viernes, 31 de enero de 2025

Adiós enero. Del año, el primero.

 


















Si echo la vista atrás
el tiempo parece escapar
sin poderlo yo, atrapar
aunque intente ir detrás.

Era el mes de abril del año 2015 y se publicó



Me bajo en Triunfo 



.
Si echo la vista atrás
me doy cuenta que se escapa
que no me abriga, ni tapa
y no ha de volver jamás.

Lo recuerdo como si hubiese sido un sueño. Ahora al pasar de tantos años es normal, que los detalles queden al margen de aquella realidad efímera. Fue la última vez que nos vimos, y además imaginábamos que no habría otra.
Llovía, y el olor de las calles era una mezcla de mar, y de campo. De ciudad y de pueblo. De hermosa ilusión, y sobre todo de una nostalgia duradera.
Era el mes de abril del año 2015 y se publicó

Me bajo en Triunfo


Cuando advirtió estaba en el andén del metropolitano en dirección al Supremo. El intervalo le atosigaba, aunque sabía de antemano que él no era el encausado. No vislumbraba ni remotamente, que se iba a relacionar con la diversidad y amalgama mas variada de proscritos, acreditados artesanos de la delincuencia. Prototipos deleznables e irracionales, que ciertamente viven fuera de la ley y que ni en los letargos más hostiles hubiera soñado. Clases sociales marginadas que están ahí, que circundando la humanidad violentan a los profanos, cuando la casuística y el azar les cruza el camino.
El quejido de las vías del tren le hizo volver a la realidad. Cavilaba, que no podía equivocarse y llegar más tarde de la hora en que estaba citado. Hizo transbordo para tomar la línea más aproximada al lugar donde estaba su destino.
Concentrado en sus argumentos, no atendía a la muchedumbre que le rodeaba en el itinerario. Cuando llegó a su terminal se apeó, y andando con paso firme y audaz, llegó a las escaleras mecánicas. Al ascender a la calle, observó la mañana tan fantástica que hacía, lucía el sol como si de un día de pleno verano se tratase. De repente volvió a notarse vivo y se fijó en los transeúntes. Una auténtica revolución, gentes de toda condición; en caterva, sin coincidir entre ellos, sin saludarse ni tampoco atender el gran alborozo que emitían. Aletargados, aseados, desgreñados, indigentes, irrespetuosos.
Afluencia terrenal, unos; con más celeridad, sin turbarse, directos a sus penurias, como si el mundo tuviera las horas contadas y de pronto todo concluyera. Otros haciendo de su camino un regodeo, un contento, mirando de no tropezar con aquellos precipitados; y todos sumergidos en sus infortunios.
Mientras caminaba, procuraba de forma particular el estar alerta, generándose en su cerebro, las respuestas a las posibles preguntas del interrogatorio. Los destellos del sol, le tocaban suavemente la cara y casi cegaban su vista por el influjo de la luz contra la graduación de los cristales de sus gafas.
Su maquinal le estaba sometiendo a un examen de los incidentes, y se iban presuponiendo las evidencias, quedando muy registradas, por si hubiere caso. Su convicción estaba conducente y aplomada, y su fonética debía ser templada y con tono comedido. Sin ponderaciones, ni teatros, simple y llanamente lo que acaeció.
A fin de cuentas.—Seguía reflexionando— le sacaron de la cama, aquella amanecida del mes de mayo, cuando sonó el teléfono, no eran las cinco de la madrugada todavía, lo despertó la policía, no tenía ni idea de lo que ocurría, hasta que hicieron las preguntas de rigor, y quedó sobrecogido por la noticia.
— ¿Y ahora qué debo hacer?. Era su última duda antes de aterrizar de su vuelo imaginativo.
Había hecho el trayecto necesario, en un breve espacio de tiempo, transitando las calles de la ciudad. Sin reparar, subía la escalinata de los juzgados fijándose en los diferentes carteles indicativos que impávidos, inertes e inviolables mostraban en dos idiomas los diversos departamentos, y orientaban a los no habituales.
El vetusto edificio, de una antigüedad no muy lejana, posible construcción mediados del siglo XIX. Elegante y señorial visto desde la distancia. Permanecía de puertas abiertas. Frente al acceso de entrada los encargados de la protección con ojos cautelosos, escudriñaban a todo el que pasaba delante de ellos. Al ingresar en el edificio, el servicio de seguridad le hizo desocupar los bolsillos y acceder por la pasarela detectora de metales. El corazón irrumpió en una carrera irrefrenable de pálpitos taquicárdicos. Notó que la sangre aceleró su velocidad de sedimentación a niveles extraordinarios.
Recogió los objetos personales que - - - - - - - -
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Primer capitulo de
Me bajo en Triunfo
publicado en abril de 2025
Autor Emilio Moreno.



miércoles, 29 de enero de 2025

Las hijas de Harry

 











No sabía si se trataba de una elucubración de la mente. De un pesado sueño que estaba viviendo, tras aquella importante intervención quirúrgica, a la que fue sometido. Sin más remedio, para que pudiera seguir disfrutando de sus días.

Estaba bajo efectos de la anestesia y no se hallaba en su mejor momento. No sabía tampoco si era una admonición del destino que le advertía del trasgo de las personas que lo rodeaban, incluidas sus hijas.

Tratarse de alguna venganza. Tampoco era factible.

Harry Delaware, había sido siempre un tipo dadivoso y agradecido, sabiendo recompensar los favores y atendiendo a aquellos que le rodeaban y estaban necesitados. Por tanto no tenia atisbos de penitencia, ni pizca de atriciones. ¿Sería la propia vida que le pasaba factura.

Iba recobrando la conciencia a medida que transcurrían los minutos, y lo acomodaban en la sala de recuperación del gran hospital.

Los enfermeros lo disponen y le acercan sus anteojos. Vuelve a bajar la mirada. Revierte a observar por encima de sus gafas. Espera para saber quién se preocupa, o se afecta.

Harry Delaware, es un hombre decidido a vivir su vida sin injerencias de nadie. Incluyendo a las tres hijas que tiene, y que ninguna de ellas sea la directora de su ilusión y de sus gastos.

Han pasado mas de dos horas desde que esperaba volver a su realidad. Al pronto se alegra, ha visto entrar en el box de espera a alguien que parece conocer.

¡Claro que la conoce. Es Melinda! Su acompañante en los últimos meses.

Una dama muy cariñosa y muy interesada que le vela por interés en todo momento. Una señora muy atractiva, algo más joven que Harry. De buen ver, y de mejor entender.

Que no deja, cuando puede y lo tiene cerca. Hacerle zalamerías y darle morritos cortos e insistentes en la comisura de los labios.  Tanto más efusivos, si hay alguien que lo puede presenciar.

Ha tenido una pesadilla mientras volvía a la realidad, que lo pone en guardia. Aunque sabe que en el último tiempo, se ha dejado convencer en detalles, que antaño fueran impensables hiciera con la difunta de su esposa.

Recordatorio que le hace pensar en detalles vividos antes de la extirpación quirúrgica. Notando que su actual compañera, muestra un interés significativo, en pormenores que si son analizados tienen repercusión e importancia.

Algo ha cambiado tras aquella premonición. Duda de la reacción de Melinda, denota ser aún más interesada que cuando la conoció.

No entiende la prisa que tiene por dejarlo todo escrito.

Sin saber exactamente, si Melinda va de frente y es sincera en todo lo que aduce. Queriendo tener las manijas de la vida de aquel hombre. Dejando a sus tres hijas, Deysi, Jennifer y Donatella fuera del pastel.

Según ellas, Harry está malgastando el abundante capital que dejó la madre antes de morir. Queriendo hacerle ver a su padre, cambie de reflexión y que viva y disfrute de su vida según le plazca, pero sin dejarse engañar por nadie. Sin dependencias ni obligaciones crematísticas. Evitando se acerquen en busca de sus pertenencias y comodidades.

Llegan a su altura justo al lado de la camilla en la habitación del hospital, y saludan a Harry los que esperaban con impaciencia el resultado.

—Hola papá. ¡cómo te encuentras!

—Que tal Donatella—respondió Harry. Estoy dolorido, pero debe ser normal.

—Fuera esperan Deysi y Jennifer, preocupadas. Ya sabes como son. Impacientes como lo era mamá.

— ¿Melinda, no ha venido…? —preguntó Harry, extrañado que Donatella, no la nombrara.

—Cómo no va a venir la gran dama. Igual cree, que sin ella, esto no funciona.

—No seas así. Es buena tía. — replicó Harry.

—Buenísima. Es encantadora. Hasta que te saque lo que pretende. Sin duda, pero ya sabrás lo que haces con tu vida. Después cuando estés arruinado, te abandonará. Siguió argumentándole a su padre, el bueno de Harry, que iba volviendo a la realidad escuchando las palabras de su hija primogénita.

—Vendrás, sin más remedio, a que te cuidemos nosotras. ¡Como si lo viera! Algunos tíos sois tontos. Os dejáis llevar por el olor de las peligrosas feromonas femíneas, y no todas son provechosas, para los intereses posteriores. Pagando un peaje que no te da la oportunidad, de volver atrás.

Harry se quedó unos instantes en silencio, y al cabo reaccionó con la prudencia que le acaparaba y sin más le insinuó con un ademán y con su voz algo desunida.

—Anda y ve. Indica a tus hermanas que entren y después que pase Melinda, sola. Necesito y quiero hablar con ella.

—De acuerdo papá, así lo haré. Que te mejores pronto. Antes de marchar, pasaré a darte un beso y saber si necesitas algún detalle.

Cuando entraron en el box, Deysi, y Jennifer. Harry ya estaba reincorporado de medio lado, quedando frente a él dos mujeres preciosas. Dos sargentos del Tercio Blindado para Competencias varias. Que se dirigieron a su papá, sin templanzas.

En inicio hablando de insignificancias en voz suave durante bastante rato.

De pronto Deysi, se acercó a la puerta y la ajustó sin miramientos, entreteniéndose con la enfermera, que le pedía datos para incluirlos dentro del expediente del propio ingresado, dentro de aquella institución.

Quedando el bueno de Harry Delaware, solo con su Jennifer. La hija que menos prudencia tenía cuando debía aclarar situaciones. Expresando sin preámbulos.

—Imagino que este desencanto lo pararás de alguna forma. ¿Verdad…?

— A que te refieres. —Le preguntó su padre. — Quizás es por tu desencanto. O es que te molesta que haya decidido tener una compañía femenina, el resto de mis días.

— Para nada. Replicó la mediana de sus hijas.

—Puedes hacer lo que te plazca. Lo que no veo de recibo, es que esta señora, que trata de suplantar a mamá, pueda usar la tarjeta del Banco, como si ella fuera la titular de tus cuentas. Ya me dirás, como se come esto — Prosiguió Jennifer alterada.

—Recuerdo y muy bien. Tus órdenes. Igual tú las olvidas. Que no dejabas ni a mamá ir al cajero, no fuera que la engañaran. ¡Eso decías.!... ¿Recuerdas?...

Sin freno quiso continuar, cuando entraba en escena Deysi, que se sumó a la queja, dejando que su hermana rematase el mensaje de su diálogo.

—Tan solo te advierto. Dejándolo muy claro. Para que después no digas que nadie te advirtió. De pasarte alguna cosa grave, Parálisis, Parkinson, o Demencia, la buena y guapa de Melinda. Sin contemplaciones te facturará con tus hijas. Eso lo sé fijo.

Rematando aquella sentencia de forma diáfana la joven, expresó como final de su exposición.  

—Claro, entonces a ella le habrá dado tiempo de chupar del efectivo, todo lo que sea capaz.

Harry, escuchó con serenidad a Jennifer y preguntó a Deysi, recién llegada y reincorporada a la conversación.

— Opinas lo mismo que tu hermana, o has de agregar alguna cosa más.

— Papá. Pareces tonto. No te das cuenta de lo que ocurre a tu alrededor. Mientras has estado en coma, estos quince días, Melinda, no ha dejado de salir, y de disfrutar con el primero que se le ha puesto a tiro. Es una mujer sin escrúpulos, y lo peor es que ha ido tirando de beta y gastando a manos llenas, con nuestro dinero. ¡Eres bobo! O te ha embebido la razón. Hizo un preámbulo y continuó.

—Sabrás que ha intentado cambiar la llave de entrada de la casa familiar. Nos hemos enterado porque Donatella, está al quite y ha ocupado la habitación que tenía de jovencita. Viviendo de nuevo en nuestra casa. De no haberlo hecho, a estas horas, ya estarías desahuciado. Respiró brevemente y añadió.

—Sin embargo, de seguir así nos deja en la estacada. Acabó la sentencia enfurecida aquella señorita, sin poder de solución inmediata.

 

Harry les dijo que salieran y que lo dejaran solo con Melinda. Las dos hijas abandonaron el set y permitieron que la señora Melinda entrara a ver a su padre.

Apareció por la puerta demacrada la mujer, como si llevara días sin conciliar el sueño. Despeinada no, pero si con el moño revuelto adrede, y por las formas hecho en el último instante, quizás para representar, dolo o disgusto.

— Amor, como sigues, he estado penando desde hace semanas. No sabes lo mucho que he echado en menos tus caricias y atenciones. Aseguró la señora.

— Me pondré bien. Seguro, tranquila y dime que te han dicho los médicos.

—No lo sé, porque tus queridas hijas, me han prohibido estar presente en las explicaciones médicas. ¡Esto lo hemos de parar…! Amor mío. Así no puedo seguir. Recalcando y fingiendo dulcemente continuó.

—Han de comprender, que soy yo, desde ahora la que ha de dirigirte, porque es a mi a la que importa te pongas bien y te recuperes. ¿No crees?

—Bueno Melinda, ellas son mis hijas, y supongo que también quieren estar al corriente.

—Estoy de acuerdo. Adujo Melinda.

—Pero han de estar en segunda fila. No pueden quitarme protagonismo. Faltaría más.

Harry, continuó averiguando lo ocurrido, estando en su estado profundo de inconsciencia y le interrogó.

— Me ha dicho mi Deysi, que mientras estaba a punto de espicharla, tu salías con unos y con otros, y que has intentado cambiar la cerradura de la puerta.

—Harry amorcito. Me conoces. ¡Compréndelo! Yo no las tenía todas conmigo. Si ibas a salir del atolladero, o te ibas a quedar en el quirófano. Hizo un jeribeque de dolor y aclaró. —Sabes que soy muy miedosa. Que no puedo estar sola. Es verdad que he salido a bailar, tan solo para distraerme. Seguir conociendo a personas que en caso de tu ausencia, pudieran ayudarme. Siguió aduciendo convencida, de su proceder y mantuvo.

—Comprenderás que es lícito lo que he hecho. Se detuvo al ver la cara del enfermo, que se retorcía en la camilla.

—No me parece bien, y menos usando una tarjeta del banco, que no te pertenece. Exigió Harry una explicación, esperando una respuesta sincera y aclaratoria.

—No irás a controlarme ahora. Después que me desvivo por ti. Detuvo su enjundia y dijo.

—Que hago yo. ¡Dime! Si te mueres de repente. Ellas no me van a recoger. Además si sigues haciendo caso de tus tres hijas, te encontrarás solo.

Ya que lo único que buscan es mi infelicidad. Y no estoy dispuesta a tragar más. Así que lo tenemos muy mal.

—No has contestado a mis preguntas. Adujo Harry, esperando.

—Oye Harry, veo que no me quieres nada. Cambia y no entres en lo que ahora llaman abuso. Porque no voy a estar contigo, a cambio de nada. ¡Yo no soy criada de nadie!

¡Estaría bueno!




autor: Emilio Moreno
enero, 29 del año 2025

martes, 28 de enero de 2025

Un rockero, como tantos otros.

 










 

¡Bienvenido.! — saludó aquella dama, que aguardaba en la sala.

—No se mueva. — respondió el recién llegado. — Busco esa butaca del reposapiés. Así me acomodo. Me va bien para los tobillos. Se hinchan a poco que los fuerzo, y si los dejo posar estoy más a gusto.

Un silencio pone fin, a toda la locuacidad expresada en los veinte segundos anteriores, emitidos por James Stuard. El anciano que se acomodó a la derecha de aquella aparición inesperada. Una especie de espectro, disfrazado de guapa doncella.

 

Es domingo por la tarde, y está lloviendo a raudales. El agua salpica los cristales de las ventanas. Mas bien ventanales. Dado el tamaño del acristalamiento, de aquella inmensa pared, a la derecha del sofá.

          Toma acomodo el propio James Stuard. Un individuo, ya mayor. Anciano. Tocado con una gorra de verano y ayudado en su caminar por una muleta, que dispone en su brazo derecho.  Entre muchos gestos visibles y otras mímicas se sienta en una silla con respaldo alto, acolchada en color verde. Poltrona amplia, que debajo de la misma, sin ser muy visible, se desliza un pequeño taburete, que se utiliza para apoyar las piernas. 

Un par de suspiros profundos emite mientras toma asiento, y con dificultades comienza a menear sus zancas, que las mueve con inclinaciones bruscas de derecha izquierda. De refilón deja ver unos calcetines azules de nylon, y unas zapatillas ajustadas del mismo color que los escarpines.  

En verdad tiene los tobillos hinchados.  Soporta una gran humanidad. Es un hombre recio. Fuerte y alto. Muy grueso.

Sus idas y venidas reflejan una espera que no llega. Observa y mira tras los cristales hacia el cielo. Impaciente, trata de no acelerar aún más su velocidad de sedimentación. Mientras el chaparrón replica. Se hace advertir. Notándose el susurro por el golpeo de sus gotas gruesas contra el suelo.

Las alcantarillas del jardín no dan abasto. Hace rato han dejado de engullir la corriente de agua. La superficie de aquella parcela está encharcada. Las tragaderas de los sumideros, no dan abasto. Están embozadas. Ofreciendo a la vista, charcos y lagunas abundantes.

De alguna manera aquel anciano, mira alrededor y busca a alguien para entablar charla. Está desesperado. Nervioso e intranquilo. Al poco, sin saber que hacer, emprende conversación con la seductora mujer, que en un principio le había dado la bienvenida, y habían intercambiado unas palabras. Preguntándole al abuelo.

— Buenas tardes. ¿Me conoces? Interrogó la belleza diluida.

— Debería conocerla. Le debo algo. Usted dirá, no estoy para acertijos.

— No para nada. Deudas no tienes, pero memoria tampoco — dijo aquella visión. — entonces usted dirá, que desea de mí. Si es que algo busca, no estoy para bromas ni para inventos.

— Lleva usted mucho tiempo aquí. Me refiero a la institución.

— No. Para nada. Hace muy pocos meses. Desde marzo.

—¿Se encuentra a gusto perteneciendo a esta comunidad?

—A gusto. No me encuentro en ningún sitio. Desde que me quedé solo, todo es una miserable realidad, sin futuro.

— ¡Cómo llegó a parar aquí, a esta institución!

— Un nieto que tengo que vive cerca de aquí. Le dio referencias a mi hijo, y aquí me encerraron. Me encuentro solo, sin amigos y sin futuro. Me ingresaron, para perderme de vista. Fue mi familia. Lo pagan con la pensión que me ha quedado al servir toda mi vida en el Instituto Geográfico de localización

— Ah… veo que tiene hijos.

— Sí… Tengo cinco hijos, y todos viven en la ciudad, menos la menor que reside en Georgetown

— Usted no es de aquí. ¿Verdad? —preguntó Fantasmina.

— No. Yo soy mexicano, de Monterrey.

—Veo que está esperando a alguien importante para usted

— Es verdad. Los esperaba, pero con este día ya no vendrán.

El hombre se reincorporó de nuevo, sobre la marcha con gran esfuerzo. Puso su humanidad en pie, y con su meneo, va a dar un nuevo paseo. Dejando con la palabra en la boca, a la preciosidad que le interrogaba.

Aquella esencia, transformada en mujer quedó sentada, mirando como desaparecía de la estancia. Sabiendo que no tardaría en aparecer de nuevo, y sentarse junto a ella, como atraído por algo superior a sus entendederas, que lo obligaba a volver y volver.

Cansino. Apoyado en su muleta y tocado por su boina veraniega. Se pierde a lo lejos del pasillo. Paseando no demasiado trozo, para retornar, al entorno de la butaca.

 Su familia no llega y vuelve, acomodándose para seguir con la conversación mantenida con la señorita.

De pronto aquel espíritu, en el cuerpo de Fantasmina, se recrea con la película de la vida del mexicano. Ya que momentos antes le había comunicado varios pasajes de su vida, y que tenía cumplidos los 87 años.

—Que esperaba el ultimo bus. El de las dos de la madrugada, que es el transporte y la hora ideal, para decir. ¡Hasta luego cocodrilo! Nombre del mejor rock americano conocido.

Refiriéndole parte de su deambular por esos mundos de residencias especiales para leones solitarios. Con los pros que son pocos y las contras muy desgraciadas.

Anteriormente había estado en otro lugar ingresado.

Compartía habitación con dos compañeros más, y no estaba a gusto.

No le dejaban descansar en condiciones, y por lo visto, alguna de esas personas que menciona.  Se ensuciaba encima, cada dos por tres. Entrando los celadores del centro en su aposento para cambiarles los pañales al interfecto.

Ese compartir habitación le llevaba más que un quebradero de cabeza.

 —No sabe usted el descontrol, que es ese sin vivir. —Le decía, James Stuard a Fantasmina.

— Lo importante y lo preciso que es estar solo en un apartamento. Poder hacer siempre lo que me da la gana y lo que está dentro de mis posibilidades y lo que quiero.

Muy desencantado y mirando su reloj de bolsillo, le aseguró a la confidente imaginaria. — Cuando acabamos la cena vengo solo, me coloco aquí, en la butaca verde, donde descanso las piernas y me quedo recordando mis historias. Haciendo un poco de tiempo, hasta las diez de la noche.  Luego subo arriba y oigo un rato la radio.  

Me gusta escucharla, — aseveró con disimulo.

—Hasta que dan las doce y luego me acuesto. Si tengo necesidad de ir al servicio me levanto, y voy.  Tengo un armario con perchero para colocar todos mis enseres, que nadie toca y en verdad estoy conforme. No quiero ni puedo quejarme. —Decía James Stuard.

—En un día normal, daba paseos a lo largo del huerto y del jardín de la institución, y retornaba de nuevo al punto de partida.

 Sus piernas le dolían, pero que a pesar de todo nunca había estado enfermo. Nunca había tenido fiebre y nunca había visitado a un médico. Estaba conforme y ese término lo repetía una y otra vez.

—Cada día leo el periódico, — dijo mirando fijamente a los ojos de Fantasmina. Advirtiendo alguna rareza en ella, y le preguntó.

—De qué me conoces.

—Soy tu Ángela guardiana, Fantasmina. Aquella que solías llamar, en tu tiempo de músico por esos pueblos y ciudades de California. ¿Recuerdas?

Fue entonces cuando en el reflejo del cristal, apreció de pleno su cara entristecida. Sin rictus ni sonrisa. Con sus ojos claros. Ahora posiblemente por alguna catarata que pudiera tener. Su gran nariz redonda puntiaguda sustentaba sus anteojos redondos.

Miraba fijamente tragando saliva con un ruidito muy sonoro y característico.

— Me gusta leer y cada día leo sentado sin prisas. Hoy ya no vendrán— refiriéndose a sus hijos.

— Hace muy mal tiempo.

Daba la impresión de ser un hombre solo, y casi abandonado. Teniendo su suerte echada, que con un poco de fortuna, dejaría de padecer pronto.

En sus últimos días necesitaba el contacto humano de los suyos, sin embargo estaba conforme con lo que la vida le proveía.

 Siempre ocupa su lugar, en su butaca verde. Con su reclinatorio para los pies. Apenas se comunica con nadie. Relee el periódico, no tiene gestos de complacencia.

 Mantiene su ejercicio apoyado en la columna vertebral de la sala principal de visitas.

 Tratando de mantener derecho su cuerpo, que no tiemble bajo ninguna circunstancia, ni bajo ninguna noticia desagradable. Espera paciente turno para tomar el transporte de las dos de la madrugada, y sigue mirando invariable, tras los ventanales de la estancia.

Su contemplación sigue perdida intentando hallar lo que busca afanosamente, y que de momento, lo salva, el cuidado de su Ángela Fantasmina, que le asegura largos meses de vida, de esperas y de sensaciones.

En su interior tararea aquello de: Hasta luego cocodrilo. No llegaste a caimán.

 









autor: Emilio Moreno
28 enero, 2025

martes, 21 de enero de 2025

Las cuatro personalidades de Ángela.

 









Aquel científico maduro, muy profesional y selectivo, llamado Sean Kanter, tuvo que atender a una tal Noelia, y tomarle declaración, después de ser detenida por los muchos delitos que produjo en los cinco últimos años.

Era un tipo raro de mujer. Una dama que por lo visto, según decían los psiquiatras, tenía hasta cuatro personalidades diferentes, en su propia estructura femenina. Lo que le llevaba a ser, según se despertaba cada día, la mujer que más ambicionaba.

Su franja de actuación iba desde un ente o persona coherente, a otra entidad, que incluso podía seguir las normas de la delincuencia. Sin freno ni cortapisa, pudiendo incluso delinquir en un mismo día más de una vez.

Hacía unos meses que estaba presa en las dependencias de la cárcel de mujeres, Women with crimes. Que traducido a la vulgaridad, no era otro lugar que la prisión donde ingresaban a las mujeres con delitos.

Aquel doctor en psicología e investigador quiso recabar la consecuencia de la gravedad de lo que le imputaban a la supuesta Noelia y fue a visitarla al penal.

Un lugar donde no se podía acceder fácilmente, por sus métodos especiales de guarda y custodia y todas las consecuencias que derivan de la seguridad de los malhechores.

La fueron a buscar a la celda número noventa, que estaba en el noveno piso de la penitenciaría y la llevaron a una sala especial de torturas, para un tercer grado.

Vigilada por cámaras y por celadores muy habituados a los intentos de evasión, la controlaban por no saber las artimañas que poseía aquella especie de dangerous woman.

Míster Sean Kanter, y su equipo esperaban hasta que apareció aquella reclusa, que la sentaron frente a ellos, debidamente esposada. Manteniéndose, los allí presentes, durante un par de segundos sin decir palabra.

En aquella declaración oficial, preparada con antelación, en una tarde de miércoles, desde las dependencias carcelarias, intentaban sacar en claro los delitos por los que se le acusaba a la convicta.

Todos sentados alrededor de una mesa cuadrada, y en dos sillas metálicas asidas al suelo, pretendían averiguar la verdad, en la interrogación que frente a frente se iba a suceder. Los lugares grises, ocupados con toda su enjundia y entre las mismas, una tal Noelia, protagonista de las muchas personalidades. El licenciado se presentó y acto seguido le dijo que sería su defensor, y para ello tenía que hacerle una interpelación de todo lo que le sucedía. Con lo que le cedió la opción de explicarse.

Iniciando Noelia su presentación.

—Mi marido es muy diminuto. Eso sí muy listo. Ya no le aguanto. Se ha quedado a vivir en Oklahoma por miedo a que lo asesine. El abogado le inquirió preguntando.

—pero… vamos a ver. Usted no vivía en Sevilla.

—Yo puedo vivir algún día en New York, y otros en Buenos Aires, o Sevilla. Según despierte, y me llame.

—que quiere decir según me despierte o me llame.

La acusada, sin cortedades ni sobre exposiciones, lo miró con desprecio y le dijo.

— ¡Si claro!, hoy me llamo Noelia, y vivo en Oklahoma, pero el lunes desperté en la calle Corrientes de Buenos Aires, y me llamaban Olga. Hace unos días amanecí en Sevilla y entonces mi gracia era Lucía, y no le cuento si me despiertan en Berlín. ¡Ya ve usted!

 

—Con qué otros nombres puedes notarte aludida. —preguntó el psiquiatra, desconcertado. —Pues mire usted, depende del lugar donde resido. Si amanezco en Sevilla, me llamo tal y si despierto en New York soy Leidy Franchini.

—Me está diciendo, que tiene familia en los cuatro ¿lugares?

—Solo en Sevilla. Allí tengo un hijo que vive con Frasquito, mi marido, que es muy chiquitín. Y está mal de los nervios.

—Quien, está mal de los nervios. —preguntó Sean, atolondrado.

—Mi hijo. El pobre, está casi desquiciado, por la infancia sufrida, con su madre.

—¿Con su madre.? —volvió a recabar el abogado interpelando aquella respuesta.

—Pero vamos a ver. No es usted. Su madre. En qué quedamos.

—Yo hago de madre, cuando vivo en Sevilla, pero después, él se queda huérfano.

El licenciado dejó que aquella demente, hablara para valorarla y puso toda su concentración en lo que conversaba. Sin precisar que estaba interpretando una odisea sin parangón, difícil por otra parte de comprender, pero visionando que estaba como una regadera.

—Yo estoy enferma y no puedo con esta vida. Allí en la residencia donde me han ingresado, estoy en la gloria. No quiero moverme del lugar. Es un apartamento reducido, pero coqueto. Está en el número noventa del último piso, cruzando el pasillo a la izquierda. No pago teléfono, ni agua, me traen la comida en bandeja cuando tengo hambre. ¡que más puedo pedir! No lo cree usted así, padre cura.

Hizo un inciso, y volvió a cambiar de personalidad, entrando en el cuerpo de Olga.

Vine desde mi pueblo a ver a mi hija y buscando. Encontramos lo que buscaba, que es ni más ni menos, que esto.

—Pero señora, ¡vamos a ver!, me acaba de decir que tiene un hijo y ahora me salta con que ha venido a visitar a su hija. ‘¡Aclárese!

 

Marcando el perímetro, donde creía que estaba, aquella mujer comenzó a temblar, y con un raciocinio exultante y con todo lujo de detalles, insinuó, sin orden ni concierto. Haciendo pausas de cuando en vez, para poder ordenar sus ideas y descentrar a los psicólogos, haciendo que se confundieran cada vez un poco más.

Por su lenguaje, pronunciación y léxico demostraba las faltas que la mujer padecía y detentaba.

El grado de su dolencia, no lo habían equilibrado de momento.

Los médicos, no sabían a ciencia cierta, si estaba fingiendo. Dada la capacidad mental de la mujer, y sus dotes de interpretación. Yendo desde el final al principio de su explicación y dejando muchos puntos inconexos, adrede y con el fin de que la designaran incapaz.

Dando detalles de las ciudades donde decía que residía. Interpretación que posibilitaba la diagnosticaran con locura total, y así poder evitar entre muchas cosas, todo lo que el juez, llegado el momento, pudiera infringirle por castigo.

 

Estaba acusada de haber asesinado a tres hombres, uno en cada lugar donde decía había vivido.

Cuando en su realidad, no se movía de Sevilla. Ciudad donde encontraron tres cadáveres relacionados con alguien parecido a ella, y resultando todas las pruebas efectuadas que fue la misma, que ahora decía tener cuatro personalidades.

Siendo según los indicios probatorios, fue la autora de haberlos decapitado.

 

En la cárcel le habían hecho un corte de pelo de presidiario. Estilo doble cero, y según ella se encontraba, divinamente en la institución.

A todo el mundo felicitaba, mostrando al prójimo ser un ser angelical.

Con las monjas del internado, estaba encantada. No dándose en recíproco esa sensación. Ya que las religiosas, le temían, por su agresividad cariñosa y a la vez agresiva.

 

Una vez finalizado el receso que habían predispuesto los médicos volvieron a la interrogación preliminar.

—Sabe que tengo tres hijos—anunció la acusada y prosiguió.

—Uno está en Bélgica. Invocaba pasándose la lengua por el paladar fungiendo los labios. —Otra la tengo aquí. Comentaba sin indicar la ciudad y se santiguaba con mucha fe, y seguía relamiéndose.

—Pobrecita trabaja mucho. Es muy limpia, tiene dos hijos—siguió argumentando, como si estuviera en la sala de espera del dentista.

—Mire usted vive cerquita de aquí. Con avión llega en no menos de cinco horas. Viene a verme, frecuentemente. Cuando puede. Ahora hace dos años, que no nos vemos. Tiene mucha faena y es muy limpia. Se gana la vida, en la cama. Con el amor de los hombres que la visitan, y le dan cariño.

 

Aquella mujer todo lo decía en voz alta, sin embargo hablaba para sí misma. Ya que nadie le hacía una sola pregunta.

Una de las veces que fue interrumpida, por Sean Kanter que le exigió dejara de hablar de Lucía, y le contara detalles de Noelia, de Franchini y de Olga. Se violentó, como si le hubieran quemado con una tea encendida, llenándosele las cuencas de los ojos de ira y de rabia contenida.

Al momento, como si hubiese habido una transformación radical, le cambió el tono de voz y se destapó un tanto la pechera, mostrando casi los senos, para decir.

— Si no me llamara Franchini, y fuera una Leidy de categoría. Respetada en esta parte de América, más de uno saldría malparado. Entre ellos, tu. Que eres un tipo despreciable y rencoroso.

Al momento se calmó y con otra inflexión diferente, y un acento anglosajón comentó.  

—Nadie puede discutir que soy la mejor cirujana plástica de Nueva York, y se difuminaba su cháchara, dejando de ser Leidy Franchini, para pasar a ser Olga, la bonaerense. Aquella que bailaba los tangos con el propio Canciller de la Argentina, la misma que operó a un tal Atahualpa, de flaccidez estomacal.

 

Los doctores dieron por finalizada la sesión, firmando los documentos de chifladura transitoria permanente, y la llevaron a su celda, la noventa del noveno piso de la cárcel.

Esperando el juicio tras aquella prueba de comportamiento.

 

Cuando quedó a solas en su celda, el ataque de risa contraído que mantuvo con ella misma, fue silencioso. Disfrutándolo a placer, al creer que había engañado a los psiquiatras con su comportamiento engañoso.

—Menos mal, que no me ven, ni me han grabado. Estos licenciados, parecen memos.

Se han tragado lo que les he dicho. Si mi padre, el gran mago de Tomelloso, levantara la cabeza, sabría que soy mejor actriz que él. Siguió hablando para consigo.

—A ver como acaba todo esto, que me da, me encierran con grilletes

Declarándose a sí misma, en su soledad, o quizás en su locura, inocente.

Que realmente se llama Ángela, y que jamás ha matado ni a una mosca. Que no sabe ni donde se encuentra, ni si ha cenado, que le gustaría tomarse un café y ver una película de Humphrey Bogart.

Tan solo hace lo que hace, por llamar la atención de su hija, que vive en la Rambla de la Riera y no la visita ni en broma.

No conoce Sevilla, ni ha estado en Buenos Aires, ni sabe lo que es Oklahoma.

Que todo lo hace, para llamar la atención de su Purita, que la tiene olvidada, y si la condenan a muerte, por esos asesinatos que jamás cometió. Igual le hacen un favor y se quita de en medio, al dejar de padecer.



autor: Emilio Moreno
Sant Boi, 21 enero 2025.

 


viernes, 17 de enero de 2025

Municiones mojadas.

 







Boris… pensaba detenidamente. Habían pasado treinta años de aquel cumpleaños que celebró, cuando entró en la cincuentena. Cuando consumó, a tope sus primeros cincuenta tacos. 

Entonces, ya había gastado medio siglo, y despilfarrado más de la mitad de aquellas cinco decenas malditas. 

Volvía a pensar en su juventud, pero ya sumaba ochenta años.

Aquella lozanía que tuvo y que regaló a la política, aquellos años, tiernos y hermosos que llevados de otro modo, hubiesen sido provechosos. Pensaba.

— Y ahora, esa concepción de ideas, llamada política. Ese partido vetusto, al que he dedicado mi vida. ¡Como me lo paga! En el momento que lo preciso y más lo necesito. Musitó enrojecido.

—Me abandona, y me vuelve la espalda.

Acabó de rememorar pesaroso. Volviendo a la realidad por unos instantes sin dejar de recordar y cuchicheando entre dientes se le escapó.

—Ahora, tan viejo, cuando nuevamente estoy privado de libertad, enfermo y desamparado. ¡Como lo hago para sobrevivir!

Hizo un inciso para retomar fuerzas y proseguir murmurando.

—¡Estoy acabado! Vivo del recuerdo. Muy amargado, y claramente abandonado por mis tres hijas. De las que prefiero no hablar y remitirme a una memoria feliz, que no se borra de mi mente.

 


Cuando estuvo en el frente conducía un camión ruso, transportando municiones desde los diversos polvorines al campo de batalla. Donde se repartían las castañas, los disparos, y el fuego cruzado. 

La muerte.

Entonces repentinamente masculló.

— No tenía miedo. Ni padecía por nada ni por nadie. Solo quería desempeñar mi valor combativo. Demostrar mi valentía, o quizás mi inconsciencia. Creyéndome cantarle las cuarenta a la suerte.

 

Poco antes de que explotara en aquella sociedad, la llamada guerra civil, Boris se preparaba para librar el permiso de conducir y conseguir un puesto de repartidor de bebidas refrescantes en su localidad. No llegó a tiempo.

Estalló la guerra y con la sublevación los trabajos quedaron desiertos y la gente no sabía a qué atenerse. El desmadre desorganizado presidía en los pueblos. Todo iba manga por hombro y con eso hubo gente beneficiada. Los desgraciados como siempre y en todos los casos, a pasar hambre, confusión y exilio.

Boris ya hacía meses que había abandonado a su familia. Todopoderosa, católica y romana. Empresarios de renombre, los que no le dejaban vivir del cuento. Embebido por los aires libertinos juveniles y creyendo que se comería el mundo, se apartó de ellos. Hasta que; no por convicción, y sobre todo, por comer y vivir, solicitó hacer la prueba para alistarse en el frente republicano.

Prueba que pasó y lo admitieron como conductor, aún y sin tener ese carnet que no consiguió obtener.

Todas las andanzas que explica, son imaginarias.

Creyendo las ha disfrutado en su juventud, y entre lo que es cierto y lo que no es, viaja con su mente dispuesta a contar alguna de las grandes invenciones de su vida.

Boris no estaba contento viviendo con Federica, la menor de su prole.

Ocupando un rincón trastero desangelado, y cada vez que su hija tenía planes, debía desaparecer durante las dos o tres jornadas de actividad. Tantos como le duraba el antojo a la nena.

Por lo que se fue del desván, y se instaló a la intemperie. En una de las bocas de metro, hasta que pudo acceder a la residencia de la “Luna”, donde subsiste ahora.

De sus otras dos hijas, Palmira y Libertad, no comenta nada. ¡Como si no existieran! Ellas según dice Boris, no le quieren a su vera. Lo repudiaron al morir la madre, y no tienen apenas contacto.

Aún y con todo lo andado, por ser excombatiente. Militante y gente del partido con dedicación plena a las exigencias de la política. Su pensión es paupérrima, y no le llega para mantenerse. Por mediación de unos viejos colegas de la vecindad, encontró un alojamiento para gente indigente. La residencia la Luna. En la que habita y para actualmente.

Se mudó sin darle noticias a su Federica, que es con la que mal vivía últimamente.

Suele comentar que en algún albergue de las afueras, podría entrar a residir, sin embargo le queda muy lejos de todo y no quiere habitar en distrito desplazado.

En algún parador es posible que cobren menos y con mejor alimento, pero prefiere no arriesgar.

Parece ser que tuvo problemas en el comedor del albergue La Luna, con alguno de los convivientes, por la calidad del agua. La encontraba caliente y nadie le hizo caso, ni le dieron la razón. Creyendo que si buscaba el agua natural, en la fuente de la esquina. La disfrutaría y la podría beber en condiciones.

Se llevó un gran chasco, cuando le prohibieron salir del perímetro del hospedaje a buscar alimentos y bebidas, ajenos a la entidad. El no cumplir con los requisitos, era motivo de expulsión.

En aquella hospedería sus ratos los pasa jugando a las cartas o al dominó con algún compañero esperando cuándo podrá encontrar otro lugar, en el que se encuentre a su gusto.

A pesar de indicar que si no fuera por una herida inexistente que le supura. Podría estar defendiendo un trabajo como siempre ha hecho.

 


Una voz estridente y chillona oía un domingo por la mañana, mientras recogía su paquete de galletas para el desayuno en el centro. Creía que lo buscaban, para llevarlo al frente, a seguir repartiendo munición desde los polvorines a la línea de fuego.

Aquella voz ruidosa y vocinglera, pertenecía a una mujer de mediana edad que ofrecía medios para que asistieran a una nueva iglesia renacentista venida de países lejanos.

El jardín estaba repleto, oyendo el mensaje de la buena mujer. Hasta que fue atacada por un hombre inmenso y descentrado, a medio vestir y con unas zapatillas de invierno muy ajustadas.

El que asaltó a la señora apostólica, adujo que fue su pareja durante cuarenta años, y que lo abandonó por un vendedor de lavadoras.

Lo redujeron y ataron hasta que vino el servicio de manicomio y se lo llevaron dentro de una camisa de fuerza.

Aquella vidente enviada, de culto pseudorreligioso, pertenecía a la llamada vocación de fe El Ventanal de la Gloria, y decía llevar el mensaje del Hacedor.

Mostraba ojeras imponentes y unos ojos pequeños, tras unas gafas que le ayudaban a su posible miopía. Supo desaparecer de semejante lugar, sin dejar rastro.

Al salir de aquel refugio, por la forma de llamar al que la conducía, denotaba miedo y estupor. El camarada se había quedado en el umbral de La Luna. Imaginando que habría jaleo, en aquella pensión.

Se podía descubrir que era su adjunto. El trato entre ambos, aunque no era distante, era un tanto violento y tenso.

Dado que alguna de las argumentaciones diferidas por la adivina. No eran demasiado bien recibidas, e incluso discutidas por su acólito.

Al poco cruzaron la avenida y se fueron dando un paseo para poder discutir, y propinarse toda la clase de insultos que pudieran.

 

Entonces, Boris iba oscilando poco regio, por la herida que decía padecer en el bajo vientre y que su mano derecha se llevaba a ese lugar, a modo de contención.

Cuando pasó frente al espejo del salón, se volvió a mirar, de forma fortuita y se saludó con un gesto de amabilidad.

Olvidando su verdadero dolor y la herida mortal que le produciría su desolación. Su dentadura blanca apareció en la sonrisa. Grande y amarillenta, denotando que no era la de nacimiento por estar desencajada de las encías.

Se apalancó en una mesa con algún que otro colega.

Al rato la conversación versaba sobre temas que iban y venían sin ton ni son. Política y corrupción, quejas constantes sobre idealismo, fracaso y dinero.

Dinero que no tenía, y necesitaba para poder costearse su demencia, su vejez y por supuesto su depresión.

No pudo por menos, el pobre desencantado de Boris, que dar una mirada alrededor y darse cuenta, dentro de su invalidez, que aquel mundo donde vivía. Acompañado de quien estaba. Era todo lo contrario de lo que soñó siempre

 

 

Autor: Emilio Moreno
Enero de 2025, día 17.