Aquel científico
maduro, muy profesional y selectivo, llamado Sean Kanter, tuvo que atender a
una tal Noelia, y tomarle declaración, después de ser detenida por los muchos
delitos que produjo en los cinco últimos años.
Era un tipo
raro de mujer. Una dama que por lo visto, según decían los psiquiatras, tenía
hasta cuatro personalidades diferentes, en su propia estructura femenina. Lo que
le llevaba a ser, según se despertaba cada día, la mujer que más ambicionaba.
Su franja
de actuación iba desde un ente o persona coherente, a otra entidad, que incluso
podía seguir las normas de la delincuencia. Sin freno ni cortapisa, pudiendo
incluso delinquir en un mismo día más de una vez.
Hacía unos
meses que estaba presa en las dependencias de la cárcel de mujeres, Women with crimes. Que traducido a la
vulgaridad, no era otro lugar que la prisión donde ingresaban a las mujeres con
delitos.
Aquel
doctor en psicología e investigador quiso recabar la consecuencia de la
gravedad de lo que le imputaban a la supuesta Noelia y fue a visitarla al
penal.
Un lugar
donde no se podía acceder fácilmente, por sus métodos especiales de guarda y
custodia y todas las consecuencias que derivan de la seguridad de los
malhechores.
La fueron a
buscar a la celda número noventa, que estaba en el noveno piso de la penitenciaría
y la llevaron a una sala especial de torturas, para un tercer grado.
Vigilada
por cámaras y por celadores muy habituados a los intentos de evasión, la
controlaban por no saber las artimañas que poseía aquella especie de dangerous
woman.
Míster Sean
Kanter, y su equipo esperaban hasta que apareció aquella reclusa, que la
sentaron frente a ellos, debidamente esposada. Manteniéndose, los allí
presentes, durante un par de segundos sin decir palabra.
En aquella declaración
oficial, preparada con antelación, en una tarde de miércoles, desde las
dependencias carcelarias, intentaban sacar en claro los delitos por los que se
le acusaba a la convicta.
Todos sentados
alrededor de una mesa cuadrada, y en dos sillas metálicas asidas al suelo,
pretendían averiguar la verdad, en la interrogación que frente a frente se iba
a suceder. Los lugares grises, ocupados con toda su enjundia y entre las mismas,
una tal Noelia, protagonista de las muchas personalidades. El licenciado se
presentó y acto seguido le dijo que sería su defensor, y para ello tenía que
hacerle una interpelación de todo lo que le sucedía. Con lo que le cedió la
opción de explicarse.
Iniciando
Noelia su presentación.
—Mi marido
es muy diminuto. Eso sí muy listo. Ya no le aguanto. Se ha quedado a vivir en Oklahoma
por miedo a que lo asesine. El abogado le inquirió preguntando.
—pero…
vamos a ver. Usted no vivía en Sevilla.
—Yo puedo
vivir algún día en New York, y otros en Buenos Aires, o Sevilla. Según
despierte, y me llame.
—que quiere
decir según me despierte o me llame.
La acusada,
sin cortedades ni sobre exposiciones, lo miró con desprecio y le dijo.
— ¡Si claro!,
hoy me llamo Noelia, y vivo en Oklahoma, pero el lunes desperté en la calle
Corrientes de Buenos Aires, y me llamaban Olga. Hace unos días amanecí en
Sevilla y entonces mi gracia era Lucía, y no le cuento si me despiertan en Berlín.
¡Ya ve usted!
—Con qué
otros nombres puedes notarte aludida. —preguntó el psiquiatra, desconcertado. —Pues
mire usted, depende del lugar donde resido. Si amanezco en Sevilla, me llamo tal
y si despierto en New York soy Leidy Franchini.
—Me está diciendo,
que tiene familia en los cuatro ¿lugares?
—Solo en
Sevilla. Allí tengo un hijo que vive con Frasquito, mi marido, que es muy
chiquitín. Y está mal de los nervios.
—Quien,
está mal de los nervios. —preguntó Sean, atolondrado.
—Mi hijo.
El pobre, está casi desquiciado, por la infancia sufrida, con su madre.
—¿Con su
madre.? —volvió a recabar el abogado interpelando aquella respuesta.
—Pero vamos
a ver. No es usted. Su madre. En qué quedamos.
—Yo hago de
madre, cuando vivo en Sevilla, pero después, él se queda huérfano.
El
licenciado dejó que aquella demente, hablara para valorarla y puso toda su
concentración en lo que conversaba. Sin precisar que estaba interpretando una
odisea sin parangón, difícil por otra parte de comprender, pero visionando que
estaba como una regadera.
—Yo estoy
enferma y no puedo con esta vida. Allí en la residencia donde me han ingresado,
estoy en la gloria. No quiero moverme del lugar. Es un apartamento reducido,
pero coqueto. Está en el número noventa del último piso, cruzando el pasillo a
la izquierda. No pago teléfono, ni agua, me traen la comida en bandeja cuando
tengo hambre. ¡que más puedo pedir! No lo cree usted así, padre cura.
Hizo un
inciso, y volvió a cambiar de personalidad, entrando en el cuerpo de Olga.
Vine desde
mi pueblo a ver a mi hija y buscando. Encontramos lo que buscaba, que es ni más
ni menos, que esto.
—Pero
señora, ¡vamos a ver!, me acaba de decir que tiene un hijo y ahora me salta con
que ha venido a visitar a su hija. ‘¡Aclárese!
Marcando el
perímetro, donde creía que estaba, aquella mujer comenzó a temblar, y con un
raciocinio exultante y con todo lujo de detalles, insinuó, sin orden ni
concierto. Haciendo pausas de cuando en vez, para poder ordenar sus ideas y
descentrar a los psicólogos, haciendo que se confundieran cada vez un poco más.
Por su
lenguaje, pronunciación y léxico demostraba las faltas que la mujer padecía y detentaba.
El grado
de su dolencia, no lo habían equilibrado de momento.
Los médicos,
no sabían a ciencia cierta, si estaba fingiendo. Dada la capacidad mental de la
mujer, y sus dotes de interpretación. Yendo desde el final al principio de su
explicación y dejando muchos puntos inconexos, adrede y con el fin de que la
designaran incapaz.
Dando
detalles de las ciudades donde decía que residía. Interpretación que
posibilitaba la diagnosticaran con locura total, y así poder evitar entre
muchas cosas, todo lo que el juez, llegado el momento, pudiera infringirle por
castigo.
Estaba
acusada de haber asesinado a tres hombres, uno en cada lugar donde decía había
vivido.
Cuando
en su realidad, no se movía de Sevilla. Ciudad donde encontraron tres cadáveres
relacionados con alguien parecido a ella, y resultando todas las pruebas
efectuadas que fue la misma, que ahora decía tener cuatro personalidades.
Siendo
según los indicios probatorios, fue la autora de haberlos decapitado.
En
la cárcel le habían hecho un corte de pelo de presidiario. Estilo doble cero, y
según ella se encontraba, divinamente en la institución.
A todo
el mundo felicitaba, mostrando al prójimo ser un ser angelical.
Con
las monjas del internado, estaba encantada. No dándose en recíproco esa
sensación. Ya que las religiosas, le temían, por su agresividad cariñosa y a la
vez agresiva.
Una vez
finalizado el receso que habían predispuesto los médicos volvieron a la
interrogación preliminar.
—Sabe que
tengo tres hijos—anunció la acusada y prosiguió.
—Uno está
en Bélgica. Invocaba pasándose la lengua por el paladar fungiendo los labios. —Otra
la tengo aquí. Comentaba sin indicar la ciudad y se santiguaba con mucha fe, y
seguía relamiéndose.
—Pobrecita
trabaja mucho. Es muy limpia, tiene dos hijos—siguió argumentando, como si
estuviera en la sala de espera del dentista.
—Mire usted
vive cerquita de aquí. Con avión llega en no menos de cinco horas. Viene a
verme, frecuentemente. Cuando puede. Ahora hace dos años, que no nos vemos. Tiene
mucha faena y es muy limpia. Se gana la vida, en la cama. Con el amor de los hombres
que la visitan, y le dan cariño.
Aquella mujer
todo lo decía en voz alta, sin embargo hablaba para sí misma. Ya que nadie le
hacía una sola pregunta.
Una de las
veces que fue interrumpida, por Sean Kanter que le exigió dejara de hablar de
Lucía, y le contara detalles de Noelia, de Franchini y de Olga. Se violentó,
como si le hubieran quemado con una tea encendida, llenándosele las cuencas de
los ojos de ira y de rabia contenida.
Al momento,
como si hubiese habido una transformación radical, le cambió el tono de voz y se
destapó un tanto la pechera, mostrando casi los senos, para decir.
— Si no me
llamara Franchini, y fuera una Leidy de categoría. Respetada en esta parte de
América, más de uno saldría malparado. Entre ellos, tu. Que eres un tipo
despreciable y rencoroso.
Al momento
se calmó y con otra inflexión diferente, y un acento anglosajón comentó.
—Nadie puede
discutir que soy la mejor cirujana plástica de Nueva York, y se difuminaba su
cháchara, dejando de ser Leidy Franchini, para pasar a ser Olga, la bonaerense.
Aquella que bailaba los tangos con el propio Canciller de la Argentina, la
misma que operó a un tal Atahualpa, de flaccidez estomacal.
Los doctores
dieron por finalizada la sesión, firmando los documentos de chifladura
transitoria permanente, y la llevaron a su celda, la noventa del noveno piso de
la cárcel.
Esperando el
juicio tras aquella prueba de comportamiento.
Cuando quedó
a solas en su celda, el ataque de risa contraído que mantuvo con ella misma,
fue silencioso. Disfrutándolo a placer, al creer que había engañado a los
psiquiatras con su comportamiento engañoso.
—Menos mal,
que no me ven, ni me han grabado. Estos licenciados, parecen memos.
Se han
tragado lo que les he dicho. Si mi padre, el gran mago de Tomelloso, levantara
la cabeza, sabría que soy mejor actriz que él. Siguió hablando para consigo.
—A ver como
acaba todo esto, que me da, me encierran con grilletes
Declarándose
a sí misma, en su soledad, o quizás en su locura, inocente.
Que realmente
se llama Ángela, y que jamás ha matado ni a una mosca. Que no sabe ni donde se
encuentra, ni si ha cenado, que le gustaría tomarse un café y ver una película
de Humphrey Bogart.
Tan solo
hace lo que hace, por llamar la atención de su hija, que vive en la Rambla de
la Riera y no la visita ni en broma.
No conoce Sevilla,
ni ha estado en Buenos Aires, ni sabe lo que es Oklahoma.
Que todo lo
hace, para llamar la atención de su Purita, que la tiene olvidada, y si la
condenan a muerte, por esos asesinatos que jamás cometió. Igual le hacen un
favor y se quita de en medio, al dejar de padecer.
autor: Emilio Moreno
Sant Boi, 21 enero 2025.
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