martes, 21 de enero de 2025

Las cuatro personalidades de Ángela.

 









Aquel científico maduro, muy profesional y selectivo, llamado Sean Kanter, tuvo que atender a una tal Noelia, y tomarle declaración, después de ser detenida por los muchos delitos que produjo en los cinco últimos años.

Era un tipo raro de mujer. Una dama que por lo visto, según decían los psiquiatras, tenía hasta cuatro personalidades diferentes, en su propia estructura femenina. Lo que le llevaba a ser, según se despertaba cada día, la mujer que más ambicionaba.

Su franja de actuación iba desde un ente o persona coherente, a otra entidad, que incluso podía seguir las normas de la delincuencia. Sin freno ni cortapisa, pudiendo incluso delinquir en un mismo día más de una vez.

Hacía unos meses que estaba presa en las dependencias de la cárcel de mujeres, Women with crimes. Que traducido a la vulgaridad, no era otro lugar que la prisión donde ingresaban a las mujeres con delitos.

Aquel doctor en psicología e investigador quiso recabar la consecuencia de la gravedad de lo que le imputaban a la supuesta Noelia y fue a visitarla al penal.

Un lugar donde no se podía acceder fácilmente, por sus métodos especiales de guarda y custodia y todas las consecuencias que derivan de la seguridad de los malhechores.

La fueron a buscar a la celda número noventa, que estaba en el noveno piso de la penitenciaría y la llevaron a una sala especial de torturas, para un tercer grado.

Vigilada por cámaras y por celadores muy habituados a los intentos de evasión, la controlaban por no saber las artimañas que poseía aquella especie de dangerous woman.

Míster Sean Kanter, y su equipo esperaban hasta que apareció aquella reclusa, que la sentaron frente a ellos, debidamente esposada. Manteniéndose, los allí presentes, durante un par de segundos sin decir palabra.

En aquella declaración oficial, preparada con antelación, en una tarde de miércoles, desde las dependencias carcelarias, intentaban sacar en claro los delitos por los que se le acusaba a la convicta.

Todos sentados alrededor de una mesa cuadrada, y en dos sillas metálicas asidas al suelo, pretendían averiguar la verdad, en la interrogación que frente a frente se iba a suceder. Los lugares grises, ocupados con toda su enjundia y entre las mismas, una tal Noelia, protagonista de las muchas personalidades. El licenciado se presentó y acto seguido le dijo que sería su defensor, y para ello tenía que hacerle una interpelación de todo lo que le sucedía. Con lo que le cedió la opción de explicarse.

Iniciando Noelia su presentación.

—Mi marido es muy diminuto. Eso sí muy listo. Ya no le aguanto. Se ha quedado a vivir en Oklahoma por miedo a que lo asesine. El abogado le inquirió preguntando.

—pero… vamos a ver. Usted no vivía en Sevilla.

—Yo puedo vivir algún día en New York, y otros en Buenos Aires, o Sevilla. Según despierte, y me llame.

—que quiere decir según me despierte o me llame.

La acusada, sin cortedades ni sobre exposiciones, lo miró con desprecio y le dijo.

— ¡Si claro!, hoy me llamo Noelia, y vivo en Oklahoma, pero el lunes desperté en la calle Corrientes de Buenos Aires, y me llamaban Olga. Hace unos días amanecí en Sevilla y entonces mi gracia era Lucía, y no le cuento si me despiertan en Berlín. ¡Ya ve usted!

 

—Con qué otros nombres puedes notarte aludida. —preguntó el psiquiatra, desconcertado. —Pues mire usted, depende del lugar donde resido. Si amanezco en Sevilla, me llamo tal y si despierto en New York soy Leidy Franchini.

—Me está diciendo, que tiene familia en los cuatro ¿lugares?

—Solo en Sevilla. Allí tengo un hijo que vive con Frasquito, mi marido, que es muy chiquitín. Y está mal de los nervios.

—Quien, está mal de los nervios. —preguntó Sean, atolondrado.

—Mi hijo. El pobre, está casi desquiciado, por la infancia sufrida, con su madre.

—¿Con su madre.? —volvió a recabar el abogado interpelando aquella respuesta.

—Pero vamos a ver. No es usted. Su madre. En qué quedamos.

—Yo hago de madre, cuando vivo en Sevilla, pero después, él se queda huérfano.

El licenciado dejó que aquella demente, hablara para valorarla y puso toda su concentración en lo que conversaba. Sin precisar que estaba interpretando una odisea sin parangón, difícil por otra parte de comprender, pero visionando que estaba como una regadera.

—Yo estoy enferma y no puedo con esta vida. Allí en la residencia donde me han ingresado, estoy en la gloria. No quiero moverme del lugar. Es un apartamento reducido, pero coqueto. Está en el número noventa del último piso, cruzando el pasillo a la izquierda. No pago teléfono, ni agua, me traen la comida en bandeja cuando tengo hambre. ¡que más puedo pedir! No lo cree usted así, padre cura.

Hizo un inciso, y volvió a cambiar de personalidad, entrando en el cuerpo de Olga.

Vine desde mi pueblo a ver a mi hija y buscando. Encontramos lo que buscaba, que es ni más ni menos, que esto.

—Pero señora, ¡vamos a ver!, me acaba de decir que tiene un hijo y ahora me salta con que ha venido a visitar a su hija. ‘¡Aclárese!

 

Marcando el perímetro, donde creía que estaba, aquella mujer comenzó a temblar, y con un raciocinio exultante y con todo lujo de detalles, insinuó, sin orden ni concierto. Haciendo pausas de cuando en vez, para poder ordenar sus ideas y descentrar a los psicólogos, haciendo que se confundieran cada vez un poco más.

Por su lenguaje, pronunciación y léxico demostraba las faltas que la mujer padecía y detentaba.

El grado de su dolencia, no lo habían equilibrado de momento.

Los médicos, no sabían a ciencia cierta, si estaba fingiendo. Dada la capacidad mental de la mujer, y sus dotes de interpretación. Yendo desde el final al principio de su explicación y dejando muchos puntos inconexos, adrede y con el fin de que la designaran incapaz.

Dando detalles de las ciudades donde decía que residía. Interpretación que posibilitaba la diagnosticaran con locura total, y así poder evitar entre muchas cosas, todo lo que el juez, llegado el momento, pudiera infringirle por castigo.

 

Estaba acusada de haber asesinado a tres hombres, uno en cada lugar donde decía había vivido.

Cuando en su realidad, no se movía de Sevilla. Ciudad donde encontraron tres cadáveres relacionados con alguien parecido a ella, y resultando todas las pruebas efectuadas que fue la misma, que ahora decía tener cuatro personalidades.

Siendo según los indicios probatorios, fue la autora de haberlos decapitado.

 

En la cárcel le habían hecho un corte de pelo de presidiario. Estilo doble cero, y según ella se encontraba, divinamente en la institución.

A todo el mundo felicitaba, mostrando al prójimo ser un ser angelical.

Con las monjas del internado, estaba encantada. No dándose en recíproco esa sensación. Ya que las religiosas, le temían, por su agresividad cariñosa y a la vez agresiva.

 

Una vez finalizado el receso que habían predispuesto los médicos volvieron a la interrogación preliminar.

—Sabe que tengo tres hijos—anunció la acusada y prosiguió.

—Uno está en Bélgica. Invocaba pasándose la lengua por el paladar fungiendo los labios. —Otra la tengo aquí. Comentaba sin indicar la ciudad y se santiguaba con mucha fe, y seguía relamiéndose.

—Pobrecita trabaja mucho. Es muy limpia, tiene dos hijos—siguió argumentando, como si estuviera en la sala de espera del dentista.

—Mire usted vive cerquita de aquí. Con avión llega en no menos de cinco horas. Viene a verme, frecuentemente. Cuando puede. Ahora hace dos años, que no nos vemos. Tiene mucha faena y es muy limpia. Se gana la vida, en la cama. Con el amor de los hombres que la visitan, y le dan cariño.

 

Aquella mujer todo lo decía en voz alta, sin embargo hablaba para sí misma. Ya que nadie le hacía una sola pregunta.

Una de las veces que fue interrumpida, por Sean Kanter que le exigió dejara de hablar de Lucía, y le contara detalles de Noelia, de Franchini y de Olga. Se violentó, como si le hubieran quemado con una tea encendida, llenándosele las cuencas de los ojos de ira y de rabia contenida.

Al momento, como si hubiese habido una transformación radical, le cambió el tono de voz y se destapó un tanto la pechera, mostrando casi los senos, para decir.

— Si no me llamara Franchini, y fuera una Leidy de categoría. Respetada en esta parte de América, más de uno saldría malparado. Entre ellos, tu. Que eres un tipo despreciable y rencoroso.

Al momento se calmó y con otra inflexión diferente, y un acento anglosajón comentó.  

—Nadie puede discutir que soy la mejor cirujana plástica de Nueva York, y se difuminaba su cháchara, dejando de ser Leidy Franchini, para pasar a ser Olga, la bonaerense. Aquella que bailaba los tangos con el propio Canciller de la Argentina, la misma que operó a un tal Atahualpa, de flaccidez estomacal.

 

Los doctores dieron por finalizada la sesión, firmando los documentos de chifladura transitoria permanente, y la llevaron a su celda, la noventa del noveno piso de la cárcel.

Esperando el juicio tras aquella prueba de comportamiento.

 

Cuando quedó a solas en su celda, el ataque de risa contraído que mantuvo con ella misma, fue silencioso. Disfrutándolo a placer, al creer que había engañado a los psiquiatras con su comportamiento engañoso.

—Menos mal, que no me ven, ni me han grabado. Estos licenciados, parecen memos.

Se han tragado lo que les he dicho. Si mi padre, el gran mago de Tomelloso, levantara la cabeza, sabría que soy mejor actriz que él. Siguió hablando para consigo.

—A ver como acaba todo esto, que me da, me encierran con grilletes

Declarándose a sí misma, en su soledad, o quizás en su locura, inocente.

Que realmente se llama Ángela, y que jamás ha matado ni a una mosca. Que no sabe ni donde se encuentra, ni si ha cenado, que le gustaría tomarse un café y ver una película de Humphrey Bogart.

Tan solo hace lo que hace, por llamar la atención de su hija, que vive en la Rambla de la Riera y no la visita ni en broma.

No conoce Sevilla, ni ha estado en Buenos Aires, ni sabe lo que es Oklahoma.

Que todo lo hace, para llamar la atención de su Purita, que la tiene olvidada, y si la condenan a muerte, por esos asesinatos que jamás cometió. Igual le hacen un favor y se quita de en medio, al dejar de padecer.



autor: Emilio Moreno
Sant Boi, 21 enero 2025.

 


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