jueves, 30 de mayo de 2024

Montserrat, monte dentado.

 









De vez en cuando efectúo

a Montserrat mi visita.

Es un gesto que fluctúo

con sensación exquisita.

 

Mi recuerdo perpetúo

y mi razón deposita.

Todo lo que yo puntúo

y mi pauta necesita.

 

De chiquito lo sitúo

como inicio que transita.

Así en mi piel yo tatúo

con mi fe que no oposita.

 

A Montserrat acentúo

con la virgen que musita

y elimino y exceptúo,

ese error que incapacita.

 

 


Visitando la Basílica de Montserrat, después de tantos años de no hacerlo, pude disfrutar de mucha y buena compañía. La primera del compromiso en saludar a la “Moreneta”. El estupendo tiempo caluroso que nos brindó la naturaleza y del viaje en transporte público y a la vez, por qué no decirlo presenciar con pena, la falta de educación que suelen tener algunos de los viajeros en los medios de traslado.

Ahora como todo vale, pues casi te la juegas; si llamas la atención al que comete faltas graves de urbanidad.

Sin embargo, es que en no pocas ocasiones la paciencia se agota y te consume por dentro.

Como el relato va del disfrute me ceñiré a mostrar alguna de las fotos que pude tomar y de lo bien que lo pasé, encontrándome primero con los recuerdos de mi juventud, de la bondad de la climatología y de otras cuestiones que por aquello de la privacidad me las reservo.

Hacía años que no ascendía a la montaña sagrada, y mira por dónde se presentó la oportunidad de hacerlo, y allí nos fuimos.

Con la paciencia de tomar el Carrilet en Sant Boi hasta Monistrol y allí empalmar con el tren cremallera que nos subió como siempre hasta el complejo, para poder visitar la zona y entrar en la Basílica a ver a la Virgen Morena.

Calor. Parecía ser mes de julio por lo menos. A pesar que los meteorólogos habían pronosticado lluvias y ventoleras a tener en cuenta. No fue así.

El sol lució durante toda la jornada y gozamos de su benevolencia. La zona estaba rebozada de rigor y dulzura, y atestada de personas originarias.

De otras que venidas de latitudes lejanas se rinden en el altar de la Basílica, con fervor ante la fe que les subyuga. Detalles que no dejan de ser muy bonitos y delicados, sobre todo en estos tiempos de la inteligencia artificial que todo lo muta y lo allana hasta límites insospechados.

 

Recuerdo la primera vez que visité Montserrat, era muy niño y me llevaron mis padres en una de aquellas calamitosas excursiones que solíamos hacer, tirando de la cesta con la comida, y las gaseosas que llevábamos para pasar la jornada. Una expedición de nervios ya que íbamos varios chiquillos en edad de corretear y hacer poco caso a los mayores.

Nostalgia que el recuerdo me retrae y por ser poco frecuentes, resuenan con la casi nitidez de la edad párvula.

Después llegaron tiempos en los que como ahora, eres la persona que enseña y explica las curiosidades del lugar emblemático. O sea, el Cicerone de turno, que suelo hacerlo con mucho gusto.

Aquí lo dejo documentado y si os falta “chicha” podéis entrar en la página de la Basílica o del entorno.

Un abrazo para todos y hasta pronto.















Rosa d'abril
morena de la serra
de Montserrat
al cel.


Mayo de 2024.
Autor: E.Moreno

lunes, 27 de mayo de 2024

Patinando en firme.

 








De patinar sobre ruedas ninguno de los dos sabía. Aunque se esforzaban en mejorar yendo a practicar a la pista en las instalaciones deportivas de la ciudad. Excusa que se inventó la joven, para poder estar cerca del amigo, al que igual pretendía y lo preparaba para llevarlo de su mano al éxtasis. Dándole de beber del agua que ella sabía proveer, dejándole palpar aquello que Lola, protegía en ciertos momentos y si podía, llegar a enloquecer al patinador con su olor y feminidad.

 No era una obligación, y se lo alternaban, siempre en domingo. Cuando coincidían y reunían aquella moneda de dos cincuenta de peseta, (Los llamados dos reales), que era el coste del boleto al pabellón. No era una cantidad exagerada, pero al estar en la edad de estudios. Debían mirar por su economía, para poder llegar a final de mes y seguir disfrutando de su escasa libertad.

Así comenzaron a disfrutar, sin poder llegar a más, y no por falta de las ganas de Lolita en que aquello comenzara a tomar enjundia.

Germán no preveía lo que Dolores preparaba y se dejaba llevar mirando furtivamente entre el escote que ella cada vez lo bajaba más, para que el muchacho perdiera el oremus

Ella era algo mayor que el rayuelo, pero apenas se notaba la diferencia física, por ser muy corta la distancia entre sus fechas de nacimiento.

Donde existía trecho diferencial era en la experiencia mundanal, en la picardía y en la práctica sexual de la agraciada morena.

 Era todo tan natural. Se lo ponía tan fácil, lo acariciaba tan discreta, que el muchacho no había apreciado la urgencia que tenía la chica en verse con más frecuencia fuera del complejo deportivo, y que despertara súbitamente en él una pasión descontrolada y la encimara como un poseso.

Sin querer perder tiempo Lolita, le propuso al amigo, cambiar de deporte por una vez y en su próxima salida, la llevara a la playa, para así con su ayuda hacerle perder el miedo y sin susto la enseñara a nadar. Sin necesidad de espanto ni desconfianza.

Conociendo ella el lugar preciso, el sitio ideal, por haber ido otras veces, a ilustrarse con la natación.

No era un sacrificio llegar a la ribera. Estaba muy cerca de su domicilio, siendo un viaje agradable hacia la maravillosa playa.

Existía una cala escondida, con arbóreos de yuca que resguardaban a los bañistas de los mirones. Poco profunda donde Germán podría darle el apoyo y la ayuda necesaria para aletear entre las olas como si se tratara de una sirena.

 Dolores, era una chavala, preciosa y poco cultivada. Con la juventud que atesoraba ya hacía cuatro años que servía en casa de Don Eustaquio Lorente, el farmacéutico del laboratorio Cruces de la localidad. Haciendo encargos domésticos y atendiendo a su esposa en el cuidado de sus hijos y las labores caseras.

Ella provenía del seno de una familia poco estructurada, donde careciendo de culpa, había presenciado no pocas experiencias más o menos trágicas en su casa.

Hija de padre alcohólico, que laboraba en hurtos y descuidos cercanos. Cuando no en desfalcos de importancia por lo que había estado preso en varias ocasiones.

La madre Leocadia, una mujer entregada fue siempre la encargada de sacar a la prole de los hijos hacia adelante. Siempre con el miedo que alguno de ellos, siguiera el camino de Jesús.

Por lo que todo lo que le sobrevenía de parte del farmacéutico, lo daba por bueno, sin que la mujer de este lo supiera. Y aprovechando esas labores caseras la muchacha había aprendido más que a nadar a guardar la ropa, sin poder explicárselo a nadie y teniéndoselo que tragar.


 

Aquella mañana tomaban el trenecillo que los llevaba a la cala de la pasión. Germán vestía unas deportivas con pantalón y camisola fresca y Lolita, un conjunto de algodón veraniego amplio y holgado que transparentaba su piel agitanada. Las braguitas que llevaba debajo de las enaguas con el mismo tono que el vaporoso taparrabos revelaba un deseo inconfesado por desear estar dentro de la normalidad. Con alguien que a ella le agradaba y del que poco a poco se colaba.

Puntuales se saludaron con un gesto de cejas y moviendo poco la cabeza, sin llegar a palparse con las manos, se ungieron con la vista. El muchacho se le acercó con idea de besarla, pero no se atrevió. Jamás lo habían hecho. Ella tampoco quiso adelantar gestas.

Le preguntó muy conciso, qué clase de excusa les había puesto a sus padres, para salir tan temprano en un domingo y ella, se limitó a encoger los hombros. Como respondiendo que no les había importado absolutamente nada, que saliera o que se fuera.

Lola también quiso saber qué clase de excusa, mentira o motivo aludió para salir de madrugada y Germán, le dijo que iba a la playa con Lolita. A enseñarle a nadar y a intentar desterrar el miedo que sentía por el mar.

El muchacho previsor, le pasó un hatillo, donde llevaba panecillos, canapés y embutidos y un par de bocatas bastante generosos, para que comieran ese día los dos amigos.

Diciéndole las bebidas ya las compraremos en cualquiera de los tenderetes del lugar.

Lolita, también aportó algún detalle, que prefirió no descubrirlo de momento. Asegurándole que era una insignificancia, pero asentó.

—Será lo que nos permita disfrutar de la jornada, sin prevenciones, miedos ni excusas. Siempre que te dejes llevar por mí.

 


Ya encima de la arena, bajo un espeso de yuca tropical de la playa, Germán se despojó de la indumentaria. Solo tuvo que quitarse los vaqueros que cargaba y se quedó con su bañador de pernera. Arremolinó la ropa junto a una de las grandes piedras que acercaron en el arbóreo elegido donde se iban a amoldar. Sirviéndoles para apostar sobre ellas los bocadillos y la botella de agua fresca que compraron.

Esperó a Lolita, se desvistiera para ir a recibir justo en la orilla, el sol y que las olas rompieran sobre sus cuerpos en aquel día sofocante.

En aquella zona, los bañistas que tomaban el sol estaban bastante alejados del lugar donde la amiga escogió para su baño. Así que, sin ningún tipo de precaución, se quitó el vestido y se quedó completamente desnuda frente al amigo, que se la miró con agrado y no dijo absolutamente nada.

Se congratuló para mostrarle los atributos de su piel provocativa. Alzándose sus pechos y apretándolos con ambas manos, como diciéndole, ¿Te gustan? Mientras le miraba, con lascivia por debajo de la cintura.

Se calzó y ajustó la braga del bañador sin necesidad de ayuda, pero se las volvió a quitar para darle más morbo a un Germán que estaba disfrutando. Sin más se agachó y con la prenda en la mano, invitó al mirón que se las ajustara en su cintura. Solicitando cariñosa, más ayuda impostada para que enlazara en la espalda los cordones del sujetador.

Torpemente el chaval, tocó los pechos de la desesperada Lolita y antes de pedirle perdón, ésta; le cerró los labios y musitó.

—Que gusto me da, sentir tus manos en mis senos. No sabes lo que te espera.

 

Fueron sin mediar palabra a la orilla y Lola entró en el agua como una sirena, sin pedir ayuda. Nadando perfectamente y dejándose llevar por la marea.

—No decías que no sabías nadar. —Preguntó sorprendido.

—Yo siempre digo muchas cosas, para conseguir otras. —Le advirtió la niña lozana.

— Confía en mí, si quieres ver las estrellas y suéltate la melena

Entró tras de ella en el agua y ésta le rogó de forma romántica acariciando sus nalgas.

Instrúyeme. ¡Por Dios! ¡Creo que podría ahogarme!

 Recibió su primera lección, que a ella le supo a gloria celestial, tan solo por la forma de agarrarla para que supiera en que pose debía bracear con las extremidades superiores y ahondar con las inferiores. Controlar esa cadencia necesaria de sus ancas y el tiempo para jadear en distancias cortas.

 Volvieron bajo la yuca a descansar, y al reclinarse sobre las toallas Lola, se despojó de su bikini, quedando en colitates. Completamente desnuda sobre el molludo paño, que serviría para secarse una vez concluyera la lección teórica del nadar sobre firme.

 

De su bolso extrajo una caja de preservativos. — Te dije que era una insignificancia, del resto de mis palabras seguro las recuerdas sin más.

Cumpliendo así aquel detalle escondido en un principio que no quiso desvelar, cuando le participó al joven que ella también aportaba deseos inigualables en lugar de comida. Evitando así el miedo y guardando las prevenciones.

Lo invitó a hacerla feliz.

Gozaron todo ese día, confesándose secretos y anhelos.

Jamás volvieron a calzarse unos patines los domingos por la tarde.

En ningún tiempo aprendieron a patinar sobre ruedas.

Distanciándose muy mucho desde entonces, hasta que pasadas unas semanas Lola desapareció de la zona para siempre.

Cuando Germán preguntó por ella, Leocadia, la madre le comunicó muy contenta que su Lolita se había casado y se había mudado de residencia

 



viernes, 24 de mayo de 2024

Acento y deje estricto.





Volvió a reclinarse sobre aquel banco de la plaza. Recordando su adolescencia llena de tono y contento.

Cuando se deleitaba con los encuentros esporádicos con Leónides, la muchacha venida de una región arcaica del eje de la península, con un acento y deje estricto e inconfundible.

Era de talla media, agradable, dicharachera y ocurrente. Con unos remates dotados de belleza, que citaban la curiosidad a cuantos mozalbetes se congregaban en torno al banco sito junto a la fuente, que de modo prominente da prestigio a la plaza grande.

Investida de todos los milagros físicos que la naturaleza puede disponer en el cuerpo de una seductora. Hembra hechicera, que saboreaba creída y en silencio de todos sus encantos. Por los que con frecuencia adulaban regocijándola sin menos cabo.

Dejando a propósito un espejismo perfumado y babeante a los jovencillos que la sitiaban.

Sabiéndose elogiada por su figura delicada, le permitía ser el centro sensual por su fragancia, su carne joven y deliciosa. Provocando en los demás ciertas alucinaciones de bienestar.

A la par que ella se notaba furtiva y anhelada entre los deseos más escondidos de su público inmediato. Mostrando ya, preferencia por un par de amigos con los que se granjeaba y ensayaba, por favoritismos de atracción hacia ellos, recogiendo ciertos fervores hacia su feminidad.

 

Los chicos ya adquirían a escondidas el paquete de tabaco para presumir. Mientras se engollipaban al succionar de aquellos pitillos sin filtro que a más de uno le ganaban hasta la flema de origen.

Tan solo para darse pisto y llenar su ego, entendiendo que eran más varoniles y más capaces que aquellos que no tomaban del botellín de cerveza y fumaban de la cajetilla de habanos.

Detalles que aquellos imberbes practicaban para darse altura frente a la joven que parecía tenerlos a todos a sus pies, o comiendo de las migajas que ella fuera desechando.

 

Fueron tiempos de idas y venidas, de estudios y de ausencias, de exigencias familiares y obligaciones laborales. Tiempos pasados, muy recordados por Isidoro, el que ahora se reclinaba en el mismo banco, reparado mil veces y remozado por los servicios de conservación del Consistorio.

Que recordaba con nostalgia aquellos años de escasez y porqué no reconocerlo de felicidad, salud y cercanía familiar. Época que estaba por comenzar, desligándolo de los ganchos de prohibiciones a los que le sometía, en primer lugar, sus padres y después la raquítica sociedad del momento.

 

De los tres amigos de Isidoro, Ramón, Matías y Fernando, que eran los cuatro amigos que se disputaban a Leónides, ninguno de ellos, la consiguió.

Sabiendo que tanto Isidoro como Matías, no eran precisamente del gusto de la joven, quedaban descartados. El primero porque según ella, no daba la talla. Era bajito y esmirriado y el segundo porque tartamudeaba y tenía un color de piel atópica, siendo de hecho el menos agraciado de todos ellos.

 

Los demás, tanto Ramón como Fernando, tampoco llegaron a hipnotizar a la chavala.

Ramón tras los estudios de medicina, encontró plaza en la Guinea Ecuatorial y se casó con una preciosa mestiza que conoció en la Universidad antes de finalizar la carrera. Había flirteado con Leónides, sin que llegara la cosa a más. Quedándose en caricias y besuqueos de verano. Sabiendo que aquella aventura no le reportaba futuro y le frenaba su porvenir. En la actualidad está recorriendo mundo con un éxito extraordinario dedicado a sanar y dar atenciones a las gentes poco pudientes. El cielo lo tiene más que ganado y su reconocimiento es indiscutible.

Fernando Magallón, tampoco derrochó el tiempo, con la hermosa vecina. Salieron a pasear en ocasiones, se sentaron mil veces en la plaza, pelando la pava intercambiando arrumacos y roces, sin derecho de pernada. Disfrutando también del gusto del helado de limón que compraban en el kiosco de la señora Jacinta.

El señor Magallón, para los colegas Fernando, fue un industrial dedicado en la ciudad, que ahora posee tres docenas de actividades comerciales. No siendo demasiado ponderado por sus empleados, porque la felicidad lo zarandeó, restándole gratitud a su impronta juvenil.

Se divorció tres veces y tiene siete hijos que ni le miran.

 


Leónides Riazuelo, festejó muchos años con Regino, un muchacho que conoció en la ferretería donde ella trabajaba, con el cual tampoco llegó a casarse, por diferencias familiares que los llevaron a la ruptura después de cinco años de relaciones. En uno de los viajes que hacía a su pueblo, conoció a Damián con el que contrajo matrimonio y al cabo de los años, una vez llegó la democracia se divorciaron y tuvo que mantener ella sola a sus tres hijos. Siempre residió en el barrio la guapa señora Leónides. Ahora muy cambiada, mantiene la hermosura, aunque no es la jovencita que conocieron.

El paso de los años, los disgustos, las alegrías y los kilos hacen que las naturalezas cambien.

 

Cuando concluyó el repaso a sus recuerdos Isidoro, ya había recuperado el resuello. Notó que habían pasado muchísimos milagros y seguía siendo menos bajito que entonces, y de esmirriado no tenía nada.

Dios provee y de qué manera. Aún conservaba aquella prudencia y prestancia para los detalles.

Recordaba a Leónides en su juventud y la de tumbos que le hizo trenzar la vida. De como suspira cuando se encuentran los dos, con el mismo acento y ese deje suyo. En el vetusto banco de la fuente y quizás de lo que podía haber sido y no fue.

Ese asiento arcaico que les soporta todavía el peso, precisamente el mismo sitial que impertérrito les reconoce después de medio siglo. En el mismo lugar. Mudo como antes. Sin ilustrar sobre aquellas vivencias sufridas.

Callando errores y devengos. Manteniendo uno solo de los usos de entonces.

Saborear el helado de limón muy semejante al de aquella época. Aunque la señora que los vende, no es Doña Jacinta.

Ninguno de ellos son los mismos,

 

Quedó ensimismado y la sonrisa le brotó en los labios. Pasando revista a su propia existencia, poniendo en templanza y relieve sus anhelos pretéritos y futuros.




miércoles, 22 de mayo de 2024

Puede darte un rancio.

 




Fue como volver al pasado.

Retrasar el tiempo en muchos años.

Reencontrarse en la abundancia de aquella época excitante ya finita.

Que a menudo perpetuaba con añoranza.

Era como si se caducara el permiso para volver a vivir de nuevo la década del medio siglo.

Niveles que cuando se sueltan o te dejan.

Entras en el ciclo del mustio y arrugado preludio.

Resolviendo desde el pedestal de los setenta aquellas dudas que quedaron impregnadas e irresolubles, bien por falta de experiencia o por necedad y escasez de enjundia.

Sin pretenderlo se vio inmerso en semejante tesitura. 


Aquella alborada parecía ser uno de sus mejores despertares. No había dormido demasiado, pero el descanso encajado por aquel extracto de hierbas mezcladas con brandy que ingirió poco antes de acostarse hizo milagros. Pronto concilió el sueño y quedó en brazos de Mabel, una desconocida con la que solía tener ilusiones eróticas desde que volvió de las milicias.

Detalle que jamás había confesado a nadie, desde que se produjo la primera ofuscación obsesiva. Creyendo era fruto de su imaginación sensorial sonámbula.

Suceso que se producía de tanto en vez y tan siquiera jamás lo reveló, ni a los amigos ni a sus allegados. Y a la que entre tinieblas y sombras buscaba denodadamente sin poder hallarla y siempre intentando compararla con aquellas que habían incidido en su trayectoria existencial.

 

Saltó del jergón directo a la ducha, un café a sorbos cortos mientras se vestía para salir de su casa antes de que hubiera levantado la jornada. Ya en el trayecto a la oficina, notó una presencia en la parte trasera de su automóvil, que no conocía.

Al girar la calle el semáforo rojo le hizo detenerse en la travesía. Fijándose más en lo que al principio le había parecido un acto reflejo muy anormal.

—¡Oiga!¡Quien es usted!, y como ha entrado en mi vehículo sin autorización. Gritó con onda deprimente. Voz que emerge en algunos desequilibrados o los que recién erguidos de una colchoneta pretenden armonizar vocablos exuberantes.

Forzó mirando por su retrovisor y ya, no percibía a nadie sentado en la plaza trasera del utilitario. Aunque hubiese jurado advertir instantes antes la presencia de una acompañante, un pasajero acomodado.

De pronto dudó al notar que hablaba solo. Pensando para sus adentros. La tonta confusión que le avivó sin causa alguna. Desorientado, sin precisar, disminuyó su frenesí buscando en el receptor del automóvil una emisora de noticias.

Cuando y por sorpresa, una frecuencia no derivada de la emisora le advertía que ya estaba en verde el semáforo.

Confuso por lo ocurrido con la presencia y el consejo que el locutor sin venir a cuento le exigía, cambió de marcha y sin escoger cadena de radio alguna reanudó su camino.

Volviendo a mirar por el espejo hacia atrás y notando que Mabel, iba conforme en la plaza central y le ordenaba.

—No mires hacia atrás, limítate a conducir hasta el próximo poste en rojo. He de dispensarte un recado que veo no aciertas en adivinar en los mensajes que te envío en tus sueños.

Atolondrado parpadeó y llenándose los pulmones del oxígeno limpio que entraba por la ventana se notó en la avenida llegando al cruce.

Las luces de precaución dejaron de fulgurar y al pronto un disco purpúreo apareció como un lucero sobresaliente.

Detuvo el coche y antes de poder hablar escuchó de nuevo aquella voz, sin descubrir figura alguna acomodada en su Chevrolet, que le advertía.

— A partir de mañana, vivirás alegre y a lo peor, despreocupado de la parte que te quede de vida.

Aquel eco invisible siguió notificando y matizó.

—A los cien años, no llegarás. Te lo advierto porque igual no lo piensas y no te imaginas que tu desgaste puede acabar contigo ahora. Procura ser feliz. A fin de cuentas, aunque lo logres a momentos, será lo que te llevarás y por lo único que no se abona peaje.

 

Se hizo el silencio y de nuevo el semáforo lució en verde esmeralda, más poderoso que lo había notado jamás.

Prosiguió con su marcha y creyó que aquellos consejos los había escuchado fruto de su imaginación natural.

Cuando llegó a su mesa de trabajo, sonó el teléfono y el número que se dibujaba en el panel procedía de la centralita de la empresa.

Tres signos muy raros. Enigmáticos dígitos desconocidos en la telefonía. Símbolos con interrogación, sospechosos, inauditos y gráficamente acentuados. Impropios de cualquiera de las llamadas corporativas existentes.

Levantó el auricular y sin pronunciarse, escuchó.

— Recuérdalo, no suelo repetir conceptos.

 

 

De pronto un empellón lo devolvió al mundo.

—¡Que te ocurre abuelo! —. Le espetó su nieta.

—Menudo susto me has dado colega—. Siguió reprochando.

—Pensaba que te morías.

¡Estas bromas no las repitas conmigo porque no vuelvo más a esta cutre residencia a verte!

 

—Quién eres. ¡donde estoy! ¡Qué me ha pasado! —Preguntó el abuelillo.

—Tú sabrás jodido—. Le recriminó la fantástica nieta

—Colega te has fumado toda la mierda que traía y has dejado temblando mi petaca de ginebra—. ¡Eres un capullo! No ves que te puede dar un rancio.




Emilio Moreno

mayo de 2024, dia 22



viernes, 17 de mayo de 2024

Retalls D’Art en el Café Literario

 


En la tarde de ayer tuvimos la alegría de estar con los componentes de Retalls D’Art grupo cultural distinguido de Sant Boi.

Asociación por la cual han pasado la mayoría de pintores, poetas, rapsodas, escritores, dibujantes, escultores y artesanos, de la ciudad y parte de la zona del bajo Llobregat.

En el año que cumplen su 25 aniversario registrados. Lo que significa que con anterioridad podemos añadirle diez o doce años más a esa cifra.




Que celebraron en el transcurso del año habiendo sido reconocidos en un acto realizado en el mes de marzo por el propio Ayuntamiento de la localidad, en el Teatro de Cal Ninyo. Acto que unido al Festival por el día de la mujer que suele celebrar Retalls, lo pudimos celebrar.


En el escenario del Casal de Marianao, en la tarde de ayer, estuvieron Ana Otero, Diego Garnica y la hija de ambos María del Mar, otra poetisa que ya ha publicado su novela y la que además se dedica a coordinar a nuevos valores emergentes del arte.

La entrevista fue prolongada y pudimos conocer el futuro de Retalls D’Art, y lo que se está llevando a cabo ahora mismo en el mismísimo presente. Pudimos escuchar de su propia persona los poemas que nos recitaron tanto Ana como María del Mar y claro contando con el insigne paréntesis hecho por Diego Garnica al interpretar un trío de canciones a capela, que nos encantó a los presentes.

Os dejo alguna de las imágenes que nuestro fotógrafo de cabecera José Gómez nos hizo a lo largo de la entrevista realizada.

Dar las gracias a los presentes y a los organizadores del evento, tanto como a los que participaron en que este acto se pudiera llevar a cabo. referenciados en estas fotos que adjunto.

























fotos de José Gómez

fotógrafo oficial del Café Literario

Sant Boi, a 16 de mayo de 2024.

Texto de E.Moreno


EFEMÉRIDES






NAS DE BARRACA SANT BOI