Aquella anciana se mostraba orgullosa y cínica. Tratándole de perdonar la vida al prójimo, por las desatenciones sufridas, que según ella, se habían cometido. Pretendiendo no dar ningún tipo de pena, ni compasión hacia su destino.
Lucía
muy serena, con su peinado natural, elaborado por un moldeado que le encajaba
con su perfil. Cabello níveo muy poblado y pulcro. Movía su lengua
constantemente, saliendo y entrando de la cóncava cavidad de su boca. Como si
estuviera degustando un delicioso manjar. Sin embargo todo obedecía a la
molestia que le daba su dentadura postiza, que le venía amplia y no quedaba
sujeta al arco de su paladar.
De cejas muy crecidas. Su espesura violaba la
laguna del entrecejo. Nariz asimétrica con deformidades y labios
carnosos en forma de arco. Una apariencia femenina indelicada, fruto de la
dejadez evidente, por la falta de esmero familiar. Sus ojos pequeños muy hundidos
y estrechos, en la profundidad de sus oquedades, miraban siempre con egoísmo, a
todo lo que su curiosidad enfocaba. Reflejando una clara sensación desconocida
de recelo, tras el conocimiento claro, de lo que había protagonizado.
A su modo contaba detalladamente la película de su
crimen. El que había cometido sobre su propia hija. Considerando que en su foro
interno, se encontraba feliz y encantada con todo el proceso que había
preparado para resarcirse de los dolos que se habían sucedido hacia ella.
—Sí.
yo la maté. —le indicó al agente de policía, y siguió tan campechana relatando,
sin un rubor de nerviosismo.
—Por
desobedecer durante tantos años, y no estar dentro de las normas de nuestros
principios. Lo urdí con tiempo y cuando fue el momento oportuno la dejé sin
sentido y la envenené de forma indolora, pero eficaz.
Se
estaba convirtiendo en un ser despreciable, sin apego a sus mayores y sin
metas. Se enamoró de un indeciso sinvergüenza, y muy perro que vivía a su
costa. Me ofendía el hecho de ser despreciada y arrinconada en mi propia casa.
Se llenó los pulmones para proseguir.
—Llegado
el momento, emprendí mi tarea. —dijo la señora Jaqueline Montmartre, y
constató. — Que en aquella casa. Se hacía tan solo y a sus órdenes, lo que mi
hija mandaba. Acatando caprichos a conveniencia suya, sin entender, que vivían
de prestado en mi morada. ¡Me harté!
Cuando
aquel par de ocupas acordaron decidir sobre mi vida. Reaccioné en silencio,
sabiendo que pretendían que saliera de mi casa. En la que había vivido sesenta
años, con mi difunto, para ingresarme en la Residencia de los Sueños Dorados. Decidí
definitivamente acabar con aquella tragedia y comencé a preparar la escena de
lo que debía suceder. La interrumpió la agente de la gendarmería y sin
pestañear respondió.
—Con
el compañero de su hija, que sucedió. —preguntó Eva, la agente de la policía de
la comisaría del departamento parisino.
—En cuanto
se enteró del fallecimiento de Brigitte, el muy sinvergüenza se buscó a otra
insatisfecha y se marchó sin más.
—Pues
sepa usted, Jaqueline, que no damos con su paradero. Expuso la funcionaria.
Inquiriendo en su duda y repitió.
—Quiere
decir usted que no miente. Que dice toda la verdad, o también le sesgó la vida
al compañero de Brigitte.
—Si
fuera tan real, eso que dice usted señora gendarme, ¿Cómo me lo hubiese quitado
de encima?, al desgraciado aquel, una vez muerto. Dónde lo hubiese escondido,
estando sola e impedida. No es fácil hacer desaparecer a un tipejo de dos
metros de largo, que debe pesar cien kilos. Busquen bien que seguro lo
encuentran dándole calor a otra infeliz.
—En
qué forma se gana la vida Brigitte. Preguntó Eva
—La
verdad, es que no lo sé muy bien, porque se tiraba temporadas que no venía ni a
visitarme. Podríamos decir que aparecía de uvas a peras y a menudo acompañada
de tíos raros.
—Cuanto
hace que no ve a su marido. Cambió de tercio la agente, y la señora sin
menoscabo ni apreturas, respondió con el desprecio que segregaba.
—Aquel
también era para un apuro. Desapareció de casa hace cinco años, sin dar
explicaciones.
Se hizo
un silencio, programado por Eva, gendarme de la comisaría parisina y de facto,
profirió.
—En
vista que no nos está diciendo la verdad, y dada su poca movilidad, nos vemos
obligados a llevarla a las dependencias policiales, para que aclare todos estos
puntos que no están nada justificados. Sepa usted doña Jaqueline que hemos
estado investigando, sobre la trayectoria suya y la de su esposo.
Su médico,
fue el que nos puso sobre una pista y comentó que desapareció en unas
condiciones muy raras. El propio galeno nos ha dado toda clase de información y
todo apunta a que usted tuvo mucho que ver con su desaparición.
Sin acaloramiento,
la tal Jaqueline, hizo saber lo que pensaba y con desprecio adujo.
—Hagan
su trabajo y no quieran solucionar las ausencias, acusando a una vieja
indefensa. Salgan a la calle y trabajen que para eso les pagamos con nuestros
impuestos. La agente calmó los ánimos, por ver si aclaraba algo más el nudo de
aquella circunstancia y reformuló una nueva pregunta.
—Según
dice usted fue enfermera especialista, en ayuda a cirujanos en los diversos
quirófanos del hospital Saint Laurent de Paris. Con lo que no le debe ser
dificultoso, preparar un jarabe o alguna pócima y dejar fuera de órbita a quien
se lo proponga.
—Le
repito agente, que salgan a la calle y busquen, encuentren y no acusen al
primero que les viene en gana, tan solo por finiquitar un trabajo imperfecto.
—Se
llama usted Jaqueline—preguntó el ministerio fiscal
—Así
me llaman, pero no vaya usted a darme la tabarra, con tantas monsergas. Hoy
estoy abierta y ligera, y quiero acabar con este tema. Dejar esta mandanga y
como pueden imaginar, quiero acabar de una vez, con toda esta acusación. Asintió
la susodicha.
— Empezaré
por el principio. Después ustedes buscan y averiguan, y se montan el ceremonial
que deseen. Comentó ufana, y valiente después de llenarse los pulmones de
oxígeno.
—A
mi marido, me lo cargué, harta de aguantar sus bravatas, borracheras desprecios
y engaños. Lo embolsé en un baúl que envié a Marsella.
Dirección
que tuvo de soltero, sin saber si llegó a término, se quedó por el camino y se perdió
o que pasó. Jamás he sabido ni tenido noticias, ni denuncias. Con ello dejé de
relacionarme con Jean Nouveau. Han pasado cinco años y nadie se ha quejado. Ni tampoco
nadie lo ha echado a faltar. —sonrió brevemente de forma visible y prosiguió.
Al
compañero de mi Brigitte. —Siguió argumentando, con un desprecio notorio, que
le revertía los colores de la cara en rojeces.
—Ese
tipejo deleznable de dos metros y cien kilos, una tarde que me sacó de paseo con
la idea de llevarme al Crédit Agricole, donde recibo mi pensión y deposito mis
ahorros, lo abaraté. Supuso que podría engañarme y sablear mi cuenta para conseguir
unos euros. Antes de acceder a la entidad, lo invité en la cafetería Blonde, de
la Rue de la Grupeare, lugar donde sé positivamente, que no tienen cámaras de
vigilancia y jamás ninguna persona podría asegurar, que me vieron con él.
En un
momento que fue al excusado, aproveché el lapsus y en el cubata, le eché una fermentación
infecta y letal, que guardaba en un frasco diminuto. Al regreso y sin imaginar que
iba a ser su punto y final, quiso bromear conmigo. En el primer trago, imaginó
que estaba frito, por el rictus de su expresión una vez ingerido, sin poder
siquiera balbucear sonido alguno. Yo sonreí mientras la pelechaba y en breve, lo
dejó inmóvil, recostado en el butacón. Momentos precisos, que usé yo para
desaparecer. Después de dejar sobre la mesa, veinte francos. Moneda que en Francia
ya es caduca.
Las noticias
dijeron algo sobre un vagabundo y en la cafetería Blonde, no supieron jamás quien
le acompañaba al entrar.
El homicidio
más sencillo fue el dedicado a mi hija. Anotó la abuela Jaqueline—, que fue la última
en fallecer, y la que menos sufrió. Pausó de nuevo su detalle de agravio, y
finalizó como lo que era. Una dama delincuente de pro, que arguyó como escena
final.
— Los
detalles no los descubriré ahora. Los dejo para que ustedes, los forenses lo
vean, lo intuyan y aclaren. Mientras movía
su lengua, surgiendo y entrando de su ofensiva boca, para finalizar con su última
sentencia.
— Con esto quedo a la disposición de la justicia.
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