el tiempo parece escapar
sin poderlo yo, atrapar
aunque intente ir detrás.
Era el mes de abril del año 2015 y se publicó
Me bajo en Triunfo
Era el mes de abril del año 2015 y se publicó
Me bajo en Triunfo
No sabía si se trataba de
una elucubración de la mente. De un pesado sueño que estaba viviendo, tras
aquella importante intervención quirúrgica, a la que fue sometido. Sin más
remedio, para que pudiera seguir disfrutando de sus días.
Estaba bajo efectos de la
anestesia y no se hallaba en su mejor momento. No sabía tampoco si era una
admonición del destino que le advertía del trasgo de las personas que lo
rodeaban, incluidas sus hijas.
Tratarse de alguna venganza.
Tampoco era factible.
Harry Delaware, había
sido siempre un tipo dadivoso y agradecido, sabiendo recompensar los favores y
atendiendo a aquellos que le rodeaban y estaban necesitados. Por tanto no tenia
atisbos de penitencia, ni pizca de atriciones. ¿Sería la propia vida que le
pasaba factura.
Iba recobrando la
conciencia a medida que transcurrían los minutos, y lo acomodaban en la sala de
recuperación del gran hospital.
Los enfermeros lo
disponen y le acercan sus anteojos. Vuelve a bajar la mirada. Revierte a
observar por encima de sus gafas. Espera para saber quién se preocupa, o se
afecta.
Harry Delaware, es un
hombre decidido a vivir su vida sin injerencias de nadie. Incluyendo a las tres
hijas que tiene, y que ninguna de ellas sea la directora de su ilusión y de sus
gastos.
Han pasado mas de dos
horas desde que esperaba volver a su realidad. Al pronto se alegra, ha visto
entrar en el box de espera a alguien que parece conocer.
¡Claro que la conoce. Es Melinda!
Su acompañante en los últimos meses.
Una dama muy cariñosa y
muy interesada que le vela por interés en todo momento. Una señora muy
atractiva, algo más joven que Harry. De buen ver, y de mejor entender.
Que no deja, cuando puede
y lo tiene cerca. Hacerle zalamerías y darle morritos cortos e insistentes en
la comisura de los labios. Tanto más
efusivos, si hay alguien que lo puede presenciar.
Ha tenido una pesadilla mientras volvía a la realidad, que lo pone en guardia. Aunque sabe que en el último tiempo, se ha dejado convencer en detalles, que antaño fueran impensables hiciera con la difunta de su esposa.
Recordatorio que le hace pensar
en detalles vividos antes de la extirpación quirúrgica. Notando que su actual
compañera, muestra un interés significativo, en pormenores que si son
analizados tienen repercusión e importancia.
Algo ha cambiado tras
aquella premonición. Duda de la reacción de Melinda, denota ser aún más
interesada que cuando la conoció.
No entiende la prisa que
tiene por dejarlo todo escrito.
Sin saber exactamente, si
Melinda va de frente y es sincera en todo lo que aduce. Queriendo tener las
manijas de la vida de aquel hombre. Dejando a sus tres hijas, Deysi, Jennifer y
Donatella fuera del pastel.
Según ellas, Harry está
malgastando el abundante capital que dejó la madre antes de morir. Queriendo hacerle
ver a su padre, cambie de reflexión y que viva y disfrute de su vida según le
plazca, pero sin dejarse engañar por nadie. Sin dependencias ni obligaciones
crematísticas. Evitando se acerquen en busca de sus pertenencias y comodidades.
Llegan a su altura justo al lado de la camilla en la habitación del hospital, y saludan a Harry los que esperaban con impaciencia el resultado.
—Hola papá. ¡cómo te
encuentras!
—Que tal Donatella—respondió
Harry. Estoy dolorido, pero debe ser normal.
—Fuera esperan Deysi y
Jennifer, preocupadas. Ya sabes como son. Impacientes como lo era mamá.
— ¿Melinda, no ha venido…?
—preguntó Harry, extrañado que Donatella, no la nombrara.
—Cómo no va a venir la gran
dama. Igual cree, que sin ella, esto no funciona.
—No seas así. Es buena tía. — replicó Harry.
—Buenísima. Es encantadora.
Hasta que te saque lo que pretende. Sin duda, pero ya sabrás lo que haces con
tu vida. Después cuando estés arruinado, te abandonará. Siguió argumentándole a
su padre, el bueno de Harry, que iba volviendo a la realidad escuchando las
palabras de su hija primogénita.
—Vendrás, sin más
remedio, a que te cuidemos nosotras. ¡Como si lo viera! Algunos tíos sois
tontos. Os dejáis llevar por el olor de las peligrosas feromonas femíneas, y no
todas son provechosas, para los intereses posteriores. Pagando un peaje que no
te da la oportunidad, de volver atrás.
Harry se quedó unos
instantes en silencio, y al cabo reaccionó con la prudencia que le acaparaba y
sin más le insinuó con un ademán y con su voz algo desunida.
—Anda y ve. Indica a tus
hermanas que entren y después que pase Melinda, sola. Necesito y quiero hablar con
ella.
—De acuerdo papá, así lo
haré. Que te mejores pronto. Antes de marchar, pasaré a darte un beso y saber
si necesitas algún detalle.
Cuando entraron en el box,
Deysi, y Jennifer. Harry ya estaba reincorporado de medio lado, quedando frente
a él dos mujeres preciosas. Dos sargentos del Tercio Blindado para Competencias
varias. Que se dirigieron a su papá, sin templanzas.
En inicio hablando de
insignificancias en voz suave durante bastante rato.
De pronto Deysi, se
acercó a la puerta y la ajustó sin miramientos, entreteniéndose con la
enfermera, que le pedía datos para incluirlos dentro del expediente del propio
ingresado, dentro de aquella institución.
Quedando el bueno de Harry
Delaware, solo con su Jennifer. La hija que menos prudencia tenía cuando debía
aclarar situaciones. Expresando sin preámbulos.
—Imagino que este
desencanto lo pararás de alguna forma. ¿Verdad…?
— A que te refieres. —Le
preguntó su padre. — Quizás es por tu desencanto. O es que te molesta que haya decidido
tener una compañía femenina, el resto de mis días.
— Para nada. Replicó la mediana
de sus hijas.
—Puedes hacer lo que te
plazca. Lo que no veo de recibo, es que esta señora, que trata de suplantar a
mamá, pueda usar la tarjeta del Banco, como si ella fuera la titular de tus
cuentas. Ya me dirás, como se come esto — Prosiguió Jennifer alterada.
—Recuerdo y muy bien. Tus
órdenes. Igual tú las olvidas. Que no dejabas ni a mamá ir al cajero, no fuera
que la engañaran. ¡Eso decías.!... ¿Recuerdas?...
Sin freno quiso
continuar, cuando entraba en escena Deysi, que se sumó a la queja, dejando que
su hermana rematase el mensaje de su diálogo.
—Tan solo te advierto. Dejándolo
muy claro. Para que después no digas que nadie te advirtió. De pasarte alguna
cosa grave, Parálisis, Parkinson, o Demencia, la buena y guapa de Melinda. Sin contemplaciones
te facturará con tus hijas. Eso lo sé fijo.
Rematando aquella sentencia
de forma diáfana la joven, expresó como final de su exposición.
—Claro, entonces a ella
le habrá dado tiempo de chupar del efectivo, todo lo que sea capaz.
Harry, escuchó con serenidad a Jennifer y preguntó a Deysi, recién llegada y reincorporada a la conversación.
— Opinas lo mismo que tu
hermana, o has de agregar alguna cosa más.
— Papá. Pareces tonto. No
te das cuenta de lo que ocurre a tu alrededor. Mientras has estado en coma,
estos quince días, Melinda, no ha dejado de salir, y de disfrutar con el
primero que se le ha puesto a tiro. Es una mujer sin escrúpulos, y lo peor es
que ha ido tirando de beta y gastando a manos llenas, con nuestro dinero. ¡Eres
bobo! O te ha embebido la razón. Hizo un preámbulo y continuó.
—Sabrás que ha intentado
cambiar la llave de entrada de la casa familiar. Nos hemos enterado porque
Donatella, está al quite y ha ocupado la habitación que tenía de jovencita. Viviendo
de nuevo en nuestra casa. De no haberlo hecho, a estas horas, ya estarías
desahuciado. Respiró brevemente y añadió.
—Sin embargo, de seguir
así nos deja en la estacada. Acabó la sentencia enfurecida aquella señorita,
sin poder de solución inmediata.
Harry les dijo que salieran
y que lo dejaran solo con Melinda. Las dos hijas abandonaron el set y
permitieron que la señora Melinda entrara a ver a su padre.
Apareció por la puerta demacrada la mujer, como si llevara días sin conciliar el sueño. Despeinada no, pero si con el moño revuelto adrede, y por las formas hecho en el último instante, quizás para representar, dolo o disgusto.
— Amor, como sigues, he
estado penando desde hace semanas. No sabes lo mucho que he echado en menos tus
caricias y atenciones. Aseguró la señora.
— Me pondré bien. Seguro,
tranquila y dime que te han dicho los médicos.
—No lo sé, porque tus
queridas hijas, me han prohibido estar presente en las explicaciones médicas. ¡Esto
lo hemos de parar…! Amor mío. Así no puedo seguir. Recalcando y fingiendo
dulcemente continuó.
—Han de comprender, que
soy yo, desde ahora la que ha de dirigirte, porque es a mi a la que importa te
pongas bien y te recuperes. ¿No crees?
—Bueno Melinda, ellas son
mis hijas, y supongo que también quieren estar al corriente.
—Estoy de acuerdo. Adujo Melinda.
—Pero han de estar en
segunda fila. No pueden quitarme protagonismo. Faltaría más.
Harry, continuó averiguando lo ocurrido, estando en su estado profundo de inconsciencia y le interrogó.
— Me ha dicho mi Deysi,
que mientras estaba a punto de espicharla, tu salías con unos y con otros, y
que has intentado cambiar la cerradura de la puerta.
—Harry amorcito. Me
conoces. ¡Compréndelo! Yo no las tenía todas conmigo. Si ibas a salir del
atolladero, o te ibas a quedar en el quirófano. Hizo un jeribeque de dolor y
aclaró. —Sabes que soy muy miedosa. Que no puedo estar sola. Es verdad que he
salido a bailar, tan solo para distraerme. Seguir conociendo a personas que en
caso de tu ausencia, pudieran ayudarme. Siguió aduciendo convencida, de su
proceder y mantuvo.
—Comprenderás que es
lícito lo que he hecho. Se detuvo al ver la cara del enfermo, que se retorcía
en la camilla.
—No me parece bien, y
menos usando una tarjeta del banco, que no te pertenece. Exigió Harry una
explicación, esperando una respuesta sincera y aclaratoria.
—No irás a controlarme
ahora. Después que me desvivo por ti. Detuvo su enjundia y dijo.
—Que hago yo. ¡Dime! Si te mueres de repente. Ellas no me van a recoger. Además si sigues haciendo caso de tus tres hijas, te encontrarás solo.
Ya que lo único que
buscan es mi infelicidad. Y no estoy dispuesta a tragar más. Así que lo tenemos
muy mal.
—No has contestado a mis
preguntas. Adujo Harry, esperando.
—Oye Harry, veo que no me
quieres nada. Cambia y no entres en lo que ahora llaman abuso. Porque no voy a
estar contigo, a cambio de nada. ¡Yo no soy criada de nadie!
¡Estaría bueno!
¡Bienvenido.! — saludó aquella dama, que aguardaba en la sala.
—No se
mueva. — respondió el recién llegado. — Busco esa butaca del reposapiés. Así me
acomodo. Me va bien para los tobillos. Se hinchan a poco que los fuerzo, y si
los dejo posar estoy más a gusto.
Un silencio pone fin, a toda la locuacidad expresada en los
veinte segundos anteriores, emitidos por James Stuard. El anciano que se acomodó
a la derecha de aquella aparición inesperada. Una especie de espectro,
disfrazado de guapa doncella.
Es domingo por la tarde, y está lloviendo a raudales. El agua
salpica los cristales de las ventanas. Mas bien ventanales. Dado el tamaño del
acristalamiento, de aquella inmensa pared, a la derecha del sofá.
Toma
acomodo el propio James Stuard. Un individuo, ya mayor. Anciano. Tocado con una
gorra de verano y ayudado en su caminar por una muleta, que dispone en su brazo
derecho. Entre muchos gestos visibles y otras
mímicas se sienta en una silla con respaldo alto, acolchada en color verde.
Poltrona amplia, que debajo de la misma, sin ser muy visible, se desliza un
pequeño taburete, que se utiliza para apoyar las piernas.
Un par de suspiros profundos emite mientras toma asiento, y con
dificultades comienza a menear sus zancas, que las mueve con inclinaciones
bruscas de derecha izquierda. De refilón deja ver unos calcetines azules de nylon,
y unas zapatillas ajustadas del mismo color que los escarpines.
En verdad tiene los tobillos hinchados. Soporta una gran humanidad. Es un hombre recio.
Fuerte y alto. Muy grueso.
Sus idas y
venidas reflejan una espera que no llega. Observa y mira tras los cristales
hacia el cielo. Impaciente, trata de no acelerar aún más su velocidad de
sedimentación. Mientras el chaparrón replica. Se hace advertir. Notándose el susurro
por el golpeo de sus gotas gruesas contra el suelo.
Las alcantarillas
del jardín no dan abasto. Hace rato han dejado de engullir la corriente de agua.
La superficie de aquella parcela está encharcada. Las tragaderas de los
sumideros, no dan abasto. Están embozadas. Ofreciendo a la vista, charcos y
lagunas abundantes.
De alguna manera aquel anciano, mira alrededor y busca a alguien
para entablar charla. Está desesperado. Nervioso e intranquilo. Al poco, sin
saber que hacer, emprende conversación con la seductora mujer, que en un
principio le había dado la bienvenida, y habían intercambiado unas palabras.
Preguntándole al abuelo.
— Buenas
tardes. ¿Me conoces? Interrogó la belleza diluida.
— Debería
conocerla. Le debo algo. Usted dirá, no estoy para acertijos.
— No para
nada. Deudas no tienes, pero memoria tampoco — dijo aquella visión. — entonces usted
dirá, que desea de mí. Si es que algo busca, no estoy para bromas ni para
inventos.
— Lleva
usted mucho tiempo aquí. Me refiero a la institución.
— No. Para
nada. Hace muy pocos meses. Desde marzo.
—¿Se
encuentra a gusto perteneciendo a esta comunidad?
—A gusto. No
me encuentro en ningún sitio. Desde que me quedé solo, todo es una miserable
realidad, sin futuro.
— ¡Cómo llegó
a parar aquí, a esta institución!
— Un nieto
que tengo que vive cerca de aquí. Le dio referencias a mi hijo, y aquí me
encerraron. Me encuentro solo, sin amigos y sin futuro. Me ingresaron, para
perderme de vista. Fue mi familia. Lo pagan con la pensión que me ha quedado al
servir toda mi vida en el Instituto Geográfico de localización
— Ah… veo
que tiene hijos.
— Sí… Tengo
cinco hijos, y todos viven en la ciudad, menos la menor que reside en
Georgetown
— Usted no es
de aquí. ¿Verdad? —preguntó Fantasmina.
— No. Yo soy
mexicano, de Monterrey.
—Veo que
está esperando a alguien importante para usted
— Es verdad.
Los esperaba, pero con este día ya no vendrán.
El hombre se reincorporó de nuevo, sobre la marcha con gran
esfuerzo. Puso su humanidad en pie, y con su meneo, va a dar un nuevo paseo. Dejando
con la palabra en la boca, a la preciosidad que le interrogaba.
Aquella esencia,
transformada en mujer quedó sentada, mirando como desaparecía de la estancia. Sabiendo
que no tardaría en aparecer de nuevo, y sentarse junto a ella, como atraído por
algo superior a sus entendederas, que lo obligaba a volver y volver.
Cansino. Apoyado en su muleta y tocado por su boina veraniega. Se
pierde a lo lejos del pasillo. Paseando no demasiado trozo, para retornar, al
entorno de la butaca.
Su familia no llega y vuelve, acomodándose para seguir con la conversación mantenida con la señorita.
De pronto aquel espíritu, en el cuerpo de Fantasmina, se recrea
con la película de la vida del mexicano. Ya que momentos antes le había
comunicado varios pasajes de su vida, y que tenía cumplidos los 87 años.
—Que esperaba el ultimo bus. El de las dos de la madrugada, que
es el transporte y la hora ideal, para decir. ¡Hasta luego cocodrilo! Nombre
del mejor rock americano conocido.
Refiriéndole parte de su deambular por esos mundos de residencias
especiales para leones solitarios. Con los pros que son pocos y las contras muy
desgraciadas.
Anteriormente había estado en otro lugar ingresado.
Compartía habitación
con dos compañeros más, y no estaba a gusto.
No le dejaban descansar en condiciones, y por lo visto, alguna
de esas personas que menciona. Se ensuciaba
encima, cada dos por tres. Entrando los celadores del centro en su aposento
para cambiarles los pañales al interfecto.
Ese compartir habitación le llevaba más que un quebradero de
cabeza.
— Lo
importante y lo preciso que es estar solo en un apartamento. Poder hacer siempre
lo que me da la gana y lo que está dentro de mis posibilidades y lo que quiero.
Muy desencantado
y mirando su reloj de bolsillo, le aseguró a la confidente imaginaria. — Cuando
acabamos la cena vengo solo, me coloco aquí, en la butaca verde, donde descanso
las piernas y me quedo recordando mis historias. Haciendo un poco de tiempo,
hasta las diez de la noche. Luego subo
arriba y oigo un rato la radio.
Me gusta
escucharla, — aseveró con disimulo.
—Hasta que
dan las doce y luego me acuesto. Si tengo necesidad de ir al servicio me
levanto, y voy. Tengo un armario con
perchero para colocar todos mis enseres, que nadie toca y en verdad estoy
conforme. No quiero ni puedo quejarme. —Decía James Stuard.
—En un día
normal, daba paseos a lo largo del huerto y del jardín de la institución, y retornaba
de nuevo al punto de partida.
—Cada día
leo el periódico, — dijo mirando fijamente a los ojos de Fantasmina. Advirtiendo
alguna rareza en ella, y le preguntó.
—De qué me
conoces.
—Soy tu Ángela
guardiana, Fantasmina. Aquella que solías llamar, en tu tiempo de músico por
esos pueblos y ciudades de California. ¿Recuerdas?
Fue
entonces cuando en el reflejo del cristal, apreció de pleno su cara
entristecida. Sin rictus ni sonrisa. Con sus ojos claros. Ahora posiblemente
por alguna catarata que pudiera tener. Su gran nariz redonda puntiaguda sustentaba
sus anteojos redondos.
Miraba
fijamente tragando saliva con un ruidito muy sonoro y característico.
— Me gusta
leer y cada día leo sentado sin prisas. Hoy ya no vendrán— refiriéndose a sus
hijos.
— Hace muy
mal tiempo.
Daba la impresión de ser un hombre solo, y casi abandonado. Teniendo su suerte echada, que con un poco de fortuna, dejaría de padecer pronto.
En sus
últimos días necesitaba el contacto humano de los suyos, sin embargo estaba conforme
con lo que la vida le proveía.
Mantiene su ejercicio apoyado
en la columna vertebral de la sala principal de visitas.
Tratando de mantener
derecho su cuerpo, que no tiemble bajo ninguna circunstancia, ni bajo ninguna
noticia desagradable. Espera paciente turno para tomar el transporte de las dos
de la madrugada, y sigue mirando invariable, tras los ventanales de la
estancia.
Su contemplación sigue perdida intentando hallar lo que busca
afanosamente, y que de momento, lo salva, el cuidado de su Ángela Fantasmina,
que le asegura largos meses de vida, de esperas y de sensaciones.
En su interior tararea aquello de: Hasta luego cocodrilo.
No llegaste a caimán.
Aquel científico
maduro, muy profesional y selectivo, llamado Sean Kanter, tuvo que atender a
una tal Noelia, y tomarle declaración, después de ser detenida por los muchos
delitos que produjo en los cinco últimos años.
Era un tipo
raro de mujer. Una dama que por lo visto, según decían los psiquiatras, tenía
hasta cuatro personalidades diferentes, en su propia estructura femenina. Lo que
le llevaba a ser, según se despertaba cada día, la mujer que más ambicionaba.
Su franja
de actuación iba desde un ente o persona coherente, a otra entidad, que incluso
podía seguir las normas de la delincuencia. Sin freno ni cortapisa, pudiendo
incluso delinquir en un mismo día más de una vez.
Hacía unos
meses que estaba presa en las dependencias de la cárcel de mujeres, Women with crimes. Que traducido a la
vulgaridad, no era otro lugar que la prisión donde ingresaban a las mujeres con
delitos.
Aquel
doctor en psicología e investigador quiso recabar la consecuencia de la
gravedad de lo que le imputaban a la supuesta Noelia y fue a visitarla al
penal.
Un lugar
donde no se podía acceder fácilmente, por sus métodos especiales de guarda y
custodia y todas las consecuencias que derivan de la seguridad de los
malhechores.
La fueron a
buscar a la celda número noventa, que estaba en el noveno piso de la penitenciaría
y la llevaron a una sala especial de torturas, para un tercer grado.
Vigilada
por cámaras y por celadores muy habituados a los intentos de evasión, la
controlaban por no saber las artimañas que poseía aquella especie de dangerous
woman.
Míster Sean
Kanter, y su equipo esperaban hasta que apareció aquella reclusa, que la
sentaron frente a ellos, debidamente esposada. Manteniéndose, los allí
presentes, durante un par de segundos sin decir palabra.
En aquella declaración
oficial, preparada con antelación, en una tarde de miércoles, desde las
dependencias carcelarias, intentaban sacar en claro los delitos por los que se
le acusaba a la convicta.
Todos sentados
alrededor de una mesa cuadrada, y en dos sillas metálicas asidas al suelo,
pretendían averiguar la verdad, en la interrogación que frente a frente se iba
a suceder. Los lugares grises, ocupados con toda su enjundia y entre las mismas,
una tal Noelia, protagonista de las muchas personalidades. El licenciado se
presentó y acto seguido le dijo que sería su defensor, y para ello tenía que
hacerle una interpelación de todo lo que le sucedía. Con lo que le cedió la
opción de explicarse.
Iniciando
Noelia su presentación.
—Mi marido
es muy diminuto. Eso sí muy listo. Ya no le aguanto. Se ha quedado a vivir en Oklahoma
por miedo a que lo asesine. El abogado le inquirió preguntando.
—pero…
vamos a ver. Usted no vivía en Sevilla.
—Yo puedo
vivir algún día en New York, y otros en Buenos Aires, o Sevilla. Según
despierte, y me llame.
—que quiere
decir según me despierte o me llame.
La acusada,
sin cortedades ni sobre exposiciones, lo miró con desprecio y le dijo.
— ¡Si claro!,
hoy me llamo Noelia, y vivo en Oklahoma, pero el lunes desperté en la calle
Corrientes de Buenos Aires, y me llamaban Olga. Hace unos días amanecí en
Sevilla y entonces mi gracia era Lucía, y no le cuento si me despiertan en Berlín.
¡Ya ve usted!
—Con qué
otros nombres puedes notarte aludida. —preguntó el psiquiatra, desconcertado. —Pues
mire usted, depende del lugar donde resido. Si amanezco en Sevilla, me llamo tal
y si despierto en New York soy Leidy Franchini.
—Me está diciendo,
que tiene familia en los cuatro ¿lugares?
—Solo en
Sevilla. Allí tengo un hijo que vive con Frasquito, mi marido, que es muy
chiquitín. Y está mal de los nervios.
—Quien,
está mal de los nervios. —preguntó Sean, atolondrado.
—Mi hijo.
El pobre, está casi desquiciado, por la infancia sufrida, con su madre.
—¿Con su
madre.? —volvió a recabar el abogado interpelando aquella respuesta.
—Pero vamos
a ver. No es usted. Su madre. En qué quedamos.
—Yo hago de
madre, cuando vivo en Sevilla, pero después, él se queda huérfano.
El
licenciado dejó que aquella demente, hablara para valorarla y puso toda su
concentración en lo que conversaba. Sin precisar que estaba interpretando una
odisea sin parangón, difícil por otra parte de comprender, pero visionando que
estaba como una regadera.
—Yo estoy
enferma y no puedo con esta vida. Allí en la residencia donde me han ingresado,
estoy en la gloria. No quiero moverme del lugar. Es un apartamento reducido,
pero coqueto. Está en el número noventa del último piso, cruzando el pasillo a
la izquierda. No pago teléfono, ni agua, me traen la comida en bandeja cuando
tengo hambre. ¡que más puedo pedir! No lo cree usted así, padre cura.
Hizo un
inciso, y volvió a cambiar de personalidad, entrando en el cuerpo de Olga.
Vine desde
mi pueblo a ver a mi hija y buscando. Encontramos lo que buscaba, que es ni más
ni menos, que esto.
—Pero
señora, ¡vamos a ver!, me acaba de decir que tiene un hijo y ahora me salta con
que ha venido a visitar a su hija. ‘¡Aclárese!
Marcando el
perímetro, donde creía que estaba, aquella mujer comenzó a temblar, y con un
raciocinio exultante y con todo lujo de detalles, insinuó, sin orden ni
concierto. Haciendo pausas de cuando en vez, para poder ordenar sus ideas y
descentrar a los psicólogos, haciendo que se confundieran cada vez un poco más.
Por su
lenguaje, pronunciación y léxico demostraba las faltas que la mujer padecía y detentaba.
El grado
de su dolencia, no lo habían equilibrado de momento.
Los médicos,
no sabían a ciencia cierta, si estaba fingiendo. Dada la capacidad mental de la
mujer, y sus dotes de interpretación. Yendo desde el final al principio de su
explicación y dejando muchos puntos inconexos, adrede y con el fin de que la
designaran incapaz.
Dando
detalles de las ciudades donde decía que residía. Interpretación que
posibilitaba la diagnosticaran con locura total, y así poder evitar entre
muchas cosas, todo lo que el juez, llegado el momento, pudiera infringirle por
castigo.
Estaba
acusada de haber asesinado a tres hombres, uno en cada lugar donde decía había
vivido.
Cuando
en su realidad, no se movía de Sevilla. Ciudad donde encontraron tres cadáveres
relacionados con alguien parecido a ella, y resultando todas las pruebas
efectuadas que fue la misma, que ahora decía tener cuatro personalidades.
Siendo
según los indicios probatorios, fue la autora de haberlos decapitado.
En
la cárcel le habían hecho un corte de pelo de presidiario. Estilo doble cero, y
según ella se encontraba, divinamente en la institución.
A todo
el mundo felicitaba, mostrando al prójimo ser un ser angelical.
Con
las monjas del internado, estaba encantada. No dándose en recíproco esa
sensación. Ya que las religiosas, le temían, por su agresividad cariñosa y a la
vez agresiva.
Una vez
finalizado el receso que habían predispuesto los médicos volvieron a la
interrogación preliminar.
—Sabe que
tengo tres hijos—anunció la acusada y prosiguió.
—Uno está
en Bélgica. Invocaba pasándose la lengua por el paladar fungiendo los labios. —Otra
la tengo aquí. Comentaba sin indicar la ciudad y se santiguaba con mucha fe, y
seguía relamiéndose.
—Pobrecita
trabaja mucho. Es muy limpia, tiene dos hijos—siguió argumentando, como si
estuviera en la sala de espera del dentista.
—Mire usted
vive cerquita de aquí. Con avión llega en no menos de cinco horas. Viene a
verme, frecuentemente. Cuando puede. Ahora hace dos años, que no nos vemos. Tiene
mucha faena y es muy limpia. Se gana la vida, en la cama. Con el amor de los hombres
que la visitan, y le dan cariño.
Aquella mujer
todo lo decía en voz alta, sin embargo hablaba para sí misma. Ya que nadie le
hacía una sola pregunta.
Una de las
veces que fue interrumpida, por Sean Kanter que le exigió dejara de hablar de
Lucía, y le contara detalles de Noelia, de Franchini y de Olga. Se violentó,
como si le hubieran quemado con una tea encendida, llenándosele las cuencas de
los ojos de ira y de rabia contenida.
Al momento,
como si hubiese habido una transformación radical, le cambió el tono de voz y se
destapó un tanto la pechera, mostrando casi los senos, para decir.
— Si no me
llamara Franchini, y fuera una Leidy de categoría. Respetada en esta parte de
América, más de uno saldría malparado. Entre ellos, tu. Que eres un tipo
despreciable y rencoroso.
Al momento
se calmó y con otra inflexión diferente, y un acento anglosajón comentó.
—Nadie puede
discutir que soy la mejor cirujana plástica de Nueva York, y se difuminaba su
cháchara, dejando de ser Leidy Franchini, para pasar a ser Olga, la bonaerense.
Aquella que bailaba los tangos con el propio Canciller de la Argentina, la
misma que operó a un tal Atahualpa, de flaccidez estomacal.
Los doctores
dieron por finalizada la sesión, firmando los documentos de chifladura
transitoria permanente, y la llevaron a su celda, la noventa del noveno piso de
la cárcel.
Esperando el
juicio tras aquella prueba de comportamiento.
Cuando quedó
a solas en su celda, el ataque de risa contraído que mantuvo con ella misma,
fue silencioso. Disfrutándolo a placer, al creer que había engañado a los
psiquiatras con su comportamiento engañoso.
—Menos mal,
que no me ven, ni me han grabado. Estos licenciados, parecen memos.
Se han
tragado lo que les he dicho. Si mi padre, el gran mago de Tomelloso, levantara
la cabeza, sabría que soy mejor actriz que él. Siguió hablando para consigo.
—A ver como
acaba todo esto, que me da, me encierran con grilletes
Declarándose
a sí misma, en su soledad, o quizás en su locura, inocente.
Que realmente
se llama Ángela, y que jamás ha matado ni a una mosca. Que no sabe ni donde se
encuentra, ni si ha cenado, que le gustaría tomarse un café y ver una película
de Humphrey Bogart.
Tan solo
hace lo que hace, por llamar la atención de su hija, que vive en la Rambla de
la Riera y no la visita ni en broma.
No conoce Sevilla,
ni ha estado en Buenos Aires, ni sabe lo que es Oklahoma.
Que todo lo
hace, para llamar la atención de su Purita, que la tiene olvidada, y si la
condenan a muerte, por esos asesinatos que jamás cometió. Igual le hacen un
favor y se quita de en medio, al dejar de padecer.
Boris… pensaba detenidamente. Habían pasado treinta años de aquel cumpleaños que celebró, cuando entró en la cincuentena. Cuando consumó, a tope sus primeros cincuenta tacos.
Entonces, ya había gastado medio siglo, y despilfarrado más de la mitad de aquellas cinco decenas malditas.
Volvía a pensar en su juventud, pero ya sumaba ochenta
años.
Aquella lozanía que tuvo y que regaló a la política, aquellos años, tiernos y hermosos que llevados de otro modo, hubiesen sido provechosos. Pensaba.
— Y ahora, esa concepción
de ideas, llamada política. Ese partido vetusto, al que he dedicado mi vida.
¡Como me lo paga! En el momento que lo preciso y más lo necesito. Musitó enrojecido.
—Me abandona, y me
vuelve la espalda.
Acabó de rememorar
pesaroso. Volviendo a la realidad por unos instantes sin dejar de recordar y
cuchicheando entre dientes se le escapó.
—Ahora, tan viejo,
cuando nuevamente estoy privado de libertad, enfermo y desamparado. ¡Como lo
hago para sobrevivir!
Hizo un inciso
para retomar fuerzas y proseguir murmurando.
—¡Estoy acabado!
Vivo del recuerdo. Muy amargado, y claramente abandonado por mis tres hijas. De
las que prefiero no hablar y remitirme a una memoria feliz, que no se borra de mi
mente.
Cuando estuvo en el frente conducía un camión ruso, transportando municiones desde los diversos polvorines al campo de batalla. Donde se repartían las castañas, los disparos, y el fuego cruzado.
La muerte.
Entonces repentinamente
masculló.
— No tenía miedo. Ni
padecía por nada ni por nadie. Solo quería desempeñar mi valor combativo. Demostrar
mi valentía, o quizás mi inconsciencia. Creyéndome cantarle las cuarenta a la suerte.
Poco antes de que explotara
en aquella sociedad, la llamada guerra civil, Boris se preparaba para librar el
permiso de conducir y conseguir un puesto de repartidor de bebidas refrescantes
en su localidad. No llegó a tiempo.
Estalló la guerra
y con la sublevación los trabajos quedaron desiertos y la gente no sabía a qué
atenerse. El desmadre desorganizado presidía en los pueblos. Todo iba manga por
hombro y con eso hubo gente beneficiada. Los desgraciados como siempre y en
todos los casos, a pasar hambre, confusión y exilio.
Boris ya hacía
meses que había abandonado a su familia. Todopoderosa, católica y romana. Empresarios
de renombre, los que no le dejaban vivir del cuento. Embebido por los aires libertinos
juveniles y creyendo que se comería el mundo, se apartó de ellos. Hasta que; no
por convicción, y sobre todo, por comer y vivir, solicitó hacer la prueba para
alistarse en el frente republicano.
Prueba que pasó y
lo admitieron como conductor, aún y sin tener ese carnet que no consiguió
obtener.
Todas las andanzas
que explica, son imaginarias.
Creyendo las ha
disfrutado en su juventud, y entre lo que es cierto y lo que no es, viaja con
su mente dispuesta a contar alguna de las grandes invenciones de su vida.
Boris no estaba contento
viviendo con Federica, la menor de su prole.
Ocupando un rincón
trastero desangelado, y cada vez que su hija tenía planes, debía desaparecer
durante las dos o tres jornadas de actividad. Tantos como le duraba el antojo a
la nena.
Por lo que se fue
del desván, y se instaló a la intemperie. En una de las bocas de metro, hasta
que pudo acceder a la residencia de la “Luna”, donde subsiste ahora.
De sus otras dos
hijas, Palmira y Libertad, no comenta nada. ¡Como si no existieran! Ellas según
dice Boris, no le quieren a su vera. Lo repudiaron al morir la madre, y no tienen
apenas contacto.
Aún y con todo lo
andado, por ser excombatiente. Militante y gente del partido con dedicación
plena a las exigencias de la política. Su pensión es paupérrima, y no le llega
para mantenerse. Por mediación de unos viejos colegas de la vecindad, encontró
un alojamiento para gente indigente. La residencia la Luna. En la que habita y para
actualmente.
Se mudó sin darle
noticias a su Federica, que es con la que mal vivía últimamente.
Suele comentar que
en algún albergue de las afueras, podría entrar a residir, sin embargo le queda
muy lejos de todo y no quiere habitar en distrito desplazado.
En algún parador
es posible que cobren menos y con mejor alimento, pero prefiere no arriesgar.
Parece ser que tuvo
problemas en el comedor del albergue La Luna, con alguno de los convivientes,
por la calidad del agua. La encontraba caliente y nadie le hizo caso, ni le
dieron la razón. Creyendo que si buscaba el agua natural, en la fuente de la
esquina. La disfrutaría y la podría beber en condiciones.
Se llevó un gran
chasco, cuando le prohibieron salir del perímetro del hospedaje a buscar alimentos
y bebidas, ajenos a la entidad. El no cumplir con los requisitos, era motivo de
expulsión.
En aquella hospedería
sus ratos los pasa jugando a las cartas o al dominó con algún compañero
esperando cuándo podrá encontrar otro lugar, en el que se encuentre a su gusto.
A pesar de indicar
que si no fuera por una herida inexistente que le supura. Podría estar defendiendo
un trabajo como siempre ha hecho.
Una voz estridente
y chillona oía un domingo por la mañana, mientras recogía su paquete de
galletas para el desayuno en el centro. Creía que lo buscaban, para llevarlo al
frente, a seguir repartiendo munición desde los polvorines a la línea de fuego.
Aquella voz
ruidosa y vocinglera, pertenecía a una mujer de mediana edad que ofrecía medios
para que asistieran a una nueva iglesia renacentista venida de países lejanos.
El jardín estaba
repleto, oyendo el mensaje de la buena mujer. Hasta que fue atacada por un
hombre inmenso y descentrado, a medio vestir y con unas zapatillas de invierno
muy ajustadas.
El que asaltó a la
señora apostólica, adujo que fue su pareja durante cuarenta años, y que lo
abandonó por un vendedor de lavadoras.
Lo redujeron y
ataron hasta que vino el servicio de manicomio y se lo llevaron dentro de una
camisa de fuerza.
Aquella vidente
enviada, de culto pseudorreligioso, pertenecía a la llamada vocación de fe El
Ventanal de la Gloria, y decía llevar el mensaje del Hacedor.
Mostraba ojeras
imponentes y unos ojos pequeños, tras unas gafas que le ayudaban a su posible
miopía. Supo desaparecer de semejante lugar, sin dejar rastro.
Al salir de aquel
refugio, por la forma de llamar al que la conducía, denotaba miedo y estupor. El
camarada se había quedado en el umbral de La Luna. Imaginando que habría jaleo,
en aquella pensión.
Se podía descubrir
que era su adjunto. El trato entre ambos, aunque no era distante, era un tanto
violento y tenso.
Dado que alguna de
las argumentaciones diferidas por la adivina. No eran demasiado bien recibidas,
e incluso discutidas por su acólito.
Al poco cruzaron
la avenida y se fueron dando un paseo para poder discutir, y propinarse toda la
clase de insultos que pudieran.
Entonces, Boris iba
oscilando poco regio, por la herida que decía padecer en el bajo vientre y que
su mano derecha se llevaba a ese lugar, a modo de contención.
Cuando pasó frente
al espejo del salón, se volvió a mirar, de forma fortuita y se saludó con un
gesto de amabilidad.
Olvidando su
verdadero dolor y la herida mortal que le produciría su desolación. Su dentadura
blanca apareció en la sonrisa. Grande y amarillenta, denotando que no era la de
nacimiento por estar desencajada de las encías.
Se apalancó en una
mesa con algún que otro colega.
Al rato la
conversación versaba sobre temas que iban y venían sin ton ni son. Política y
corrupción, quejas constantes sobre idealismo, fracaso y dinero.
Dinero que no
tenía, y necesitaba para poder costearse su demencia, su vejez y por supuesto
su depresión.
No pudo por menos,
el pobre desencantado de Boris, que dar una mirada alrededor y darse cuenta,
dentro de su invalidez, que aquel mundo donde vivía. Acompañado de quien estaba.
Era todo lo contrario de lo que soñó siempre