enganchó una depresión fulminante, que al cabo se transformó en histeria y de ahí a la caja de pino siendo tan joven.

Fue Paco el que quiso saber más del lío que sucedió en el banco donde estaba empleado Pepe, preguntando. 

—Y cómo ocurrió lo de Martínez. Al final se aclaró el tema, porque en un principio, creyeron que estaba inmiscuido en el asalto a la entidad. 

 No sé muy bien cómo ni qué es lo que realmente pasó. Asintió Mariano que es el que podía conocer mejor que nadie lo que sucedió, al vivir prácticamente en el mismo edificio. Exponiendo.

—La única verdad, es que Pepe, estuvo de baja durante mucho tiempo y algunos decían que lo que ocurría es que estaba suspendido por el propio ente financiero. Al acusarlo de ser uno de los cómplices del atraco. Sin detenerse manifestó meciéndose los cabellos.

 — Cosa que no creo, y digo no creo. Basándome en su carácter y su honradez. Siempre había sido el que nos proporcionaba alegría y mucho más. Aunque sin detenerse aclaró.

—Aún y con esas Pepe no volvió jamás a sentarse en las oficinas del Banco.

El amigo René también aportó leña en su descargo, explicando somero el sucedido aquella madrugada.

—Según parece una mañana en la sucursal del Banco Hispano de Cartago, unos atrevidos violaron la tranquilidad de la oficina que estaba en la rambla, y fue asaltada por unos enmascarados. Aún ni tan siquiera habían abierto las puertas de la oficina. Con lo que los empleados aun no estaban en sus dependencias.

Ni tampoco había clientes a la espera de gestiones. Tan solo estaban el director de la entidad, una becaria, el cajero y Martínez.

El que abrió la puerta de acceso a los facinerosos.

Después de aquel meneo y el susto que llevaron. Las amenazas recibidas por parte de los atracadores y el peligro con que se jugaron la vida, les permitieron llevarse sin resistencia, más de cincuenta millones de las antiguas pesetas.

Que acarrearon de forma refinada, pausada y sin forcejeos.

De ahí el sospechar de Pepe y de alguno más de los empleados.

Todo se llevó muy en silencio por parte del Hispano de Cartago. Sin querer dar detalles a la gente, pero la Guardia Civil intervino y a los pocos días se llevaron detenido a Martínez, empleado administrativo.

A Rodolfo Gensana, el director de la entidad. Además de acusar y trasladar a María Antonia del Verdal, la becaria y al cajero Ramón Tartosí, a declarar en la comisaría.

Los que a posteriori, viendo que había causa ingresaron en la cárcel de Mondoñedo.

Durante varias semanas hasta que se fue aclarando el entuerto.

Nadie sabía que José Martínez tenía tantas deudas, porque no se le conocían vicios. Sin embargo todo apunta a que era un ludópata empedernido. Que se jugaba la mitad del sueldo en el bingo y demás apuestas conocidas. 

Paco, que era el que menos relación había tenido con Pepito, entró al trapo diciendo, comentarios que le habían llegado a sus oídos.

— Creo que con Marifé, su esposa no se llevaba demasiado bien. Según dicen y puede ser cierto, estaba muy metida en una organización cristiana. De una de esas religiones que emergen con sus iglesias postizas.

Muy allegada al pastor, tanto que esa proximidad al catecúmeno era algo más que apego, llegando al descarado amor desenfrenado, a espaldas de Pepito.

De hecho al marido lo había repudiado en más de una ocasión, sin menoscabo y delante de cuantos vecinos pudieran dar fe. Faltándole el respeto al pobre esposo. Por ese trato con el predicador de la congregación, hasta el punto del infausto adulterio. Siguió añadiendo Paco.

—De hecho a Marifé, se la conoce en el barrio por la “Petonera”. Que traducido es la besucona. Por los morreos que le da al menos pintado en la boca.

Un descaro de persona. Nada amable con el pobre Pepito, hasta el punto que lo abandonó y se juntó con el orador del evangelio.

Tuvo mala suerte. Acotó Mariano. Después de tragar aquel recuerdo nefasto de su amigo Pepito.

—Pepe no supo hacerlo. Con lo buen tío que era y lo inteligente. Tropezó con mala hembra. Menos mal que no tuvieron hijos. Añadió René y alargó la perorata diciendo.

—¡Lo enchironaron al final! Y de algún cargo lo acusaron.

Estaba en complot con María Antonia del Verdal, la becaria, que a su vez se entendía íntimamente ligada con “la pieza.”. que era el sinvergüenza de Ramón Tartosí, el cajero del Hispano de Cartago.

Aquellos tres conocidos, quedaron sin palabras, pensando en las vueltas que da la vida, y donde te lleva el destino, si te equivocas hasta en las compañías que crees no van a ser decisivas.

Fue Mariano el que reanudó la charla.

—Conocéis cual fue su final, me refiero al de Pepito.

Paco se encogió de hombros y preguntó.

—Pues la verdad, yo le perdí la pista. De hecho jamás lo volví a ver, fui a su funeral, pero hacía años que no lo veía. Con lo que no sé cómo acabó el pobre Martínez Marchena.

De nuevo Mariano tomó la palabra y comentó no sin recato y en voz semi difusa.

— Acabó en el manicomio, de los Carmelitas descalzos olvidados por Marifé y su familia. Después de cumplir con una condena de cuatro años y un día.
Antes de morir firmó el divorcio con la dama, la que vivió con el páter mientras estuvo preso en la cárcel de Mondoñedo.

René cambió de tercio preguntando a Paco y a Mariano por sus días y por como se lo habían tomado una vez estaban jubilados. A que se dedicaban, como les iba la vida, y dónde brindaban sus esfuerzos.

El primero que tomó la palabra fue Mariano, que les dijo que seguía soltero y que no tenía demasiadas ilusiones. Que a menudo sonreía solo y era feliz como un tonto. Se le presentaba una vejez en la Residencia de los Desmayos y que estaba tranquilo, con pocos amigos y saliendo a disfrutar todo lo que podía y le permitía su físico.  

Paco algo decepcionado con sus hijos, comentó que desde que estaba viudo, se encontraba muy solo y desencajado de la actualidad, que iba a menudo a distraerse a la AAP.

Que no era una aplicación de estas modernas de ahora. Era la Agrupación de Ancianos del Pueblo y que veía los partidos de su equipo el Atlético Paranjodin y poco más.

Procuraba mantener el equilibrio en las comidas, porque se estaba poniendo rollizo como una morcilla caspolina.

Como René no soltaba prenda, tanto Paco como Mariano, preguntaron.

Y tú René, que te explicas. Le demandó Paco.

Tan pito y tan pato. Le comentó con agrado, dejando que Mariano añadiera.

—Te veo muy apañado y muy elegante.

No te quejarás de la vida. ¡Estás como un príncipe! A lo que se sumó Paco, con un gesto seductor, esperando respondiera.

 —Bueno, imagino que ni lo sabéis, porque es raro que nos hallamos parado en esta esquina hoy los tres.

Parece que debíamos pasar cuentas antes de un final que espero sin demasiado retraso. Quizás mi despedida.

—Que ocurre René. Inquirió Paco y respondió el aludido sin ambages.

—El médico me ha dicho, que me quedan menos de seis meses de vida. Que me lo tome con tranquilidad, pero que no hay remedio. Paco el más aprensivo preguntó.

— Y tu familia que dice del tema. A lo que respondió René más tranquilo que un pimiento.

—Pues no lo sé. Lo que opinarían si lo supieran. No les he dicho ni media. Para que van a padecer, cuando es un destino inapelable.

No llegó a los cuatro meses el bueno de René. Sin embargo antes, asistió al funeral de Paco y Mariano, que en una de esas excursiones que hacían. El bus se salió de la carretera y allí dejaron sus penas. ¡Dios los tenga a los tres amigos en la GLORIA.












Emilio Moreno. Autor.

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