martes, 28 de enero de 2025

Un rockero, como tantos otros.

 










 

¡Bienvenido.! — saludó aquella dama, que aguardaba en la sala.

—No se mueva. — respondió el recién llegado. — Busco esa butaca del reposapiés. Así me acomodo. Me va bien para los tobillos. Se hinchan a poco que los fuerzo, y si los dejo posar estoy más a gusto.

Un silencio pone fin, a toda la locuacidad expresada en los veinte segundos anteriores, emitidos por James Stuard. El anciano que se acomodó a la derecha de aquella aparición inesperada. Una especie de espectro, disfrazado de guapa doncella.

 

Es domingo por la tarde, y está lloviendo a raudales. El agua salpica los cristales de las ventanas. Mas bien ventanales. Dado el tamaño del acristalamiento, de aquella inmensa pared, a la derecha del sofá.

          Toma acomodo el propio James Stuard. Un individuo, ya mayor. Anciano. Tocado con una gorra de verano y ayudado en su caminar por una muleta, que dispone en su brazo derecho.  Entre muchos gestos visibles y otras mímicas se sienta en una silla con respaldo alto, acolchada en color verde. Poltrona amplia, que debajo de la misma, sin ser muy visible, se desliza un pequeño taburete, que se utiliza para apoyar las piernas. 

Un par de suspiros profundos emite mientras toma asiento, y con dificultades comienza a menear sus zancas, que las mueve con inclinaciones bruscas de derecha izquierda. De refilón deja ver unos calcetines azules de nylon, y unas zapatillas ajustadas del mismo color que los escarpines.  

En verdad tiene los tobillos hinchados.  Soporta una gran humanidad. Es un hombre recio. Fuerte y alto. Muy grueso.

Sus idas y venidas reflejan una espera que no llega. Observa y mira tras los cristales hacia el cielo. Impaciente, trata de no acelerar aún más su velocidad de sedimentación. Mientras el chaparrón replica. Se hace advertir. Notándose el susurro por el golpeo de sus gotas gruesas contra el suelo.

Las alcantarillas del jardín no dan abasto. Hace rato han dejado de engullir la corriente de agua. La superficie de aquella parcela está encharcada. Las tragaderas de los sumideros, no dan abasto. Están embozadas. Ofreciendo a la vista, charcos y lagunas abundantes.

De alguna manera aquel anciano, mira alrededor y busca a alguien para entablar charla. Está desesperado. Nervioso e intranquilo. Al poco, sin saber que hacer, emprende conversación con la seductora mujer, que en un principio le había dado la bienvenida, y habían intercambiado unas palabras. Preguntándole al abuelo.

— Buenas tardes. ¿Me conoces? Interrogó la belleza diluida.

— Debería conocerla. Le debo algo. Usted dirá, no estoy para acertijos.

— No para nada. Deudas no tienes, pero memoria tampoco — dijo aquella visión. — entonces usted dirá, que desea de mí. Si es que algo busca, no estoy para bromas ni para inventos.

— Lleva usted mucho tiempo aquí. Me refiero a la institución.

— No. Para nada. Hace muy pocos meses. Desde marzo.

—¿Se encuentra a gusto perteneciendo a esta comunidad?

—A gusto. No me encuentro en ningún sitio. Desde que me quedé solo, todo es una miserable realidad, sin futuro.

— ¡Cómo llegó a parar aquí, a esta institución!

— Un nieto que tengo que vive cerca de aquí. Le dio referencias a mi hijo, y aquí me encerraron. Me encuentro solo, sin amigos y sin futuro. Me ingresaron, para perderme de vista. Fue mi familia. Lo pagan con la pensión que me ha quedado al servir toda mi vida en el Instituto Geográfico de localización

— Ah… veo que tiene hijos.

— Sí… Tengo cinco hijos, y todos viven en la ciudad, menos la menor que reside en Georgetown

— Usted no es de aquí. ¿Verdad? —preguntó Fantasmina.

— No. Yo soy mexicano, de Monterrey.

—Veo que está esperando a alguien importante para usted

— Es verdad. Los esperaba, pero con este día ya no vendrán.

El hombre se reincorporó de nuevo, sobre la marcha con gran esfuerzo. Puso su humanidad en pie, y con su meneo, va a dar un nuevo paseo. Dejando con la palabra en la boca, a la preciosidad que le interrogaba.

Aquella esencia, transformada en mujer quedó sentada, mirando como desaparecía de la estancia. Sabiendo que no tardaría en aparecer de nuevo, y sentarse junto a ella, como atraído por algo superior a sus entendederas, que lo obligaba a volver y volver.

Cansino. Apoyado en su muleta y tocado por su boina veraniega. Se pierde a lo lejos del pasillo. Paseando no demasiado trozo, para retornar, al entorno de la butaca.

 Su familia no llega y vuelve, acomodándose para seguir con la conversación mantenida con la señorita.

De pronto aquel espíritu, en el cuerpo de Fantasmina, se recrea con la película de la vida del mexicano. Ya que momentos antes le había comunicado varios pasajes de su vida, y que tenía cumplidos los 87 años.

—Que esperaba el ultimo bus. El de las dos de la madrugada, que es el transporte y la hora ideal, para decir. ¡Hasta luego cocodrilo! Nombre del mejor rock americano conocido.

Refiriéndole parte de su deambular por esos mundos de residencias especiales para leones solitarios. Con los pros que son pocos y las contras muy desgraciadas.

Anteriormente había estado en otro lugar ingresado.

Compartía habitación con dos compañeros más, y no estaba a gusto.

No le dejaban descansar en condiciones, y por lo visto, alguna de esas personas que menciona.  Se ensuciaba encima, cada dos por tres. Entrando los celadores del centro en su aposento para cambiarles los pañales al interfecto.

Ese compartir habitación le llevaba más que un quebradero de cabeza.

 —No sabe usted el descontrol, que es ese sin vivir. —Le decía, James Stuard a Fantasmina.

— Lo importante y lo preciso que es estar solo en un apartamento. Poder hacer siempre lo que me da la gana y lo que está dentro de mis posibilidades y lo que quiero.

Muy desencantado y mirando su reloj de bolsillo, le aseguró a la confidente imaginaria. — Cuando acabamos la cena vengo solo, me coloco aquí, en la butaca verde, donde descanso las piernas y me quedo recordando mis historias. Haciendo un poco de tiempo, hasta las diez de la noche.  Luego subo arriba y oigo un rato la radio.  

Me gusta escucharla, — aseveró con disimulo.

—Hasta que dan las doce y luego me acuesto. Si tengo necesidad de ir al servicio me levanto, y voy.  Tengo un armario con perchero para colocar todos mis enseres, que nadie toca y en verdad estoy conforme. No quiero ni puedo quejarme. —Decía James Stuard.

—En un día normal, daba paseos a lo largo del huerto y del jardín de la institución, y retornaba de nuevo al punto de partida.

 Sus piernas le dolían, pero que a pesar de todo nunca había estado enfermo. Nunca había tenido fiebre y nunca había visitado a un médico. Estaba conforme y ese término lo repetía una y otra vez.

—Cada día leo el periódico, — dijo mirando fijamente a los ojos de Fantasmina. Advirtiendo alguna rareza en ella, y le preguntó.

—De qué me conoces.

—Soy tu Ángela guardiana, Fantasmina. Aquella que solías llamar, en tu tiempo de músico por esos pueblos y ciudades de California. ¿Recuerdas?

Fue entonces cuando en el reflejo del cristal, apreció de pleno su cara entristecida. Sin rictus ni sonrisa. Con sus ojos claros. Ahora posiblemente por alguna catarata que pudiera tener. Su gran nariz redonda puntiaguda sustentaba sus anteojos redondos.

Miraba fijamente tragando saliva con un ruidito muy sonoro y característico.

— Me gusta leer y cada día leo sentado sin prisas. Hoy ya no vendrán— refiriéndose a sus hijos.

— Hace muy mal tiempo.

Daba la impresión de ser un hombre solo, y casi abandonado. Teniendo su suerte echada, que con un poco de fortuna, dejaría de padecer pronto.

En sus últimos días necesitaba el contacto humano de los suyos, sin embargo estaba conforme con lo que la vida le proveía.

 Siempre ocupa su lugar, en su butaca verde. Con su reclinatorio para los pies. Apenas se comunica con nadie. Relee el periódico, no tiene gestos de complacencia.

 Mantiene su ejercicio apoyado en la columna vertebral de la sala principal de visitas.

 Tratando de mantener derecho su cuerpo, que no tiemble bajo ninguna circunstancia, ni bajo ninguna noticia desagradable. Espera paciente turno para tomar el transporte de las dos de la madrugada, y sigue mirando invariable, tras los ventanales de la estancia.

Su contemplación sigue perdida intentando hallar lo que busca afanosamente, y que de momento, lo salva, el cuidado de su Ángela Fantasmina, que le asegura largos meses de vida, de esperas y de sensaciones.

En su interior tararea aquello de: Hasta luego cocodrilo. No llegaste a caimán.

 









autor: Emilio Moreno
28 enero, 2025

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