viernes, 28 de febrero de 2025

La bañista desnuda.

 



Amina era una mujer, que estaba entrando en la madurez física, aunque la razón y el criterio jamás lo había perdido. Desde que lo urdió a los pocos años de disfrutar de su juventud y recién entrada en la pubertad.

Era una joven práctica, analítica y decidida, que tenía su particular modo de pensar. Muy ajustado a la realidad y a sus vivencias, respetando el parecer de los demás, pero obcecada en sus principios, que no los modificaba fácilmente. Detalles importantes para ella, cosa que a muchos de los componentes de su familia no le agradaba, y menos gracia, les causaba a la mayoría de sus amistades.

No llegaba a padecer depresión pero si, comenzaba a desesperarse por su vida sentimental, que no era la propicia para una señorita de treinta años. Sin ser una diosa del olimpo pero tampoco era una mujer a la que costara mirarla.  Sin embargo todos los que se le acercaban era sin más, para ofenderla.

En cuanto la conocían, y la trataban pretendían a toda costa, convencerla y seducirla con pocos argumentos para llevarla al tálamo, y disfrutar de sus carnes atractivas, sin más intención. Tampoco rechazaría Amina, llegado el momento ese choque de su cuerpo en combate sexual, con el de alguien al que a ella le apeteciera.

Siendo una hermosa fémina sin duda, en edad de merecer y muy puesta en el mundo de las conveniencias. No era una mujer pávida, ni acomplejada. Accediendo a los deseos que le solicitaran, siempre que el proponente la sedujera con gracia, ofreciera amistad, o fuese persona a la que pudiera escuchar por su agrado y tener la posibilidad de quedar para salir en futuras ocasiones.

Además de acceder, llegado el caso y sus deseos, por el simple hecho de la seducción o las ganas de relacionarse con varón apetecible.

Todos los proponentes feos y desgarbados, que se le acercaban y que le proponían plan, eran atrevidos, y se creían con derecho a roce, porque Amina, tenía un tic nervioso en la vista, que solía guiñar el ojo, a toda persona que le miraba fijamente a la cara, y no desviaba la vista a tiempo.

Por supuesto se acrecentaba el gesto del ojo, con aquellos que le caían fenomenalmente bien, o encontraba atractivos, como para llevarlos al catre y darles un revolcón. Gesto que tan solo le funcionaba con la clase de individuos que ella despreciaba. Los hombres que a ella le entusiasmaban, discretos, inteligentes, sobrios, serenos y sobre todo leales, no se atrevían a entrarle, por urbanidad y educación.

No había tenido la suerte, que tienen otras chicas más divertidas y alocadas. Ahora contaba con casi treinta y un años y estaba de buen ver. Aunque al mirarse al espejo se encontraba algo llenita, detalle que le preocupaba, porque pensaba que le hacía perder la línea y asustaba a los chicos que a Amina podían encumbrarla.

Poco a poco, se iba desinflando con las escasas posibilidades, que creía contaba. Sumado al aburrimiento que exhibía, por ir siempre sola a los estrenos de cine, al teatro, a los conciertos del Gran Combo, cuando visitaban su ciudad, y sobre todo a nadar en solitario por la bahía blanca de la Guajira Colombiana.


 

Recreo que se daba casi cada atardecer al ir anocheciendo, y ya no había gente en las arenas claras de las playas del litoral. Pudiéndose bañar completamente desnuda y despreocupada bajo la luz lunar. Tal y como Dios la trajo al mundo. En cueros. ¡Eso sí, un poco más crecidita!

Aquel viernes a última hora, cerca del crepúsculo, Amina aparcó su utilitario en el paseo de las Estrellas, nombre que se le daba a la avenida principal de la playa central de su ciudad. Ajustó los espejos retrovisores recogidos y tomando su bolsa y su toalla, se encaminó feliz al arrecife, para desquitarse de su chilaba y su ropa íntima. Dejándola superpuesta sobre el saliente de una roca, denominada ordinariamente por el pueblo como el “Peñasco de la pasión.”

Una vez se ubicó en el lugar, miró alrededor para garantizar que no había mirones. Se desnudó y sin más y a la carrera, entró en aquellas aguas, que aquel atardecer se mostraban muy agresivas y peligrosas.

Comenzó a nadar hacia el interior de un mar, que parecía sereno con tonos azules turquesa, que le despertaba la ilusión de sentir las cálidas aguas saladas en su piel tersa y melosa. Cuando quiso dar marcha atrás en su nadar, aquellas corrientes la arrastraban con una enorme fuerza hacia las profundidades. Sin que Amina, queriendo subsanar aquellas inconveniencias, pudiera evadirse de aquella atracción hacia las profundas aguas de aquel Océano, que criminal la absorbía.

Sobre el puente del atracadero, paseaba tranquilo el doctor Juliano Delgado Torquemada, especialista cardiólogo, del Centro Hospitalario General, el que desde lejos pudo observar la fiereza de la corriente y en la forma con que estaba engullendo en sus aguas a una persona, que en lo lejano, no podía precisar de quien se trataba.

Creyendo en principio que era un niño jovencito, por los ademanes que hacía de vez en cuando, por si alguien pudiera darse cuenta de la peligrosa situación en que se encontraba.

La noche estaba a punto de caer sobre la playa, y Juliano no podía dejar de atender aquella premura, que observó desde el viaducto, con lo que se acercó al muelle y consiguió hacerse con una fuera borda, que arrendó.

Echándose a la mar en busca del que creía era un infante a punto de perecer ahogado.

El doctor Delgado, fue en su tiempo un experto militar destacado en las Malvinas, condecorado por diversos salvamentos relevantes, en el campo de la estrategia, como en el del quirófano. Que le reportaron cierta fama dentro de su carrera médico militar, con lo que el arte de la navegación no le venía de nuevo y gracias a ello. Pudo llegar a la altura de la bañista desvalida y sin que ella, pudiera ni darse cuenta de la ayuda que iba a recibir. Fue rescatada por los fuertes brazos del cardiólogo, que al atraer hacia si aquel cuerpo, no correspondía al físico de un niño. Todo lo contrario. Pertenecía a una mujer, hecha y formada, que en principio pensó quería suicidarse.

 

Al embarcarla, notó que no llevaba ningún trapo que la tapara, con lo que él mismo, la proveyó de su camisa para cubrirle los genitales. Asintiendo por su experiencia, no se trataba de un cuerpo deforme, que correspondía a una fémina, poco más allá de la treintena. Arropándola de forma conveniente, para evitar congelaciones.

Amina, no sabía que sucedía, ni que había sido redimida.

En su arrojo, perdió la viveza, y a punto de tener un desliz, fue rescatada por dos brazos, que la brotaron de aquellas aguas belicosas.

Una vez estuvo a bordo, el doctor tuvo que practicarle la respiración artificial, con el boca a boca. Hasta que aquella morena de cabello endrino, recobró la vida, que la perdía a chorros momentos antes.

Cuando Amina intentaba agarrarse a la vida. Protagonizó por unos instantes de un escenario escueto y fugaz. Recordó vagamente lo que creía era una fantasía, de sus últimos minutos de existencia. Se vio refleja en imágenes discontinuas. Besada brutalmente por un hombre que le abría la boca y con su lengua, le apartaba la suya para colocarle aire.

 

Confundiendo ese gesto de salvamento hecho por el doctor, como un deseo sensual hacia ella. Notaba que la tenia asida fuertemente mientras estaba aquel caballero sobre sus caderas. Encima de su cuerpo. Palpándole los pechos y apretando su estómago para provocar e irrumpir en que arrojara toda el agua salada que llevaba dentro.

Pulsando fuertemente su abdomen y abriéndole las fauces para seguir metiéndole aire que destaponara la tráquea.

Detalles que ella confundió como un acto de abuso y violación, que aceptaba de buen grado. Pronto tuvo reacción, arrojó el agua y la bilis restante, recobrando su aliento y fue tomando las pulsaciones reguladas.

Una vez que Juliano, comprobó que aquel cuerpo se erguía, se apartó y la dejó que se repusiera. Sentada sobre un borde saliente de la barcaza, Amina se notó desnuda, y despreocupada, esperando que aquel marino, le explicara que es lo que había sido de sus últimos diez minutos de existencia.

No lo resistió. El cansancio y la escasa inhalación la volvió a vencer, cuando el doctor Delgado iba a comunicarle lo que había ocurrido.

Amina, se desplomó de nuevo quedando desmayada. Completamente desvaída y fuera de su control mental.

Ya instalada y segura, camino del malecón, comenzó a musitar frases inconexas, e ininteligibles parafraseando, y delirando en voz alta. Pudiendo aquel cirujano enterarse de su nombre y que es lo que pasó. ¿Por qué estaba bañándose en el mar, en aquellas horas?, Cuando culminaba el atardecer. Sin compañía, sin saber más de aquella morena, que hablaba en tinieblas, contando confusiones.

En cuanto llegaron al muelle, Juliano y los enfermeros bajaron el cuerpo de la joven. Los servicios de emergencias ya estaban a la espera, y se dispuso un rápido traslado de la desconocida al hospital y poder atender su indisposición.

El joven cirujano, el doctor Delgado, acompañó en todo momento a la sonámbula enterándose de toda la historia que ella derivaba de sus propias confusiones y de pronto comenzó a pronosticar.

 

—Me llaman Amina, pero realmente estoy registrada como Minerva Rodríguez. Soy abogada de profesión. Trabajo en el bufete de Embajadores & Asociados, y mis aficiones son los conciertos, el teatro y sobre todas mis devociones, salir a nadar. A ser posible en horas intempestivas completamente desnuda en el mar... ¡Si, como lo describo. Así. Desnuda integral!

Hoy he salido como de costumbre con mi utilitario, el que he dejado aparcado en la Avenida principal. Guardando mi toalla verde, junto a mi chilaba, entre los salientes del Peñasco de la Pasión. Tapando y reservando mis sujetadores y bragas y he entrado en el mar abierto a nadar.

Me ha sorprendido la muerte cuando braceaba hacia el Faro de la Punta y casi seguro he muerto. Creo que estoy difunta, porque no me noto físicamente. No tengo fuerza en mi cuerpo, y juraría que antes de dejar esta vida, llegaron muy a destiempo los servicios de salvamento. Que por cierto—, lo soltó con gracia.

—El Dios del cielo, me ha enviado, cuando no podía enamorarlo a un hombre, fornido, guapo y hasta educado, que ha sabido tratarme y tapar mi desnudez. Entre visiones creo haber detectado que se me comía con los ojos, hasta que me ha tapado con su amplia camisa. Sin pensarlo dos veces me ha besado de una forma varonil, que me ha encantado.

Intentando salvarme y rescatar mis restos, evitando los devorara cualquiera de los tiburones que sortean estas aguas.

 


Cuando Amina despertó en la sala de Urgencias del Centro Hospitalario General, las enfermeras la atendieron y poco a poco fue reactivando su recuerdo.

Entre sus enseres tan solo había una camisa blanca bordada con el nombre de Juliano. Junto a ella, una bolsa que contenía una toalla, una chilaba y la ropa interior de Amina. Su documentación, asida a unas llaves de un Toyota Capri.

 


Autor: Emilio Moreno
final de febrero de 2025 
Gracias por leer mis relatos

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