Aquellas tres hermanas, tan desapegadas por la falta de cariño, pasaron sus días muy alejadas. Tanto que desde que comenzó el éxodo por huir del padre, perdieron casi la totalidad de trato y apego. Todas escaparon de la red de Don Teodosio, en cuanto cumplieron la mayoría de edad. Aguantar al tétrico y descentrado de su procreador, era tarea ardua para cualquiera de ellas. Acostumbradas a la intimidad, franqueza y la mano izquierda de la fallecida madre. Que dejó este mundo por una enfermedad mortal, que el padre no supo, no quiso o desatendió, con o sin alevosía. Aún y siendo en aquella época, licenciado en farmacia y pertenecer al personal sanitario del estado.
Concha, la primogénita voló del nido, con dirección a Zaragoza, posiblemente en los peores años políticos del país. Sin dar demasiadas explicaciones a nadie. Huyendo casi de madrugada, para cuando quisieran darse cuenta, estar fuera de la trágica periferia de la atrición, o de exigencias inoportunas que le retrasaran su escapada. Era una época difícil para los ciudadanos. Disturbios, líos y huelgas habidas en España. Las causantes posiblemente de los tumultos del año mil novecientos treinta. Justo cuando comenzaban las revueltas y sinsabores que derivaron con los años en la guerra.
Se instaló en la ciudad
del Pilar, y con sus dotes y preparación de enfermería la admitieron en el
entonces mejor dotado hospital de la ribera del Ebro.
Conociendo a Eduard Muth,
un soldado alemán que se recuperaba de unas heridas graves sucedidas en unas prácticas
bélicas, que celebraban en la zona. Persona que en principio se comunicaba con
la señorita Concha, por señas y gestos y con el buen hacer de la enfermera
riojana, llegaron pronto a tocarse la piel de forma diferente. Consiguieron sin demasiados esfuerzos entenderse con caricias, arrumacos, besos, y roces sensuales imparables.
Contrayendo matrimonio
antes de ser requerido por el ejército germano. Dejando Zaragoza y el Ebro, al
ser llamado a filas en el Frente Nacional Alemán.
Abandonaron la región de Aragón,
poco antes de que estallara la guerra. Trasladándose el matrimonio y su hijo
Carlos a vivir en Berlín.
Jamás se volvieron a reunir las tres hermanas en el mismo lugar, ni en otro que les permitiera granjear la hermandad olvidada.
Carmen, desvió su trayectoria hacia la Barcelona cosmopolita, con su futura inauguración de la Exposición Universal celebrada en los alrededores del año 1929. Donde conoció al que sería su esposo de por vida. Uniéndose a él, sin más cariño que prisa, y con el que celebró las pocas efemérides y alegrías, dadas las consecuencias de la época. La poca disposición de Antonio, y lo poco dado a los esfuerzos que se le presentaban, por su carácter de tímido social.
Consiguiendo una vez casados,
una planta baja, en una de las viviendas de protección. Edificadas hacía
poco, por motivos de dar cabida y alojamiento a la turba ingente de obreros,
que arribaban allende las regiones españolas.
Motivadas por la construcción
de la línea UNO de metro y de la ostentación de la feria internacional de
muestras. Se les concedió una casita en una de las zonas alejadas entonces, del
centro neurálgico de la capital. Donde vivieron hasta sus últimos días. Dando
por bueno lo poco que tenían y la holganza de tranquilidad que consiguieron a
lo largo de los años. Tuvieron cuatro hijas y un varón, criados en la templanza
de la casa, pero ni con esas consiguieron que se llevaran cuando menos bien.
Las envidias y los celos entre
ellos, las llevaron también a la distancia, al poco trato y a la desconfianza.
Marina, la más pequeña de
la saga y quizás la más enrevesada por carácter. Mezcla de su antecesor y su
madre, que fue una mujer desgajada, a la vez que valiente y despejada que no
supo enlazar aquellos hilos de las vidas de sus tres hijas y para cuando quiso
llegar, moría de forma no clara.
Por ello y algún oscuro detalle
más, que llevaba escondido en su fardel. Marina siendo la más joven de la saga,
huyó tras de un hombre, que le había bebido los sesos, mientras estuvo en el
pueblo donde residían. Un lozano varonil bastante alto, bien plantado que
buscaba una mujer apañada, con carnes prietas, y si podía estar en buena
posición, pues tanto mejor.
De profesión confusa,
pero aquel detalle no importaba. Por estar ocupado en uno de los puestos de
mando del cuartelillo, como guardia civil, que destinaban con urgencia a la
capital de Aragón, y Marina persiguiéndole, se escapó de aquella urbe.
Vivieron juntos poco
tiempo, ya que entonces el pertenecer a un cuerpo de seguridad del estado o ejército,
era necesario haber contraído matrimonio, con la mujer que se habitaba. Se casaron,
sin dar noticia a su familia. Tuvieron tres hijos, un varón y dos hembras.
Los cargos del empleo que
ostentaba Juan, lo llevaron a la provincia de Barcelona, donde coincidieron tan
solo media docena de veces, con su hermana Carmen, que ya estaba establecida en
la ciudad, desde hacía varios años.
Sin intentos de
acercamiento pasaban los lustros. Los hijos de ambas hermanas, pudieron tener
apego ni roce por lo que se criaron tan separados como si se tratara de
extraños. Completamente fueron personas desconocidas.
Concha una vez acabó la conflagración europea. Quedó sin su Eduardo. Las consecuencias de la guerra, la dejaron viuda, con Carlos su hijo en un país de costumbres muy diferentes, además de destruido. Con todo aquel bagaje migró a Francia, encontrando trabajo en un colegio de Lyon, donde conoció y se enredó con un andaluz muy seductor y gracioso, que le acompañó bastantes años de vida. Hasta que también lo despidió en el cementerio de Burdeos, una tarde inclemente de frío y nieve, dejándolo en la tierra, por causa de una enfermedad crítica.
Con Serafín, se había
quedado en cinta, y tuvieron un hijo que le puso el nombre de Luis. Hermanos que
no se entendieron jamás, primero por la diferencia de edad y después por
costumbres diametralmente opuestas. Carlos, hijo de Concha y Eduardo, migró de
nuevo a Hamburgo, donde tenía familia más afín a lo que conocía, dejando la
vida francesa y a su madre sin ningún contratiempo.
Concha jamás volvió a España, ni contactó en ningún momento con su hijo Carlos Muth, muriendo en tierras galas, acompañada de su Luis, que nunca la abandonó. Nadie supo de la muerte de Concha, al no precisar de direcciones para tales efectos. Con lo que sus hermanas, no conocieron el hecho, ni la causa. Sin echarla de menos.
Su hijo Luis, al cabo de
unas décadas, quiso conocer a sus primas españolas y en un viaje relámpago, se
acercó a Barcelona, pero no llegaron a cuajar las virtudes de aquellos jóvenes,
que ya no lo eran tanto, y jamás se volvieron a ver.
El primer hijo de Concha,
el que parió cuando estaba al lado de Eduard, Carlos, jamás fue conocido por la
familia de Carmen ni la de Marina. Teniendo por supuesto descendencia en
Hamburgo.
Perdiendo su pista de
pro. Sin que ninguna de las primas, ni familiares quisieran saber del muchacho.
Juan y Marina, también
hicieron sus vidas al margen de hermanos, primos y sobrinos, conectando muy
rara vez con la otra parte de familia. La perteneciente a su hermana Carmen,
con la que no tenían apego ninguno, y encontrándose en ciertas ocasiones, que
fueron muy escasas.
Las hijas de Marina,
tomaron caminos diversos. La mayor también festejó con un guardia, y fueron
destinados a lugares ignotos, para sus padres y hermanos y se les perdió la
pista. Eduardo Juan, el hijo de Marina, se quedó en una población de la ribera
del Llobregat, y contrajo matrimonio con una señorita sencilla y muy válida,
que le acompañó durante sus días. Tuvieron dos hijos los cuales jamás,
conocieron de la existencia de unos primos que tenían en el mismo pueblo y
mucho menos en Francia y Alemania.
Un buen día uno de los
nietos de Carmen, que pertenecía a una asociación Genealogista, y solía
entretenerse con la búsqueda de sus antepasados, descubrió que por su adn,
enviado hacía meses al consorcio de hallazgos. Habían detectado parte de sus
genes en la ciudad de Hamburgo, Berlín, Paris, Lyon y Burdeos, en proporciones
diminutas pero con la posibilidad de tener primos alejados en aquellos lugares.
Los que le contaron la
verdadera historia de aquella familia, que por no hablar, y no quererse pasaron
anónimamente por la vida, sin tratarse.
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