Lo conocíamos por “Pajaritos.”
Era un tipo que sobresalía de lo habitual.
Ya en su ancianidad, era perseguido por las miradas de cuantos niños lo observaban, y por los juguetes que de tanto en vez repartía.
Se le notaba en cada uno de los sorteos de la lotería de Navidad, en
la puerta del Palacio Real madrileño, donde se hacía notar antes y después de la
rifa.
Era un personaje especial, y tan singular como pocos.
Salvador Benítez Griñó, apodado también como “El loco del Matarraña.”
Dentro de un par de meses, hará ya veinte y un años que nos dejó.
Falleció un dos de abril del año 2004. En su localidad de residencia francesa. Céret. Población ubicada en el Midí francés.
Situada en el departamento de
los Pirineos Orientales de la región de Occitania.
Capital de comarca del Vallespir, a la que se conoce de forma popular como la capital de la cereza. Cuando murió contaba con 86 años, y fue diagnosticada su defunción como paro cardíaco.
Salvador Benítez, el loco del Matarraña, era muy conocido por vestir y presumir con trajes de casaca, rebozado de botones multicolores, que lo acompañaba con un sombrero de copa en color rojo chillón y un paraguas no menos discreto. Llamando la atención al mundo entero por su indumentaria.
Presumía con su apariencia en muchas de las efemérides que
se celebraban en España, como el sorteo navideño de Lotería, en Madrid, y en
diversos lugares europeos.
En su juventud estuvo exiliado en Francia, al finalizar la guerra Civil en 1936, huyendo de la represión política del tiempo.
Cuentan los historiadores que en Francia, se
incorporó a la Resistencia y luchó contra la ocupación alemana.
Fue prisionero y lo recluyeron durante un tiempo en el campo de concentración de Mathausen donde fue liberado por la victoria aliada. Acabó residiendo en la capital francesa, París.
Ocupándose en una labor como pintor en un taller de vehículos, trabajo que le duró hasta su jubilación. Que fue anticipada, debido a las secuelas que le dejó la guerra y su posterior internamiento en el campo de concentración.
Retornó a su tierra, Valderrobres. Tras todos sus obstáculos, en un alarde de atrevimiento, con una visita efímera y anónima. Poco antes de la muerte de Franco.
Llegada la apertura y con la llegada de la democracia, viajó con
frecuencia a España donde se hizo popular por su vestimenta y sus atuendos de
botones y sus paraguas.
Con su específica indumentaria, participó en las fiestas de su
pueblo y también se hizo notar en los sorteos de Navidad, así como en el último mes de la anualidad, el día 31 de diciembre, en la celebración del año nuevo, correteando
por los aledaños de la Puerta del Sol de Madrid.
La prensa, local y nacional y las cadenas de las televisiones estatales lo captaban a menudo en lugares insospechados y originales, siempre ataviado con su uniforme de actuación, que era el célebre traje y paraguas.
Aprovechando
sus viajes frecuentes a lugares donde se celebraba algún acontecimiento donde
se apiñara mucho gentío, y poder actuar frente a los niños, abuelos y demás
simpatizantes.
Dejó advertido, que su cuerpo fuera incinerado y posteriormente, sus
cenizas esparcidas en el río Matarraña desde el puente de piedra, en Valderrobres.
Dicen que morimos cuando nos olvidan.
Sin embargo aquellos que en un momento o circunstancia nos hicieron partícipes de su comportamiento, merecen ser recordados de tanto en tanto.
Por haber sido parte de los acontecimientos
ocurridos en nuestras vivencias, nuestras aventuras o nuestros pueblos.
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