Esta historia la recordaba una anciana, conocida por Frida, compañera de la escuela y componente del grupito de amigos de Nerea, que ahora estaban ambas recluidas y compartían una habitación en la Residencia para octogenarios de Villarrobledo.
Explicaba Frida a los
sobrinos de Nerea ya con el Alzheimer muy avanzado, detalles de los secretos de
su tía carnal, que se llevaba sin dudar a la tumba. Pormenores que aquellos sucesores
desconocían de la vida de la hermana de su madre, aun y conociendo que la
mentira había protagonizado la vida de aquella residente que visitaban.
Comenzando la compañera
de habitación su relato, con sus deficiencias respiratorias y sus vacíos de
recordaciones.
Tras haber conocido y sufrido
durante gran parte de su vida las falsedades y ficciones de una mujer muy próxima,
— comenzó a relatar aquella abuela.
— Fui amiga de la infancia, pertenecimos al conjunto de compañeros
de la quinta del año de nacimiento de 1958.
La clásica
Peña de colegas, que se daba antaño. De donde acopió muchas de las
incertidumbres que sembró complicando a las que decían eran amistades de la
infancia. Cuando Nerea Risuelo abría la boca, era sin más para dos cosas. La primera
para tragar, y la primordial e insoportable para pronunciar alguna mentira de
su cosecha.
Daba igual,
de lo que se hablara, comentara o tratara. De lo que fuera. ¡Mentía!
Además maliciosamente
disfrutaba sabiendo que estaba injuriando al ofendido, y eso le producía una
especie de placer especial. Todo ello agregado a que tampoco gozaba de
suficiente instrucción académica, ni podía presumir de tener sus cabales al
cien por ciento. Hizo
un alto en el relato Frida, para repensar muy bien lo que iba a contar, que no
le complicara la poca vida que le quedaba, y amparada por las miradas, de la
propia Nerea completamente ida, y de la sobrina de la interfecta que le invitó
a que no se callara ni el más pequeño de los detalles, prosiguió.
— Todos la mal
soportaban, con desidia, y cuidado. Porque la falsa y cordial mujer, se quedaba
con todo lo que se disertaba, para llevarlo a otros foros, con su peculiar
disimulo y firma. Sin pensar que hacía mucho daño al prójimo. Así que la tenían
calada y cuando estaba presente, se hablaba del tiempo, de exageraciones para
que ella al transmitirlas aun fueran más escandalosas. De la ropa que se usaba
en sus dominios y en definitiva de nada de importancia. Ya que ella, con su
desquicio por cambiar las realidades podía generar una guerra. Respiró Frida, con cautela y observó
alrededor, intentando ver las caras de sospecha que arrojaba su relato, y de
nuevo arrancó.
— En sus
años verdes, no cuajaba con ningún muchacho, ni tío que se le acercara. En cuanto
la trataban y notaban, la de falsedades que decía sin ton ni son. Se esfumaban.
Con lo que procuraban
aprovecharse de sus carnes y una vez la usaban, la abandonaban con la alegría
que se olvida un mal dolor. Sin excusas, le exponían sus faltas y no había más
pretextos para dejarla al pie de los caballos. Como además no llegaba a comprender
que no era persona sensata ni de fiar, imaginaba que había sido una suerte para
ella, despegarse de unas personas, tan idealistas, y tan reales, que veían la
vida sin mentir ni faltar a la verdad. Se paró en seco para
tomar aire y retomar los recuerdos enlatados de aquellos años.
— Alguno de los colegas de su quinta, se había aprovechado
de Nerea llevándola a la cama, pero después lo pagaban caro. Por la develación
de secretos de alcoba. Barbaridades impensables de imaginaciones inventadas y las
ficciones irreales que salían por aquella boca tenebrosa.
Ya que lo contaba
sin ningún reparo, con preferencia y sobre todo a las amigas. Como presumiendo de
una hazaña, que otras no podían conseguir.
El haber
desnudado en un colchón mullido a sotanito, dando detalles de fulanito. Descubriendo
que no era ágil en el catre, que no podía presumir de potencia y de cumbres
duras sin tenerlas. Destilando y supurando líquenes como un alambique, en
cuanto veía la canalilla de unas tetas. Relatando de menganito que engañaba a
primera vista. Por no ser lo demasiado hombruno, como para meterse en la cama y
hacer disfrutar a una mujerona como ella.
Describiendo
sus gustos y disgustos. De los voluntarios que pasaron por sus piernas y a los
que ella les había bajado sus prendas interiores, sus calzoncillos para que
quede claro.
Siempre exagerando
con sus falsedades y sus ficciones. Con ello daba vidilla a las conversaciones
que mantenía con nosotras. Aquellas que decíamos ser sus amigas, y tan solo la usábamos
para enterarnos de los secretos de su sexo. De prácticamente la mitad de los
colegas de la peña, que son los que la montaron, según ella.
Viendo que
no le daban agua. Aquellos a los que a ella le convenía, se buscó con la
complacencia de su madre, un rollo, que a la postre las llevó a las dos a los
tribunales.
Protagonizando
una película bastante agria, con un señor de edad madura, y creyendo que entre
las dos favorecerían la marcha, para que aquel caballero se enamorara de Nerea,
y pudiera hacerle vivir como una reina. Suspiró la relatora
Frida, y se enjuagó los labios para añadir por su cuenta, que era una pobre embustera
empedernida y su madre, aún la arrojó más si cabe en garras de los leones. Hecha
esta glosa, siguió describiendo.
— Comenzaron
con un plan macabro. Lo primero fue acaramelar al desconocido y engatusarlo con
buenas palabras, y claro. Aparecieron sus mentiras. Dejándose tocar sin miramiento,
por aquel personaje anónimo, que estaba jugando con las mismas cartas que
Nerea.
No puso
resistencia en conseguir que Pepe, les metiera mano a ella y a la madre, dejándose
maquinar ambas.
Una como
protagonista del sexo y la otra como alcahueta que preparaba las acciones mas
disolutas posibles. Algo diferente que hiciera que el tal Pepe Lenz, perdiera
el oremos con aquel par de meucas.
El inconsciente
engañado se dejó llevar para conseguir protagonizar el papel de engañador, hasta
que entre las dos maquiavélicas lo pelaron sin tijeras, y sin heridas físicas
aparentes.
Exclusivamente
yendo al cajero bancario. Mientras una lo tenía desnudo sobre la colcha, la
otra paseaba sin prisa y con su tarjeta sacaba efectivo. Poco a poco, en varios
encuentros, fueron sustrayendo dinero. En cantidades moderadas, que al
repetirse tantas veces, creó mella en la cuenta corriente del amigo Pepe Lenz.
Nombre falso
que les dio a las dos mujeres y que a ellas no les importaba para nada si su
nombre era el real o aparente.
Un caballero
divorciado, muy añoso, que llevaba doble vida.
Tenía su
familia desperdigada en un pueblo. El que jamás les descubrió y ellas se
percataron cuando se le escapó el dato. Confesado de sopetón, desnudo y en
cueros al lado de la madre de Nerea, que era la medianera entre Pepe, y su
hija.
Detuvo su leyenda, para
beber agua, y observar si lo que contaba llegaba en buena forma a los herederos
de Nerea, que callados, escuchaban aquellas manifestaciones desconocidas y jamás
reveladas por la singular tía.
— El pueblo
de residencia de la familia del falso señor Lenz, no estaba demasiado lejos, pero
por aquello de no dar sus credenciales, venia y volvía cada vez que quería
fornicarse a la embustera Nerea, y juguetear con su madre. En esparcimientos sexuales
tan eróticos, como practicaba con su hija. Que según contaron estaban fuera de norma
y muy desangelados.
Aquellas mujeres
creían que el amigo Pepe era tonto, que no daba más de sí, y fueron poco a poco
minándolo hasta que le provocaron entre ambas, un ataque que parecía lo había
fulminado. Siendo realmente un episodio de pérdida del conocimiento
pasajero. Algo que le sucedía al pobre desgraciado,
y que no revelaba a nadie. Creyendo siempre, que sería la última vez que le
ocurriría.
Aquel día,
el señor Lenz quedó aparentemente muerto en brazos de la mamá de Nerea, después
de provocarle un exceso de vibración.
Al llegar
la hija y encontrarse el panorama, creyendo que estaba muerto, comenzaron a
generar unas pesquisas para sacarle de la cuenta corriente, todo lo que no habían
podido. Después ya pensarían que hacían con el cuerpo inerte.
Mientras
ellas filtraban el plan, el macilento mórbido, volvió a la vida y presenció
toda la trama que aquellas mujeres le estaban pertrechando.
Con lo que
le convino pasar momentáneamente por difunto y escuchar encima de aquel lecho
desabrido, todas las tropelías que la buena de Nerea, le proponía a su madre,
para conseguir todo lo que aun no le habían podido sacar al burlado, que les engañaba
inerte sobre aquel colchón.
La embustera
de Nerea, quiso llegar a más, y creyendo que el apartamento donde se
encontraban para sus planes de fornicación, era de propiedad del falso Pepe
Lenz, imaginaron en quedarse con la vivienda, ya que a las dos fieras, aquella
zona de la población les encantaba.
Una vez
habían urdido el plan madre e hija, punto por punto, y sin esperarlo, apareció de
sopetón el epiléptico, que se alzó súbitamente de aquel catre de repente.
Exigiendo explicaciones
a las dos malandrinas. Que siendo tan falsas y embusteras, comenzaron a
inventarse una historia muy diferente a lo sucedido.
Defendiendo
frente a los juzgados de instrucción, con los cargos de apropiación indebida de
capital.
Cuando los sobrinos
salieron de la residencia, pusieron en duda mucha de las historias que Frida
les había contado, alegando que cuando Nerea, y su madre estaban en los años exultantes,
no existían ni cajeros, ni tarjetas, ni gente que se creyera la mitad de lo
escuchado, llegando a la conclusión, que de embusteros está el mundo repleto.
Mientras en la sala de
visitas de aquella residencia, Frida, le decía a su amiga Nerea.
— No te
apures, se lo han tragado todo. Le
dijo Frida, a la que contestaba Nerea.
— Tú crees,
no sé yo, mi sobrina es una arpía, como lo era mi hermana.
— He seguido
tus instrucciones, —dijo
su amiga.
— y la
verdad, que has hecho el papel de inconsciente, que parecías ida de verdad.
Igual no
heredan nada de lo que guardas. Con la salud que tienes tan fuerte, igual los
entierras primero.
Autor: Emilio Moreno
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