miércoles, 15 de enero de 2025

Rozando la desolación

 









 

En una conversación con colegas y amigos, se enteró Braun de la muerte de Manning. Una persona que conoció en su juventud. En un breve viaje local, sobre uno de los vagones del transporte público regional. Cuando iba hacia una entrevista para un nuevo empleo que había conseguido hacía pocas semanas.

Manning fue un individuo con el que mantuvieron trato, a lo largo de su época profesional. Ocupando en su misma trayectoria, más tiempo del que hubiese imaginado. Llegando a veces a rozar la casi amistad. Imposible por otra parte se diera. Por diferencias de puntos de vista, que existían entre los dos colegas.

 

En aquel trayecto inicial, se saludaron al coincidir y ser ciudadanos del mismo lugar. De hecho con anterioridad se habían visto, en más de una ocasión al deambular por las calles de su pequeña ciudad. Sin conocer que en un futuro inmediato acabarían trabajando para el mismo patrón, en el mismo rincón y exacto departamento.

Manning, diminutivo de Manolo. Era un individuo especial. Difícil de catalogar. Con buenos sentimientos, que se le suponían. Sin descartar las demasiadas rarezas que lo rebozaban. Igual sería por la enfermedad que le perseguía desde su infancia. Diabetes, de la maliciosa. Sin embargo, existen muchos humanos con ese padecimiento y no rozan la desolación como él. Siendo un hombre muy terco. Hasta límites imprevistos, despreciando opiniones ajenas y dejando por imposible, el resto de vaticinios. Cuestiones antinatura que para Braun, que era muy dado a detalles finos, claros y verdaderos, lo sacaban de sus casillas y lo situaban al borde del vahído.

Con la costumbre del trato, la familiaridad de sus desencantos iba “in crescendo” el soportarlo y a momentos, se daban discusiones por la falta de acuerdos.

En aquellos años Manning, conoció una muchacha con la que hasta él mismo, sabía que no se entendían. Jamás fueron felices, haciendo desgraciados a los que les rodeaban. Se conocieron en el baile.

Ella danzaba buscando. Poco vestida y halló.

Apareció Manning, creyendo que era un buen partido. Arrancándole conversación, cita, contacto íntimo, sexo y boda. Quedó en cinta y bueno…, por aquello de la costumbre, del no analizar las causas, ni atender a los posibles enredos del futuro, se casaron.

En poco más de seis meses subieron al altar, sin amor, sin convicción y ella con un embarazo destacado. Sin sospechar que aquellos usos les traían responsabilidades, que no atendieron.

Su matrimonio no duró demasiado. Al poco de nacer aquella criatura, a la que bautizaron con el nombre de Elías, comenzaron las batallas de poder, hasta que se abrió una guerra que finalizó con un divorcio a la italiana. Sin papeles, sin compromisos y sin educación. Tú te quedas con el nene, te vas de casa y yo me quedo con el piso que compré mucho antes de conocerte.

Inmueble, que no quiso poner en beneficio de Elías, ni que lo disfrutara su hijo y la madre.

Los años fueron transcurriendo alrededor de los cambios y los sucesos que la empresa iba agrupando. Un buen día Braun se enteró, que al empleado Manning, lo trasladaban a su módulo. Quedándose estupefacto, por lo que les venía encima a todos los componentes de la sección más emblemática de la firma.

Viendo como si fuera un pitoniso, lo que ocurriría sin remedio.

Primero por conocer con el “pie que cojeaba”. Aquel aspirante que pretendía ser el nuevo colaborador, y siendo Braun empleado de la zona, imaginó lo que les podría sobrevenir, con los demás colegas, en el momento en que su tozudez hiciera gala de presencia.

Era una decisión de la cúpula de la jefatura, que en aquel tiempo dirigía la famosa sección de Cencal, abreviatura de Centro de Cálculo.

Distrito muy significativo por la modernidad tecnológica, al cual todos pretendían. En segundo lugar, y aunque el compañero Braun, sabía de la forma que actuaba Manning, no podía impedir aquella decisión tomada por el “Ceo” financiero.

Accedió a las dependencias de la franja. Al frío de sus instalaciones, al ruido de sus instrumentos. A la singularidad del trabajo y al anónimo de lo que se producía entre aquellos muros aislados. Siendo tan atrevido, locuaz, y poco reservado, causa que le contrajo diversos contratiempos. Irradiando líos, con su procaz y elevado tono de palabra, infectando de una forma visible la paz de aquella casta de expeditos y empleados, creídos en ser por la gracia del cielo en muy refinados y exclusivos.

 

El trato de los dos conocidos, era considerado, como para entenderse. Llevando Braun, un talento exquisito en no revelarle detalles, que pudiera airear tan solo por el hecho, de presumir de algo, que debía quedar en secreto.

Se veían, se saludaban, y en algunas ocasiones coincidían en el trayecto desde sus domicilios al trabajo y viceversa. 

Con sumo cuidado y con el respeto que se han de tener las personas, aguantaban bastante, lo cotidiano entre ellos. Aunque sabiendo que era tóxico y desmesurado. A la mínima saltaban chispas y se montaba una tragedia.

Aquella sociedad anónima, como tantas otras jugaba y planteaba situaciones diversas con los asalariados. Hasta que dentro de aquel grupo, modificaron los equipos de trabajo, y los pusieron en el mismo horario. Aparejados a los dos conocidos de la misma localidad, y zona. A defender uno de los turnos de ocupación, de aquellos armatostes denominados con las siglas de UCP, Unidades Centrales de Proceso, junto a dos parejas más de compañeros que agruparon también por cercanía entre ellos, según sus coincidentes. Cubriendo las veinticuatro horas de servicio.

Fue en aquella temporada de padecimientos cuando compartían labores profesionales, y algunas de personales. Estando más atados sin ganas, Braun y Manning, al desarrollo de los eventos laborales sin poder escoger y detestando su suerte.

Llegándose a conocer perfectamente y a soportarse lo mínimo imprescindible.

Por compartir viajes, horarios de pausa, duración de las jornadas, y comentarios ásperos traídos por el roce y por la impaciencia.

Aspectos naturales y que se dan en cualquier relación profesional.

 

De todo aquello pasaron treinta años, quizás alguno más. No importa. En esta vida, solo se recuerdan los momentos buenos, los demás se olvidan y se entierran.

Hoy y por casualidad, como todo lo que le sobrevenía a Manning. Braun conoce el óbito y se entera de la noticia, que murió el bueno de Manuel, hace casi cuatro meses, con el mismo silencio y secreto con que llevó su fortuna escasa.

Sin que nadie se preocupara, o intentara saber de sus días. Probablemente para no entrar en un dilema, del que costara deshacerse. 

Falleció en la soledad del silencio, siendo encontrado difunto por la muchacha de la limpieza.

Su familia, no se hizo eco del óbito, ni constató su defunción a nadie. No les importa, y por una casualidad, en una reunión muy ajena al ínclito Manning, Braun se entera de la falta, cuando habían pasado más de cuatro meses de su partida.

¡Que Descanse en paz!

También lo merece.



Autor: Emilio Moreno
Enero de 2025

 

 

 

 


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