
Corría el verano caluroso
de 1966. La canción inmortal, que sonaba alegrando la vida era, «Summer in
the City», en la que el grupo de ‘The Lovin’ Spoonful. Nos contaba de la
diferencia del verano. Viviendo en el centro de la ciudad. Rendidos por el
calor, la humedad y el asfalto. Cuando entre la trama y la melodía de aquel hit,
destacaba la gracia de su protagonista, para resolver la angustiosa situación,
que conseguía con la preciosa armonía de su música.
Los padres de Axel y
Drexler, decidieron que sus dos hijos pasarían el verano con su tía Juncal, que
hacía un par de años, había regresado a su país, y se había instalado en la
ciudad de Sayulita. Situada al sur de la costa de Nayarit Mexicana. En la
región de Bahía de Banderas. Pueblo mágico adornado por el océano de la costa del
Pacífico de Oaxaca.
Juncal, una mujer madura,
emigrada en su juventud desde Ciudad de México a Brisbane, por huir un poco del
control férreo de la familia. Fue a residir ni más ni menos que casi al otro
lado del mundo. En una ciudad con clima subtropical húmedo, de veranos
calurosos e inviernos templados. Que la acogió por espacio de quince años, arropándola
en la ciudad de Brisbane, la capital de Queensland. Que sin dudar es lugar que
posee todas las razones más efectivas para estar en la gloria.
La que huyendo se volvió
hacia su país de nacimiento, queriendo dejar atrás, aquello que ella escondía. Afincándose
en Sayulita, sola sin amigos ni contactos. Mujer que de regreso a su tierra, no
pasó por el Distrito Federal, olvidando contactar con parte de la familia. Tan solo
dio señales de su llegada a su hermano gemelo. Indalecio y su esposa, padres de
los niños que ella acogería aquel verano para pasar su estío.
Juncal, era una guapa
señora de casi cuarenta años, que se mantenía soltera, porque no le había
llegado aquella necesidad de enredarse con nadie. Ya que debido a su imagen y
su cuerpo. No le causaba grandes esfuerzos encontrar ligue con algún amigo o compañero,
para pasar una noche de sexo, sin necesidad del abono de un peaje al que ella,
no le convenía. En Brisbane, se había dedicado a la enseñanza del español en
una escuela de pijos, cargados de billetes a los que poco les importaba la
honradez. Ya que lo mismo enseñaba los artículos gramaticales, que sus pechos a
sus alumnos más creciditos. Se había acomodado en un pisito del centro de
Brisbane, y desarrollaba sus días cotidianos atareada con la docencia y la
indecencia nocturna. Que disimulada, llevaba con eficacia y libertad. Hasta que
en la clase de último grado, Williams Markévich, un menor de edad, hijo de un
magnate de la delegación Ucraniana, y allegado al Asamblea de la ciudad, se
encaprichó de ella, y ésta accediendo tuvieron relaciones amorosas, a espaldas
de los padres del alumno. Siendo todo en secreto, con encuentros en casa de la institutriz
Juncal, la que entonces, y con el roce y la práctica de una continuada sexualidad,
bebía los vientos por su discípulo. La enseñante de español, era en aquella
época una preciosa mujer de treinta y nueve años, y el imberbe Williams, tan
solo diecisiete primaveras.
Tanto gozo y contacto
tuvieron que Juncal, se quedó en cinta y desde aquel instante y por el miedo. La
imposibilidad de comenzar entre ellos dos como matrimonio, decidieron separarse
de mutuo acuerdo.
Seguir con sus vidas, apartados, como si nada hubiese ocurrido. Asumiendo Juncal momentáneamente, toda la responsabilidad maternal, dejando que naciera aquella criatura, sin menoscabo. El jovencito Williams, no podía responsabilizarse de nada, y ella tampoco quiso airear el tema, con lo que llegados los nueve meses, se convirtió en una mamá soltera al uso.
Cuestión que ella,
tampoco quería asumir de ningún modo. Sin embargo por humanidad, aquella madre,
dejó que su niña naciera con total normalidad y una vez llegó a este mundo, la
preciosa Domitila, se la cedió a regañadientes a su padre. El joven Willians, que
entonces ya había cumplido la mayoría de edad.
Desapareciendo ella, sin
ningún equipaje de la noche a la mañana, de la ciudad de Brisbane, de su
escuela, de su vida y de sus normas. Volviendo a su país de origen, sin pasar
por casa de sus padres, y afincándose cerca de la playa en un poblado precioso,
pero alejado de todo el mundanal ruido, para rehacer su vida. Cuestión y meta
que consiguió dedicándose en su nueva residencia a la creación de manualidades
y porqué no, dando clases de inglés a los niños de aquel departamento.
Indalecio y Carolina, hermano
y cuñada, padres de Axel y Drexler, llegaron aquella mañana a Sayulita, con sus
dos hijos y una preciosa niña. Agradeciendo al cielo el volver a tropezar
aquellos dos mellizos, que hacía años no se abrazaban. Lloraron de alegría y el
hermano contó a Juncal, mientras sus dos hijos paseaban por la vera de la
playa, con su nueva hermanita, que Carolina, su esposa. Había tenido problemas en
su último parto y se quedaron con las ganas de tener una hija. Una niña.
Deseos que ambos no
querían dejar pasar y por un milagro de la vida. Sin haber esperado demasiado
tiempo. Habían adoptado a una niña casi con tres años, proveniente de una
familia australiana, muy desarraigada. A la que la mala suerte le había dado la
espalda y se querían sacar de encima a la chiquilla. Con la excusa que su padre
la mal cuidaba, y despreciaba. Al haber dejado en cinta a una señorita, que desapareció,
al poco de nacer. Por la bendición del cielo, Indalecio en uno de los viajes
que hacía por negocios, conoció a la familia de un agregado ucraniano, que pretendía
ingresar en un hospicio a Domitila. Nieta del tal Markévich, y después de mucho
batallar y un buen fajo de dólares americanos, pudo traerse a la nena, para
quererla como se merecía.
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