lunes, 13 de enero de 2025

Velocidad culpable.

 




Aquel viaje, en el Crucero la Maravilla del Atlántico, viajaban personas que estaban en una posición preferente en la vida, por sus beneficios y sus capitales. Aunque en su inicio, algunas de ellas, habían sido personas muy necesitadas y en algunos de los casos, habían sufrido por menosprecios, y falta de posibilidades hasta para comer.

Petrus era un adinerado personaje, que se dedicaba a ofrecer dádivas y socorros a los necesitados, y queriendo vivir un poco la vida, se había enrolado en aquel viaje de placer, para sosegar el alma.

En la reunión y ulterior cena con el capitán del navío, pudo explicar a los comensales que acompañaban en aquel banquete, todas, o parte de las vicisitudes que había sufrido hasta llegar, al momento en que levantaba la copa del brindis.

Lo más imponente y a su vez trascendente en Petrus es su falta de extremidades inferiores. Amputadas a la altura del abdomen y la entrepierna. Después de sufrir un accidente de circulación, cuando un coche que circulaba en contra dirección por una carretera provincial, lo embistió sin contemplaciones. Dejándole en un estado físico lamentable, bastante precario y sin futuro.

Petrus comenzó a narrar su historia, y quiso ponerse en la piel que le cubría entonces. Explicando las dificultades y los sinsabores que tuvo que soportar…

 

Era una época donde la juventud y el desquicio por la prisa, protagonizaba la vida de Petrus, el que quiso relatar, sin ambages la realidad, que sufren y sufrirán muchos afectados y dejados de la mano del Señor.

Comenzando el relato con cierta ironía… yo fui un dechado…

Un tipo que en su plenitud debió ser alto y fornido, rubio y no mal parecido. De tez cerúlea con un tono tirando a roto. Super rebelde y bastante exigente a pesar de los pesares de mi situación personal.

En el instante de la colisión iba acompañado de una amiga, Milena, y otra pareja de amigos. Los cuales quedaron indefectiblemente sin vida, por el impacto brutal que sufrimos en la fatal sacudida.

Quedé fuera de mí, acabando mis días. Manteniendo mis brazos corpulentos con unas manchas blanquecinas que iban moteando su piel hasta llegar a las manos, que no se les veía trabajadas ni vulgares. Aquella mirada que en un principio era perpleja y chulesca, salida de unos ojos azulados no simétricos, quedaron abatidas.

En el interior de mi cavidad bucal, se observaban la falta de los dientes incisivos frontales y laterales, que el impacto los destruyó y sin dudar alguno más quedó perdido, por la hendedura y posición en que quedaron mis entonces ovaladas mejillas. Me llevaron medio muerto al hospital, creyendo que no saldría de aquella.

Estuve más de seis meses entre el purgatorio y su sala de espera. Por fin una mañana volví al castigo. A una vida que no había escogido y que la salvé a cambio de padecer durante todo el transcurso de mi existencia.

Al no tener familia, y quedarme en aquel estado lamentable, me internaron en una especie de residencia acotada para personas físicamente no capacitadas para valerse por sí mismas. Donde tenía que mezclarme con enfermos que sufrían de síntomas mentales, y no podía departir ni hablar absolutamente con nadie que usara la misma frecuencia.

Era una especie de psiquiátrico adaptado a otras deficiencias varias, que nos hacían convivir más o menos atendidos.

El director del centro en el momento del ingreso me había prometido— según palabras de Petrus, que inmiscuido en la historia la relataba como si fuese una leyenda.

 

 — Que le daría tres mil pesetas en efectivo. Mensuales para sus gastos. Sin embargo todo aquello quedó en la mitad de la promesa, ofreciéndole únicamente cada día treinta del mes, un paquete de tabaco por día y quinientas pesetas en metálico, que las usa para echar quinielas y loterías, que le pudieran sacar de aquel marasmo.

Antes de perder la cabeza, en aquella policlínica quiso serenarse y pensar en la necesidad de vivir otra vida para conseguir algo de felicidad.

 

Escribió a todas las instituciones benéficas del país, a todas las Organizaciones pro disminuidos sin tener respuesta de nadie. Jamás. Hasta que tras muchas quejas sonoras a los inspectores facultativos del centro donde residía, hicieron mella.

Embajadores médicos y psiquiatras recién titulados, que deambulaban por allí haciendo informes para la mejora de los pacientes.

Quiso Dios que le sonara la flauta, y le llegó como caído del cielo un milagro oportuno.

En una de aquellas reuniones periódicas, y rutinarias, fue entrevistado por Madeleine, una delegada del Ministerio de Salud, que hacía poco tiempo había tomado plaza en el centro y que se compadeció de Petrus.

 

Una vez este le contó cómo había sido su peregrinar, tras aquel fatal accidente, prestándole la atención necesaria a sus lamentos y en cuatro días lo trasladaron a la institución que escogió. Donde era muy posible que debido a un acto de caridad lo tuvieran ingresado hasta que el Dios del cielo quisiera.

Pasados los años, y habiéndole cambiado la vida. Ve los entresijos y aspectos reales de forma muy ecléctica. Gracias al gordo del Euro Millón. El sorteo europeo semanal, que lo puso sobre la pomada del bienestar, en un golpe de suerte, y de una abundancia superlativa. Quiso corresponder, con aquellos, que en su momento lo escucharon y con su preocupación lo atendieron como merecía. Proveyéndolo de lo más necesario entonces. Comprensión, atención y cariño.

 Manifestaba que la única familia que posee, son dos sobrinas las cuales, cuando las necesitaba lo tenían completamente abandonado y que desde que ingresó en el centro, no lo visitaron ni una vez. Comprensivo, supo de los motivos y el perdón no se le niega ni a los infaustos.

Ahora las tiene contratadas a las dos como asistentas domésticas, y gobernantas de su hogar. Habiendo enterrado aquel olvido que mantuvieron con su persona cuando precisaba de un calor allegado.

Con la ahora doctora Madeleine Cospedal, aquella becaria pasante, que supo escucharlo y hacer para que lo trasladaran del Psiquiátrico al Complutense, jamás la olvidó.

Sabiendo darle la importancia que vale su persona, con la que tiene deferencias constantes y por deontología enmudece. Lo que puede significar profusión, agradecimiento y sin duda aprecio inalterable.

Petrus, sabe muy bien, dónde ha estado, de dónde viene y dónde puede acabar por lo que no deja de ayudar a la beneficencia controlada, para que muchos de los que necesitan de apoyo, consigan mantener un mínimo de ayuda.

Su circulación sanguínea no debe ser demasiado oportuna porque aduce que sus manos las tiene siempre heladas como la nieve y proclama a los cuatro vientos.

 


— No me valgo por mí mismo. Se le escucha decir.

— Para levantarme y acostarme necesito apoyo externo, igual que para ir al excusado a cumplir con mis exigencias fisiológicas. Para bañarme — acotó. — Me valgo gracias a mis ayudas de cámara y a las personas que admiro, por el cariño que me dan.

—Hasta para quedarme tranquilo y sosegado con mis pensamientos, necesito ayuda ajena, ya que han de arrimar el hombro a calmar el dolor que sufro en mi espina dorsal.  

 

Cuando la cena finalizó se retiró a su camarote, dando por finalizado un trámite. El de estar en una mesa demasiado fantasiosa, grandilocuente y muy irreal.





autor: Emilio Moreno
enero de 2025




sábado, 11 de enero de 2025

Estación de término.

 













 
La conocí la tarde del domingo en el vestíbulo. — comentó Celso el embajador celeste, venido del edén. El invisible que todos notamos a veces, sin más explicación, y dijo.
 — Estaba sentada muy pálida, con la locuaz y palabrera andaluza. Muy callada sin precisar detalles demasiado personales. No se le podía suponer la edad que debía tener, pero tampoco le eché, la que luego con el paso de los días, pude averiguar. En una de las visitas que recibió. Me chocó—señaló Celso, — su forma de estar y de caminar, sus pasitos cortos y rápidos.  Solitaria sin poder apoyarse, ni dónde quedarse para charlar. Ausente y perdida, mirando desconcertada a veces tras los cristales del salón.
Vestía con un blusón pardo, excesivo por no corresponder a su talla. Escuálida y desahuciada y se le notaba una indolente dejación. Me dijo varias veces, de forma convulsiva que se llamaba Catalina. Lo repitió dos o tres veces.
Catalina Cano y siguió conversando expedita, sin apenas pausas. Tan rápido cómo podía, evocando con nostalgia a su padre.
Después cambiaba el argumento y mentaba detalles aislados. Por momentos fantaseaba con reseñas de su hija. Diciendo, con amargura que se había quedado con todo el dinero. A la vez que con un gesto brusco, se tocaba la nariz con los dedos índice y corazón. Asegurando que estaba desvalida, engañada y sin un duro, además de olvidada en aquella terminal de decrépitos, sin blanca.
No fue mucho el rato que le dedicó Celso. Le llamó la atención de pasada. Ya que no venía buscándola a ella—amplió aquel emisario. — Sin embargo—, siguió aportando. He de reconocer, que algo tenía esa carita que me era muy familiar.
Una anciana, que prendaba sin más. Con su cabello claro, muy claro, como su apellido, cano. Añadidos a sus ojillos saltones, queriendo reclamar atenciones, por no tenerla en cuenta debidamente. Su nariz hebrea y el bello sobre su labio superior a modo de bigote que le había surgido con profusión. La hacía escasa y poco linda, no dando fe de lo que realmente habría sido.
Nadie remediaba en sus ceremonias más urgentes. Arreglar su apariencia, y su aspecto. Ya no por el mero hecho de ser anciana, debían sus hijos abandonarla en la forma que estaba.
La dentición artificial, le venía grande. Se desencajaba de sus encías con cada una de las palabras que pronunciaba.
— Soy de Cartagena. — le decía convencida al invisible Celso. Eso hizo reparar y preguntarle.
— ¡Ah sí…!  y cuántos años tiene. — le interrogó y caviló al responder. Al final dijo.
— No lo sé. Volviendo a insistir con el detalle que le amargaba. — Mi hija tiene todo mi dinero. Me ha robado la vida. Me ha abandonado y me encuentro muy sola.
Gesticulando de nuevo con su mano, y volviendo a llevarse a la cara los dedos de la mano izquierda, haciendo percutir además del índice y corazón, el anular entre sus párpados.
Se acercó más gente a la reunión y la charla se disipó entre las preguntas. Las risas los comentarios de algunas personas de la tertulia. Al poco por el altavoz de la residencia indicaban.
— Pueden pasar al comedor a cenar los del primer turno. El mensaje claro siguió hasta el fin del encargo.
— Son las 7:30 de la tarde. Las visitas pueden ir despidiéndose de sus familiares o amigos y abandonando el centro. Gracias por sus visitas, esperamos verlos muy pronto.
Entonces fue cuando Celso, remitió el informe, como embajador celeste. Dirigido dónde se deciden las caducidades y las vigencias mortales.
Informando a la demarcación de licencias vitales, lo que ocurría en aquel depósito de almas.


 
Pasados unos días, y esperando de nuevo. muy acomodado Celso, a la vez que hacía su trabajo y regulaba las ampliaciones de las licencias de Fe de Vida, como responsable del espíritu astral que era. Procuraba reseñas para disponer de la ausencia del protagonista siguiente. El cuerpo escogido a ingresar en el “lombo”, y contemplaba desde la sala principal, sentado de espaldas a los grandes ventanales de aquella residencia, llamada La Última Estación. Quien era el postulante a viajar al País del Irás y No Volverás.
Todo el devenir de sucesos, los controlaba para decidir a última hora, quien era el propuesto.
Disfrutaba de las casualidades y acontecimientos, de los allí ingresados, mujeres y hombres. Enfermos crónicos, dementes y sanos, pero viejos. Todos los protagonistas que tomaban el sol en el jardín, llevaban papeleta del sorteo. Unos más ancianos que otros, pero todos ellos afectados por las tiesuras de la soledad, de la separación de sus deseos y de la caducidad de sus ilusiones. Residentes en el término de la famosa residencia, La Última Estación, como rezaban las referencias de aquel viñedo de concentración. Haciendo antesala, aquel enviado, para escoger cuerpo y transferirlo a la huerta de los callados.
Dispuestos a su derecha, reunidos en una mesa del amplio salón, que permanecía vacía hasta ese preciso instante. Fue ocupada por Catalina y una visita. Semejaba fuera de familia. El amigo Celso, prestó un poco de atención y observó que Catalina, al pasar frente a él, no lo conoció, ni recordó toda la charla que habían mantenido.
Aquellos pasitos cortos y rápidos, aquella figura. Su ancianidad, sus ojillos vivaces y aquella voz con su timbre agudizado. Le hizo recordar el informe que había remitido al Lombo, hacía pocas fechas.
Ellos los componentes de la reunión iban a lo suyo, y de vez en cuando, el enviado decisor volvía la cabeza hacia aquella mesa donde se estaban desarrollando acontecimientos que despertaban en él, cierta curiosidad.
Aquel hombre que había visitado a Catalina, sacó una bolsa de plástico muy limpia, donde guardaba un par de cosas, qué depositó sobre la cuadrada mesa de color madera. Era una bebida refrescante, con un vaso de plástico y una bolsita de dulces, que ofrecía a la anciana con bastante cariño.  
— Beba usted. — Le dijo,
— ¿Es que no tiene sed…? Y mostrando la bolsita musitó.
— Le abro el paquete y se come una pastita.
Eran preguntas que aquel señor le lanzaba a Catalina. Ella con su cuerpo mal sentado en la silla miraba hacia todas partes, como queriendo encontrar algo que buscaba hacía mucho tiempo. Aquellas miradas, se cruzaron en un par de ocasiones pero Catalina no se acordaba. No lo conoció, siendo el Celsius.  En su cerebro, su cara le era un tanto familiar. Sin saber dónde y cómo, ni por qué, se suscitaba esa circunstancia.
La curiosidad, hacía que prestara el oído en más de una ocasión, pero tampoco pretendía ser un ineducado, a pesar de que nadie podía descubrirlo, por su calidad de Ángelus.
La gestión nerviosa de sus dedos entre sus narices y su boca, la hacía cada vez que le venía en gana. Pronunciando aquello de “Mi hija se había quedado con todo el dinero”.
Siendo rectificada por su interlocutor, que le decía.
— No sea injusta Catalina, usted a sus 95 años debe estar cuidada.
Ese detalle hizo que Celso, no pudiera retener por más tiempo todas aquellas preguntas que le hubiera gustado hacer.
La mirada de Hilario, coincidió con la suya y una sonrisa prudente pero confesa se estableció entre los dos y el ángel preguntó de inmediato.
 — Muchos son 95 años, los de esta señora.
 — Sí efectivamente. 96 cumplirá el día 30 de noviembre si Dios quiere. Madre mía no lo hubiera imaginado nunca, que llegaría hasta aquí. Con todo lo que ha padecido, y ya ve usted, tan solo hace dos meses está aquí en el centro, y en ella ha sido perjudicial.
En este tiempo ha dado un bajón importante. No hace tanto que aún bajaba sola de casa y hacía la compra y la comida para todos. Es doloroso, pero nada dura. Te cambia la vida en un santiamén. Desde que falta su hija, ya nada es igual. Se nos fue de repente y está fallecida no hace mucho. Eso desaceleró su interés por vivir.
 — Es usted su hijo. — preguntó Celso tomando presencia física de humano.
— Soy su yerno. —contestó.
— Sin embargo, me quiere más, que si fuera su hijo. ¿Verdad Catalina?, … Asintió mirándola con gran cariño. La que afirmó con la cabeza a la pregunta de su yerno sin dejar de mirar al nuncio y detentando que aquella presencia, era su boleto de partida hacia el gran sol, o las tenebrosas luces.
Hilario, su yerno siguió preguntando.
— Catalina cuántos años tienes. Ella después de su guiño habitual con los dedos de su mano izquierda respondió. — No lo sé. Fue cuando Hilario, mirando a Celso afirmó.
— Tiene demencia y se acuerda mejor de detalles de hace 40 años que de lo que cenó anoche. Prosiguió hablando cómo si se conocieran de siempre.
 —Me llamo Hilario Calmado y con una risa decaída como final de frase, asentó con su cabeza varias veces en señal de paciencia… y continuó preguntando a Catalina de nuevo.
— De dónde eres Catalina, ¿lo recuerdas?...  La anciana recusó sin dejar de mirarme.
— Soy de Mazarrón. Contestó.
Dato que días antes haciéndole la misma pregunta Celso. Ella respondió ser de Cartagena.
Ahí demostraba su situación. La suya, la real y dirigiéndose a mí, Hilario, confirmaba que había sido una mujer con un fuerte carácter, y que siempre había gobernado las situaciones. Donde estuviera ella, había sido siempre la gobernante de cuánto sucedía, y sobre todo de dónde prestó sus servicios laborales.
Hilario de nuevo preguntó a Catalina.
 Cómo se llama tu padre, ¿Lo recuerdas yaya? … y la abuela respondió sin dudar.
— Mi padre, que Dios lo tenga en la Gloria, se llamaba, Gregorio Cano Pelegrín.
Hilario asentó con su cabeza la certeza. De nuevo, el yerno moviéndose en la silla y encogiéndose un poco con respecto a la oposición que tenía y mirando hacia la mesa del disimulado serafín dijo.
— Ha sido una busca vidas como su padre. Una energía valiosa, sin que nadie lo aprovechara, y no por deméritos. Gregorio, su papá vino a la ciudad, a trabajar en el canal de Urgel y aquí se quedaron toda la familia.
Después entre ellos, se asociaron en cháchara privada y se quedaron en sus cosas.
Celso, se inclinó sobre su dossier disimulando la decisión que estaba tomada.
Catalina habiendo intuido el desliz que iba a suceder, esperaba aquel instante, y poder reunirse con su hija.
Su cabeza estaba vuelta y ya no respondía a nada de lo que preguntaba aquel buen hombre. Girada hacia la mesa que ocupaba, necesitaba partir, sin hacer ruido, y sin darle disgusto a nadie.
Hilario la increpó en su despreocupación a lo que preguntaba, sin resultado positivo.
Celso se levantó del lugar y emprendió un paseo por los corredores de aquel campo de concentración, denominado por los más compasivos “La última parada”.
A lo lejos oía, que le decía Hilario a su suegra. He hablado con la enfermera para que le quiten esos pelos que le afean mucho, y me ha dicho que se lo dirá a la monja.  
A lo que respondió Catalina.
— Ya no hace falta. Ya no es necesario. Han venido a buscarme y no puedo quedarme. Me reuniré con mi hija pronto y ella se encargará de maquillarme.











Autor Emilio Moreno.
Enero del 2025.

 

domingo, 5 de enero de 2025

Si hay roscón de nata. Yo me lo pido.

 



 
Fecha del cinco de enero. Emblemática para los creyentes en los regalos procedentes del oriente. Especialmente para niños, y maduros comprometidos con la ilusión y muy competentes, con el agasajo y la quimera de los que siguen esperando y creyendo en la bondad divina, y en las sorpresas de última hora.

Siguiendo las normas de aquella familia, los mensajes a la hora de la cena, entre los hijos y nietos habían sido muy entrañables. Expectantes se miraban a los ojos, guardando cada cual, su secreto.

Aquella noche fueron a dormir muy pronto.
Los niños de la familia Thomson, no perdieron tiempo después de la cena en la víspera de la Epifanía.

De buenas a primeras, les sobrevino repentinamente un sueño, inaguantable, que debían mitigar enseguida.
Todos ellos, en mayor o menor medida, habían tenido regalos en la celebración del Papa Noël.

Fecha deslumbrante festejada en el pasado diciembre, con el disfrute de la velada de la Nochebuena, como ilusionados jovencitos y otros no tanto.

Esperaban de nuevo que las sacas de aquellos Magos venidos de Oriente. Les pusieran dentro de sus zapatitos, aquellos caramelos, golosinas y por qué no, alguna que otra bagatela, que nunca se sabía hasta que punto podía ser estupenda.

En el balcón quedaron las jofainas repletas de agua para el consumo de los camellos, y alguna que otra botella de ron o de anís, galletas y turrones, para los Reyes, que venidos de la imaginación, residía en las ilusiones de cuantos pertenecían al apellido.
 
La más chiquita de la casa, había dejado nota junto a sus calcetines, que inertes, y justo a la vista de todos, sobresalían por el color chillón
 
A mis queridos Reyes Magos,
con mi ilusión solicito siempre
os acordéis de cuantos regalos
sean preciosos, y deslumbrantes.
 
Era la única nota, que los componentes de la saga, habían dejado justo al lado del árbol de Navidad, que durante toda la noche, estuvo encendido, zigzagueante con sus guirnaldas multicolores.
La madrugada llegó, y sorprendente, los chiquillos de la casa, como los que no lo eran, se avivaron muy pronto, esperando con intriga, el instante de aparecer por el salón y el balcón de la vivienda.

— Que nervios dijo el abuelo, parezco ser un poco el rey Melchor—, cuando se despertó.

—Mi nieta, Anna está muy ilusionada, y la veo tan feliz, que hasta yo, disfruto con su ilusión infantil.

Los Magos de Oriente, se acordaron de absolutamente todos. Sin olvidar a nadie. Imposible tuvieran deslices ingratos, y cada cual recibió su presente. Los hubo materiales y también, como no, imaginarios muy sutiles.
 
Uno de los Magos, el más locuaz inspiró y sin decir palabra, disfrutó.

— Solo por la dicha y la felicidad, de mi niñita Anna, vale la pena hacer a veces de Papa Noël, del tío Tróvalo el de los regalos y de Rey Mago.

 
FELICES REYES MAGOS a todos, y os dejo en el sitio, que suponéis mi Deseo de Paz y de Salud.

 

Firmado.

Uno de los millones de Magos

Que existimos en la tierra.





jueves, 2 de enero de 2025

Que no falte la guasa.

 




 

Alcé mi copa como un potrinco,

engullí las doce uvas, sin parar.

El pasado cayó y este pinto

nos dejó sonrisas al trovar.

Sin llegar a conceder el sincro,

acabé a gusto, sin conformar.

 

La copa de cava con más sino

En alto subió, y luego abajo.

Al centro acudió con mucho garbo

Oyéndose la señal. ¡“Adentro”!

Que encarna el buen tragar vespertino

 

Ya estamos en el cinco por cinco,

consecuencia de centuplicar.

Esfuerzos de los muchos que afinco

pretendiendo dicha sin dudar.

En un año que viene sin cristos.

 

Otro periodo a justificar,

aguantaré soportando el brinco,

y todo nos pueda deslumbrar

por su gran elocuencia y atrinco,

y en verdad, podamos disfrutar,

del año del dos mil veinticinco.


 

Me dicen que conseguiré ahorrar

que la cabriola dará otro respingo,

y sin duda será el confirmar,

que al responsable le darán chingo

y el que quiera, siempre podrá dar.

 

Con la confianza me podré fiar.

Abonar mis deudas siempre al trinco,

sin miedos, y confiando agachar.

Sin el peligro cruel. ¡Te la hinco!

 

 

Vuelvo con la melodía del pinco,

cinco por seis, nos da su mujer.

Repetido por siete. Se mete.

Esa cifra por ocho. Es pinocho.

Si cuaja. A los nueve, viene un nene.

 

Del año que comienza me aplico,

y me apunto siempre a disfrutar.

Si no acompañas, no me complico.

Ni caso, a lo de multiplicar,

lo bueno se esfuma y no duplico

brindando por la felicidad.















autor: Emilio Moreno
enero de 2025.