sábado, 31 de agosto de 2024

Inclemencias y rigores.

 









 

Estrujaba el calor en aquella urbe, donde jamás habían sufrido los arduos y falaces rigores de las destemplanzas atmosféricas. Extraordinarias por lo crudas e inclementes que se manifestaban en el ambiente y acopiadas por el termómetro.

Asombrosas por desconocidas en aquel tiempo, y nada corrientes.

Es verdad, que durante el día el sol oprimía con desaliento y crueldad. Dejando tomar color a los bañistas, permitiendo disfrutaran de una naturaleza con un comportamiento antinatural. En el río de la localidad, se disfrutaba con denuedo, porque el agua que arribaba de las montañas, carecía del fresco de otras épocas y beneficiaba a los que se amorataban por el frío de la corriente.

Ni una gota de agua de lluvia, se preveía en las próximas semanas. Declarándose un verano peligroso, para personas delicadas, ancianos y niños, por aquel ruido y las repercusiones que dan los golpes de calor.

Los viejos del lugar no veían una normalidad en aquella temperatura nocturna. La que no bajaba de los treinta grados y no dejaba dormir a los vecinos y peregrinos. Ninguno de los veteranos recordaba haber sufrido aquellas fiebres, propias de los climas cercanos al ecuador, por sus noches tórridas.

El olor que destrababa la tierra era intenso y extraño. En el cielo las nubes eran rojiblancas del todo cristalinas, y apenas se descubrían en el firmamento. Como previendo y vaticinando lo que estaba a punto de suceder.

No se habían dado alertas del génesis inmediato de la situación, y los canales de la asociación nacional atmosférica, no brindaban sospecha de alerta alguna.  Los partes del tiempo brindados por todas las cadenas de televisión, exponían en sus mapas, que lo que aún quedaba de canícula, iba a ser intenso en cuanto a la fuerte presión atmosférica prevista por estar el ambiente escaso de rocío y sin temporales previstos.

 

Aquella mañana César y Mabel, salían de la parcela del camping, zona reservada para turistas y caravanas, donde tenían estacionado su vehículo y esparcidos sus enseres. Lugar donde jugaban y disfrutaban en aquel estío con sus dos hijos pequeños.

Al entrar en el casino de la localidad, Monclús un vecino del lugar se acercó a ellos, viendo aquella felicidad, y verlos tan unidos y alegres. Abordando con mucha educación a César para decirles que volvieran a la recepción del camping y le dijeran a Blasa, la encargada, que interrumpían su estancia. Pagaran la cuenta y se marcharan antes que cayeran las torrenciales lluvias que se avecinaban.

César se quedó petrificado, pero algún imponderable descubierto en el abuelo que le daba el mensaje, le hizo estremecer y hacerle caso. Después de aquel desayuno, Mabel y el esposo pactaron de mutuo acuerdo, que se marchaban de la villa. Sin tan siquiera esperar al almuerzo de la tarde.

Sus amigos Joel y Macarena, no quisieron saber nada de las habladurías del viejo Monclús, y se rieron del miedo que mostraban sus colegas y amigos. Ellos y sus niños, iban a estar mientras pudieran alrededor de su caravana, que la tenían instalada justo en la ribera del río. Aprovechando al máximo lo que la vida les había regalado.

 

Cuando salieron del Casino, el cielo comenzaba a tornarse grisáceo refulgente, y sin ruidos ni estridencias los rayos y relámpagos quedaban confundidos por el color raro de las nubes. Dejando por los tonos del estruendo de aquellos sonidos tormentosos, que se preparaba una verbena escandalosa. Ese detalle fue el que los llevó a la urgencia en despedirse de aquel acampado.

Cuando arrancaron su autocaravana los goterones de lluvia eran auténticos, y el agua ya se desplomaba con turbación sobre las calles empedradas de la pequeña localidad.

Aquel verano había sido de mucho turista en el camping la “Futuda”, un amplio acampado que estaba muy cerca del rio. La gente se amontonaba en sus instalaciones, y se bañaban con agrado en las cristalinas aguas, debido a las altas temperaturas.

 

A las cuatro de la tarde, cuando la familia de Mabel y César, estaban bordeando su región, la de su padrón y residencia habitual. Escucharon por la radio de su vehículo, la tragedia cernida donde habían anidado en la última semana.

Desventura mayúscula, sucedida con víctimas mortales, donde los bomberos y la Guardia Civil, estaban solicitando ayuda a los voluntarios que se quisieran sumar, para mirar de paliar con urgencia semejante desamparo. Interviniendo incluso con el operativo de otras regiones que se prestaron en labores de rescate por la riada sucedida en las dos últimas horas.

Tragedia inesperada en el núcleo de veraneo de acampada. Acontecida exactamente, donde ellos habían estado alojados. Hasta que el señor Monclús, les avisó que huyeran del lugar.

 

El Camping de la Futuda, se había convertido en un cementerio. Las caravanas y tiendas de los veraneantes se las había llevado el río y se daban cifras muy altas de desaparecidos. Los que habían sido arrastrados por la fuerza de las aguas y en principio estaban sepultados por el barro, el lodo y todo lo que había traído el río desde las cumbres de los montes.

Cuando llegó la noche, aquella familia horrorizada, veía las noticias. Descubrió por el parte explícito que dieron las autoridades locales, sobre los damnificados, que sus amigos Jael y Macarena, estaban en la morgue sin vida. Al haber sido arrastrados por el barro, la fuerza del agua y las inclemencias de la borrasca.

De sus dos hijos, no se tenían noticias.






Autor: Emilio Moreno
31 de agosto de 2024.

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