De los amiguetes de la primaria que tuvo Jacobo en su infancia, solo veía y muy de vez en cuando, a Mariano Plans, con menos frecuencia a Joan Estrada, José María Salas, y Antonio Casado. Con los que normalmente compartían saludo, alguna frase compuesta y la ceremonia ineludible de sus cómplices miradas.
Otros que también pertenecían al grupo, pero ni tan siquiera se saludaban, existían. ¡Vaya usted a saber! Por quizás no reconocerse. Entre los cuales están, Jesús Escriche, José Saavedra, Jaume Mestres, que con ellos costaba coincidir y en el caso de hacerlo. Alguno se inhibía, imagino por desgana y vergüenza, o por falta de contacto.
No todos, pero alguno de estos colegas, miraban hacia otro lugar. Haciéndose el despistado, o no queriendo reconocer al que fue su compañero, y que sabía de buena tinta, quien era, donde le conoció, cuando compartieron pizarra, y más cosas que no vienen al caso.
En eso no podemos mediar. Las personas somos cada una de su forma y el querer adivinar incomprendidos es bastante delicado. Por ello, el respetar a todo el mundo es un deber ineludible.
Ya en aquel tiempo nuestro profesor nos enseñó urbanidad y el modo de tolerar. El que unos lo lleven a raja tabla, no quita que para distintos, sean temas veniales y para ellos carezcan de contenido.
Otros ya faltaban por haberse marchado de este mundo como José Martínez, David Andreu, que este aunque no era del mismo colegio, pero si fue vecino y jugaron de chiquillos muchas veces.
La vida pasa de forma rápida, y sin darse cuenta Jacobo, un día se quedó pensando en lo viejo que se había hecho de buenas a primeras, y le vino a su mente el recuerdo de personas con las que tuvo tratos de amistad. Bastantes historias sociales, que las había compartido con todos ellos, y que sin duda le habían dejado brecha en el recuerdo.
Personas con las que ya no podrá departir, pero sí recordarlas con el afecto que Jacobo departe con sus allegados y que aunque no los tenía por costumbre presentes, por el devenir de su vida, ¡Sí!, Los recordaba en el esplendor de su infancia.
Consagración consumada que disfrutó antes de conseguir acceder a una respetada entidad financiera, como auxiliar. Al ganar las oposiciones y acceder al banco, fue dejando su tributo anterior y como urgencia y favor, tan solo pinchaba, de forma personal a su familia y amigos. Como era un profesional dedicado, fue escalando dentro de la firma, puestos hasta que llegó a ser responsable. Director de una delegación.
Una mañana de marzo, estando en la oficina asignada, la más cercana a su domicilio y defendiendo el cargo desde hacía ya tres años en el Banco de Urquijo, se produjo un despropósito. Sobre el medio día, y de sopetón entraron unos encapuchados con la idea de atracar, y a fe de Dios que lo consiguieron. A Pepe, por ser el director de aquella agencia, lo avasallaron y ultrajaron para que abriera la caja fuerte, y lo malograron.
El saqueo se llevó a cabo y a la postre tuvo problemas incluso en la entidad, para defender su actuación, ya que al haber puesto límites a los ladrones, la entidad, quiso entrever que desasistió a los clientes que esperaban ser atendidos. Perdió casi la cabeza, el buen tino, la alegría y el empleo. Afectándose de forma brutal con unas depresiones que le quitaron poco a poco su propia vida.
Empleo que le seguía permitiendo atender sus campos de cultivo y campiñas repletas de olivos, almendros y nogales, y que en las horas libres que le dejaba el transporte de personas lo dedicaba a la atención y el esmero a la agricultura.
Aquella mañana libraba en los autobuses, y se dirigió a sus viñas, desaparcando el tractor y dirigiéndose a la campiña de una localidad colindante. Ya estaba rodeando los barrancos y acequias cosechando, donde en uno de los socavones de la calzada, volcó el remolcador con tan mala suerte, que lo pilló debajo de la estructura del vehículo, aplastándolo completamente y dejándole sin vida de inmediato.
Muriendo en aquella zanja. Donde fue hallado al cabo de cinco horas por casualidad, al cruzar un vehículo por aquella comarcal. Y encontrar el cuerpo sin vida del agricultor David.
Materia prima entregada sobre pedido y que al jefe de aquella cristalería, le costaba abonar, retrasando el pago todo lo que podía, incluso hasta casi llegar al olvido.
Con lo que ellos, Jacobo y José María, si se veían, comentaban y reían al ver que el dueño de aquella marquetería de aluminio, olvidaba muy frecuente el pagar en el momento oportuno. Tenían un trato amable y frecuente, y al encontrarse recordaban instantes de sus cuitas en parvulario y en la enseñanza media, que tanto les hizo disfrutar.
Gustando un trato circunstancial y de lugar, tan solo en el encuentro y contacto comercial, sin entrar en tropiezos de amistad, ni coincidencias familiares compartidas.
José María es un gran aficionado a la pesca, y dedicaba su tiempo de asueto a pasear con su barquita. La que tenía fondeada en el puerto de pescadores, a la que dedicaba alguno de los fines de semana para ir a sorprender merluzas o bien a pasear con su gente por los límites de las playas. Salas es un tipo elegante, que no solía mezclarse con rarezas, siempre muy puesto y con la presunción de tipito guapo y de bandera. Con el que Jacobo, tuvo mucho contacto, de muy jovencitos, en la enseñanza primaria, y compartieron muchas horas de recreo en el patio del colegio. Dejando simientes de amistad perpetua, y afectiva entre ellos, que supieron mantener esos puntos de contacto a lo largo de la infancia, la juventud y ahora casi la madurez avanzada.
Manteniendo contacto Antonio y Jacobo de mayores. Habiendo pasado más de cuarenta años de la fecha anotada.
Un buen día Jacobo, se le acercó y le saludó preguntándole por Paquito. Su hermano, que hacía años no veía, y que si se tropezara con él, sería incapaz de reconocerlo.
La vecindad, hace que coincidan en el saludo y en la gratitud en verse. Sin ir más allá porque las vidas a pesar del origen, no son coincidentes.
Ahora vive con su segunda esposa en Sevilla, y no tiene contacto con nadie habiéndosele perdido la ubicación.
Para el amigo Jacobo, ha sido el recordar estos puntos un ejercicio de memoria.
Volviendo a vivir aquellas ilusiones como cuando las protagonizó en directo y ha saboreado aquellos días, como si se renovara una ilusión no perdida. Que de un modo u otro permanece, olvidada y enterrada en el alma de cada uno de nosotros.
Jacobo estoy seguro, se siente orgulloso haber podido expresar esta historia, porque igual, este Jacobo, ha vivido mi infancia, mis ilusiones y me acabo de dar cuenta.
1 comentarios:
Grande Emilio
Publicar un comentario